LOS QUE HACEMOS DE ESTE BLOG UNA CASA DE LOCOS

LOS QUE HACEMOS DE ESTE BLOG UNA CASA DE LOCOS

MORGANA

JOTAELE

AGÜELO COCINILLAS

Oficialmente, profesora

Escritora

Casada y madre de familia

Me gusta leer, escribir y el rock and roll

Toco la guitarra

Hago dameros

Me gusta Patán

Odio la política y los programas del corazón

Oficialmente, abogado

Seductor

No sabe, no contesta

Me gustan las mujeres

Toco lo que me dejan

Hago el amor

Me gusta Betty Boop

Odio a Belén Esteban y a María Antonia Iglesias

Oficialmente, jubilado

Naturalista

Viudito y disponible

Me gusta observar la naturaleza humana

Ya no toco nada

Hago disecciones

Me gusta doña Urraca

Odio la caza, la pesca y los toros.

LIBROS LEÍDOS INVIERNO 2013

J.K. ROWLING: Una vacante imprevista
NOELIA AMARILLO: "¿Suave como la seda?
LENA VALENTI: "Amos y mazmorras"

viernes, 23 de octubre de 2009

HASTA SEPTIEMBRE







1
Como todos los años, Pedro fue a buscar las notas la mañana del 23 de junio. Como todos los años, llevaba un nudo en el estómago. Pero la diferencia esta vez era que el nudo había crecido alarmantemente, como un embarazo psicológico. El niño aplicado de antaño se había convertido en un adolescente rebelde de dieciséis años, y aunque había apretado lo suyo en el último mes, mucho se temía que no iba a pasar limpio. Y eso suponía un verano de condenación, porque sus padres eran tremendamente estrictos con el tema de las notas.
Sus peores temores se confirmaron cuando le entregaron el boletín: cuatro asignaturas para septiembre. Dos eran una chorrada, pensó Pedro con desprecio: informática y música, eso se sacaba con la gorra… pero las otras dos eran lengua y matemáticas, cosa que podía comprometer y mucho su titulación en septiembre. Y lo haría, porque Pedro no había tocado un libro en todo el año de ambas asignaturas, y no tenía la menor intención de hacerlo en verano, tenía planes mucho más atractivos, como, por ejemplo, dedicarse a su reciente novia, Laura, la más guapa y deseada del colegio.
Notas en mano, Pedro se dirigió a casa de su amigo Julián, lo que se dice un verdadero crack de la informática, que en un periquete le proporcionó un boletín falsificado por el módico precio de cien euros, como llevaba haciendo todo el curso. A Pedro no le importó invertir todos sus ahorros en el ingenio, las notas que figuraban en el nuevo boletín eran tan buenas que sus padres y abuelos lo cubrirían literalmente de billetes de veinte. Esa noche podría llevar a Laura a todas las atracciones de la verbena de San Juan. Como aún le sobraba algo de sus ahorros, hizo una parada en casa de su amigo Eloy para comprarle veinte euros de hachís con vistas a fumárselo con su novia esa noche, a ver si había suerte y con la fumada conseguía rendirla de una maldita vez. Laura era muy mona, sí, pero tremendamente tradicional para algunas cosas.
-¡Qué maravilla de notas, hijo! Ven que te bese –exclamó su madre cuando le enseñó el boletín. Durante diez minutos, Pedro tuvo que soportar besos, caricias y carantoñas. Pero todo valía con tal de que su madre le aflojara algo. Entre el padre y ella consiguió cien euros. Pedro sonrió satisfecho: había recuperado su inversión.
Pasó la tarde recaudando por las casas de tíos, abuelos y padrinos y, cuando llegó la noche, fue a buscar a Laura y se fueron juntos a la verbena.
-¿Te han montado mucha bulla? –preguntó Laura, que sí sabía las verdaderas notas de Pedro.
-Qué va… no te preocupes y vamos a divertirnos.
