LOS QUE HACEMOS DE ESTE BLOG UNA CASA DE LOCOS

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MORGANA

JOTAELE

AGÜELO COCINILLAS

Oficialmente, profesora

Escritora

Casada y madre de familia

Me gusta leer, escribir y el rock and roll

Toco la guitarra

Hago dameros

Me gusta Patán

Odio la política y los programas del corazón

Oficialmente, abogado

Seductor

No sabe, no contesta

Me gustan las mujeres

Toco lo que me dejan

Hago el amor

Me gusta Betty Boop

Odio a Belén Esteban y a María Antonia Iglesias

Oficialmente, jubilado

Naturalista

Viudito y disponible

Me gusta observar la naturaleza humana

Ya no toco nada

Hago disecciones

Me gusta doña Urraca

Odio la caza, la pesca y los toros.

LIBROS LEÍDOS INVIERNO 2013

J.K. ROWLING: Una vacante imprevista
NOELIA AMARILLO: "¿Suave como la seda?
LENA VALENTI: "Amos y mazmorras"

martes, 8 de diciembre de 2009

CUENTO DE NAVIDAD: LA VUELTA AL COLE DE NICOLÁS

ADVERTENCIA: ESTA ES LA SEGUNDA ENTREGA DE UNA SAGA DE CUATRO. PARA LEER LA PRIMERA ENTREGA:

TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS
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15 DE DICIEMBRE

Nicolás dio una profunda calada al cigarrillo, lo tiró al suelo y lo aplastó con rabia mientras miraba hacia el edificio, que se le antojaba espantoso. Un timbre agudísimo perforó sus tímpanos. Alguna parte de su cerebro comunicó a otra que había que ponerse en marcha y empezó a andar con desgana, diciendo no se sabe muy bien a quién:

-Anda que ya te vale… hacía setenta y cinco años que lo había dejado y en tres malditos días he vuelto a caer.

Nicolas se enfrentaba desde aquel día a su nuevo caso navideño. Un año esperando algo apetecible y entrañable y se encontraba con “esto”.

-Te vale de cojones… toda mi vida sin decir ni un taco y mira en lo que me has convertido en tres días.

Aquel año, Nicolás había sido movilizado con su saco de caramelos y su campana a un pueblo de la costa gallega conocido en el resto de la Península por su estrecha relación con el tráfico de cocaína. Y como todos los implicados en el caso trabajaban o estudiaban en el instituto de secundaria del pueblo, al jefe sólo se le había ocurrido la muy luminosa idea de infiltrarlo como profesor. Aprovechó una baja de una de las profesoras titulares que se había roto una pierna esquiando durante el puente de la Constitución (Nicolás sospechaba que la chica se la había roto a propósito, ahora que conocía a sus alumnos) y había enviado a Nicolás como profesor sustituto. Encantador.

Tres días… llevaba tres días en aquel infierno insufrible y aún tenía que estar allí hasta el 24, eso si sobrevivía al caos y a la malísima uva que le invadía por momentos. Nicolás pensaba que esa misión era un castigo divino, y nunca mejor dicho, por su comportamiento del año anterior, al haberse enamorado perdidamente de la chica a la que intentaba salvar de sí misma. Sus colaboradores se regocijaron al enterarse de su nuevo destino, diciéndole que se iba a poner ciego de marisco de primera, y bautizaron la misión con el nombre de “operación centollo”, al igual que el año anterior habían hecho con la misión que había hecho perder la cabeza a Nicolás, denominándola “operación Rottenmeyer”.

¿Marisco? Nicolás pensaba que era preferible comer mendrugos de pan durante quince días a permanecer en aquel horror de sitio tres segundos más. Si en eso consistía el trabajo docente, los profesores tendrían que ganar por lo menos cinco veces más sólo por aguantar a aquellas desquiciantes bestezuelas. Por primera vez en su eterna vida, Nicolás sintió simpatía hacia Herodes.

Entró en el edificio a donde se suponía que aquellas malas bestias iban a aprender y, al llegar a la sala de profesores, una profesora jovencita explicaba, deshecha en llanto, cómo aquella mañana pupitres y sillas habían salido volando por la ventana. Asqueado, Nicolás se dirigió a clase. Cuando llegó, el aula estaba vacía. Nicolás necesitó quince minutos para recolectar su ganado, desperdigado por los pasillos; diez para que se sentasen y quince para que se callasen. Observó con mirada severa a las chicas: la mayoría iban vestidas como fulanas, enseñando parte de su ropa interior. Dos de ellas, en la primera fila, llevaban sujetadores negros bajo las camisetas blancas, de tal forma que cualquiera podía acceder con una mirada a su lencería. Otra un poco más atrás ni siquiera llevaba sostén. Los chicos no eran mucho mejores: aparte de llevar los pantalones por debajo de la cadera dejando entrever calzoncillos de absurdos estampados, sus peinados rivalizaban en lo estrambótico.

“Definitivamente, estoy haciéndome viejo” pensó Nicolás con tristeza. Él llevaba la alegría a los niños y los adoraba, pero los pequeños después crecían, con el riesgo de convertirse en adolescentes como aquéllos, sin la menor educación, ni valores, ni nada.

-¿Para qué cojones nos va a servir esto? –Preguntó un chaval pelirrojo, interrumpiendo sus pensamientos.

Cuando Nicolás iba a abrir la boca para recriminarle su lenguaje, sonó el timbre anunciando el final de la clase. Nicolás ni siquiera se molestó en decir: “Podéis recoger”. Aquella patulea se levantó ruidosamente de sus sitios ignorándolo completamente y salió de clase, perdiéndose por los pasillos.

Ésa había sido su última clase aquel día. Nicolás se dirigió a la sala de profesores apresuradamente, recogió sus cosas y salió del edificio maldito. En cuanto traspasó los muros del infausto centro, encendió un cigarrillo. El aparcamiento se hallaba vacío en aquel momento. La casa destinada a vivienda del coserje se alzaba en el lado izquierdo, junto a un coche abandonado y herrumboso, que antaño había sido de color azul.

Nicolás sintió la presencia de su jefe a su lado antes de que pronunciara la primera palabra.

-¿Damos un paseo? –Preguntó el jefe.

-¿Tengo otra opción, Boss? –respondió Nicolás con tristeza. El jefe sólo era visible a los ojos de Nicolás.

Echaron a andar por el paseo marítimo. Afortunadamente a esa hora estaba casi vacío y no serían muchos los que se sorprenderían de ver al nuevo profesor sustituto hablando solo.

-Te veo crispado, Nicolás –comenzó el Boss –Y eso no es bueno para tu trabajo.

-Tú también estarías crispado de estar en mi lugar –contestó Nicolás hoscamente –No sé cómo permites que pasen estas cosas, si es que eres tan benevolente.

-No seas impertinente, Nicolás –El tono del Boss se hizo peligroso –No puedo controlarlo todo… Y no es que sean malos: simplemente, no han visto el camino de la verdad.

Una parejita se besuqueaba apasionadamente en un banco del paseo. Nicolás reconoció en ellos a dos alumnos suyos. Se escondió detrás de un árbol y le dijo al Boss que escuchase algo de la conversación, si es que tenían la boca libre en algún momento para hablar.

-Me gusta el novato de Historia –dijo la chica. Era una de las de la primera fila de cuarto de la ESO, con el sujetador negro y la camiseta blanca.

-A ti te gustan todos porque no eres más que una puta –contestó el chico riéndose –Seguro que te lo montabas con él en cuanto te perdiera de vista.

-¡Seguro! –Refunfuñó ella –Vete a la descarga este finde otra vez y te los pongo… estoy harta de que me dejes sola.

El chico pareció enfadado y la soltó.

-Sí, pero después bien que aceptas los regalos que te traigo con lo que gano ¿eh? Joyas de oro, tabaco americano, hachís de la mejor calidad, por no hablar de las rayas que te metes, viciosa… -le hizo cosquillas y ella se zafó –Así que te jodes, este finde tengo que ir el viernes y el sábado, pero el domingo lo pasaré entero contigo –Sacó un billete de cincuenta euros –Cómprate algo sexy y sorpréndeme.

Nicolás prefirió no quedarse a ver cómo ella cogía el dinero y siguió andando.

-Este sitio me pone enfermo –manifestó a su invisible interlocutor –Es un antro de vicio, vanidad y perdición. Me da asco. Lo voy a pasar muy mal.

-Pero tienes que hacerlo –contestó su jefe –No es de las peores misiones que has tenido, hombre.

Nicolás suspiró.

-Si al menos me dijeras algo de ella, Boss… trabajaría con más ilusión.

El jefe frunció el ceño.

-Sabes de sobra que está bien, Nicolás. No vuelvas con ésas, por favor. Además, no sé por qué te preocupas, jamás la volverás a ver.

Nicolás encajó el golpe lo mejor que pudo, pero la declaración hizo mella en su ánimo. De repente, cruzó la calle.

-Me voy a comer, por la tarde tengo que trabajar –y con tan abrupta despedida, se marchó.

***

El supermercado que estaba situado en los aledaños del instituto fue el objetivo elegido aquella tarde por Nicolás para repartir sus caramelos. Se colocó junto a la puerta con su saco y su campana y ofrecía puñados en la palma de su mano cuando alguien pasaba. Esperaba que alguno de los seis implicados se dejase caer por allí, pero ya habían dado las siete y ninguno había aparecido, igual que en los días anteriores. Se empezó a deprimir. Qué pocas ganas tenía de trabajar en aquella misión, señor…

De repente, una pandilla pasó por su lado jaleando y empujándose. También lo empujaron a él, que trastabilló y se cayó aparatosamente al suelo. Esperó en vano que alguien lo ayudara a levantarse. Cuando lo hizo, su saco había desaparecido. Los malditos niñatos se lo habían robado. Soltó un juramento.

-Me largo, total sin saco no hago nada –se dijo a sí mismo palpando en su bolsillo un puñadito de caramelos.

En ese momento, una chica se disponía a entrar en el supermercado. Nicolás la miró apreciativamente, era la primera mujer decentemente vestida con la que se topaba aquel día, incluso su indumentaria tenía visos de elegancia, por lo menos no llevaba la ropa interior a la vista.

Era una chica de unos treinta años, de pelo largo castaño muy oscuro flotando a su espalda y ojos marrones grandes. Vestía vaqueros y mocasines impecables. Parecía ensimismada en sus pensamientos y Nicolás tuvo un arrebato súbito de simpatía hacia ella, así que se le acercó con su último puñado de caramelos en la mano.

-Hola, guapa. ¿Un caramelo?

La chica frenó en seco delante de él y su rostro se descompuso en una fracción de segundo.

-No, gracias –contestó con sequedad.

-Coge uno, mujer –insistió Nicolás –No están envenenados ni nada.

El rostro de la chica volvió a su ser y entonces miró fijamente a Nicolás.

-Lo siento, no es nada personal… es que me trae recuerdos.

Pero Nicolás ya no escuchaba… había dejado caer la campana al suelo y los caramelos, para regocijo de unos niños que en aquel momento salían del establecimiento; se había abrazado a la sorprendida chica y, antes de besarla, se le oyó decir:

-¡Santo Dios! Pensé que jamás volvería a verte.

***

Horas después, Nicolás recordaba vagamente los comentarios de la gente que pasaba: “Mira el filete que se está pegando el jodido viejo, jajajaja” y cosas así. Le pareció que había pasado media historia de la humanidad cuando se separó de ella y, por un momento, tuvo miedo de haberse equivocado de persona. Pero no, aunque había cambiado mucho en un año, era ella.

Mercedes lo reconoció en cuanto la besó, a pesar de la barriga, la barba y el gorro. Ya le habían parecido sus ojos cuando lo miró fijamente, pero creyó que sólo era una alucinación fruto de la nostalgia. Cuando la abrazó no tuvo la menor duda.

-¿Qué haces tú aquí? –fue la pregunta formulada al unísono cuando se separaron.

Entremezclaron confusas explicaciones al mismo tiempo. Algunos viandantes seguían mirándolos, así que Nicolás cogió a Mercedes por un brazo y se la llevó a un sitio más alejado y oscuro.

-¿Qué haces aquí? –volvió a abrazarla -¡Qué alegría más grande, es un milagro!

Mercedes parecía no querer soltarse del abrazo. Al final lo hizo y dijo lo que menos se podía figurar Nicolás.

-Estoy… he venido a comprar vacas.

-¿Vacas? –Nicolás se echó a reír -¿Vacas? ¿De las que hacen “muuu”?

-Vamos a un sitio tranquilo y te lo explico. Tengo el coche aquí mismo.

Mercedes esperó en el audi mientras Nicolás se cambiaba de ropa en el hotel y media hora después se hallaban sentados frente a sendos cafés en un bar de carretera medio vacío, cogidos de la mano.

-¿Vacas? –volvió a preguntar un asombrado Nicolás mientras Mercedes encendía un cigarrillo –Oye –le dijo -¿Pero tú no fumabas sólo en ocasiones especiales?

Mercedes sonrió. Con el pelo largo parecía mucho más joven.

-¿Acaso no es ésta una ocasión especial? No, ahora fumo mucho más, para mi desgracia. Han cambiado muchas cosas, Nicolás…

Se hizo el silencio. Nicolás acariciaba la mano de su amada con su dedo pulgar. Ella continuó:

-Supongo que sabrás que hice las paces con mi madre –Nicolás asintió en silencio, era de la poquísima información que el Boss le había dado, y eso porque la reconciliación había sido el objetivo de su misión –Bueno, pues me enteré de que mi padre justo antes de morir había pedido una subvención para reconvertir la granja en explotación ecológica, ahora está muy de moda. Y el día que fui a ver a mi madre me comentó de refilón que se la habían concedido, pero que no tenía ganas ni mano de obra para poner el plan en marcha. Entonces me lié la manta a la cabeza, pedí la excedencia temporal en la biblioteca y decidí ayudarla.

-¡Genial! –aplaudió Nicolás.

-Por eso estoy comprando vacas –concluyó riendo –Ya sabes que me gusta viajar, así que me cogí quince días y estuve por las granjas del interior comprando rubia galega. Ahora me vine a la costa porque quería dar una vuelta antes de meterme otra vez en mi terruño y, de paso, comprar conservas de pescado en la fábrica que hay aquí, son exquisitas.

Se besuquearon durante un rato. Ahora fue Nicolás el que encendió un cigarrillo.

-¿Tú fumando? –se asombró Mercedes -¿Me cuentas qué estás haciendo aquí, de paso?

Nicolás le explicó en qué consistía la nueva misión y lo frustrado que se sentía al no haber avanzado nada en tres días.

-Verás –decía –el padre es el conserje del instituto y se está muriendo, le quedan unos meses de vida, pero él todavía no lo sabe, ni él ni nadie. Su ex –mujer es la propietaria de la concesión de la cafetería del centro, y los cuatro hijos estudian allí, de hecho una de las chicas es alumna mía. Los chicos y la mujer no se hablan con el padre, ni siquiera lo miran.

-¿Y él? ¿Hace algún intento?

-Para nada, él llega borracho ya a las nueve de la mañana, no sabes cómo apesta el cuarto de las fotocopias. Vive en la casa del conserje que hay enfrente con la única compañía de un gato siamés y se escapa durante la mañana para seguir bebiendo. Ni siquiera mueve el coche, lo tiene hecho un hierro en el aparcamiento del instituto ocupando una plaza, ni ha sido capaz de llevarlo a un desguace. Por añadidura tiene un genio de mil demonios, no me extraña que sus hijos pasen de él. Va a ser dificilísimo, si no imposible, reconciliarlos.

Nicolás se abrazó a Mercedes por enésima vez.

-¿Qué vamos a hacer? Qué guapa estás, te has modernizado completamente.

-Tenía pensado irme pasado mañana –contestó ella -¿Cuándo te vas tú? Supongo que el 24 ¿No? Cómo no…

-Ya sabes que el 24 tengo trabajo a destajo –murmuró él como excusándose.

-Me quedaré contigo hasta entonces –dijo Mercedes con firmeza –No creo que me necesiten antes de esa fecha, y si me necesitan, mala suerte. Me convertiré en tu sombra hasta que te vayas.

16 DE DICIEMBRE

A las cinco de la mañana, Nicolás fue llamado a capítulo. Como ya lo esperaba y desde antes, no le sorprendió. Así que se levantó de la cama intentando no hacer ruido para no despertar a Mercedes y se encerró en el cuarto de baño, preparado para el chaparrón.

Pero lo que le cayó encima fue un verdadero diluvio universal. El jefe estaba furioso, sí.

-¿Te has vuelto loco, Nicolás? Eres Papá Noel, no puedes estar viviendo en contubernio con una mujer por mucho que te guste durante una semana, no lo consentiré.

-Entonces ¿Para qué la pusiste en mi camino, Boss? –contestó él mirándose en el espejo con coquetería y atusándose un poco el pelo y las cejas.

-¡No fui yo en absoluto! –gritó el Boss –De haber dependido de mí jamás habrías vuelto a verla… ya se ve el efecto que te ha causado, mírate, pareces uno de esos adolescentes a los que tanto odias. Ha sido una maldita casualidad, ya te dije antes que no puedo tener todo controlado.

Nicolás se giró hacia su jefe y se encaró con él:

Uno, deduzco que no tienes tanto poder como haces creer a la gente; dos, no seas obtuso… trabajaré mucho mejor estando ella aquí ¿No lo entiendes? Ahora tengo una ilusión, por lo menos.

-¡Eres Papá Noel! –respondió el otro confundido por los contundentes argumentos de Nicolás –No puedes tener una amante, es imposible.

-No es mi amante, y soy el único papá en el mundo que no tiene hijos, mira tú por dónde…

-Eso tiene fácil solución, en otros países eres San Nicolás, y he de decir que después de tu comportamiento de esta noche de santo tienes poco… te queda grande el nombre por todos los lados.

Las espadas estaban en alto, pero Nicolás no estaba dispuesto a dar su brazo a torcer.

-No haberme dado envoltura humana –rugió.

-Puedo relevarte en cualquier momento, Nicolás: hay cientos de almas buenas deseando hacer tu trabajo, te lo advierto.

-No te atreverás –Nicolás ya se había crecido –Jamás te he fallado en un caso navideño y no lo voy a hacer ahora, y mira que está difícil.

-¡Pero cómo que no vas a fallar si tus pensamientos están ocupados únicamente por esa mujer! Maldito sea el día en que elegí esa misión. ¿Qué puñeta me importaba a mí que estuviese de puntas con su madre? –El Boss empezaba a estar desesperado.

-Ella me ayudará, Boss. ¿Puedes darnos un voto de confianza, por favor?

El Boss reflexionó.

-Vas a tener que dar datos de cómo cumples tus misiones, Nicolás. Eso no me gusta.

-Nada te gusta porque no eres capaz de entender lo que pasa por aquí dentro –Nicolás se señaló la cabeza y el corazón –NO eres humano.

-¡Eres un insolente, no te conozco! –el Boss estaba asombrado –Un terco y un caprichoso.

-Sí. HUMANO, Boss. Y quiero estar con ella hasta el 24. No tengo más que decir. Ella me ayudará en la misión y me vendrá muy bien, te lo aseguro.

-Supongo… -el Boss se ablandó viendo que no había mucho que hacer –que es mucho pedir que no haya trato carnal entre vosotros durante este tiempo…

Nicolás soltó una sonora carcajada.

-No fastidies, anda, no fastidies –Y salió del baño, dando el tema por zanjado.

***

Hasta tercera hora, Nicolás no llamó al instituto para decir que no iba a ir. Mercedes lo miraba con el ceño fruncido mientras hablaba con el conserje.

-Hombre, no tengo muchos amigos profesores, pero por lo que sé se suele llamar a primera hora para que puedan organizar las sustituciones.

Nicolás sonrió.

-Eso será en un centro normal, pero éste no lo es. Aquí nadie tiene la menor consideración hacia sus compañeros… ¡Si ayer una se cogió el día libre para ir a la peluquería y de compras y tuvo el descaro de anunciarlo en la sala de profesores…! Si ellos no son considerados, yo tampoco. Que se busquen la vida.

Mercedes lo miró con tristeza.

-Tú no sueles ser así, de verdad que me estás dejando de piedra. ¿Qué te ha pasado?

-Que estoy quemado, Mercedes. Ya se me pasará –contestó él cogiendo un montón de caramelos y su saco.

Habían bajado a desayunar y, de vuelta a la habitación, Nicolás explicó a Mercedes la tensa conversación con el Boss y su plan de acción.

-Para empezar, hoy me ayudarás a repartir caramelos. Vamos a ir al insitituto. Si apareciera yo solo, seguramente no me harían ni caso, pero yendo con una chica guapa, la cosa cambia. Tú serás la encargada de dar los caramelos correspondientes a los hijos del conserje y al propio conserje también. Yo se los daré a las hijas y a su ex. Tenemos que meter en los caramelos los papelillos correspondientes. Los caramelos se dan en mano, así que no podemos equivocarnos ¿eh? –Nicolás disponía de un ordenador portátil y una miniimpresora en la que imprimía los papelitos. Mercedes pensó que sería mucho menos trabajoso hacerlo a mano, pero no le dijo nada. A cambio, soltó:

-Me parece un poco machista eso de usarme de paje o como se llame para acercarme a ellos, Nicolás.

-Es necesario, guapa –contestó él besándole la punta de la nariz –Ayúdanos, por favor.

Mercedes miró el traje de ayudante de Papá Noel que reposaba encima de la cama.

-Los pantalones sobran –rió.

-¿Cómo dices? –preguntó él.

-LLevaré sólo la parte de arriba… si vamos a meternos en un lugar rezumante de hormonas y queremos que nos hagan caso, nada mejor que un buen par de piernas. Tú déjame a mí.

***

El reparto de caramelos estaba resultando un éxito. Mercedes fue la encargada de hablar con la dirección del centro para que habilitara la última hora de clase para que los alumnos pudieran ir al patio a dejar sus cartas a Papá Noel. No se cortó un pelo, entró en el despacho del director con su minifaldero traje rojo ribeteado de blanco y su gorro, se sentó frente a él dejándole una buena visión de sus piernas cruzadas y todo fue sobre ruedas. Ahora recordaba con vergüenza la vez que le había recriminado a María su forma de ir vestida al trabajo. Los profesores acogieron la propuesta con agrado, a nadie le apetecía dar clase a última hora de la mañana, los alumnos estaban más insoportables que de costumbre.

Así que Mercedes y Nicolás se instalaron en el patio interior a la una, y dejaron que los chavales se fueran acercando, aunque sólo fuese para escuchar tonterías. Mercedes ya estaba ojo avizor esperando a sus dos víctimas: Xerome y Brais, los dos hijos varones del conserje, el mayor de dieciocho años y el segundo de diecisiete. Antía y Maruxa, las chicas, eran misión para Nicolás.

-¿Qué haces después? –preguntó un descarado de segundo de bachilerato a Mercedes mientras recogía el caramelo que ella le tendía.

-Nada de tu incumbencia, esqueje –contestó ella sonriendo.

-Tú te lo pierdes –masculló el chico con gesto molesto.

Mercedes ya no le escuchaba, había divisado a Xerome paseándose por el patio con aire de superioridad, como si todo aquello le pareciese una niñería insufrible. Se dirigió a él palpando en su bolsillo los tres caramelos marcados. Esperaba no equivocarse.

-Hola, guapo. ¿Un caramelo? –Le ofreció uno en la palma de la mano.

Xerome sonrió con condescendencia y un poco de desprecio. Era un tiarrón para su edad: casi metro noventa, moreno, con el pelo algo largo y descuidado, mirando a todo el mundo por encima del hombro. Xerome iba por la vida de intelectual, pero casi no sabía redactar dos líneas sin faltas de ortografía.

-¿No tienes de limón? –Fue su única contestación al ver la golosina envuelta en papel rojo.

Mercedes se maldijo. La próxima vez tendría que decirle a Nicolás que había que preparar caramelos de todos los sabores.

-TODOS son de limón –contestó ella intentando guiñarle un ojo con picardía –Sólo que llevan los papeles de diferente color. Y están riquísimos.

Xerome contempló a Mercedes durante un buen rato. Ella se estremeció. Se sentía como si la estuvieran desnudando y era una sensación desagradable.

-Está bien –cogió el caramelo y comenzó a desenvolverlo –Pero sólo porque me lo das tú… a buenas horas iba yo a coger un caramelo del viejo ése –Tiró el papel al suelo –Ya podían tener algún psicotrópico o algo, mujer…

-Oye, no tires el papel al suelo –le recriminó ella.

-¿Por qué no? –contestó insolentemente –Ya lo limpiarán luego ¿no?

Mercedes reunió valor y dijo, con una voz que a ella le pareció de hierro:

-Coge el puto papel, coño –Le sonó fatal, pero tenía que ser así. Ahora entendía por qué de repente Nicolás fumaba y decía palabrotas cuando nunca antes lo había hecho. Aquella gente contagiaba su agresividad.

Xerome la miró asombrado, alzó las cejas y, sin apartar los ojos de ella, se agachó y cogió el papel. Buscó una papelera donde tirarlo.

-¡Mira! –gritó Mercedes –Hay unas letras en el envoltorio.

Xerome cogió el papelillo y lo leyó intrigado.

FIESTA RACHADA ESTA NOCHE EN EL BAR “LA SETA VENENOSA”. NO TE LA PIERDAS POR NADA DEL MUNDO.

-¿Estáis de coña? –preguntó -¿”La seta venenosa”?

-Con barra libre, majo –contestó Mercedes poniéndole una mano en el hombro descaradamente –Supongo que no faltarás.

-¿Tú estarás allí? –quiso saber Xerome.

-¡Por supuesto que sí! No me lo perdería por nada del mundo. Irás ¿Verdad?

-Si vas tú, sí –Contestó Xerome muy serio.

Lo que el pobre no sabía era que a la fiesta sólo había seis personas invitadas.

***

Nicolás y Mercedes discutieron el plan de acción mientras comían una caldeirada de pescado.

-He ligado, Nicolás. Con Xerome –rió ella -¿Y ahora que hago?

-Aprovechar tu ventaja para acercarte a él, mujer –contestó Nicolás algo molesto –Hoy al verte me estaba acordando de la primera vez que te abordé, con tu moño y aquel traje de gobernanta inglesa espantoso, qué miedo dabas. Y aquellas gafas… por cierto, ya no llevas gafas.

-Me operé hace seis meses –repuso Mercedes dando un sorbo a su copa de vino –María casi me obligó a ello ¿Sabes? Ella es la principal responsable de mi cambio de look.

María era la antigua ayudante de Mercedes en la biblioteca. De repente, Nicolás tuvo ganas de saber de todos ellos.

-¿Qué es de ellos, Mercedes? A veces he sentido curiosidad.

-Pues María tuvo un niño en agosto, se llama Gonzalo. Y se arregló con el padre, así que está muy contenta. Gloria y Cristina siguen como siempre, bien. Y Fernando y Juan se han casado. Por cierto, fui la madrina de su boda y soy la del niño de María y la de la niña que tuvo mi amiga Rebeca. Parece que es mi destino ¿eh? –se echó a reír.

-¿Pero ahora los sigues viendo, encerrada en la granja? –preguntó él.

-¡Ya lo creo! Bajo a la ciudad todos los fines de semana, es mi válvula de escape. Voy al teatro y al cine, o a cenar… a hacer vida social, Nicolás. ¡Yo, que era una anacoreta! ¿Te imaginas? Eso fue culpa tuya. Gracias, por cierto –concluyó cogiéndole la mano.

-Me alegro muchísimo –Nicolás quería preguntar bastante más, pero no se atrevía. Quería saber si la vida social de Mercedes se había extendido hasta el punto de haber tenido alguna relación, aunque sabía que no tenía ningún derecho a acceder a esa información -¿Y tu madre acepta bien tanta vida social?

-No le queda otra –contestó Mercedes sonriendo –Pasó un año sola ¿Recuerdas? Y no quiere volver a la situación de antes, así que se ha tenido que acostumbrar. Además, estoy cinco días a la semana con ella y he puesto a funcionar la granja. Nos hemos ganado el respeto de todo el pueblo. Somos los mayores productores de huevos ecológicos de la comunidad y ya se venden en todos los supermercados –terminó con un deje de orgullo en la voz.

-No te imagino de granjera, la verdad –sonrió él.

-Dejemos de hablar de mí –Mercedes encendió un cigarrillo -¿Cómo vas a arreglar lo de esta noche? El dueño de “La seta venenosa” es un pájaro de cuidado, creo.

El dueño de “La seta venenosa” era, además, el mayor narcotraficante de la zona. Tenía dos hijas estudiando en el instituto que no tenían ni idea, o no querían tenerla, de la procedencia de los generosos ingresos de su padre. Era aborrecido por gran parte del pueblo, que lo culpaban directamente de la caída de sus hijos en la espiral de la cocaína. Además, se nutría de los adolescentes de la zona para las descargas de coca. Como bien decía Mercedes, era un pájaro de cuidado.

-Arreglado está –informó Nicolás –Lo hemos untado a conciencia y nos alquila el bar por esta noche.

-Pues no será porque necesite el dinero… -Aventuró ella.

-No, pero nunca es suficiente para él –Nicolás titubeó –Por cierto, nena, tendrás que hacer de camarera.

A Mercedes le cayó el tenedor en el mantel.

-Tú te has vuelto loco –gritó –Ni se te ocurra, no pienso hacerlo.

-Venga, Mercedes, no seas moñas –sermoneó él –Yo no puedo hacerlo, soy profesor en el instituto. Sólo van a ser seis personas, eso con suerte. Y a Xerome le has entrado por el ojo bueno. Yo estaré en la cocina por si me necesitas. Si me quieres ayudar, tienes que estar dispuesta a ir hasta el final.

Mercedes suspiró.

-No creí que tuviera que hacer cosas así, de verdad. Jamás en mi vida he puesto una copa ni nada…

-Yo he tenido que hacer las cosas más estrambóticas en mis misiones. Nadie dijo que fuera a ser fácil.

-¿Por ejemplo? –se interesó Mercedes.

Nicolás cogió la mano de Mercedes y la besó con delicadeza.

-Ya lo sabes tú bien… no hace falta que te explique nada.

-Oh, sí… seguro que hiciste un esfuerzo terrible, pobrecillo.

Nicolás se levantó y ayudó a Mercedes a ponerse el abrigo.

-Vamos a descansar un rato, anda. Nos hará falta estar despejados para esta noche.

***

El primero en llegar a “la seta venenosa” fue el conserje, hombre delgado y huraño, siempre alerta hasta que el alcohol le mordía a conciencia y le hacía bajar la guardia. Era conocido en todo el pueblo con el mote de El Queimada, debido a su afición al aguardiente. En realidad, se llamaba Gumersindo. Atraído por la invitación gratis que ofrecía el envoltorio del caramelo, no se lo pensó dos veces. Llegó a la barra y pidió un buen copazo de aguardiente de hierbas. Mercedes se lo sirvió, intentando sonreír. Gumer encendió un cigarrillo y le ofreció otro a Mercedes, que aceptó.

-Veo que saben elegir bien –dijo el conserje –Son ustedes muy listos… piden entrar en el centro para repartir propaganda que incite a beber a los alumnos… como en este pueblo son todos unos descerebrados nadie protestará, no se preocupe.

-No me preocupo –contestó Mercedes con jovialidad. Pero sí que se preocupó, no se le había ocurrido pensar en algo así –Yo sólo soy una mandada, contratada, vaya…

-Ya. Usted hace su trabajo y lo hace bastante bien –La miró de arriba a abajo.

Mercedes volvió a sentir la misma sensación de desagrado e inquietud que le había invadido por la mañana… culpa suya, por ponerse aquel modelito. Eran la minifalda y la blusa que llevaba María la mañana en que la llamó vieja insoportable, amargada y solterona. Cuando su embarazo se hizo muy evidente, le dijo:

-Toma, Mercedes, yo ya no me las puedo poner y quiero que te las pongas tú, jajajaja. A ver si dejas de ser una vieja insoportable, amargada y solterona.

-Vale –contestó ella –Pero no me pidas que te las devuelva cuando tu cuerpo vuelva a su ser.

Así que se había ido quitando la timidez poco a poco hasta llegar a modernizarse hasta extremos inimaginables. Nicolás había alucinado bastante cuando vio que llevaba un piercing en el ombligo y un tatuaje en forma de Papá Noel en una nalga.

-A la piscina sin agua –Había dicho ella –Sólo voy a vivir una vez.

La entrada de Casilda, la ex del conserje, con sus hijas interrumpió los pensamientos de Mercedes. El ambiente se vició de repente, como si alguien hubiese soltado un gas venenoso. Antía y Maruxa miraron hacia su padre con miedo y se escondieron detrás de su madre, que se echó hacia delante como un mascarón de proa en actitud desafiante. Aunque no hacía falta tanta precaución. El conserje estaba borracho y miró a las tres con ojos vidriosos.

-Antía, Maruxiña… -dijo con voz pastosa en un tono que intentó ser cariñoso.

-Ni te acerques a ellas –Masculló Casilda con una voz más que amenazadora –Ni te acerques… o no sé qué te hago…

Mercedes asistía fascinada al espectáculo del odio y el rencor. Por el rabillo del ojo vislumbró a Nicolás tras las cortinas de la cocina, contemplando la escena en silencio.

En aquel momento entraron en el local Brais y Xerome, muertos de risa. La hilaridad se les quedó congelada en los labios al ver la situación.

-¿Qué significa esto? –Gritó Xerome acercándose al padre amenazadoramente -¿Dónde está todo el mundo? ¿Qué hace este hijo de puta aquí?

-La entrada es libre –contestó Mercedes adustamente –No se os ocurra montar bronca aquí. El que quiera bronca, a la calle.

-¡Vámonos! –Rugió Xerome cogiendo a su madre por el cuello –Antía, Maruxa, Brais, vámonos he dicho. ¡Vámonos!

Los cinco salieron. Las niñas, cabizbajas; Casilda, erguida y desafiante; Xerome y Brais, furiosos. El conserje echó a Mercedes una mirada suplicante y, acto seguido, se derrumbó completamente borracho.

17 DE DICIEMBRE

Mercedes salió de “La seta venenosa” a la una de la madrugada, agotada y confusa. Nicolás se había llevado al conserje a su casa. Ella sólo quería llegar al hotel y acostarse.

Pero el destino le reservaba otros planes. Estaba llegando al coche cuando divisó la alta figura de Xerome apoyado indolentemente en su flamante audi TT. Le empezó a burbujear la sangre.

-Levanta el culo de mi coche ahora mismo –Ordenó con una voz que no sabía de dónde le había salido. Odiaba decir palabrotas, pero ése parecía ser el único lenguaje que entendía aquel niñato.

-¿Es tuyo? –preguntó el chico con admiración –Es una pasada, una preciosidad, casi tan bonito como tú.

Mercedes hizo caso omiso al piropo y abrió el coche. Xerome no se apartó.

-¿Me llevarías a casa? Vivo lejos para ir andando con el frío que hace.

Mercedes se quedó descolocada… ¿y ahora qué iba a contestar? Estaba claro que Xerome estaba esperando por ella, hacía rato que su madre y hermanos se habían marchado. Vio algo en los ojos del chico que le dio una pena tremenda.

-Está bien, sube. ¿Dónde es?

Xerome le indicó la dirección. Efectivamente, quedaba a unos cuatro kilómetros. Cuando llegaron, Mercedes paró el motor. Xerome dijo:

-Ven, sentémonos un momento en ese banco, por favor. Estoy algo chungo ¿sabes?

Mercedes salió del coche y se sentó a su lado en un banco del paseo. Observó cómo sacaba una china y empezaba a liar un porro. Tardó poco en hacerlo, se notaba que tenía práctica. Mercedes se preguntó cuántos fumaría al día.

-¿Quieres? –Ofreció.