Subieron a todas las atracciones y se unieron al botellón más cercano. Uno de los de su clase comentó que algunos profesores andaban por ahí divirtiéndose en la verbena. Otro dijo que no sabía que los profesores conocieran el significado de la palabra diversión y todos se rieron. Pedro se sintió aburrido y propuso a Laura dar una vuelta para fumar un canuto con tranquilidad. Ella aceptó y se dirigieron a un sitio oscuro, un poco a desmano de la pista que llevaba al campo de la feria.
Pedro sacó una china y se dispuso a quemarla, pero entre que soplaba viento fuerte y que no dejaba de ir y venir gente, acabó perdiendo la paciencia.
-Mira, vete un rato con tus amigas y ya te iré a buscar cuando esté hecho –propuso a Laura –Buscaré un sitio más tranquilo y con menos viento. Liaré cinco o seis y ya tenemos para toda la noche.
Laura estuvo de acuerdo y se perdió en el bullicio de la fiesta. Pedro echó a andar sin rumbo fijo durante un buen rato, hasta que llegó a un claro donde ¡por fin! estaba completamente solo. Se sentó en una piedra de las que marcan los lindes y se dispuso a completar su trabajo, cuando unas risitas lo interrumpieron. Venían de no muy lejos, hacia la izquierda.
Orientándose gracias a la débil luz de la luna, Pedro se acercó sigilosamente al lugar de donde procedían las risas y su sorpresa fue mayúscula.
Una pareja reía y se abrazaba sentada en el bocal de un pozo de piedra, única construcción en aquel claro. La luna los iluminó. Entonces Pedro no tuvo la menor duda de quiénes se trataban: eran el profesor de lengua y la profesora de matemáticas. Distinguió sus cabezas rubias juntas. Pedro solía decir: “son tan guapos como hijos de puta”.
Pedro se resguardó en una zona oscura y esperó acontecimientos.
-Estoy muy contenta, este año ha suspendido muy poca gente –decía ella.
-Sí, yo también he cargado a muy pocos –contestó él –Sólo a los que realmente se lo merecían. Pedro, por ejemplo: no ha hecho nada en todo el curso. Espero que se pase todo el verano hincando codos.
-¡Pues si vieras lo majo y estudioso que era hace unos años! Se ha estropeado completamente, qué pena –continuó la profesora.
-En fin, olvidémonos de ellos y concentrémonos en nosotros –le dijo él con una voz cargada de insinuaciones.
Pedro notó cómo la sangre empezaba a hervirle desde su escondite. Ni por un momento pensó que si sus notas habían sido nefastas todo era culpa suya por no estudiar. Y se cegó, fue como si una mano gigantesca le hubiese arrebatado el cerebro de repente. Aprovechó un apasionado beso de la pareja para abandonar su escondite, dirigirse a ellos, cogerles los pies y arrojarlos al pozo. Todo ello le llevó menos de un minuto.
Se oyeron unos gritos y un chapoteo. Pedro esperó, aguardó a escuchar síntomas de lucha, peticiones de socorro. Pero no oyó nada. Sólo el silencio.
Pedro esperó unos minutos y, dándose por satisfecho, se marchó a encontrarse con su novia.
-Cúanto has tardado –le recriminó ésta en cuanto lo vio.
-Tuve… tuve que irme bastante lejos, tenía miedo de que pasaran mis padres o mis tíos en cualquier momento –balbuceó Pedro.
-Vamos a mi casa, Pedro. Mis padres no están –respondió Laura echándole los brazos al cuello.
En cuanto Laura lo abrazó, Pedro sintió que una náusea gigantesca lo invadía, crecía en su interior y subía por su esófago. Tanto tiempo esperando y ahora que se lo ponían en bandeja de plata, tenía ganas de vomitar. ¡Pero si casi no había bebido!
Pedro se sintió por un momento al borde de la muerte y vomitó escandalosamente lo que le parecieron litros de algo verde y pegajoso encima de su novia, que al instante tuvo aspecto de moco gigante. Laura empezó a chillar como una loca, la gente se acercó a ver que pasaba y Pedro, muerto de vergüenza, aprovechó para escabullirse. Se dio cuenta de que, para él, la fiesta había terminado.

2
Fue la humedad en la cama lo que despertó a Pedro a la mañana siguiente. Contempló atónito las sábanas mojadas. ¡Pero si él no se hacía pis en la cama desde que era un bebé! Cogió las sábanas y las tiró en la cesta de la ropa sucia del baño. A pesar de todo, seguía teniendo la vegija a reventar, así que aprovechó el viaje.
Sofocó un grito cuando vio que la orina estaba teñida de sangre. En ese momento, su madre llamó a la puerta:
-Hijo, Laura al teléfono.
Menos mal, creía que después de lo del día anterior no iba a querer saber más de él. Se puso al teléfono y escuchó las torpes excusas de Laura para comunicarle que a partir de entonces les iba a resultar dificilísimo verse. Pedro supo leer entre líneas: Laura lo estaba despachando. En cierto modo, lo entendió; él también habría despachado a una novia si lo hubiera cubierto de vómitos verdes.
A partir de entonces, todo fue mal. Laura empezó a salir con Jose, el hasta entonces mejor amigo de Pedro. A Pedro le daba ganas de vomitar verlos tan acaramelados y enamorados. La verdad es que ya no sabía si era eso lo que le daba náuseas, porque desde la famosa noche de San Juan vomitaba todos los días, incluso varias veces. También orinaba sangre todas las mañanas y se hacía pis en la cama. Entonces adquirió el convencimiento de que iba a morir. No sabía cuándo ni cómo, pero decidió enclaustrarse en casa a esperar el momento.
-No sé qué haces metido en casa todo el día con el buen tiempo que hace –refunfuñaba su madre –Sal y diviértete, vete a la playa con tus amigos.
-No me apetece –dijo Pedro con voz lúgubre –Prefiero quedarme a estudiar… ir adelantando para el año que viene.
La madre salió del cuarto de su hijo a punto de reventar de orgullo. ¡Con las notazas que había sacado y quería estudiar para el año que viene…! Tenía que contárselo a todas sus amigas.
Si Pedro estaba arrepentido de lo que había hecho, imposible saberlo. Nunca le daba tiempo a pensar en ello. Cuando no estaba vomitando se estaba cambiando de ropa, pues su vejiga se había convertido en una especie de manguera que soltaba chorro sin avisar. Los primeros días anduvo ojo avizor a ver si la prensa decía algo. Efectivamente, los periódicos y la televisión se hicieron eco de la misteriosa desaparición de ambos profesores. Se denunció el hecho y la policía, la guardia civil e incluso los vecinos estaban haciendo batidas por los montes buscándolos. Cada vez cobraba más fuerza la teoría de que habían huido juntos por algún motivo, aunque nadie sabía con certeza si mantenían algún tipo de relación. Pedro rezaba para que el tiempo se mantuviera lluvioso y el pozo no se secase, pues en ese caso el hedor de los cuerpos llamaría la atención.
Durante su encierro autoimpuesto, Pedro intentaba entrar en internet y mantener lo que le quedaba de su ya patética vida social por lo menos entrando en tuenti y en algún chat, ya que allí no sería evidente si vomitaba o se meaba. Pero, curiosamente, internet también le falló, de tal manera que sólo tenía acceso a las páginas de noticias y a las de información, enciclopedias, etc. Se estaba volviendo loco, esperando la muerte mientras se meaba y echaba la pota continuamente, se dijo a sí mismo.
Otro horror más se vino a sumar a los ya conocidos: unos días después, Pedro se despertó por la mañana con la cama mojada, como siempre, y además con el cuerpo cubierto de unos escarabajos asquerosos y negros. Esta vez sí chilló con todas sus fuerzas y su madre acudió al punto.
-Eso es alguna invasión de bichos, cariño –explicó –Anda, si te has hecho pis y todo del susto.
Pedro sólo gritó aquella mañana; cuando a la siguiente el fenómeno insecto se repitió, ya lo tenía asumido. Sabía de sobra que no era más que otra señal de que el momento de su fin se acercaba. ¡Pero no podía seguir pensando en ello sin volverse loco! De un manotazo, en un rapto de desesperación, tiró todos los libros del estante superior del armario y uno de ellos le cayó en la cabeza. Era el libro de matemáticas.
Pedro pensó que en algo tenía que ocupar su tiempo para no enloquecer y cogió el libro, abrió una página de ejercicios y se puso a hacer problemas. No le parecieron tan difíciles como durante el curso y, por lo menos, pasó la mañana con cierta tranquilidad. Después de comer, y tras vomitar y mearse por encima como de costumbre, decidió probar con un poco de lengua en vez de con los números y consiguió estar toda la tarde analizando poemas renacentistas sin hacerse pis ni una sola vez.
La situación fue mejorando en los días siguientes hasta casi normalizarse. Tanto, que un día Pedro quedó con sus amigos para ir a dar una vuelta, pero nada más llegar se meó y tuvo que volverse antes de que nadie se diera cuenta. Así que decidió enclaustrarse otra vez y no salir nunca jamás hasta que le llegase la muerte. Y como no sabía en qué gastar su tiempo, retomó el estudio.