-No, gracias, no me gusta –repuso ella encendiendo un ducados -¿Tienes ganas de hablar de algo en particular?

-No, tengo ganas de otra cosa –contestó él rodeando a Mercedes con su brazo e intentando besarla. Ella torció la cara con evidente desagrado.

-¿Qué pasa, no te gusto? –preguntó Xerome

Mercedes suspiró y se zafó como pudo del abrazo. Le explicó a Xerome que tenía edad suficiente para ser su madre, treinta y seis años. Y que ya mantenía una relación con alguien. Y que no estaba interesada en absoluto en un niñato como él que montaba tremendos espectáculos en público.

-No hables de lo que no sabes, por favor –contestó él –Déjame que te explique…

Pero Mercedes estaba agotada y no tenía ninguna gana de escuchar explicaciones. Se levantó, se metió en el audi y salió picando ruedas.

***

Para Nicolás habría dado lo mismo que ese jueves 17 hubiese sido martes y 13, en vista de lo mal que había empezado el día. Primero, había tenido que llevar al beodísimo conserje a su casa y acostarlo en la cama. De las mil incoherencias que dijo, Nicolás sólo pudo deducir que la muestra pública de rechazo de su familia efectivamente le había afectado. Lo tapó amorosamente y se fue a dormir. Mercedes ya estaba completamente frita, así que no pudo intercambiar ninguna información con ella. Nicolás estaba furioso, Mercedes y él no tenían toda la vida para estar juntos, el 24 se separarían y sus noches estaban contadas. Ya habían desperdiciado una para nada, porque se veía claramente que no había voluntad de arreglo por ninguna de las partes.

Aún encima, aquella mañana tenía un montón de clases seguidas. Se despidió de la dormida Mercedes con un beso en el pelo y se marchó. Ya la vería a la hora de comer.

A segunda hora tenía libre, así que se acercó a la cafetería a tomarse un café. Se quedó planchado al entrar y ver que sólo estaban Casilda y Gumer en la estancia. Los dos actuaban como si no se conocieran de nada. Nicolás se sintió violentísimo, ya iba a dar la vuelta cuando Gumer le hizo un gesto para que se aproximara.

-¿Qué tal ha amanecido, Gumer? –preguntó Nicolás mientras Casilda le ponía un café delante con gesto de mala uva.

-Bien, bien… ayer me bajó la tensión, nada más. Gracias por llevarme a casa, muy amable.

En ese momento asomó la cabeza el director preguntando por Gumer y el conserje se marchó. Casilda y Nicolás se quedaron solos. Ella parecía a punto de estallar.

-¿Bajada de tensión? ¡Ja! –escupió –Viejo borracho…

-Veo que no se llevan ustedes muy bien –comentó Nicolás.

Casilda soltó el trapo de secar los vasos y se acercó a él.

-Me imagino que ya le habrán contado toda la historia –Nicolás asintió –Este hombre no me ha dado más que disgustos desde que lo conocí. Primero, en nuestro matrimonio, siempre borracho y con mujeres. Cuando nos separamos tuve que ponerme a fregar escaleras durante muchos años para sacar adelante a mis hijos, él no me pasaba un duro, no tenía ni para mantenerse a sí mismo, todo se le iba a la botella. Mis hijos me han visto llorar muchas veces, señor, por eso lo odian tanto, sobre todo los dos mayores. Las niñas son más cariñosas, ya se sabe… Ahora me pasa una mínima pensión por los cuatro, menos mal que me dieron la concesión de la cafetería y pude dejar de deslomarme fregando. Y aún encima tiene el rostro de venir aquí a tomar café, sabiendo que tengo que admitirlo me guste o no. Oh, qué desfachatez…

La mujer se había despachado a gusto, desde luego.

-¿No hay posibilidad de arreglo entre ustedes? Sobre todo por los chicos, no creo que les beneficie en absoluto esta situación de tensión. Ahora entiendo por qué Xerome pasa absolutamente de todo.

Ella reflexionó.

-Verá, por mi parte no habría problema siempre y cuando no me diera la lata ni me pidiese dinero… pero son los chicos precisamente los que no quieren. Además ¿Qué entiende usted por arreglo? ¿Meterlo otra vez en casa? ¡Por encima de mi cadáver!

-Mujer, meterlo en casa no, pero que vaya los domingos a comer, por ejemplo… o en Navidad, ahora que está tan cerca…

Casilda enarcó las cejas con asombro.

-No, de ninguna manera… no se puede borrar todo el daño que ha hecho durante años de un plumazo. ¿Qué pasa? ¿Que ahora se siente viejo y solo? Pues que se vaya con las putas que lo recibían con los brazos abiertos en sus años mozos.

Sonó el timbre para ir a clase y Nicolás se despidió. Se sentía deprimidísimo. Y lo peor aún estaba por llegar.

A cuarta hora Nicolás tenía clase con cuarto de la ESO, justamente con la clase de Xerome. El chico se sentaba detrás de todo con otro gandul de su misma edad, Pacho. Pacho era el chico que estaba en el paseo marítimo con su novia el día que Nicolás paseaba con el Boss. Trabajaba los fines de semana en la descarga de tabaco, hachís y cocaína y hacía alarde de sus holgados ingresos: todo el joyerío que llevaba encima era de oro: piercings, cadenas, pulseras y anillos.

Xerome y Pacho eran amigos y rivales desde pequeños, incluso habían repetido los mismos cursos. Y una de las cosas en las que más rivalizaban era en el acoso y derribo de chicas, hasta el punto de que llevaban la cuenta de con cuántas habían ligado durante su vida. Aprovechando que Nicolás había repartido unos mapas para señalar en ellos los modos de producción ayudándose de los datos del libro, Pacho empezó el interrogatorio a su amigo:

-Al final qué, ¿te la tiraste? –preguntó expectante.

Xerome se encogió de hombros intentando poner lo que el llamaba “su cara de seductor”. Ninguno de los dos se dio cuenta de que Nicolás estaba detrás de ellos y que se había sentido atraido por su conversación, aún sin saber de quién hablaban.

-¿Lo flipas? –contestó Xerome con indiferencia –Pues claro… la tía lo estaba pidiendo a gritos.

-Anda ya… -dijo Pacho divertido –Menos lobos… ¿una tía mayor que acabas de conocer? Anda que no tendrá más con quien follar que contigo…

-¿Dudas, mariconazo? –Xerome alzó ligeramente la voz –La esperé a la salida de “la seta venenosa” y me llevó a casa en su coche, no veas el pedazo de audi TT que tiene la tía… casi está tan bueno como ella. Allí nos lo montamos, en el coche. Y no tuve que insistir mucho ¿eh?

Esta vez, Nicolás sí aguzó el oído.

-Bueno… ¿Y qué tal? –Pacho volvió a la carga, la envidia empezaba a apoderarse de él por momentos.

¡De puta madre! –dijo el otro con languidez contradictoria –Un completo putón… a partir de ahora sólo me enrollaré con tías mayores, son la caña, tío. Si sus gritos se debían de oír desde todo el paseo marítimo…

Entonces, Nicolás entró como un tanque: agarró al despistado Xerome por el cuello del jersey y le dio un puñetazo en toda la nariz que le destrozó la mano. Los veinticinco alumnos se levantaron a la vez, encantados de la vida:

-¡Bullaaaaaaaa! –gritaron.

Nicolás no era capaz de recordar después cuánto había durado la pelea. Los profesores de las aulas cercanas habían irrumpido en su clase al oír la gresca y los habían separado. De ser por los alumnos, habrían seguido peleándose durante mucho más tiempo. Xerome pegaba para defenderse, porque no tenía ni idea de por qué aquel loco lo estaba atacando con tal saña. Pero lo que sí tenía claro era lo que había escuchado de labios de Pacho cuando el jefe de estudios se lo llevaba de allí casi a rastras y empapado en su propia sangre:

-¡Fantasma! No me creo nada, puto fantasma… la próxima vez que te folles a alguien tráeme una prueba o seguiré sin creérmelo… ¡Fantasma!

***

Si algo bueno tenía aquel centro, pensó Nicolás, era su idéntica mano blanda tanto para los alumnos como para los profesores. Se había librado de una denuncia por los pelos. Se reunieron en el despacho del director él, Xerome y sus padres. Una vez explicado el motivo por el que Nicolás había agredido a Xerome, el chico manifestó:

-¿La chica es su novia? Entonces lo entiendo, si yo pillara a un hijoputa hablando así de mi novia también habría intentado partirle la cara. No pasa nada.

-¿Seguro que no quieren denunciar? –Preguntó el director –Están en su derecho.

Los tres miraron a Nicolás y negaron con la cabeza.

-¿Para qué? –Preguntó el conserje –Su castigo empieza a partir de ahora.

Nicolás se quedó perplejo.

-Usted espere… mañana no podrá andar por el pasillo sin temer por su integridad. Xerome le ha perdonado, pero el resto del alumnado no lo hará.

Nicolás sintió cómo un escalofrío le recorría la espalda.

-Por eso –dijo el director –Tú lo acompañarás en cada cambio de clase, Gumer.

Nicolás pensó que lo mismo daba, si querían vengarse podían hacerlo igualmente dentro del aula. Salió con Xerome al pasillo y le dijo:

-Perdóname por haberte pegado… me encendí… Gracias a Dios que no te he roto la nariz ni nada.

-Ya se lo he dicho, no se preocupe. Hay cosas con las que no se juega. Y además, todo era mentira ¿sabe? Una fantasmada para picar a Pacho. Su novia me acompañó a casa e intenté algo, pero ella me rechazó.

-Eso nunca lo he dudado; pero por ella, no por ti.

Se separaron y Nicolás salió al aparcamiento. Allí encontró a Gumer y Casilda hablando. Se parapetó detrás de un coche para escuchar sin ser visto.

-Cada día tengo más claro que es igual a ti –Gritaba Casilda furiosa –Lo único que le interesa son las chicas y las drogas. No haré bueno de él con la herencia que tiene…

-¿Y yo qué quieres que haga, Casilda? –se defendía el conserje –Si nunca me has dejado acercarme a él… ¿Cómo iba a ejercer de padre?

-¡Mejor que ni te acercaras, maldito borracho! –bramó ella –Menudo ejemplo… Pero yo ya no puedo con él, no puedo… está empezando a ir a la descarga algún fin de semana, maneja dinero y drogas, hace lo que le da la gana. ¡No puedo!

El gato del conserje se acercó y se frotó contra los tobillos de su amo. Gumer lo cogió y lo acarició con cariño.

-Arréglatelas sola, Casilda. Es lo que has hecho siempre –Y se dio media vuelta para abrir la puerta de su casa.

***

Xerome llevaba media hora sentado con un frío tremendo en un banco del paseo, esperando por ella. Se había fumado dos porros para calmar la ansiedad que sentía y ahora estaba un poco más relajado. Y, sobre todo, con las ideas clarísimas: aquello era lo que tenía que hacer.

Vislumbró la silueta de Vanessa en lontananza recortada en la oscuridad, caminando con parsimonia. No parecía tener frío. También vio cómo le sonreía cuando lo reconoció.

-Hola, Xerome –saludó -¿Qué haces aquí?

-Nada –contestó él –Perdiendo el tiempo… esperando que pase alguna chica guapa, a lo mejor. ¿Vas para casa?

-Sí –Repuso Vanessa -¿Me acompañas un rato?

-Claro. ¿Pacho no está hoy?

El rostro de Vanessa se ensombreció.

-No. Alguno de sus negocios, supongo. Estoy hasta el coño, tío. El finde pasado ya me reventó el viernes y el sábado… Puta descarga, de verdad…

-Vanessa, la descarga paga los pantalones de marca que llevas, la cadena de oro que tienes colgada al cuello, la coca que te metes…

Vanessa torció la cara, parecía a punto de echarse a llorar.

-Ahora, tienes razón –la voz de Xerome se hizo suavísima como el lomo de un gato –Pasas mucho tiempo sola. Pacho no hace bien ahí, yo jamás te habría dejado sola tantísimo tiempo.

Vanessa se volvió hacia él y le echó una mirada de agradecimiento.

-¿Verdad que sí? Yo tengo razón. Pacho dice que soy una quejica y que tiene que trabajar a ese ritmo si quiere hacerse rico antes de los veinticinco. Pero no es tanto pedir que mi novio esté conmigo los fines de semana ¿no? Él dice que es el precio que tengo que pagar por ser la novia del tío más deseado del pueblo, pero… -Se interrumpió –Ésa es otra, mis amigas siempre me están diciendo que tengo unos cuernos que no puedo entrar por la puerta. Todo es envidia, por supuesto –continuó con tono de autoconvencimiento.

-Por supuesto –corroboró Xerome con guasa –Pero te voy a decir una cosa, Vanessa: no se puede dejar solita a un bellezón como tú, eso es pecado mortal… ¿Te apetece que tomemos una cerveza o algo?

-Oye, Xerome –contestó Vanessa medio en broma, medio en serio –Tú no estarás tratando de ligar conmigo ¿eh?

-Pero qué dices, tía –Xerome se fingió escandalizado –Nada más lejos de mi intención, aunque me muriera de ganas, que a lo mejor sí me muero –bajó el tono y se acercó sibilinamente a ella –Pacho es mi mejor amigo y sería una guarrada ¿No crees?

-Claro, claro… Qué tontería. Me quedo tranquila, hombre. Era broma.

18 DE DICIEMBRE

A las dos de la mañana, Antía y Maruxa seguían cotorreando de cama a cama.

-Me da pena papá, Maruxa –decía Antía en la oscuridad.

-A mí no –contestó la otra con voz repipi –Tiene lo que se merece. ¿Cómo te puede dar pena si nunca ha vivido con nosotros y no sabemos cómo es? Lo único que sabemos es a través de mamá y Xerome, y no cuentan más que cabronadas.

-Sin embargo, me da pena. No lo puedo remediar. Ahí todo solo…

Maruxa suspiró y se incorporó sobre un codo.

-Antía, tengo que contarte algo –susurró con voz emocionada.

-A veeeeer.

-Hoy he estado en Santiago, tía.

-¿Qué? –Antía se incorporó de un brinco. Maruxa sólo tenía catorce años y Antía se sentía un poco en el deber de cuidar de ella -¿Haciendo qué? Y… ¿Con quién?

-Te lo cuento si no dices nada ¿eh? ¿Me lo prometes?

La otra prometió, aunque se temía que el tema no le iba a gustar un pelo.

-Cuando salí esta tarde a pasantía me encontré a Pacho.

-¿El camello? Pues qué bien, niña… buenas compañías.

-Calla y no me des la charla. Me dijo que se iba a Santiago a pasar la tarde y que si quería me llevaba. Ya sabes que le dieron el carné hace una semana.

Sí. Antía sabía de sobra… y que tenía comprado el coche tuneado desde bastante antes.

-Así que me fui con él. Estuvo que te cagas… conduce a toda hostia, como en las películas. Y no paró de tirarme los tejos a la ida y a la vuelta, que si soy la tía más maciza del pueblo y eso que sólo tengo catorce, que avise cuando me eche novio para ponerse a la cola… Está tan bueno…

Antía no se atrevía ni a respirar. Tenía una cabeza excepcionalmente bien amueblada en su cuerpo de dieciséis años y enseguida se dio cuenta del tremendo lío en el que se iba a meter la descerebrada de su hermana. Sabía que no le iba a hacer caso, pero aún así, sintió la necesidad de prevenirla.

-Pacho sale con Vanessa, así que no tienes nada que hacer…

-Eso lo veremos –argumentó la otra con desprecio –Me dijo que está harto de ella, de hecho me prometió que mañana hablaría con ella para dejarla y que entonces estará libre para mí… Eso. Yo seré la más envidiada entonces –Maruxa se abrazó las rodillas mientras soñaba despierta.

-Maruxa… ¿qué pasó en Santiago? –preguntó Antía casi sin voz.

Maruxa encendió la luz, se dirigió al armario y sacó tres o cuatro prendas de ropa.

-Me llevó de compras, mira, me compró todo esto… ¿Ves el top de lentejuelas? Me lo regaló para ponérmelo el sábado en la fiesta de los de segundo –Los de segundo de Bachillerato recaudaban fondos para su viaje de fin de curso haciendo guateques en la discoteca del pueblo –Y allí todo el mundo se enterará de que somos novios.

-¿Qué va a decir mamá de esta ropa? –Antía estaba al borde del desmayo.

-No tiene por qué enterarse, no me verá nunca con ella puesta –contestó la otra con descaro. A sus catorce años, Maruxa parecía tener más conchas que un galápago.

-¿Y no te pidió nada a cambio de la ropa? –interrogó Antía como un juez terrorífico.

-¿Nada de qué? Oh, te refieres a un polvo o algo así ¿no? Pues no, él me respeta.

Antía se dio cuenta de que su hermana dudaba, así que le apretó un poco las clavijas.

-¿Entonces por qué dudas, Maruxa? ¿No tienes la conciencia tranquila? ¿Has hecho algo de lo que tengas que arrepentirte?

-¡Claro que no! Todavía…

Antía se sintió exasperada. Le estaban dando ganas de abofetear a Maruxa.

-¿Qué es eso de “todavía”?

-Bueno –A Maruxa la invadió una timidez súbita –A la vuelta paramos un rato por… ahí. Ya sabes.

-No, Maruxa, no sé. Por eso me gustaría que me lo explicaras.

-No pasó nada, mujer… nos dimos un poco el lote, nada más.

-¿Qué es un poco? –gruñó Antía. Ella nunca había tenido novio. Se pasaba la vida estudiando. Sus objetivos eran otros.

-Ay, me da corte…

-No haber empezado. Repito la pregunta: ¿Qué es un poco?

-Nada, hombre, un par de morreos, un poco de mano por aquí y por allá… nada del otro mundo. ¡Te juro que he vuelto tan entera como salí de casa esta tarde!

-Estás chalada, tía –casi gritó Antía –Como sigas así te veo con un bombo en menos de un año… toda tu vida echada a perder.