3
A finales de agosto Pedro seguía vivito y coleando. No se sabía nada de los profesores y él casi estaba curado de sus extraños males. Como los exámenes se aproximaban, se aventuró a presentarse, a ver si había suerte y su vejiga y su estómago se comportaban decentemente. Total, no tenía ya nada que perder. Llamó a un amigo que le informó de las fechas: serían el uno de septiembre.
La noche del 31 de agosto Pedro se acostó con la conciencia tranquila. Quizá moriría, sí, pero se sabía las cuatro asignaturas de repapilla, llevaba dos meses sin salir, ya no consumía alcohol ni drogas, se había vuelto un buen chico.
Entonces se dio cuenta de la terrible verdad. Había matado a dos personas. Y sin motivo, porque la culpa de sus supensos, ahora que llevaba las asignaturas bien preparadas, sólo había sido suya. No podría vivir con aquel remordimiento. Decidió que haría los exámenes y después… después lo más digno era el suicidio. Pero ya lo pensaría cuando acabase las pruebas.
Hacía calor aquella noche y Pedro durmió con la ventana abierta. Su sueño fue agitado y a las tres de la mañana se despertó notando otra vez humedad. Se tocó el pijama y vio que estaba seco, qué raro. Encendió la luz de la mesilla y notó que todo el suelo estaba mojado. Levantó la vista hacia la pared y entonces los vio. Exhaló un grito ahogado y se retrepó en la cama, cubriendo su cuerpo con la almohada a modo de protección.
Los que antaño habían sido sus bellos profesores permanecían de pie tranquilamente, mirándolo con sus cuencas vacías. No eran más que esqueletos con una piel muy fina adherida, los cabellos blancos y estropajosos y la ropa hecha jirones. Pedro los observaba fascinado y aterrorizado a la vez. Entonces un ruido horrible procedente de la ventana abierta le hizo mirar en esa dirección: miles de escarabajos estaban entrando en la habitación. La profesora de matemáticas extendió sus huesudas manos hacia él, y Pedro entendió perfectamente la orden.
-Está bien… estoy preparado.

4
La débil luz de la mañana despertó a Pedro a las siete. Se quedó perplejo. No sabía que los muertos dormían.
A continuación, un hedor repulsivo inundó la habitación. Pedro comprendió enseguida lo que había pasado y todavía alucinó más. Tampoco habría imaginado que los muertos se orinaban y otras cosas peores.
Abrió los ojos del todo y observó los contornos. Seguía en su habitación. Alargó la mano y cogió el abrecartas en forma de sapo que tenía desde niño. Se pinchó la mano y le dolió. Eso quería decir que estaba vivo, pensó.
Intentó levantarse y algo, un peso muerto, se le cayó del pecho. Horrorizado, comprobó que se trataba de un diccionario y una calculadora. No eran suyos.
Entonces recordó que era la mañana de los exámenes y decidió empezar a funcionar: ya pensaría en todo eso después. Se dirigió penosamente a la ducha y, además de asearse, lavó las sábanas y el pijama. Aireó la habitación e hizo la cama. Ni rastro de escarabajos.
Tras desayunar y dejar una nota diciendo que había ido a dar un paseo, se dirigió al colegio. Estuvo mucho rato en la puerta pensando quién demonios se encargaría de hacer y corregir los exámenes de lengua y matemáticas. No tenía ni idea de cómo se hacía en esos casos. También estaba preocupado por si se hacía pis o tenía náuseas durante las pruebas.
Sonó el timbre y Pedro se dirigió al aula correspondiente. Aprovechó los últimos minutos para repasar para el examen de matemáticas. Un taconeo en el pasillo le informó de que alguien venía a examinar.
-Pedro… ¿te encuentras bien? –Era la profesora de matemáticas quien se dirigía a él sacudiéndolo por los hombros. Ella… con su melena dorada y su sonrisa radiante. ¿Cómo había logrado salir de aquel pozo?
-Sí, profesora. Por mí podemos empezar.
El examen comenzó y Pedro se quedó atónito al leer el planteamiento del primer problema:
-Si el diámetro del bocal de un pozo es de 1 m…
¿Estaba de broma? Demasiada casualidad. Pedro la miró de soslayo y le pareció que ella le sonreía.
El examen constaba de diez problemas y absolutamente todos versaban sobre pozos, ya fuesen de trigonometría, de geometría o de ecuaciones de segundo grado.
Al entregar el examen, que por cierto le había salido bastante bien, Pedro no sabía si hablar con la profesora o no, pero ella se le adelantó.
-¿Qué tal el verano, Pedro?
-Este…bue… bien, profesora. Es… tudiando, ya ve. ¿Y el… suyo?
La profesora le guiñó un ojo.
-En fin… algo pasadillo por agua, qué le vamos a hacer.
Pedro se dirigió al siguiente examen completamente anonadado.
A última hora, hizo el examen de lengua. Ya no le sorprendió ver al profesor de siempre al frente de la prueba, ni le hizo el menor efecto ver que todas las preguntas del cuestionario tenían algo referente a un pozo, ya fuese decir su significado, descomponerlo en monemas, o hablar sobre la metáfora del pozo en la obra de Federico García Lorca.
Tampoco le llamó la atención que el profesor se interesase por sus vacaciones cuando entregó el examen.
-Bien, profesor. Estudiando mucho. ¿Y usted?
-Bueno… no han sido lo que yo me esperaba. Las podría calificar de… desconcertantes, sí.
-Verá, es que como dijeron que había usted desaparecido, pues…
-Oh, eso –el profesor hizo un gesto como para quitar importancia al asunto –Pero tú y yo sabemos que no fue así ¿Verdad?
Pedro no supo qué contestar y se alejó. El profesor se despidió con la mano.
-Adiós, Pedro.
-Adiós, profe.