-Pero qué dices, mujer… eso sería lo ideal. Pacho tendría que casarse conmigo, tendría la vida resuelta y un pedazo de hombre en casa para mí sola. Ojalá fuera así…

Antía apagó la luz y se dio media vuelta, dando por zanjada la discusión, pero preocupadísima por el futuro que vislumbraba para su hermana. Si hubiera podido formular un deseo en voz alta, se habría oído:

-Largarme de esta mierda de pueblo de una vez y no regresar nunca, nunca, nunca jamás.

***

Mercedes despertó con la vejiga a reventar. Quiso levantarse, pero Nicolás la tenía tan aferrada a su propio cuerpo que no pudo. Parecía que tenía miedo a que se escapase. Le cogió la mano derecha y la levantó para apartarla. Nicolás exhaló un gemido de dolor, era la mano con la que había agredido a Xerome.

Mercedes se había quedado horrorizada cuando Nicolás le contó la pelea con Xerome. No tanto por el ataque de celos de él, como por las palabras de Xerome, prueba verbal de la idiosincrasia que reinaba en el pueblo aquel.

-Esta gente parece pensar que las mujeres son una especie de objetos de usar y tirar ¿No? –profirió.

-Aún hay muchos sitios donde se piensa así, Mercedes. Queda mucho por cambiar en esta maldita sociedad.

Mercedes se sorprendió cuando Nicolás le dijo que no le iba a pasar nada por el puñetazo, excepto sufrir el desprecio de todos los alumnos.

-Xerome tiene un extraño sentido de la justicia, la verdad –comentaba Nicolás –En fin, cielo. Me voy a clase, si no vuelvo es que me han linchado –Añadió besando a Mercedes -¿Tú qué vas a hacer?

-Pues mira, a lo mejor me paso por la cafetería del centro a ver si puedo convencer a Casilda…

-Nos vemos para comer entonces.

Nicolás se dirigió al centro un poco desconfiado, por no decir asustado. Sí, tenía miedo a ser agredido, para qué negarlo. Y además le daba vergüenza tener que ser escoltado a clase como un ministro o algo así.

Al llegar, Gumer ya lo estaba esperando en la sala de profesores para acompañarlo justamente al aula donde se había producido la pelea el día anterior. Nicolás lo siguió nervioso. Aunque esperaron unos minutos después de sonar el timbre, aún había alumnos por los pasillos que lo increparon al pasar:

-¡Hijo de puta!

-¡Fascista de mierda, cabrón!

-No les haga caso –murmuró Gumer, que parecía sobrio a esa temprana hora –Se les va toda la fuerza por la boca, créame.

Pero Nicolás no las tenía todas consigo y se sintió muy poca cosa cuando entró en el aula de cuarto y tuvo que enfrentarse a veinticuatro pares de ojos hostiles. Xerome aún no había llegado. A lo mejor había suerte y no iba a clase ese día.

Nicolás intentó que su voz sonara firme e indiferente.

-Buenos días. Hagan el favor de abrir el libro por la página cincuenta y cuatro.

En ese momento llamaron a la puerta y al “adelante” dicho por Nicolás, se abrió. Xerome estaba en el umbral, con su nariz ennegrecida.

-Buenos días, profesor. ¿Puedo pasar?

Nicolás jamás habría esperado un tono tan reposado y educado. Era toda una declaración de intenciones. Estaba diciendo: si yo lo he perdonado, ¿por qué no podéis hacerlo vosotros?

-Por supuesto que puedes pasar, Xerome –contestó.

Xerome se dirigió a su pupitre, en la última fila. Pasó por delante de la mesa de Nicolás y le hizo una cortés inclinación de cabeza. Su gesto tenía un nosequé divertido que puso a Nicolás en guardia. Cuando tuvo que reconstruir los hechos más tarde, reconoció que todo había sucedido demasiado rápido.

Al pasar junto al pupitre de Pacho, Xerome dejó caer algo en él. Pacho lo cogió y lo miró durante unos segundos. Después se levantó como un resorte, cruzó la clase y se dirigió hacia el pupitre de Vanessa, en primera fila, gritando:

-¡Puta de mierdaaaaaaaaa! Te voy a mataaaaaar –Y le dio un bofetón de tal calibre que la hizo caer al suelo.

Por segunda vez en menos de veinticuatro horas se había montado la tercera guerra mundial en el aula de Nicolás. Y sólo los dos gallitos de pelea sabían cuál había sido el desencadenante: las bragas de Vanessa, que tan limpiamente había dejado caer Xerome en el pupitre de Pacho, y que éste había reconocido al punto, pues él mismo se las había regalado.

La voz de Xerome atronó el aula mientras acudía a socorrer a Vanessa.

-Querías una prueba, ¿eh, cabrón? Pues toma prueba, toma prueba, toma pruebaaaaaaaaaaaa.

-Muerto, tío… estás muerto –Escupió Pacho mientras entre Nicolás y el conserje lo sacaban de clase con las manos a la espalda como si fuese un delincuente –Completamente muerto.

***

El asunto se saldó como era esperable: tres días de expulsión para Xerome por falta grave con permiso para asistir a los exámenes, apertura de expediente con falta muy grave y expulsión a determinar, entre quince días y un mes, para Pacho por agresión. A Vanessa no le pasó nada, ya bastante tenía con lo suyo. Haber caído en desgracia con Pacho la convertía en proscrita ante toda la comunidad de estudiantes, en una mujer marcada para siempre. Nadie querría salir con ella, por lo menos en serio.

Pero a Xerome siempre le gustaba andar a contracorriente y, teniendo en cuenta que a partir de ahora estaría tan proscrito como Vanessa, la esperó a la salida del aula.

-Te acompañaré hasta casa –le dijo –Te hará falta escolta.

Vanessa rompió a llorar y se deshizo en improperios contra él. Cargada de razón, decía que no tenía por qué haber presumido delante de Pacho y de toda la clase exhibiendo sus prendas íntimas como un trofeo de caza. Que le había arruinado la vida. Jamás podría volver a salir a la calle de pura vergüenza. Xerome se disculpó.

-Lo siento, tía. Era una guerra entre nosotros. Reconozco que te pedí las bragas con la peor intención del mundo. Él me desafió en público. Estuvo mal, estuvo fatal, lo reconozco.

-¿Te enrollaste conmigo por venganza, Xerome? Eres un puto cabrón, que lo sepas. Me has utilizado.

Xerome la cogió de la mano.

-Fui con esa intención, pero te juro que me gustas de verdad. Es lo mejor que ha podido pasarme… y a ti también, Vanessa. Piénsalo: Pacho no te quiere y yo creo que tú a él tampoco, sólo estabas con él por el orgullo de ser la novia del tío más duro del pueblo. Si quieres salir conmigo no te arrepentirás, de verdad. Yo te trataré bien y no te dejaré sola. Es más, te trataré como a una reina. ¿Qué me dices? ¿Salimos esta tarde? ¿Vienes conmigo mañana al guateque?

Vanessa dudó y esbozó una sonrisa a través de las lágrimas. La verdad era que Xerome le empezaba a gustar bastante.

-Sí, no, sí…

-Explícate, tía –pidió Xerome echándole un brazo por los hombros.

-Que te digo que sí, pero que esta tarde no y que mañana sí iremos juntos al guateque.

-Oh ¿Por qué esta tarde no?

-Tengo que estudiar para el examen de mate del lunes, tío. Yo planifico, por eso apruebo todo. Si quieres ven a casa y estudiamos juntos.

A Xerome no le seducía el plan en absoluto, pero por lo menos estaría con ella.

-Vale. ¿A las cuatro? Tendrás que explicarme un montón de cosas, hace dos años que no abro un libro de nada.

-No hay problema, te voy a poner a andar yo… Y ven sin drogas, que necesitas todo tu cerebro al cien por cien.

Se besaron en mitad del paseo, ignorando a cuantos pasaban. Vanessa se separó bruscamente.

-¿Qué pasa, tía?

-¡Tengo miedo, Xerome! Pacho es superrencoroso, yo hasta creo que estamos en verdadero peligro ¿Sabes?

Xerome pensaba igualmente, pero se guardó muy bien de decírselo a su flamante novia.

-No te preocupes que yo me encargo. No quiero que te comas el tarro con eso ¿eh? Me lo prometes ¿eh? ¿Me lo prometes, Vanessa?

Vanessa prometió, pero en el fondo estaba aterrorizada.

19 DE DICIEMBRE

“Sábado por la mañana, qué delicia” pensó Mercedes estirándose en la cama. Eran las diez de la mañana y Nicolás aún dormía.

Dormir se había convertido en un placer para Mercedes, puesto que ahora madrugaba mucho más. Era raro que las seis de la mañana pillaran a Mercedes en la cama. La vida de granjera era dura. Si sus braceros se levantaban al alba, ella tenía que dar ejemplo y hacerlo también. Estaba orgullosa, había dado empleo a un montón de marginados sociales, eligiendo a sus trabajadores entre los sectores más desfavorecidos de la sociedad: ex –presidiarios, inmigrantes y minusválidos. Y formaban una pequeña familia, la misma con la que iba a compartir aquel año la cena de Nochebuena.

Mercedes dedicó unos minutos a pensar en lo mucho que había cambiado su vida aquel último año y, sobre todo, en lo mucho que había cambiado ella. Y precisamente pensaba en ello a tenor de lo sucedido entre Xerome y Pacho. Nicolás ya los daba por perdidos, pero Mercedes no. Si ella había cambiado tanto, cualquiera podría hacerlo. Sólo había que encontrar la motivación adecuada.

Sus pensamientos se vieron alterados por una presencia que la sobrecogió. Enseguida supo que se trataba del Boss y que esta vez no era con Nicolás con quien quería hablar. Se quedó bastante sorprendida, porque una vez que le había preguntado a Nicolás si ella, Mercedes, tendría alguna vez oportunidad de ver al Boss, éste le respondió:

-Sí; cuando cambies de estado, como todo el mundo.

Así que, o bien estaba a punto de cambiar de estado, cosa que no le apetecía nada, o el Boss estaba enfadadísimo con ella, porque sólo se solía manifestar estando en semejante estado de ánimo.

Siguiendo instrucciones, se metió en el cuarto de baño y se sentó en la taza. Se ajustó bien el cinturón de la bata un poco avergonzada: el Boss la había pillado completamente desnuda.

-Encantado de conocerte, Mercedes –dijo el Boss manifestándose ante sus ojos.

Mercedes se quedó perpleja. El aspecto del Boss distaba bastante del que se veía en las estampitas, la verdad. Se sintió intimidada.

-Igualmente, esto… ¿Boss? ¿He de llamarte así?

-Por ejemplo –contestó él con gesto divertido –Así que tienes completamente entontecido a mi Papá Noel ¿eh? Empiezo a entender el motivo…

-Yo no tengo la culpa, Boss, créeme. Las cosas surgen así, y…

-Ya lo sé –atajó el jefe –Simpatizo con las pasiones humanas bastante más de lo que Nicolás cree… en fin: no es de eso de lo que quería hablarte.

-Tú diras.

-Estás haciendo un trabajo excelente, Mercedes… He de confesar que al principio dudé de ti, creí que os pasaríais los diez días en pleno arrumaco, pero ya veo que no. Has resultado ser una ayudante de primera.

-Gracias –Mercedes enrojeció intensamente.

-Por eso quiero hablar contigo: tenéis que extremar precauciones. Xerome se está ablandando, pero una gran amenaza se cierne sobre él: Pacho no olvidará jamás el ultraje. ¿Entiendes?

-Más o menos –Dudó Mercedes -¿Quieres que me convierta en su guardaespaldas o algo así?

-No necesariamente –contestó el Boss sonriendo –Pero una vigilancia en la distancia… no estaría mal.

-Que tenemos que ir al maldito guateque esta noche, vaya –gruñó Mercedes.

-Yo no digo que os metáis en el fragor de la discoteca, pero no perdáis de vista los aledaños, por favor –pidió el jefe encarecidamente.

***

Antía estaba estudiando en la habitación cuando Maruxa irrumpió como un vendaval.

-No hagas ruido, coño. Estoy estudiando para el examen de mate del lunes –refunfuñó Antía.

Maruxa no antendía a razones. Pacho acababa de llamarla para comunicarle que había roto con Vanessa, que quería estar con ella en el guateque de esa noche y que esperaba que se pusiera el top que le había regalado. Estaba histérica.

-Tengo que ver con qué me queda mejor ese maldito top –chilló Maruxa tirando todo el contenido de su lado del armario en la cama.

-Eres imbécil, tía. Pacho no ha dejado a Vanessa por ti, la ha dejado porque ella le puso los cuernos con Xerome y estaba furioso, todo el mundo lo sabe.

Maruxa se estaba probando unos pantalones imposibles, por lo estrechos y brillantes.

-La ha dejado ¿no? –gruñó intentando subirse los pantalones –Lo cual quiere decir que está libre… para mí –concluyó poniéndose el dichoso top de lentejuelas.

-Vete a la mierda y déjame estudiar en paz, por favor –refunfuñó Antía.

Xerome irrumpió de repente en la habitación con un libro en la mano. Pasó la mirada distraídamente por Maruxa, no tenía especial empatía con su hermana pequeña, y se centró en Antía, que era la que le interesaba. Maruxa salió de la habitación lo más rápido que pudo. Le tenía miedo a Xerome.

-Antía, guapa. ¿Me puedes ayudar?

Antía alucinó ante el tono simpático de su antipático hermano.

-Depende –contestó con mucha suspicacia -¿Ayudar en qué?

Xerome arrimó una silla y se sentó a su lado.

-Con estas ecuaciones, hija. Vanessa me las explicó ayer y me pareció entenderlas, pero ahora estoy intentando resolver alguna y me estoy haciendo un lío, y parece que alguna va a entrar en el examen del lunes.

Antía abrió la boca de puro asombro y no era capaz de cerrarla. ¿Ése era su hermano? ¿El que aún estaba en cuarto de la ESO con los dieciocho ya cumplidos?

-Xerome… ¿Te encuentras bien? –fue lo único que atinó a preguntar.

Xerome se echó a reír.

-Lo flipas ¿eh, hermana? He reflexionado, tía: tengo dieciocho años y mi futuro está más oscuro que el furgón del Dioni. Quiero sacar el título de una vez, a ver si el año que viene puedo hacer algún ciclo y encauzar mi vida.

-¿Vanessa? –preguntó la perspicaz Antía.

-Creo que me he enamorado, Antía. Como un idiota.

-Me alegro. Vanessa es una buena tía, o por lo menos lo era hasta que la estropeó el gilipollas de Pacho. Antes éramos amigas, quizá ahora volvamos a serlo. Además, hace mejor pareja contigo. A ver… ¿qué dudas tienes exactamente?

Xerome se lo explicó más o menos.

-Quizá es mejor que hables con Brais, que fue el que me las explicó a mí en su día. Brais es muy bueno en matemáticas.

-¿En serio? ¿Brais? –Xerome sintió remordimientos de conciencia, qué poco sabía de sus propios hermanos.

-Bienvenido a la famila, Xerome –murmuró Antía. Y se quedó pensativa. No sabía si comentarle o no a Xerome algo sobre lo de Maruxa y Pacho. Pero decidió no hacerlo por el momento para no calentar más el ambiente.

En ese momento tomó otra decisión trascendental: ella, Antía, la seria, la antifiestas, iría esa noche al guateque.

20 DE DICIEMBRE

Fue Vanessa la que primero se fijó en Maruxa.

-Oye, tu hermana pequeña va hecha un putón ¿Te fijas?

Xerome miró a su alrededor, hasta que divisó a Maruxa pidiendo algo en la barra. Sí, iba hecha un pendón para su edad con aquel top tan ceñido y escotado y los pantalones de vinilo a punto de estallar. Por no hablar del maquillaje y los taconazos. Seguro que se había arreglado a medio camino en casa de alguna amiga, su madre jamás la habría dejado salir de casa con aquellas pintas.

Xerome se acercó a ella por detrás y la atenazó por el cuello. Le dio un susto de muerte.

-Aaaay, pero qué coño haces…

-Maruxa, no sé para qué te has molestado en vestirte, mujer…. para eso podías ir desnuda, tanto daba. ¿Y qué carajo estás bebiendo?

-Xerome –advirtió Vanessa –No vayas de padrecito… ¿Cuándo empezaste tú a beber?

Maruxa dedicó a Vanessa una mirada de agradecimiento. Se sintió incómoda cuando Xerome recorrió su cuerpo de arriba a abajo con una mirada de desprecio. Tiró del top hacia arriba para intentar tapar algo de sus pechos, pero a cambio dejó el ombligo al descubierto.

-¡A buenas horas intentas taparte! –gruñó Xerome -¿Con quién has venido?

-Ccccccon Brais y Antía –tartamudeó Maruxa.

-¿Con quién te vuelves?

-Con Brais y Antía, claro. A las cuatro –Maruxa se cegó –Y eso que es contigo con quien tenía que volver, pero claro… como tú haces lo que te sale del puro y te largas a dormir con tu novia… no hay derecho…

Xerome pensó que, en el fondo, su hermana tenía razón. No era justo. Él no daba nunca explicaciones de cuándo entraba y salía, si dormía o no en casa. Pero ella era una petarda medio niña todavía y no podía disfrutar de esas prerrogativas. Y por su condición de mujer, no podría hacerlo en mucho tiempo.

-Pásate un pelo y te deslomo, niña –amenazó –Sólo tienes catorce años y vas vestida como una puta.

-Xeromeeee –advirtió Vanessa.

-¿Sabes una cosa, Xerome? –contestó Maruxa con descaro –Me gustabas mucho más cuando estabas todo el día por ahí emporrado y no nos hacías ni puto caso, de verdad.

Vanessa intervino.

-Vamos a tomar una copa, anda. Deja a tu hermana divertirse un poco.

Y lo arrastró un poco más allá.

***

Pacho entró en la discoteca furioso con el mundo. Todo le había salido mal aquel día.