5
Pedro aprobó en septiembre con sobresalientes en todas las asignaturas y sus padres jamás se enteraron de que había suspendido en junio. Aprendió la lección: al año siguiente fue el primero de la promoción. No volvió a plantearse durante un tiempo si lo de la noche de san Juan y todo lo ocurrido ese verano había sido un sueño, real o producto de su imaginación. Decidió llevar una vida tranquila y sencilla y no meterse en líos.
Una tarde se encontró con los profesores de matemáticas y lengua por la calle. Él ya estaba estudiando en otro centro.
-Hola, Pedro –dijeron a la vez. Iban cogidos de la mano.
Pedro los saludó con una mezcla de miedo, respeto y timidez. Ellos hicieron como que no se daban cuenta y charlaron jovialmente. Le contaron que iban a casarse y que se habían comprado un terreno cerca de donde él vivía.
-¿Sabes cuál es? –preguntó el profesor –Ése que está cerca de la explanada donde se hace la fiesta de San Juan… ¿Sabes cuál te digo?
Pedro sintió un estremecimiento y creyó percibir un brillo extraño en las pupilas del profesor.
-Creo que sí sé cuál es –respondió –Pues enhorabuena.
-¿Te gustaría regalarnos algo por la boda? –preguntó la profesora con descaro.
-¿Yo? –la confusión de Pedro llegó a extremos inimaginables –Pues… claro. ¿Algo en especial?
La profesora sonrió.
-Pues mira, ya que lo dices… no nos vendría nada mal una de esas tapaderas de metal para cubrir el pozo… es tan peligroso… pero claro, eso tú ya lo sabes ¿No?
-¿Yo? –Pedro enrojeció -¿Por qué debería yo saberlo?
-Hombre, a los niños siempre se les dice que no se asomen a los sitios peligrosos. Tu mamá te lo habrá dicho de pequeño.
Pedro bajó la mirada y entonces reparó en los pies de la profesora. Llevaba sandalias y en el pie derecho sólo tenía tres dedos.
-¿Qué le ha pasado?
-Oh, nada… una mala caída que tuve hace tiempo. Caí en un sitio de difícil acceso y al intentar salir, me rompí los dedos por varias partes y me los tuvieron que amputar. Una tontería.
Pedro palideció esta vez.
-Cuánto lo siento.
-No me cabe la menor duda, gracias.
-Tengo que irme –Pedro fingió consultar su reloj –Espero verles de nuevo.
-Ten por seguro que así será, querido muchacho –dijo el profesor dándole unas palmaditas en el hombro. A partir de ahora seremos vecinos.
Pedro se alejó consternado. Semejante proximidad le ponía los pelos de punta. Aún así, apuró el paso, iba a llegar tarde a su clase de matemáticas.