Para empezar, la noche anterior había tenido que ir a la descarga y no había llegado a casa hasta las diez de la mañana, cansadísimo. Nada más enfilar la verja de su casa, se había encontrado una caja de cartón en la puerta. Dentro estaban todos los regalos que había hecho a Vanessa durante año y medio. Todos: ropa, teléfonos, joyas, peluches, gadgets informáticos… Montó en cólera. Aquello era una auténtica provocación. ¡Si hasta le había devuelto la ropa interior, incluido el sujetador que hacía juego con las infaustas bragas!

Pacho pensó que tendría que encargarse de ella, aunque eso era fácil: un navajazo en la cara y la dejaría señalada de por vida. Ya se cuidaría él de que fuese lo suficientemente profundo como para resistir a cualquier operación de cirugía plástica. Lo que ahora urgía era encargarse de Xerome, y para eso tenía un plan redondo.

Mandó un SMS a sus secuaces Nelson, Carlos, Víctor y Luis con los detalles del plan. Después llamó a Maruxa y, acto seguido, se fue a dormir.

A las diez de la noche se levantó bastante atontado, así que se tomó una anfeta para espabilar. Cenó con sus colegas y a las doce y media se dirigió al guateque. Entró como un elefante en una cacharrería en busca de Maruxa.

Pero no fue a Maruxa a quien encontró. En el ropero, adorablemente confusa y tímida, estaba la hermana moñas de Xerome, Antía. Le pareció rarísimo, porque Antía raras veces salía. Estaba guapísima, por añadidura. Sintió el deseo brutal de acercarse a timarse un poco con ella.

-¡Caramba, caramba, mira lo que tenemos aquí! –silbó Pacho mirando a Antía como si fuese un pastel en un escaparate –La hermana moñas… pues quién te ha visto y quién te ve, joder.

Antía cruzó los muslos por puro instinto protector, deseando que se la tragase la tierra. Ya decía ella que el vestido era demasiado corto y escotado. Tras haber tomado la decisión de ir al guateque a vigilar a Maruxa, había revuelto un poco en el armario de ésta buscando algo para ponerse, pero todo lo que encontró era tan descocado que prefirió llamar a Vanessa.

Vanessa la recibió en su casa encantada de la vida. A Antía no le llamó la atención ver por allí a Xerome, en paños bastante menores.

-Se han ido tus viejos, supongo –dijo a Vanessa. Ésta asintió. Sus padres pasaban algún fin de semana en Santiago de vez en cuando, en el piso de su hermana, que estudiaba allí Medicina. No volverían hasta el domingo por la tarde, así que Vanessa había invitado a Xerome a pasar el fin de semana con ella y él, cómo no, había aceptado encantado.

Durante una hora Vanessa estuvo arreglando a Antía para la fiesta. Le prestó un vestido de gasa negra y unos zapatos de tacón. La maquilló con buen gusto y recogió la cascada de rizos rubios en lo alto de la cabeza. Las hermanas tenían idénticas melenas, herencia materna, que eran la envidia de medio pueblo. Xerome y Brais, en cambio, habían salido morenos como su padre.

-Xerome –gritó Vanessa –ven a ver a tu hermana, está preciosa.

Xerome emitió un profundo silbido al verla.

-Coño, tía, estás espectacular sin esa pinta de ratón de biblioteca que te gastas siempre –Xerome era un tanto sui generis para piropear –Eres igual a Maruxa, pero en versión fina. ¿Y cómo es que vas al guateque, por cierto? ¿Algún tío en perspectiva?

Por segunda vez en el día, Antía estuvo tentada de contarle todo a su hermano, pero una vez más, se lo pensó mejor y no dijo nada.

Ahora, notando los ojos de Pacho en todos y cada uno de los rincones de su cuerpo, se arrepentía de haber callado. Tomó una rápida decisión: sería desagradabilísma con él, a ver si había suerte.

-Déjame en paz, capullo –contestó desabridamente –Me das asco.

En un rápido movimiento, Pacho le retorció la muñeca. Antía lanzó un grito de dolor.

-No te pases un pelo conmigo, tía.

-¿Qué me vas a hacer, capullo de mierda, saco de escoria? –Antía dudó… ¿Se estaría pasando?

-¿Por qué me odias tanto, Antía? Yo no te he hecho nada, creo… aún –y le soltó el brazo.

Antía se relajó al ver que él también lo hacía.

-Me has jodido la vida continuamente, por tu culpa mi hermano se volvió un gilipollas, por tu culpa mi amiga del alma se alejó de mí, escoñas todo lo que tocas… y ahora intentas joder a mi hermana… Pues te lo advierto –Antía dio un paso hacia Pacho con gesto amenazante, a él le pareció lo más deseable del mundo –como le toques un pelo te corto los huevos y después te los hago comer. Sí, he dicho.

Y salió corriendo, dejando a Pacho perplejo y fascinado al mismo tiempo. Se preguntó si aún estaría a tiempo de cambiar de planes. Iría a buscar a sus colegas a ver qué opinaban.

Pacho entró en la discoteca y lo primero que vio, antes que a Maruxa y que a nadie, fue a Xerome y a Vanessa totalmente enfrascados el uno en el otro mientras tomaban algo en la barra. Para acabar de rematarla, escuchó detrás de él a dos cotorras de su clase diciendo:

-Hija, no me digas, hacen una pareja…

-Joder, dónde vas a parar, mucho mejor que con Pacho. Es que Xerome está mucho más bueno que Pacho, para mi gusto. Y es bastante más simpático.

Entonces Pacho se dirigió al atontado de Nelson, que andaba haciendo tiempo por allí y le dijo:

-Organiza a los colegas, hay cambio de planes.

***

Nicolás se estremeció por quinta vez en la última hora. Estaba muerto de frío.

-¿Me quieres decir qué hacemos aquí, Mercedes? Me estoy quedando pajarito, hija. Son ya las dos y media.

El audi TT era demasiado ostentoso para vigilar en él, así que Mercedes había alquilado un Ford Fiesta del año catapum con una calefacción insuficiente para el frío que hacía esa noche.

-Órdenes del Boss, Nicolás. Hay que vigilar los alrededores de la discoteca, te recuerdo –contestó Mercedes mientras miraba por los prismáticos.

-¿A la espera de qué? ¡Ay, con lo bien que estábamos en la camita…! Qué frío.

-De los movimientos de Pacho, claro. –Mercedes hundió la mano en su bolso y sacó un termo –Toma, sírvete un café, en la guantera hay vasos de plástico. Y sírveme otro a mí, de paso.

De repente, el cuerpo de Mercedes se tensó.

-Mira, Nicolás. ¿No son ésas las hermanas de Xerome?

Efectivamente, Nicolás vio salir de la discoteca a Maruxa, escoltada por cuatro chicos y, detrás a Antía, a la que Pacho agarraba por el brazo.

-¿Y qué hacen con esa gentuza? –preguntó el ingenuo Nicolás.

Mercedes salió del coche y le ordenó a Nicolás hacer lo mismo.

-¿Vamos a seguirlos? –preguntó Nicolás.

-¡Pues claro que vamos a seguirlos, pedazo de adoquín! –Se desesperó Mercedes.

Los siguieron a prudente distancia. No eran capaces de oír lo que decían. Mercedes se dio cuenta de que se dirigían a la playa que estaba justo detrás de la tapia del instituto, una cala sucia y medio abandonada, a unos trescientos metros de la discoteca. Pacho llevaba casi a rastras a Antía, mientras que los otros cuatro hacían avanzar a Maruxa a empujones. Habían disimulado mientras hubo gente alrededor, ahora que se sabían solos bajaban la guardia y Mercedes no tuvo la menor duda sobre sus intenciones.

Las palabras de Pacho a gritos corroboraron su idea:

-Yo me quedo a Antía, a la otra zorra os la repartís entre vosotros cuatro.

Mercedes se volvió a Nicolás.

-Van a someterlas a sabe Dios cuántas vejaciones, Nicolás. Voy a ver si encuentro a Xerome y a Brais.

-¿Y yo qué hago mientras?

-¿Estás tonto? –riñó Mercedes –Vete a todo gas a la casa del conserje, llama a la poli, coge algo que te sirva de arma… ¡Vuela, coño, vuela!

Se separaron. Mercedes corrió como nunca en su vida. Entró en la discoteca como una exhalación, burlando la entrada casi a bofetones. Encontró a Brais, al que puso en situación en tres palabras, y ambos fueron en busca de Xerome, que estaba sentado con Vanessa en lo más oscuro del local. Los cuatro salieron como alma que lleva el diablo. Al salir, Xerome cogió dos vasos que estaban junto a la puerta, los rompió y dio uno a Brais.

-Necesitamos ir armados –fue la explicación –No sabemos lo que nos vamos a encontrar.

-Por favor, que lleguemos a tiempo, que lleguemos a tiempo…

Cuando llegaron, Nicolás y Gumer estaban enzarzados en una verdadera batalla campal. Las niñas estaban abrazadas una a la otra aterrorizadas y parecían estar bien. Pacho yacía bocabajo, como si hubiese sufrido algún traumatismo. Los otros cuatro zumbaban de lo lindo y ellos eran sólo dos. Xerome y Brais se incorporaron a la pelea mientras Mercedes se ocupaba de las niñas.

-¿Os han hecho daño? –preguntó abrazándolas.

-No –murmuró Antía –No les dio tiempo… Estuve intentando convencer a Pacho de que esto era una estupidez, una venganza inútil… y los otros cuatro se empezaron a pelear por ser el primero, así que…

Antía tragó saliva y continuó.

-Fue papá el que nos salvó ¿Sabe? No sé con qué atizó a Pacho en la cabeza, pero consiguió pararlo todo.

Mientras tanto, Nelson y Luis ya habían abandonado el lugar por si las cosas se ponían feas. Había sido idea de Pacho, pues que pringara él. Carlos y Víctor se disponían a hacer lo mismo, cuando la figura de Pacho, sigilosa como una serpiente, se aproximó a Xerome en la oscuridad. Gumer se dio cuenta de que había algo a sus espaldas por la expresión de Víctor. Entonces vio cómo Pacho, furioso, se precipitaba hacia Xerome con una navaja en la mano.

-¡Xerome, noooooo! –gritó el conserje saltando hacia su hijo.

A Gumer no le importó recibir la puñalada. Por fin podía hacer algo por su hijo mayor. Por fin.

***

Hasta las cinco de la mañana no tuvieron el primer parte médico. Mientras, habían reconocido a las niñas y la guardia civil les había tomado declaración. Aparte de la ropa hecha jirones y magulladuras y cardenales varios, estaban bien.

-He sido una idiota –le decía Maruxa a Antía mientras estallaba en lágrimas.

-No te preocupes, Maruxa –la consolaba Antía –Pero la próxima vez, por favor, hazme caso… Yo no lo hago por fastidiar, tía. Te lo digo por tu bien.

Gumer estaba siendo operado de urgencia. La herida había sido en el abdomen y todos estaban muy preocupados. Xerome no hacía más que dar vueltas por el pasillo, hasta que su madre lo obligó a sentarse. Nicolás y Mercedes se quedaron a esperar con ellos. Todos se habían deshecho en agradecimientos hacia ellos, por haber estado tan oportunos.

Apareció el cirujano quitándose el gorro. Estaba sudando.

-Todo ha ido bien –dijo dirigiéndose a Casilda –Era una herida fea, pero hemos conseguido parar la hemorragia. Ahora si quiere le cuento los detalles, pero antes creo que sus chicos deberían irse a dormir, están agotados.

-Sí, hijos. Id a dormir –ordenó Casilda –Yo me quedaré hasta que vuestro padre despierte.

-¿Segura, mamá? –preguntó Brais -¿Quieres que me quede contigo?

-No, no hace falta. Marchaos. Yo ya iré por casa por la mañana, no os preocupéis.

Se despidieron. Nicolás y Mercedes se quedaron todavía. Nicolás sabía que el médico tenía más información para Casilda y que por eso había sugerido que sus hijos se fuesen a la cama. Demasiados traumas para un solo día.

***

En el cuartelillo de la guardia civil, Pacho estaba esperando no sabía muy bien a qué. Suponía que pasaria allí la noche para ser puesto a disposición judicial al día siguiente. Tampoco tenía claro de qué se le iba a acusar, porque de violación no tenían pruebas, tampoco de grado de tentativa, esperaba. Sus colegas dirían que las chicas se habían ido voluntariamente con ellos. Lo del apuñalamiento estaba más jodido, desde luego, pensó Pacho. En fin, había llamado al dueño de “la seta venenosa”, es decir, su jefe, y él se encargaría de mandarle un abogado.

Entonces entró un hombre elegantemente vestido al que Pacho no había visto nunca. Era alto, musculoso y llevaba un abrigo de los caros.

-¿Eres el abogado, tronco? –preguntó Pacho con malos modales.

-No, Pacho –el hombre cogió una silla y se sentó –Soy el inspector de narcóticos Carlos Álvarez, y me parece que deberíamos tener una pequeña conversación antes de que tu abogado llegue. Cuatro palabritas nada más.

***

Vanessa abrió un ojo y miró la hora en el reloj de la mesilla. Eran las tres de la tarde y no le parecía haber dormido lo suficiente, así que se acurrucó junto a Xerome y cerró los ojos. No entendía cómo podía haber estado media vida sin fijarse en él. Para ella sólo era uno de los amigotes de Pacho, el más simpático, eso sí, y el menos vicioso. Xerome tenía razón: en aquel lío, ellos dos habían salido ganando.

Un tremendo aldabonazo procedente del primer piso la sacó de sus pensamientos, aparte de darle un susto de muerte. Xerome se levantó de un brinco, buscando su ropa frenéticamente.

-¿Serán tus padres, tía? –preguntó

-No lo sé –gimió ella –No suelen aparecer antes de las ocho… ¿Qué vamos a hacer?

-Lo primero, no perder la calma –contestó él atisbando por la ventana. Esperaba no ser visto por quien llamaba a la puerta –Oh, oh… no te lo vas a creer…

-¿Qué pasa?

-Es Pacho. Voy a bajar.

-¡No vayas! –gritó Vanessa –Te matará.

-Pero tía… no creo que me mate a plena luz del día. Voy a bajar.

-Por lo menos coge un cuchillo de la cocina…

Vanessa se quedó contemplando el coloquio desde la ventana. Pacho fumaba indolentemente alguna sustancia prohibida y tenía un aspecto horrible.

-¿Qué coño quieres, Pacho?

-Estoy fuera, tío. En libertad sin cargos… -dijo con voz venenosa.

-¿Y a mí qué leches me cuentas? Déjame en paz.

-Vengo a decirte, cerdo cabrón de mierda, que las cosas aún no están en paz entre nosotros… vigila tu espalda porque me vengaré tarde o temprano. Y de ella igual, me convertiré en vuestra sombra, seré vuestra pesadilla…

Xerome se cansó de escuchar, dijo “Bah, bah, bah” y se dio media vuelta, dejando a Pacho con el veneno en la boca. Salió pitando escaleras arriba, si los padres de su chica llegaban a las ocho mejor que aprovecharan el tiempo en cosas más agradables.

***

21 DE DICIEMBRE

Echando la vista atrás, Mercedes pensaba que el punto de inflexión en aquel primer caso suyo como ayudante de Papá Noel se había producido precisamente aquel día. Todo se había precipitado.

Todo el pueblo amaneció con la increíble noticia: la brigada de narcóticos había encontrado el mayor alijo jamás visto en la zona en la casa del párroco, tras un falso tabique de pladur. Hubo que pedir refuerzos para llevarse los fardos de cocaína. Además, encontraron una cantidad importante de hachís y muchísimo dinero en metálico.

Todo el pueblo tuvo un único pensamiento: alguien se había ido de la lengua. El pobre párroco juró y perjuró que él no sabía nada y el juez le creyó, dada su avanzada edad y su evidente estado de perplejidad y nerviosismo. Estaba claro que los malditos narcos lo habían utilizado como chivo expiatorio. Pasaba mucho tiempo fuera visitando otras parroquias y su casa estaba alejada, de tal manera que era difícil controlar que hubiese movimiento en ella. Las gentes de buen corazón pensaron que era una verdadera canallada implicar en aquel sucio negocio al pobre don José, ya con 75 años.

Todo el pueblo tuvo un único pensamiento: el chivato lo iba a pagar caro.

Xerome se levantó nerviosísimo por otros motivos y no se enteró de la noticia hasta que llegó al instituto para hacer el examen, a las once de la mañana. Entró en clase y una inquieta Vanessa le mandó un beso por el aire.

Hizo el examen o, más bien, se peleó con él. Al terminar, se marchó: con su sanción sólo podía asistir a los exámenes. Le gustaría llegar al cuatro, para variar. Era un reto para él.

Echó a andar hacia su casa con completa parsimonia. Se cruzó con Nicolás, que iba hacia clase, y éste le comunicó la noticia. Xerome se quedó perplejo.

-¿En casa del párroco? Anda que… ¿Y han detenido a muchos?

-Según dicen por ahí, unos diez. Oye ¿Cómo está tu padre?

Xerome reflexionó. Aún no había ido a verlo.

-Bien… parece que en unos días dejará el hospital. Gracias.

Nicolás tuvo una idea.

-¿Tomamos un café, Xerome? Tengo esta hora libre…

Tras dudar unos momentos, Xerome aceptó. Fueron a una cafetería cercana y se sentaron. Nicolás notó que Xerome estaba un tanto tenso, así que no abordó el tema directamente.

-¿Qué tal el examen de mate?

Xerome lo miró lúgubremente.

-Pues… no lo tengo claro ¿Sabe? Yo con llegar al cuatro me conformo. Entiendo que después de años haciendo el vago no puedo recuperar todo eso en un día.

Casualmente, en aquel momento entró el profesor de matemáticas a tomar un café y, al verlos, se dirigió a Xerome.

-Oye, Xerome, acabo de corregir tu examen –anunció.

-Supongo que no he llegado al cuatro –murmuró el chico con tristeza.

-Supones bien –el profesor sonrió –Tienes un cinco setenta y cinco. Es el primer examen de mi asignatura que apruebas desde que te doy clase. Enhorabuena. Parece que por fin te ha entrado la sensatez. Que dure, que dure.