FIN

domingo, 18 de octubre de 2009

ASESINATO EN LA COCINA II: VENGANZA Y SACRIFICIO



-Cuéntanos más, Chefo.
Por una vez en la vida, Thermo estaba callada e instaba a hablar a otro, vaya milagro.
Thermo esperó la continuación con avidez, moviendo sus cuchillas en velocidad uno.
-Es un sitio horrible, no tengo más que decir –continuó Chefo lúgubremente –Hace frío, hay bichos raros, la electricidad va fatal… ¿Para qué quieres saberlo si lo vas a comprobar por ti misma dentro de un par de horas?
El ama asomó la cabeza y fijó su vista en las tres máquinas, ahora juntas encima de la mesa.
-En quince minutos nos vamos –anunció con su acostumbrado tono autoritario.
Un año después del “affaire thermomix” y de haber ganado el concurso de cocina con máquinas, el ama estaba de todo menos relajada. A consecuencia del mismo, una editorial la había contratado para publicar un libro con las recetas ganadoras y unas cuantas más de acompañamiento. Henchida de vanidad, el ama había aceptado el encargo pensando que le iba a dar tiempo de sobra para cumplirlo, pero hete aquí que quedaba menos de un mes para entregar las recetas y aún le faltaban unas cuantas por experimentar. Entre el trabajo y el cuidado de su familia se veía pillada de tiempo, y su estrés y mal humor crecían día a día. Así que decidió pedir un mes sin sueldo y retirarse a acabar las recetas con sus tres máquinas a una casita que tenía perdida en la montaña. Cuando les comunicó su decisión, Chefo, que iba a aquella casa todos los veranos, puso el grito en el cielo.
-Ama, no, por favor… es un sitio horrible y aburridísimo.
El ama frunció el ceño.
-Vale… tú realmente no tienes por qué ir, casi no te voy a necesitar. Puedes esperar mientras en casa de mi madre.
La sola mención de la madre del ama hizo que Chefo se callara inmediatamente. Pensó que, por lo menos, estaría con sus amigas, así que decidió no insistir más y dejar de quejarse.
El gato de la casa, un animal grande y negro de ojos verdes, se subió limpiamente a la mesa y frotó su peluda cabeza contra la chefo, ronroneando con fruición. Ésta giró su pala de amasar con disgusto.
-Y para colmo, éste también viene… el ama dice que será útil para los ratones –rezongó.
-¿Ratones? –G despertó de su sueño eterno con un respingo -¿Hay ratones allí? ¡Odio los ratones, Chefo! ¡Ya lo sabes! ¡Los odio desde el día que…!
La GM se calló de repente, recordando el pacto de silencio que había entre las dos sobre aquel asunto.
Por lo menos no tendremos que ver a esta presumida –Continuó la chefo mirando hacia la nueva adquisición con disgusto.
La bonita cafetera Nespresso, que se había unido a la familia en enero, se echó a reír. Tenía muy buen humor y aceptaba con alegría las bromas y pullas de sus compañeras. La llamaban Ness. Bueno, menos la chefo, que la llamaba el monstruo del lago Ness.
-Os echaré de menos, chicas –dijo –Creo que George va a venir a verme mientras estéis fuera.
Thermo se echó a reír ante la broma, pero las otras dos simplemente la ignoraron. Todavía no habían aprendido bien del todo la lección del año anterior, y los celos se apoderaban de ellas con facilidad, sobre todo de Chefo. El pecado original y capital de G seguía siendo la pereza, así que mientras la dejaran dormir, todo iba bien.
-Vámonos –dijo el ama cogiendo al gato por el cogote y metiéndolo en su transportín. Thermo, por favor, a la bolsa.
Las otras dos contemplaron con envidia cómo una sumisa Thermo se dejaba introducir en su bolsa acolchada de diseño exclusivo, con su nombre y todo. La chefo y la GM irían a pelo en el coche, en el maletero.
-Por lo menos no tendremos que oírla cantar durante todo el viaje –dijo G a su amiga a modo de consuelo. Y nosotras podremos ir cotorreando a nuestras anchas.
Pero el ama llevaba tal cantidad de cosas para para pasar aquellos quince días que no había sitio para ellas en el maletero, así que tuvieron que acomodarse las tres en el asiento de atrás junto al gato, que de inmediato empezó a ronronear cuando la chefo se puso a su lado.