Y se acomodó en la barra con el periódico del día. Xerome parecía contentísimo. Sacó el móvil y le mandó un SMS a Vanessa con la noticia.

-Estás muy contento, ¿verdad? –preguntó Nicolás.

-¡Y cómo no…! Primer examen de matemáticas que apruebo en tres años…

-Parece que has encontrado tu camino por fin, Xerome. Me alegro mucho.

En aquel momento llegó Mercedes y se sentó con ellos, tras besar a Nicolás.

-¿Cómo está tu padre, Xerome? ¿Has ido a verlo?

-Bien… No he ido todavía.

Mercedes enarcó las cejas. Nicolás bendijo al Boss por haberla dejado participar en el caso.

-¿Y a qué estás esperando? –Bufó.

Xerome bajó los ojos avergonzado y no dijo nada. Al final musitó:

-Es demasiado pronto.

Mercedes estalló.

-¿Demasiado pronto para qué, si te ha salvado la vida, capullo? Eres un desagradecido.

-Mercedes… -intervino Nicolás.

-Mira, niñato –Mercedes le cogió una mano –Hace un año yo estaba en la misma situación que tú, y menos mal que recapacité, menos mal que me reconcilié con mi madre. Si a ella le hubiera pasado algo durante el tiempo que estuvimos enfadadas, no me lo habría perdonado jamás en la vida. No te lo digo por fastidiar, Xerome. Te lo digo porque soy más vieja que tú y, por lo tanto, sé más. Hazme caso, Xerome… guárdate el rencor, no sirve para nada.

-¿Quién te crees que eres para meterte en mi vida, joder? –contestó Xerome entre dientes –No sabes de la misa la media, déjame en paz. ¡Dejadme todos en paz!

Se levantó y se marchó enfadadísimo. Mercedes se quedó triste.

-No te preocupes, es buena señal. Lo mismo me hiciste tú el año pasado cuando te saqué el tema ¿Recuerdas? –Dijo Nicolás pasándole un brazo por los hombros.

***

¡Pobre Xerome! Si pensaba que yéndose a su casa iba a soslayar el tema, estaba muy equivocado.

Al llegar a casa se dirigió a su refugio: un cobertizo en el jardín de ocho metros cuadrados. Antaño, su padre lo había usado para las herramientas, pero desde que no vivía en la casa había quedado abandonado. Así que un día Xerome, en calidad de hermano mayor, se lo apropió y lo fue acondicionando poco a poco hasta acabar haciendo un sitio bastante agradable. Un chamarilero le había vendido una estufa de leña vieja por cuatro duros y Brais, que era un manitas, había instalado la salida de humos. Había decorado el cobertizo con todos los muebles viejos que tiraban los vecinos, incluido un sofá, y allí dormía muchas noches cuando no llegaba en buenas condiciones a casa para no escuchar los reproches de su madre. Allí, en aquel sofá, había logrado someter a Vanessa en lo que creyó que era su venganza personal contra Pacho.

Xerome sacó una cerveza de una nevera viejísima y encendió un cigarrillo. Se sentó en el sofá para pensar. Los remordimientos empezaban a morderle a dentelladas ¿Debería ir a ver a su padre?

Entró Brais sin llamar, y Xerome se enfadó.

-¿Es que no sabes llamar, coño? –protestó.

-No me ralles, tío –contestó su hermano tirando la mochila en el sofá –Enhorabuena por el examen, Vanessa se lo ha contado a todo el pueblo.

-Gracias. Supongo que no vendrás sólo por eso.

Brais se sentó.

-Tío, Pacho ha desaparecido. Se ha esfumado. Falta de casa desde ayer por la tarde, al parecer.

-Mira tú… ¿Y a mí qué coño me importa? Mejor. Así no vuelva nunca más.

-Joder, Xerome, no entiendes nada… ¿Y si está reuniendo gente para vengarse de ti? ¿Y si te ataca por sorpresa?

A Xerome le recorrió un escalofrío por la espalda. De repente, vio la luz.

-De eso nada, tío. Apuesto la cabeza a que sé lo que pasó. ¿Quieres una cerveza? –Abrió una cerveza y se la pasó al hermano.

-A ver, Sherlock.

-Tío, cae de cajón… Pacho sale ayer sin cargos, totalmente libre, ni siquiera agresión, colega. ¿Y el rajazo que le metió a papá? Todos lo vimos…

-¿Y…?

-Coño, tío, y esta mañana encuentran un alijo de la hostia en la casa del cura… está clarísimo ¿No?

-¿Quieres decir… que lo han encontrado gracias a Pacho? –pregunta absolutamente retórica, porque en aquel momento Brais también entendió que había sido así. ¿Cómo si no había salido en libertad sin cargos?

-Pacho está muerto, tío… y no es una metáfora. Me imagino que compró su libertad como soplón. Esta gente no tiene piedad. Es él el que tiene que estar acojonado, no yo. Pues no sé qué será peor, si ir a la cárcel un par de años o pasar media vida escondiéndose de estos tíos. Por eso no quise ir más a la descarga… es un contrato con ellos de por vida, menos mal que lo dejé a tiempo.

Se oyó la voz de la madre llamando a comer. Los hermanos salieron del cobertizo, no sin antes añadir un tronco Xerome a la estufa. Vanessa vendría por la tarde y quería que el ambiente estuviese caldeado.

***

-Tengo que hablar con vosotros –anunció la madre tras acabar de comer.

Sus cuatro hijos la miraron expectantes. Xerome se dio cuenta, de repente, que en dos días su madre parecía haber envejecido. Tenía profundas ojeras bajo los ojos y hasta se le antojó más delgada.

-El otro día estuve hablando con el médico que lleva el caso de vuestro padre…

Xerome emitió un ruido de disgusto y torció el morro. Ya estábamos…

-No me voy a andar con rodeos: al hacerle las pruebas para ver cómo evoluciona la operación, una resonancia o algo así, encontraron algo malo…

Los hermanos se miraron unos a otros. No sabían muy bien en qué les podía afectar aquella información.

-No le queda mucho de vida, según dijo el doctor –anunció tajantemente.

-Abrevia, mamá –interrumpió Xerome con impaciencia -¿Qué nos quieres decir exactamente?

-No podemos dejar a tu padre morir solo como un perro, Xerome. Al fin y al cabo, es el padre de mis hijos y no tiene a nadie más en el mundo.

-¿Qué quieres decir, mamá? –preguntó Antía.

-Me lo quiero traer a casa, hasta que…

Xerome se levantó de un brinco.

-¿Estás de coña? ¿Después de todo lo que nos hizo? Tú te has vuelto loca… No lo consentiré ¿Me oyes? No pienso consentirlo, mamá. Tú quizá seas una blanda y olvides pronto, pero a mí aún me resuenan los gritos de sus broncas y su aliento de alcohólico de mierda… ¡No lo consentiré!

-¿Quién te crees para juzgar y consentir, niñato –cortó su madre furiosa –si hasta hace dos días el día que no venías borracho venías drogado? ¡No eres mucho mejor que él.

Xerome palideció. No tenía cómo contraatacar y decidió que lo mejor era una retirada a tiempo. Así que se levantó y, por segunda vez en el día, se marchó furioso sin mirar atrás. Al cabo de un rato, se escuchó el portazo al entrar en el cobertizo.

***

Vanessa lo encontró sentado en el sofá, agarrándose la cabeza con las dos manos.

-Hola, campeón. Enhorabuena…

Se besaron, pero él lo hizo con tanta desgana que enseguida fue evidente que algo no iba bien.

-¿Qué te pasa? –preguntó Vanessa.

Xerome le explicó lo de Pacho. Estaba confuso, Pacho era un cabrón de cuidado, pero habían sido amigos desde niños y no podía dejar de preocuparse por él. ¿Debería buscarlo para asegurarse de que estaba bien? No sabía qué hacer…

-Supongo que su familia se habrá ocupado de esconderlo, no te preocupes.

-Sí, supongo que sí… -Musitó Xerome.

Vanessa observó a su novio. Era la viva imagen de la desgracia.

-A ti te pasa algo más ¿Verdad?

Xerome suspiró y le contó el tema de su padre, que tenía una enfermedad mortal, que su madre lo quería traer para casa para morir en paz, un regalo que no se merecía en absoluto.

-Quizá ha llegado el momento de enterrar el hacha, tío –comentó Vanessa. Ella se llevaba muy bien con sus padres, ni siquiera le habían reprochado su relación de año y medio con Pacho, y eso que, durante aquel tiempo, no había sido ella, sino una sombra de sí misma.

Xerome de repente estalló en lágrimas. Daba pena verlo, tan alto y musculoso, llorando como un bebé.

Durante las siguientes tres horas, Xerome desgranó ante su asombrada novia todos y cada uno de los recuerdos que conservaba en la memoria de lo que había sido su vida familiar hasta que su madre echó al padre de casa a patadas.

22 DE DICIEMBRE

Día de la lotería. Mercedes tuvo nostalgia de su trabajo por un instante, recordando el revuelo y la desorganización que había aquel día en la biblioteca, más el aperitivo que solía dar el bar Tribeca después. Se fue a desayunar, dejando a Nicolás durmiendo todavía plácidamente. Siempre se dormían muy tarde, ya que durante el día apenas si podían estar juntos, y el tiempo se les agotaba: en dos días tendrían que separarse. Mercedes sintió una punzada de dolor en el plexo solar al pensarlo. Pero no, no se rompería la cabeza con eso hasta que llegase el momento, decidió.

Había un revuelo tremendo en la cafetería donde solían desayunar. Mercedes lo achacó al tema de la lotería pero, al aguzar el oído, se le heló la sangre en las venas.

El cadáver de Pacho había sido encontrado en el monte por unos excursionistas, semienterrado bajo un montón de hojas y con un tiro en la cabeza. Se habían cebado con él: aparte de los numerosos golpes y contusiones, le habían cortado las falanges de los diez dedos de las manos y le habían arrancado los dientes. Mercedes supuso que era para dificultar la identificación. Además, parecía ser que tenía dos quemaduras en la piel espantosas, quemaduras encaminadas a ocultar dos tatuajes que podían facilitar el reconocimiento del cuerpo. También le habían quitado la ropa y todos los objetos personales. Probablemente los asesinos habían pensado que el cadáver tardaría más en ser encontrado y, para entonces, estaría en avanzado estado de putrefacción e incluso devorado por los animales.

Mercedes se volvió al hotel y se encontró a Nicolás recién salido de la ducha.

-Tengo que contarte una cosa horrible, Nicolás.

Y le refirió todo lo que había escuchado en la cafetería. Nicolás se quedó horrorizado.

-Vamos hasta el instituto a ver qué cuentan por allí. Hoy no hay clase, tienen actividades diversas, un cine fórum y cosas así.

Efectivamente, al llegar al instituto el ambiente estaba totalmente revolucionado. La noticia había corrido como un reguero de pólvora y todo el mundo daba por hecho que se trataba de Pacho, aunque el cadáver aún no había sido identificado. Los padres ya habían ido al depósito y lo habían reconocido por los maltrechos rasgos faciales, pero haría falta una prueba de ADN para confirmar y tardaría aún unas horas. No se le podría enterrar hasta la mañana de Nochebuena.

Nicolás sintió una compasión profunda por los pobres padres. Uno tiene un hijo y lo último en que piensa es en que pueda acabar así, y tan joven.

A la entrada del centro había por lo menos tres unidades móviles de televisión. Distintas cadenas buscaban la noticia y el detalle más morboso. Una chica con un micrófono intentó acercarse a Nicolás y a Mercedes, que echaron a correr.

El instituto era ese día un completo desbarajuste, así que a Nicolás no le sorprendió ver por allí a Xerome.

-¿No se suponía que no podías venir por aquí?

Xerome sonrió con tristeza.

-¿Y cree usted que con la que está cayendo alguien se va a fijar en mí? No. Hoy es el día de Pacho, muy a su pesar. Además, tenía que venir a buscar las notas –Se volvió hacia Mercedes:

-Lo siento.

-¿Lo qué sientes, hijo? –preguntó ella en tono cariñoso.

-Todo… haberte contestado mal ayer y… lo del otro día. El día que me llevaste a casa. Tenía el cable un poco cruzado…

-No te preocupes… no es culpa tuya si soy irresistible –bromeó ella, pero se dio cuenta de que Xerome ese día no parecía estar para bromas.

-Llevo dos días horribles ¿saben? Primero lo de mi padre y ahora esto –les explicó lo de la enfermedad del padre. Ellos asintieron en silencio.

-Lo de Pacho me ha hecho pensar mucho, mucho… -continuó el muchacho –Ya ven qué recuerdo me puede quedar de él, la última vez que lo vi discutimos con odio, no parecía quedar ya nada de nuestra amistad desde pequeños…

Nicolás entrecerró los ojos… Xerome estaba a punto de caramelo. Apretó la mano de Mercedes.

-¡Y ya no puedo arreglarlo! Lo último que hablé con él estaba cargado de odio y rencor… no puedo arreglarlo, no puedo.

-Ya no podías, Xerome –intervino Mercedes –No era el mismo que tú conociste y quisiste de pequeños. No quedaba ni rastro de aquel niño.

Xerome se pasó la mano por la cara, en un gesto frenético.

-Ya no puedo arreglar lo de Pacho, pero sí lo de mi padre… No quiero volver a tener esa sensación cuando él…

El apretón de mano de Nicolás a Mercedes se intensificó. Ella se lo devolvió, estaba luchando porque las lágrimas no afluyeran a sus ojos.

-Tengo que ir, por lo menos, a darle las gracias por haber frenado aquella puñalada.

Vanessa llegó a tiempo para oír esa úlltima frase. Cogió a Xerome por la cintura y se estrechó contra él.

-No sabes lo que me alegra oír eso. Iré contigo, si quieres.

-¿Pero tú no estabas viendo una película? –preguntó él mientras la abrazaba, ajeno ya a la presencia de Nicolás y Mercedes.

-Ufff. ¿Y quién querría ver “Qué bello es vivir”, dime?

Nicolás y Mercedes se miraron y se alejaron, sumidos en sus propios pensamientos y en los recuerdos que les traía la película que Vanessa había citado.

***

Al llegar a su casa a la hora de comer acompañado de Brais, Xerome tuvo una desagradabilísima sorpresa.

-¡Pero es…! –atronó Brais.

-Sí, Brais –murmuró Xerome –es El Amanitas. Entra en casa, seguro que viene a hablar conmigo.

-¡Ni de coña te pienso dejar solo con ese tío!

-Pues espérame al otro lado del muro, pero finge entrar en casa, por favor.

Efectivamente, Joaquín El Amanitas, el dueño de “la seta venenosa”, el jefe, o, más bien, el ex –jefe de Pacho, esperaba a Xerome apoyado indolentemente en el muro de su casa, fumando un cigarrillo. Iba vestido de Hugo Boss de arriba a abajo, además de las pesadas cadenas y anillos de oro de 24 quilates, pero daba igual: seguía siendo un patán. Al menos, eso pensó Xerome mientras se aproximaba a él intentando disimular su miedo.

-Hola, Xerome –saludó cordialmente, sin molestarse siquiera en mirar a Brais, que se escabulló como pudo hacia la casa.

-Qué hay, Joaquín.

-Vengo a ofrecerte algo que te puede interesar –continuó El Amanitas.

-Lo dudo bastante –respondió Xerome con toda la dureza de la que fue capaz, encendiendo un cigarrillo.

-Espera, hombre… si aún no sabes lo que te he venido a ofrecer –el Amanitas seguía con su tono reposado, pero su mirada adquirió un repentino brillo metálico que no auguraba nada bueno.

-Resulta, Joaquín, que últimamente soy un poco adivino… y adivino que has venido a ofrecerme la vacante de Pacho. ¿A que sí?

El Amanitas sonrió y tiró el pitillo al suelo.

-Lo que más me gusta de ti es lo listo que eres –dijo en tono de sorna –Pobre Pacho ¿Verdad? Tan joven…

-Seguiría joven y vivo de no ser por ti, Joaquín –contestó Xerome, envalentonado.

-Cuidado con lo que dices, chico… ¿Insinúas que Pacho murió por mi culpa?

-No. Afirmo.

-Y, sin embargo –argumentó Joaquín encendiendo otro cigarrillo –Yo creo que el único culpable de que Pacho esté en el depósito es tuya, fíjate.

Xerome notó que la adrenalina empezaba a disparársele.

-Explícate.

-Xerome, Xerome… me defraudas por momentos, hijo… ¿No eras tan listo? Todo es una cadena de acontecimientos y tú la inicias, por tanto, tú eres el culpable: tú te tiras a la novia de Pacho, Pacho se cabrea e intenta tirarse a tu hermana, tu padre se mete por el medio, Pacho es detenido, llega un poli narco y le ofrece un pacto, Pacho acepta, detienen a un montón de gente y Pacho… angelitos al cielo. Ergo: no haberte tirado a su novia.

-Eso es una gilipollez… él reaccionó desmesuradamente, si ni siquiera la quería, joder…

-¡Pero era suya y se la quitaste, cabrón! –gritó el Amanitas –Suya para lo que le diera la gana, para follársela o para deslomarla a hostias. Suya, no tuya… En fin –se calmó -¿Qué te parece, pringado? ¿Aceptas su puesto? La verdad es que las veces que viniste trabajaste bien, bastante mejor que él, por cierto.

-Vete a tomar por culo, Joaquín.

-¡Ni te atrevas a replic…!

¡BUUUUM! Un escobazo monumental cayó sobre la cabeza de Joaquín.

-¡Lárgate de aquí, escoria, baba de sapo, asqueroso de mierda! –Xerome reculó, jamás había visto a su madre tan enfadada. Casilda siguió atizando al Amanitas con todas sus ganas y cubriéndolo de improperios.

-Casilda –advirtió el Amanitas –No sabes con quién te la estás jugando. Aún encima que vengo a ofrecerle trabajo al mierda de tu hijo…

Un nuevo escobazo resonó en su cabeza.