Thermo comenzó a quejarse desde su encierro, se aburría y quería estar con las demás. Tan pesada se puso que hubo que abrirle la cremallera.
-Pero si cantas te abandonaré en una cuneta, lo juro –amenazó el ama.
-¿Y hay otras máquinas allí con las que jugar, Chefo? –preguntó la Thermo ilusionada.
-Psss, las que fueron desterradas cuando tú llegaste, así que no creo que te reciban muy bien: la picadora, la batidora… y además la cafetera, la que había antes de que llegara Ness.
-Hay muchas máquinas de jardín –intervino el ama mientras se incorporaba en la autopista.
-Es cierto –corroboró Chefo –Un cortacésped odioso que hace mucho ruido, hace más ruido que tú, Thermo… y una desbrozadora también y… -Chefo se estremeció –Una motosierra horrible, grande, con muchas cuchillas, me da mucho miedo. Se llama Texas. Pero nunca entran en casa, ninguna de ellas –añadió con alivio.
-De todos modos no vamos a jugar, Thermo –dijo el ama –Os recuerdo que vamos a trabajar de firme. Hay que hacerlo si queremos ver ese libro publicado.
La GM gimió con disgusto ante esta declaración y se encogió todo lo que pudo en el asiento.
El viaje duraba una hora y media y las máquinas miraron el paisaje con curiosidad. Pasaban por pueblos y más pueblos, lugares que se les antojaron muy aburridos, con poca gente en las calles.
-¡Menudo despoblamiento! –murmuró Thermo asombrada.
-Pues espera a que lleguemos –protestó Chefo –No tenemos ninguna casa alrededor ¿Verdad, ama? Sólo unos vecinos a unos doscientos metros que tienen un perro odioso.
-En eso reside el encanto de la casa, Chefo –contestó el ama –Es un lugar para descansar, aislado del mundanal ruido.
El ama no lo confesaba, pero pasaba un miedo cerval durmiendo sola en aquella casa, no lo podía remediar. Y tres máquinas y un gato no la iban a hacer sentirse más protegida.
-¿Y no echarás de menos a tus trogloditas, ama?
El marido y el hijo del ama se habían quedado en la ciudad, obligados por sus quehaceres. Las máquinas suspiraron aliviadas al enterarse, el niño era muy travieso y siempre les estaba haciendo perrerías diversas.
-No. Voy centrada en trabajar –Contestó el ama tajantemente.
De repente, la chefo exclamó asombrada:
-Mira, ama… el polígono industrial. Qué avanzado está, han construido mucho desde la última vez que vine por aquí.
-Pues sí, empezará a funcionar en breve –contestó el ama mirando a su vez las grandes naves industriales que estaban a ambos lados de la carretera. Eso quiere decir que estamos llegando, chicas.
Las máquinas se aplastaron contra las ventanillas para ver mejor. Enfilaron la carretera secundaria hacia la casa, el ama se detuvo delante de un portón y se bajó a abrirlo. En ese momento el gato, que venía mareado, vomitó encima de Chefo, que se puso furiosa.
Una vez arreglado el estropicio, las máquinas miraron hacia lo que iba a ser su hogar durante los próximos quince días. Una finca enorme y agreste se extendía ante su vista, sólo interrumpida por la casita, situada en mitad del terreno. Se dirigieron a la puerta de entrada; unos metros más allá, había una pequeña piscina.
-No está mal, ama –dijo la thermo –Ahora, supongo que no tendrá muchas comodidades ¿eh?
-Para lo que tú estás acostumbrada, no –contestó el ama –Vamos dentro, hace frío y tengo que encender el fuego.
La diminuta casa tenía una planta baja con salón-comedor-cocina, un dormitorio pequeño y un cuarto de baño. Arriba estaba el dormitorio de los amos.
El ama liberó al gato, colocó las máquinas encima de la mesa del comedor y se dispuso a encender la estufa de leña. Afortunadamente, había una buena provisión de troncos.
-Qué frío hace, ama –protestó G –y eso que sólo estamos a mediados de octubre. Esto en diciembre tiene que ser horroroso.
-Venga, menos quejarse y vamos a instalarnos –contestó el ama.

EL RESTO, EN MI PÁGINA DE SAFECREATIVE

miércoles, 14 de octubre de 2009

PLAN ¿E?



Mi querida colega y amiga Hortensia Lago me ha tirado de las orejas por no publicar en el blog desde hace un mes y tiene toda la razón. Le dije la verdad pura y dura: estoy vaga. Tengo muchos planes en la cabeza pero no soy capaz de teclearlos: iba a hacer una reseña de restaurantes, una crítica de cine, iba a abrir dos secciones nuevas... bla, bla, bla. Me he dejado llevar por esta inercia nacional y de nacional precisamente versa el tema sobre el que hablaré hoy.

Como el mundo que me rodea me da bastante por aquel sitio, creo que he debido de ser la última persona en enterarme (en diagonal, of course) de lo que es el Plan E. Hace unos seis meses fui consciente de tan magna iniciativa porque cada vez que quería hacer una maniobra con el coche la calle estaba cortada por obras encabezadas por un cartelón enorme con el nombrecito en cuestión. Fíjense si seré pava que no me di cuenta del palito superior de la E (¿en forma de ceja enfurruñada, quizá?) y creí que la E era una T y me dio por pensar que lo que ponía era Plant y me dije a mí misma: ¿y qué coño tendrá que ver Robert Plant en esto? Durante un tiempo fantaseé con la idea de que las obras estuviesen encaminadas a poner hilo musical en las calles con los grandes éxitos de Led Zeppelin a toda caña para educar los oídos y orejas de la población. Triste de mí, no era por eso. Mi rocanrolera imaginación me había vuelto a traicionar.

La segunda vez que pensé seriamente en el tema fue cuando vi que el acceso a mi refugio montañés, situado, dicho sea de paso, en el culo del mundo, estaba interceptado por unos canalones gigantes y el cartelón de los coj... Después de medio millón de años alguien decidió que mis vecinos y yo ya estábamos preparados para tener agua de la traída en vez de pozo. Entonces y sólo entonces empecé a vislumbrar la magnitud de la tragedia que se nos venía encima y que, en mi caso, se materializó en forma de cartelón cejijunto la semana pasada en dos frentes simultáneos.

Soy una persona de vida rutinaria: del trabajo a casa y de casa al trabajo. Pues da la casualdidad de que ambos lugares lucen un hermoso cartelón cejijunto con todo su acompañamiento de taladros, polvo, decibelios y obreros. Cada día es una aventura para mí, pues nunca sé si he elegido el camino correcto para llegar a mi trabajo, puesto que parece ser que el Plan E no contempla usar señales para advertir a los conductores de cuándo a cuándo permanecerá la calle cerrada, etc, etc, etc.

Por otro lado, y muchísimo más grave por lo que a mí me toca, está el tema de mi casa: vivo en una calle que comunica con las demás por medio de un puente. Tras años y años quejándonos al ayuntamiento del estado del puente, han decidido arreglarlo, pero en vez de dejar un mínimo espacio para el tráfico de personas, han optado por cerrarlo entero y levantar ¡por sexta vez! la calzada a la que desemboca, de tal forma que para ir a la calle hay que dar un rodeo de cuarto de hora. Para ir a la farmacia, por ejemplo, hay que sortear un callejón trasero en el que crecen con alegría todas las especies herbáceas típicas de la flora gallega, abonadas con cariño por las deyecciones de todos los perros del vecindario. Aquí todavía no ha llegado la moda de la bolsita para las cacas del perro. Hace una semana hice varios recados por la calle principal y fui informada de que el faraónico Plan E se prolongará durante cuatro meses según fuentes oficiales, por lo que todos los comerciantes de la calle no apuestan por menos de diez. Todo esto me fue comunicado con diversos tonos de voz y gestos que expresaban distintos grados de crispación, pues esa calle había sido abierta por última vez hace sólo seis meses y los comerciantes están francamente hartos del tema. Menda lerenda ha optado por comprar el tabaco en el bar que le queda a cinco minutos aunque le salga más caro, que en el estanco que le queda a quince. Claro, así se financia el Plan E.

La piel de toro, señores míos, es una gran obra con cartelón cejijunto. Todas las localidades que he visitado este año tenían, cómo no, su cartelito, su valla, su hormigonera polvorienta. He empezado a fijarme, y saco las siguientes conclusiones:

-Que el plan E es polifacético, tanto afecta a la canalización del agua como a la mejora de los edificios; al alumbrado público como al mobiliario urbano. Gracias, señor presidente, por su consideración.

-Que, en vista de que no hay parto sin dolor, ni hortera sin transistor, ni localidad sin cartel cejijunto, debemos NADAR EN LA AMBULANCIA MONETARIA. ¿Quién dijo crisis? Parece ser que sobra la pasta por todos los lados ¿no?

-Si parece ser que el Plan e nació con la idea de fomentar el empleo ante lo que se nos venía encima... ¿por qué cada vez hay más gente en las listas del paro? Mi no comprender.

-¿El Plan E quién lo ejecuta? Preguntado de otra manera ¿Qué subcontratas se llenan los bolsillos con esto?

En vista de lo que me espera he optado por poner en práctica mi propio Plan E: ENCLAUSTRAME en mi casa hasta que todo esto acabe. Hortensia, querida, nos veremos mucho más en el ciberespacio a partir de ahora. Gracias por tirarme de las orejas.