No necesitamos tu mierda de trabajo para nada… y no te tenemos ningún miedo –contestó Casilda roja de cólera –Vuelve por aquí o manda a algún cagón de tus secuaces y se encontrará con un bidón de gasolina preparado para darle una ducha y una cerilla para secarlo después. Te lo juro. Ya no tengo nada que perder en esta vida…

En vista de la furia de la mujer, el Amanitas plegó velas.

-Nos volveremos a ver… -masculló amenazándola con el puño.

-No en esta vida –contestó Casilda. Y se acercó resueltamente a él y le dio una patada en la entrepierna –Escoria –Y le escupió en la cara, aprovechando que el Amanitas se había semiderrumbado en el suelo a causa del dolor.

-Entra en casa, Xerome. Se enfría la sopa –Dijo a su hijo, que aún no había logrado salir de su asombro.

***

-¿Me dejas tu audi, Mercedes?

La pregunta, formulada mientras comían, dejó a Mercedes descolocada.

-¿Para qué lo quieres? ¿Sabes conducir? –A Mercedes no le gustaba nada dejar su coche a otros.

Nicolás juntó las yemas de sus dedos, en un gesto de impaciencia.

-Por saber, sé hasta pilotar aviones –contestó con cierta chulería.

-Vale… has contestado a la segunda pregunta. ¿Y la primera?

-¿Confías en mí? –preguntó Nicolás

-No me seas gallego… -repuso Mercedes algo picada.

-Responde.

-Sí –Contestó ella de mala gana.

-Entonces acaba el postre y vámonos al hotel. Tienes que hacer una maleta con un par de cosas, lo justo para pasar una noche fuera.

***

El Boss se manifestó mientras Mercedes hacía la maleta.

-Bueno, vengo a despedirme, Mercedes. Ha sido un placer tenerte con nosotros.

-El placer ha sido mío –contestó ella a la vez que doblaba un jersey.

El Boss se sentó en la cama.

-Nos gustaría… ejem… contar contigo para el año que viene. Sería un orgullo para nosotros.

Mercedes se quedó petrificada.

-¿En serio? Es un honor…

-Has sido vital en esta misión. Nicolás tenía razón contigo, y mira que me fastidia dársela, pero… -su rostro se endureció –Ahora, sin compromiso de ningún tipo ¿eh? No dejes de hacer tu vida por esto. Si por cualquier motivo no puedes o no quieres participar, no pasa nada.

-Bueno, la granja está muy bien organizada, creo que pueden pasarse quince días sin mí perfectamente.

El Boss suavizó su tono de voz, bajándolo dos octavas.

-Sabes que no me refiero a eso, Mercedes…

Sí, Mercedes sabía. En un año podía cambiar mucho su vida, conocer a alguien, empezar una relación…

-De acuerdo. Si estoy libre, iré.

-Estupendo. Nicolás se pondrá en contacto contigo a mediados de diciembre. Sabrá encontrarte, no te preocupes. Ahora tengo que marcharme.

-¿Puedo… puedo preguntarte algo antes de que te vayas? –Farfulló ella.

-Claro…

-Es sobre mi padre… ¿Está bien? –Mercedes esperó ansiosa la respuesta, tenía miedo de que no quisiera contestar.

-Está perfectamente, Mercedes. Muy contento de ver lo bien que te va la vida y de que te hayas arreglado con tu madre. Créeme. Está feliz.

-Gracias, Boss. Muchísimas gracias. Tú sí que acabas de hacerme feliz.

El Boss tomó la mano de Mercedes con delicadeza y se la besó.

-Adiós, Mercedes, nos veremos dentro de unos 350 días, más o menos. Ha sido un honor trabajar contigo.

Y, sin dar tiempo a Mercedes a decir adiós, se esfumó en el aire.

***

La plaza del Obradoiro refulgía ante el último rayo de sol del día. Mercedes la miraba extasiada desde la ventana de su habitación en el Hostal de los Reyes Católicos. Nicolás se acercó y le pasó un brazo por los hombros.

-Pues sí –dijo ella –Ha sido una sorpresa de lo más agradable, realmente. Y no conduces tan mal, después de todo.

-Mujer de poca fe…

Nicolás había decidido que, ya que se tenían que despedir, hacerlo a lo grande. Para eso había reservado una habitación en el Hostal, edificio del siglo XVI y joya del plateresco gallego. Mercedes había alucinado al llegar y ver los muebles antiguos y la cama con dosel. Todo era precioso.

-Pero… ¿Por qué hoy? –preguntó.

-Mañana es nuestro último día y vamos a estar tristes. Por eso era mejor hoy y en plan sorpresa. Menos mal que hemos resuelto el caso antes de plazo y tenemos casi dos días para nosotros solos…

Así que hicieron turismo por Santiago, visitaron la catedral, callejearon a sus anchas, y después se fueron a cenar a un restaurante de nueva cocina gallega. Nicolás había tirado la casa por la ventana.

Al llegar al postre, Nicolás puso una cajita encima de la mesa.

-Esto es para ti –murmuró.

Mercedes abrió la cajita y no se sorprendió demasiado al ver un anillo con un enorme y perfecto diamante.

-Pero… ¿Qué significa esto? Tú y yo no podemos…

-No es un anillo de compromiso, si a eso te refieres. No, no podemos. Sólo es un regalo de Navidad. Quiero que te acuerdes de mí cada vez que te lo pongas.

-Me acordaré de ti igualmente –contestó ella mientras Nicolás se lo deslizaba en el dedo –No hacía falta esto…

-Mira, sé que no tengo ningún derecho sobre tu vida. No quiero que el anillo te haga pensar que me debes algún tipo de fidelidad o algo así. Entiendo que esta relación puede llegar a ser muy frustrante. No puedes exigir entrega total a alguien a quien sólo ves diez días al año. Lo más probable es que en los próximos doce meses encuentres a alguien y no vuelvas a acordarte de mí para nada…

Mercedes se echó a llorar.

-No sé cómo puedes decir eso, de verdad –sollozó –No soy ninguna frívola de ésas que en dos días se enamoran de otro.

Nicolás le cogió la mano.

-No, pero tampoco puedes hipotecar tu vida por una semana al año… Quiero decir, que si en un momento dado quieres dar un nuevo giro a tu vida, que no te remuerda la conciencia. Lo entenderé. Pero el anillo hará que me recuerdes de vez en cuando ¿Verdad?

-No podría olvidarte aunque quisiera, Nicolás. En este último año no he sido capaz de tener una relación con alguien, y eso que me han sobrado las oportunidades y que pensaba que jamás nos volveríamos a encontrar. Entonces, imagínate ahora que sé que por lo menos nos veremos diez días al año…

-Ya, pero a lo mejor el año que viene, o el siguiente, o el otro, sí te ves capaz, y, si eso sucede, no quiero que te eches atrás por lo que yo podría pensar. Adelante hasta la cocina. Tú misma lo dijiste: sólo vas a vivir una vez. Hazme caso, soy mucho más viejo que tú.

Mercedes sonrió a través de las lágrimas.

-¿Cuánto más viejo? –preguntó con curiosidad.

Nicolás pidió los cafés para poder tardar en contestar.

-¿Qué más dará? Mucho más, en cualquier caso.

-¿Cuánto más, Nicolás? –insistió ella con terquedad.

Nicolás suspiró. Llegaba el momento que tanto había temido: Mercedes empezaba a hacerse y a hacer preguntas incómodas, y no sabía muy bien hasta dónde podía contestar.

-Mercedes, fíate de los datos de la leyenda, más o menos desde el siglo IV, por lo tanto… unos mil seiscientos años.

Mercedes procesó la información en silencio.

-Pero no habrás tenido siempre el mismo aspecto. ¿No envejeces?

Más líos donde meterse, pensó Nicolás.

-Bueno… digamos que cambio mi envoltura mortal cada equis tiempo. De hecho, acababa de cambiarla cuando nos conocimos, porque el año anterior había resuelto un caso cerca de tu ciudad y me exponía a que los implicados me reconociesen. Por eso no cambié esta vez ¿sabes? Ni se me podía pasar por la mente que nos volviéramos a encontrar.

-¿Y cómo elijes, ejem… esa envoltura mortal?

Más preguntas complicadas, pensó Nicolás.

-Hombre, entre un catálogo de cuerpos disponibles, Mercedes –no le apetecía nada seguir hablando del tema.

-¿Te refieres a cadáveres, Nicolás? –Mercedes no cejaba en su empeño, mientras revolvía el café con parsimonia.

Nicolás se tomó su tiempo para contestar, esperando instrucciones del Boss. Éste dijo: “adelante”.

-Sí, claro. ¿Cómo conseguir un cuerpo si no?

-Y probablemente, los eliges guapos ¿no? ¿Cuántas veces has cambiado… ah, de envoltura?

Nicolás se relajó y encendió un cigarrillo.

-Pues muchas, tantas que ya no me acuerdo. Y, mujer, pudiendo elegir… no voy a elegirlos feos. Tampoco me conviene elegirlos demasiado guapos. No conviene llamar la atención ¿Me entiendes? Quiero decir… el día que George Clooney cambie de estado, pongo por caso, no podré elegir su cuerpo. Y créeme que lo siento.

Mercedes cambió de tercio.

-¿Y el resto del año qué haces? ¿No te aburres?

-Bueno, siempre estoy muy ocupado. Entre hacer juguetes, leer cartas y elegir el caso del año para resolver entre cientos de miles posibles, eso me lleva casi todo el año.

Mercedes ya estaba a punto de preguntar por qué la habían elegido a ella el año anterior, cuando Nicolás dijo:

-¿Tienes pensado pasar toda la noche preguntando tontunas o vamos a hacer los honores a la habitación que he reservado y que, por cierto, me ha costado una pasta?

23 DE DICIEMBRE

-¿Qué venimos a hacer aquí, Xerome? –preguntó Vanessa, pensando en lo mucho que la envidiaría el resto del instituto. ¡Poder satisfacer la curiosidad de entrar en casa del conserje…!

-Coger al gato para llevarlo a mi casa, se lo prometí a mi padre –contestó él llamando al bicho con un “bis, bis, bis”.

Xerome había ido la tarde anterior a ver a su padre, tras un conciliábulo familiar que no había sido demasiado agradable. Entró primero con su madre y después Casilda los había dejado solos unos minutos. El ambiente estaba tenso y la conversación se limitó al principio a un cortés interés por parte de Xerome por la evolución de la salud de Gumer. Después le dio las gracias por haberle salvado la vida, a lo que Gumer respondió que podía agradecérselo cuidando de su gato mientras él estuviese hospitalizado. Los dos eran orgullosos y la reconciliación no iba a ser fácil, pero por lo menos era un primer paso.

El gato apareció y se frotó contra Xerome. Se dejó coger sin problemas. Recogieron sus cosas y salieron de la casa.

-Vanessa, tengo que decirte algo… no te va a gustar.

-Cuenta…

Xerome le explicó el desagradable encuentro de aquella mañana con el Amanitas, el valiente enfrentamiento de su madre y lo que habían hablado durante la comida. La madre tenía miedo por él. Entonces le preguntó qué diantre quería hacer con su vida. Xerome le entregó, en aquel momento, el boletín de notas: sólo había suspendido tres. Teniendo en cuenta que lo normal era que le cayesen siete u ocho, Casilda estaba contenta.

-Mamá, quiero acabar la secundaria. Y después quiero hacer un ciclo. Quiero estudiar, ya está bien de hacer el vago.

Casilda se puso loca de contento al oír esto. Había perdido la esperanza de que Xerome se reformara. Brais y Antía eran unos estudiantes modelo, y Maruxa muy joven, por ahora era un desastre, pero se la podría enderezar, pero Xerome… Casilda entendía que era peligroso que Xerome permaneciera en el pueblo. Joaquín y sus secuaces no lo dejarían en paz. Así que dijo:

-Xerome, si apruebas y quieres seguir estudiando, no puedes hacerlo en el pueblo. Tienes que irte de aquí.

Casilda tenía un hermano viviendo en Santiago que muchas veces se había ofrecido para acoger a alguno de sus hijos si quería estudiar allí. Hasta entonces, todos suponían que sería Antía la que disfrutara de tal honor, puesto que Brais probablemente se iría a estudiar a Vigo alguna ingeniería. Los ingresos de Casilda sólo daban para la manutención de un hijo fuera de casa.

-Puedes ir a casa del tío Juan. Lo llamaré esta tarde.

Antía estalló en lágrimas.

-¡Mamá! Eso no es justo. Se suponía que yo me iría el año que viene a hacer el bachillerato a Santiago. ¡No hay derecho! –Y salió de la habitación dando un portazo.

Xerome dijo que ni se le pasaba por la cabeza quitarle el puesto a su hermana, pero su madre no le dejó replicar, alegando que en ese momento era más importante su seguridad que los estudios de Antía. Si Brais había hecho el bachillerato en el instituto del pueblo, ella también podía hacerlo.

Casilda llamó a su hermano por la tarde y le explicó cómo estaba la situación. Lo que no esperaba era que Juan se ofreciera a alojar en su casa a ambos hermanos. Sus hijos ya habían abandonado el nido hacía tiempo y tenían sitio suficiente para los dos. Juan sabía lo mal que lo había pasado Casilda y creía que había llegado el momento de ayudarla de verdad.

-Así que, probablemente, el curso que viene estaré en Santiago –le decía Xerome a Vanessa mientras iban hacia su casa –Sólo podremos vernos los findes, es una jodienda.

Vanessa se echó a reír.

-¿De qué te ríes, tía? No le veo la gracia.

-Xerome, yo tampoco me atrevía a decírtelo… También yo me iré el año que viene a Santiago a estudiar en el Rosalía de Castro y a vivir con mi hermana. Mis padres prefieren que haga el bachillerato allá porque hay más nivel. Hace mucho que lo teníamos planeado. ¡Estaremos juntos!

-¿Y cuándo me lo ibas a decir, tía? –contestó Xerome navegando entre la alegría y la decepción.

-¡Xerome! ¡Sólo llevamos saliendo cuatro días! Y han pasado tantas cosas y tan gordas que no me volví a acordar del tema para nada. Además, estaba tan acostumbrada a llevarlo en secreto absoluto… ¿Te imaginas la que habría montado Pacho al enterarse? Yo creo que me habría matado antes de dejarme ir.

Xerome comprendió. Como siempre, su novia tenía toda la razón.

-¡Lo vamos a pasar de puta madre, tía! Pero primero tengo que sacar la ESO y me tienes que ayudar… aún tengo mucho que aprender.

-Claro, cuenta conmigo.

-Y me tienes que ayudar a elegir ciclo. No tengo muy claro…

-Eh, para el carro, tío –protestó ella -¿Por qué un ciclo?

-Coño… ¿Y si no qué hago?

-No te pongas límites. A lo mejor puedes hacer un bachillerato. No eres tonto, pero sí muy vago y tienes un nivel bajo, pero espera a ver cómo acabas el curso. Si haces un bachillerato después podrás hacer un ciclo superior, casi el equivalente a una carrera de grado medio… tendrás muchas más oportunidades laborales. El ciclo medio es una mierda, Xerome… casi todo el mundo acaba en el paro.

Otra vez, Vanessa tenía razón.

-¿Y tú cómo razonas tan bien y sacas tan buenas notas con todo lo que te metes? –preguntó –No lo entiendo.

-Joder, lo que hace haber sido la novia de un aspirante a narco –protestó ella –Como Pacho estaba todo el día puesto, se suponía que yo también, claro… Pues no he esnifado más que cinco o seis veces en mi vida, y eso porque Pacho se ponía pesado con el tema. No pienso volver a hacerlo. Es una mierda y un destrozacerebros. Y te aconsejo que tú tampoco lo hagas.

Xerome asintió. La verdad era que él pocas veces había pasado del porro. También tendría que ir pensando en dejarlo, o, por lo menos, en fumar menos si quería mantener la mente despejada para estudiar.

Llegaron a casa y depositaron felizmente al gato en el cobertizo.

-¿Quieres quedarte a comer? –invitó él –Se lo digo a mamá, no creo que haya problema. Vamos a decirle a Antía que tú también te vienes a Santiago. Se pondrá muy contenta.

Vanessa aceptó. No se podía creer lo mucho que había cambiado su vida en cuatro días. Las Navidades presentaban una perspectiva estupenda.

***

A la misma hora en que Xerome y Vanessa paseaban con el gato en dirección a casa, el cadáver de Pacho era conducido al tanatorio tras haber dado positivo en la prueba de ADN. Y, media hora más tarde, Joaquín el Amanitas era detenido en su casa acusado de asesinato en primer grado. Las gentes del pueblo opinaron al principio que era una buena noticia, pero en cuanto pensaron un poco en ello, se dieron cuenta de que sólo era una maniobra de traspaso de poder.

Nicolás y Mercedes, que ya habían regresado de su romántica estancia en Santiago, estaban tomando café en una terraza junto a la playa, aprovechando el tibio sol de diciembre. Y así se enteraron de los detalles: la cuadrilla del Amanitas había cantado de plano sobre el asesinato, incluido el lugar donde se había escondido el arma homicida, un revólver de gran calibre que sirvió para dar el tiro de gracia al desgraciado Pacho. Obviamente, la cuadrilla nunca habría declarado en contra de su jefe sin tener las espaldas cubiertas, así que todo el pueblo supuso que Cara Cortada, el principal rival del Amanitas en el negocio de la coca, se había hecho fuerte contratando la cuadrilla de Joaquín y, de paso, incitándolos a declarar para dejar al Amanitas fuera de combate durante un buen montón de años, los mismos que pasaría a la sombra. Cara Cortada, llamado así por el navajazo recibido en una mejilla durante una reyerta con el clan de Vilagarcía, se convertía así en el principal proveedor de cocaína de la zona y pasaría a ser el hombre más poderoso y temido de la comarca.

Los destrozados padres de Pacho montaron la capilla ardiente en casa, pero nadie acudió al velatorio. Era la forma de decir que ahora se aceptaba al nuevo jefe y las nuevas normas. Así que lloraron a su hijo en total soledad, acompañados únicamente por los familiares más próximos. El comportamiento de Pacho había sido fruto, en gran medida, de la relajación de sus padres en su educación y ahora sufrían las consecuencias. Nicolás se preguntaba si se les habría pasado tal idea por la cabeza. Bien, no se quedaría elucubrando: estaba dispuesto a ir a comprobarlo “in situ”.

***

Cuando Vanessa y Xerome entraron en casa de Pacho, a las ocho y media, Nicolás y Mercedes ya estaban allí. Eran los únicos ajenos a la familia que habían ido a dar el pésame. Se saludaron con una inclinación de cabeza. Nicolás pensaba que eran muy valientes al atreverse a ir, dadas las circunstancias.

Vanessa se acercó a la madre de Pacho.

-Carmen, lo sentimos mucho.

La madre reaccionó de forma explosiva.

-Tú, desvergonzada… todo ha sido culpa tuya y del hijo de la Casilda. Vosotros lo liásteis todo, es como si vosotros mismos hubiérais apretado el gatillo. ¿Cómo te atreves a aparecer por aquí? –e hizo amago de abofetear a Vanessa, pero el padre lo impidió a tiempo.

-Lo siento, Vanessa. Estamos nerviosos, hazte cargo.

-Entiendo… pero nosotros no somos culpables de nada, que quede claro.

-¿Cómo que no? –Vociferó nuevamente la madre –Si tú hubieras hecho lo que tenía que hacer cualquier mujer decente, es decir, seguir con su hombre… nada de esto habría pasado. Eres una sucia zorra…

-Perdone, señora. Estos chicos no son culpables de nada… si hay algún culpable, ése soy yo.

Todos se quedaron mirando al hombre alto y musculoso de abrigo caro que acababa de entrar sibilinamente en la estancia.

-Inspector Carlos Álvarez, de la brigada de narcóticos. Mi más sentido pésame –se presentó.

Tras unos minutos de confusión inicial, el inspector se explicó.

-Verán, yo ofrecí el pacto a Pacho, es decir, librarlo de la acusación por intento de homicidio a cambio de que me contase todo lo que sabía del Amanitas y sus sucios negocios. Eso fue lo que firmó su sentencia de muerte, no lo que quiera que hayan hecho estos chicos. Se me fue la mano… nunca pensé que el Amanitas fuese capaz de una venganza tan sangrienta. Teníamos pensado ponerle vigilancia a Pacho, a modo de protección, pero apenas si nos dio tiempo. Así que, en cualquier caso, si hay un culpable de su muerte, ése soy yo sin lugar a dudas.

Intervino Nicolás.

-Dudo que haya algún culpable… cada uno se labra su propia ruina.

El padre de Pacho se derrumbó en una silla, hundiendo el rostro entre las manos.

-Ya estaba muerto desde hacía mucho tiempo, mamá –le decía a su mujer gimiendo –Y nosotros no hacíamos más que mirar para otro lado, como si no pasara nada… no queriendo saber… Estaba muerto desde el momento en que empezó a ir a la descarga y nosotros no ejercíamos ningún control sobre él.

La madre empezó a llorar histéricamente.

-¡Mi pobre hijo, mi niño!

La escena era desagradabilísima, así que Nicolás se llevó a Mercedes y a Vanessa, cogidas cada una de un brazo, a la estancia contigua, donde habían instalado la capilla ardiente. Allí dentro estaba Xerome rindiendo su particular homenaje al amigo de la infancia y al rival de la adolescencia.

-Quiero que te lleves esto, tío –dijo Xerome mientras se sacaba el collar filipino que era su posesión más preciada y jamás abandonaba su cuello –Por los buenos tiempos… vamos a olvidar la mierda de los últimos días, porque tú ya no eras tú y yo… todavía no era yo –Metió el collar en el bolsillo del traje negro que servía de mortaja a Pacho. Los de la funeraria habían hecho un trabajo excelente. Pacho parecía dormir plácidamente.

Nicolás se abrazó a Mercedes y Vanessa a Xerome.

-Marchaos, chicos –dijo Nicolás –Id a vivir vuestra vida. Éste no es sitio apropiado para vosotros…

-¿Va usted a volver después de Navidades, profe? –preguntó Vanessa.

-No, querida. Yo sólo sustituía a la profesora titular. Ella volverá después de vacaciones, espero.

-Entonces… ya no nos volveremos a ver –Afirmó Xerome –Qué pena.

-Efectivamente, yo seguiré mi camino y vosotros el vuestro. No me cabe duda de que será el adecuado. Os deseo la mejor suerte del mundo.

Los cuatro se despidieron con dos besos. Mercedes les dijo que si algún día pasaban por donde vivía, fuesen a hacerle una visita. Y los vieron marchar, jóvenes, hermosos y con toda la vida por delante para comerse el mundo.

24 DE DICIEMBRE

La mañana de Nochebuena Xerome le leía a su padre las últimas noticias del periódico. Gumer estaba tomando una sopa que calificó de “asquerosa e incomible”.

-A ver qué os dan de cena… -barruntó Xerome.

-Bah, viendo la sopa me espero lo peor. Anda que no es fácil hacer una sopa decente… -protestó Gumer, que llevaba catorce años haciéndose la comida.

Aún así, la comió con apetito.

-Entonces… ahora es Cara Cortada el que controla el cotarro ¿No? –Preguntó a Xerome.

-Sí… le ha llegado su oportunidad. Pero no sabes la última.

El padre hizo un gesto de curiosidad.

-Esta mañana han encontrado al Amanitas ahorcado en los calabozos de la guardia civil. Un escándalo.

-¡Qué me dices! –exclamó Gumer incorporándose en la cama con un gesto de dolor -¿Pero por decisión propia? ¿O lo ayudaron?

-Quién sabe… el Amanitas ha sido la pesadilla de los picoletos estos últimos años.

-Sí, y su sobresueldo. No me jodas, Xerome. Sabes tan bien como yo que aquí no hay nadie limpio. ¿Qué ganaban los picoletos quitándoselo del medio? Tenían más que perder que ganar… la paga extra por mirar hacia otro lado.

-Bueno, papá. Ahora tienen nuevo amo que seguirá repartiendo pagas extra. Quizás lo despacharon ellos por orden de Cara Cortada. Yo qué sé… El inspector ese que vino de Santiago a investigar todo ¿sabes? El que estaba en casa de Pacho ayer, tenía un cabreo del carajo. Les montó un pollo de cojones por no haberle quitado el cinturón al Amanitas, parece ser que fue lo que usó para…

Padre e hijo se quedaron en silencio.

-Tenían que habérselo llevado a la cárcel y no hacerle pasar la noche aquí –murmuró Gumer -Eso fue decisión del juez ¿no?

-Ni idea, ya sabes que yo de esas cosas… ignorancia total.

-Quizá el juez lo decidió precisamente para que lo despachasen… si el Amanitas hablaba, medio pueblo caería con él. ¿No ves que aquí todo Cristo vive del negocio, Xerome? También el juez. Todos cobran por detrás a cambio de no ver.

Sí, Xerome lo sabía. ¿Quién no lo sabía en aquel pueblo? Era el pacto de silencio que tenían entre todos: no ver, no oír, callar y cobrar. Jamás saldrían de aquella situación. Xerome entendía que su madre quisiese mandarlos a todos fuera. Allí sólo había un futuro y era de color blanco.

Se puso en pie.

-Me voy, papá. A la una entierran a Pacho.

-¿Pero vas a ir al entierro, hombre? ¿No te llegó con lo de ayer?

-Tengo que ir, papá. Fue mi amigo durante muchos años. Volveré por la tarde con Brais.

***

Nicolás y Mercedes despertaron tristes y apesadumbrados. Les quedaban escasísimas horas juntos y, aunque tenían asumida la separación, el saberlo no les hacía llevarlo mejor. Mercedes estuvo un buen rato llorando en brazos de Nicolás, hasta que decidió ser sensata y controlarse.

-Soy una idiota… hace un año habría firmado sin mirar por los diez días que hemos tenido. Habría pagado cualquier cosa por este tiempo. Ha sido un regalo y no tengo derecho a quejarme.

-Y el año que viene habrá más, mujer. Hay que ser positivo. Además, vas a tener tanto trabajo que dudo que te acuerdes de mí, no creo que tengas tiempo.

-¿A qué hora te vas? –preguntó ella.

-Supongo que sobre las tres o así… tenemos que empezar el reparto de juguetes, ya sabes. Y a ti aún te queda un buen trecho hasta llegar a casa ¿eh?

-Sí… unas cuatro horas. Espero que todo esté preparado cuando llegue, porque somos unos treinta y cinco a cenar y no tengo ninguna gana de encargarme de nada. Me va a caer bronca de mi madre, pero me da lo mismo.

Nicolás sonrió.

-Sigue siendo una vieja cascarrabias ¿eh?

Mercedes se encogió de hombros.

-Ya sabes… genio y figura hasta la sepultura. Lo que pasa es que ahora digo todo lo que no me gusta y con lo que no estoy conforme, no como antes, que tragaba como una tonta. Así que discutimos más que nunca, pero ya no me afecta. Que se acostumbre a conocer otras opiniones aparte de la suya, que no le viene nada mal.

Nicolás cogió su cazadora.

-Tengo que ir a hacer algunos recados. Vuelvo enseguida. ¿Vas cerrando las maletas mientras?

-Claro.

-Venga, nos vemos en un ratito –contestó Nicolás mientras abría la puerta.

***

Casilda no sabía muy bien cómo abordar la cuestión.

-He hablado con el médico, Gumer. Te darán el alta en dos días.

-Vale –contestó él concisamente. Después se sumió en el silencio. Por supuesto, no podían hacerse amigos en tres días tras casi catorce años sin hablarse.

-¿Y qué tienes pensado hacer?

-Irme a casa –contestó él con tranquilidad.

-Pero Gumer ¿Cómo te vas a ir solo recién operado? No te vas a arreglar bien.

-Casilda ¿desde cuándo te interesas por mi bienestar? No me vengas con historias, que nos conocemos… -refunfuñó el conserje.

-Gumer, te doy la oportunidad de venir a mi casa hasta que te recuperes. Podrás estar con tus hijos –le contestó ella airadamente, como si le estuviese haciendo el gran favor.

-Coooño, Casildaaaaa –Gumer se incorporó e hizo un gesto de dolor –Qué bueeeeena que eeeeres. ¿Y eso a qué se debeeeee?

Casilda empezó a notar que montaba en cólera. Se estaba arrepintiendo de su oferta.

-Gumer, de no ser por ti a lo mejor ahora Xerome estaba muerto, y las niñas… -un escalofrío le recorrió la espalda –No quiero ni pensarlo…

Gumer permaneció callado algunos minutos, para acabar diciendo:

-Pero mujer, el mérito no es mío. No me voy a poner medallas a estas alturas de la película. Fue ese profesor nuevo, ese tal Nicolás, el que dio la voz de alarma. Yo estaba medio dormido en mi sofá, acompañado de mi botella, como siempre…

-Tampoco te quites el mérito –contestó ella –Fuiste capaz de levantarte del sofá e ir con él a defender a tus hijos. No lo estropees, por favor.

-Casilda –rogó él –Ven aquí, siéntate junto a mí, anda.

Ella obedeció, no se atrevió a contradecirle. Cogió una silla y se sentó junto a su cama.

-Hace mucho tiempo –comenzó Gumer –Yo era un chico listo ¿Te acuerdas, Casilda? Incluso tenía cierta cultura… antes de que el alcoholismo, sí ¿por qué no decirlo? soy un alcohólico, entrase en mi vida y nos la destrozara.

Casilda escuchaba atentamente aquel preámbulo. No sabía dónde quería ir a parar su ex –marido.

-Quiero decir con esto que no soy idiota, no soy tonto… aún me queda algo de la chispa de la juventud. Todos los días me hacen un montón de pruebas, resonancias, placas, análisis… ¿Todo por una simple puñalada? –Casilda negó con la cabeza e intentó hacerlo verbalmente –No, no me mientas. Sé lo que estás pensando y no intentes engañarme. Algún día mi mala vida tenía que pasarme la factura. No importa. Lo que tenga que ser, que sea.

Casilda se echó a llorar. Le recordaba al Gumer de veinte años, el chico del que se había enamorado hacía tanto tiempo.

-No llores. No pasa nada. Pero no quiero vuestra compasión. Y no la quiero porque no me la merezco… Lo pasaré solo como he pasado los últimos años y ya está.

-No, Gumer. No lo permitiremos. Lo hemos hablado en casa y los cinco estamos de acuerdo. Queremos que vengas.

-¿Xerome también? –preguntó el conserje enarcando las cejas.

-Xerome… fue al que más le costó pasar por el aro, ya lo conoces, es igualito a ti. Pero sí, está de acuerdo.

Gumer se quedó pensativo.

-Pero no quiero hacerlo. Y me horroriza la compasión, ya lo sabes.

Casilda suspiró y se levantó de la silla. Empezó a pasear por la habitación.

-Esto no es un contrato de por vida… si no quieres venir, no vengas. Pero por lo menos ven hasta que te recuperes de la puñalada. No te vas a manejar bien tú solo en casa con los vendajes y toda la pesca.

Gumer se mantuvo nuevamente en silencio.

-Está bien. Pero sólo hasta que me recupere del tajo. Después me iré a mi casa –manifestó lentamente.

Casilda sonrió. No era ganar la guerra, pero sí una batalla.

***

Xerome y Vanessa caminaban con lentitud extrema por el paseo marítimo.

-¿Me creerás si te digo que es la primera vez en mi vida que voy a un entierro? –preguntó ella.

-¿Y qué te ha parecido la experiencia?

-De lo más desagradable, hijo.

-Chicos, por favor –intervino una voz a sus espaldas. Ambos se volvieron y reconocieron la figura del inspector Álvarez. Ya lo habían visto en el cementerio durante el entierro.

-Vosotros sois los que estábais ayer en el velatorio ¿no? –Ambos asintieron –Que la madre de Pacho os echaba la culpa ¿no? ¿Podemos sentarnos un momento?

Xerome y Vanessa se miraron, y tomaron asiento en un banco del paseo.

-¿Necesita usted descargar su conciencia, inspector? –preguntó Xerome muy serio.

El inspector sonrió con tristeza.

-Algo así… Ayer les dije a sus padres que quizá se nos había ido la mano y es verdad. Llegué antes de que lo hiciera su abogado para hablar con él. Me imaginé que no sería más que un descerebrado repleto de coca hasta las patas y era verdad. Le expliqué la pena que le esperaba por intento de homicidio y lo mal que lo iba a pasar en la cárcel. Se lo pinté negrísimo y vi el miedo en su cara abotargada de drogadicto. Hice bastante hincapié en el tema de los abusos sexuales que sufriría sin lugar a dudas. Entonces le ofrecí un pacto a cambio de que me contase absolutamente todo lo relativo al negocio del Amanitas, y resultó que sabía mucho más de lo que yo esperaba, fue una suerte. Gracias a todo lo que cantó, salió sin cargos.

Hizo una pausa para tomar aire. Vanessa y Xerome escuchaban atentísimos y algo horrorizados.

-Supongo que el abogado se lo sopló al Amanitas… el que yo estaba allí, vaya… ellos sí me conocen de sobra. Y al ver que el otro renunciaba a sus servicios y a las dos horas estaba en la calle y además presumiendo de ello… bueno, firmó su sentencia de muerte. Fue un descuido por nuestra parte, teníamos que haberlo vigilado mucho más y jamás me lo perdonaré. Pacho era una escoria, pero teníamos obligación de velar por su seguridad.

-En fin –intervino Vanessa –Supongo que ustedes no lo podían prever.

-¡Ya lo creo que podíamos! Ese fue nuestro error imperdonable… Vosotros sois muy jóvenes y no recordaréis venganzas similares a ésta, pero yo ya he visto unas cuantas, no era la primera y supongo que no será la última. Pacho salió libre a las dos de la tarde, y me imagino que antes de las tres ya estaba en manos del Amanitas.

-No, a las tres estaba bien –intervino Xerome –Vino a amenazarnos. Tuvo que ser después.

-Pero no mucho después, me temo… -murmuró el inspector –Y, por si fuera poco, esta mañana volvemos a cagarla… Se pasó la mano por la cara con frenesí.

-¿Se refiere a lo del Amanitas? ¿El suicidio? –preguntó Vanessa.

-Eso mismo… chicos… este pueblo es un asco, toda la zona lo es, vicio y corrupción. Si queréis un consejo, marchaos de aquí en cuanto podáis. Yo me marcharé ahora mismo a Santiago a poner mi dimisión encima de la mesa del jefe. Tenía que compartirlo con alguien, lo siento.

El inspector se despidió con la mano y apretó el paso. Vanessa y Xerome se quedaron viendo cómo se alejaban, cogidos de la mano.

***

A Nicolás le habrían dado ganas de darse cabezazos contra la pared… ¿Cómo podía haber sido tan estúpido?

Al volver al hotel, no había rastro de Mercedes por ningún lado. Su equipaje había desaparecido y, en su lugar, encontró una carta a su nombre. No le hacía falta leerla para saber lo que había pasado.

“Nicolás:

Esta vez soy yo la que se va a la francesa, ya ves… por lo menos no te he hecho pasar por la tortura de hacerte reconstruir la carta repartida en trescientos pedacitos escritos en grafía gótica… es broma. No me voy así por venganza. Es que no soy tan valiente como tú crees y no soy capaz de afrontar el momento de la despedida. Es mejor así, créeme. Probablemente me desharía en lágrimas como una magdalena y prefiero quedarme con un recuerdo bonito. Ya bastante he llorado esta mañana. Y sé que a los dos nos iba a quedar mal cuerpo, que se te iban a despertar remordimientos de conciencia y que el Boss se iba a enfadar. Mejor así.

Espero que pases un buen año, yo lo intentaré. Por lo menos me queda la ilusión de que en doce meses nos volveremos a ver, ilusión con la que nunca conté este último año y aún así, sobreviví. Quiero decir con esto que esta vez se me hará mucho más llevadero. Estaré esperando impaciente que te pongas en contacto conmigo.

Te quiero, aunque eso ya lo sabes. Te esperaré. Siempre.

Mercedes”

FIN