LOS QUE HACEMOS DE ESTE BLOG UNA CASA DE LOCOS

LOS QUE HACEMOS DE ESTE BLOG UNA CASA DE LOCOS

MORGANA

JOTAELE

AGÜELO COCINILLAS

Oficialmente, profesora

Escritora

Casada y madre de familia

Me gusta leer, escribir y el rock and roll

Toco la guitarra

Hago dameros

Me gusta Patán

Odio la política y los programas del corazón

Oficialmente, abogado

Seductor

No sabe, no contesta

Me gustan las mujeres

Toco lo que me dejan

Hago el amor

Me gusta Betty Boop

Odio a Belén Esteban y a María Antonia Iglesias

Oficialmente, jubilado

Naturalista

Viudito y disponible

Me gusta observar la naturaleza humana

Ya no toco nada

Hago disecciones

Me gusta doña Urraca

Odio la caza, la pesca y los toros.

LIBROS LEÍDOS INVIERNO 2013

J.K. ROWLING: Una vacante imprevista
NOELIA AMARILLO: "¿Suave como la seda?
LENA VALENTI: "Amos y mazmorras"

lunes, 27 de junio de 2011

RESTAURANTE "TIRA DO CORDEL": TIRA DA CARTEIRA ****

CLASIFICACIÓN:


*****Pásate todo el mes ahorrando para ir
****  Espera a que te invite tu churri
***    No está mal, pero cocina mejor tu madre
**     Píllate algo en el kebab de debajo de casa
*       Coge fama y échate a dormir: aprende a cocinar, coño


Praia de San Roque
15155 Fisterra
(A Coruña)
PRECIO POR PERSONA: 40 EUROS: Zamburiñas al horno, Lubina a la brasa, postre, pan, vino y café.


http://www.tiradocordel.com/
Siento inaugurar mi sección de Restaurantes de forma tan negativa, pero la vida es así. He comido allí este fin de semana, no era la primera vez que lo hacía, y, por desgracia, veo que su forma de concebir la restauración no ha cambiado en absoluto: trato familiar, abuso de confianza, local cutre e incómodo, pero precios de restaurante de tres tenedores. No puede ser. Si pagas precios de calidad te tienen que dar calidad en todo, no puedes llegar con reserva y que te hagan esperar llamándote por tu nombre como en la lista del médico, entre otras cosas. El "Tira do cordel" es un restaurante familiar, antaño una tasca de playa, que cogió fama por el excelente producto que ofrecía, amplió su local de forma caótica y se subió a la parra con los precios, porque lo que le van a cobrar por ir con su pareja y sin pedir marisco va a rondar los 40-50 euros tranquilamente. Multipliquen por dos y pensarán, como lo hice yo, que para abonar cien napos hay sitios mucho mejores, donde el camarero te cuelga el abrigo y te retira la silla para que te sientes. Donde te dan cubiertos para servirte, por ejemplo. Ya no entraré en detalles, como por ejemplo que estábamos en plena ola de calor a 32 grados y no había ni un miserable ventilador, o que el dueño se paseaba por todas las mesas con los faldones de la camisa por fuera del pantalón. ¡Y que después te cobren 27 euros por una lubina, por muy refresquísima que sea!
Ese es el plato estrella de la casa: la lubina a la brasa, que sirven ya desespinada y bañada en un sofrito de ajos. Está deliciosa y la primera vez se les puede perdonar aunque sólo sea por eso. Sólo lubina: ni una miserable ensalada, ni una triste patata de acompañamiento. Sólo la he tomado así allí, no conozco otro sitio donde la preparen de esa manera. De esta forma preparan también la dorada, pero para mi gusto no está tan rica. Lubina que les servirán con bastante retraso, pues suelen tener el comedor abarrotado y coger más reservas de las que se pueden permitir, de ahí la espera al llegar sin tener en dónde tomarse un miserable vino: fuera está el paseo marítimo y dentro aprovechan todas las mesas, hasta las del bar, para dar comidas. El marisco, aunque no lo pedimos esta vez, correcto. El percebe suele ser bastante bueno. Los postres son caseros y totalmente exentos de sofisticación, además de caros: flan, tarta de queso, tarta de manzana y arroz con leche. La tarta de manzana estaba francamente buena. Lo peor, el servicio. Quince mil camareros pululando a tu alrededor y siempre tienes la desagradable sensación de estar desantendido, ya que el dueño parece no fiarse de nadie y es multitarea: él recibe a los clientes, él los llama y los lleva a la mesa, él coge los pedidos, todo ello acompañado de una pachorra infinita. Y mientras, unos cuantos camareros pasmando o haciendo que hacen. Resumiendo: sí, cocinan bien, pero por lo que clavan hay otros sitios infinitamente mejores. Y no sólo de lubina vive el hombre. Si a usted lo invitan a comer allí, diga que sí, por supuesto, pero no se le ocurra invitar a nadie sin consultar antes otras opciones si lo que quiere es quedar bien con alguien, o por lo menos no lo haga un fin de semana de verano.

viernes, 17 de junio de 2011

INDIGNADO


Ya lo sé, ya lo sé... ustedes esperaban una entrada del venerable Abuelo Cocinillas, pero entre que el viejales se pasa la vida mirando por el microscopio, hasta olvidándose de comer, y que actualidad manda, me ha tocado a mí. Lo siento, amigos. Tendrán que soportarme unos minutos.
Mi mujer se ha marchado de casa, y no, ni se ha liado con ningún efebo (o efeba, ya que, por si no lo saben, otrora le daba a los dos bandos) ni es tampoco porque yo le haya decorado la cabeza. Tampoco me ha abandonado. Mi mujer es bella, sofisticada y diseñadora de modas de éxito. El otro día llegué a casa, agotado tras una larga jornada laboral, y me la encuentro ataviada con unos vaqueros zarrapastrosos, una sudadera gris como con lamparones y unas zapatillas raídas. Llevaba un petate.
-Menos mal que has llegado -me espetó -Me largo. Tendrás que ocuparte de la niña.
Tras unos minutos de perplejidad, logré articular, o, más bien, balbucear:
-Pero... Si esta vez no he hecho nada, Roberta.
-No seas capullín -contestó -Me voy al campamento de los indignados -Y me dio un beso largo de esos que da ella cuando me quiere convencer de algo, cosa inútil, por otro lado, puesto que me convencería igualmente, pero bueno... no pude evitar indignarme yo, de todas formas.
-¿Cuánto tiempo vas a estar fuera? -inquirí.
-El que haga falta -Y salió con su petate al hombro, toda llena de razón.
Supuse que sería un calentón de los suyos y que no aguantaría más de una noche, pero... ¡qué va! El tercer día, viendo que la cosa iba para largo, tuve ya que tirar de padres y suegros para ayudarme con mi hija. Ella siguió yendo a trabajar, venía a casa a ducharse y arreglarse a primera hora de la mañana, adoptando su sofisticado aspecto habitual. A la hora de comer volvía a disfrazarse de zarriosa y se marchaba al campamento.
La vi tan entusiasmada y monotemática, tan imbuida del espíritu de los indignados, que empecé a sentir el aguijonazo de los celos.
-¿Y dónde duermes? -preguntaba yo.
-En una tienda de campaña, claro -contestaba ella con fastidio.
-¿Sola?
-No seas imbécil, José Luis. Es un campamento protesta, no un hotel de cinco estrellas.
Asentí avergonzado. Pero respuesta tan contundente no hizo más que exacerbar mi desconfianza. Así que decidí pasarme por allí para ver por mí mismo si tenía motivos para no estar tranquilo. Allí se reúnen demasiados mozalbetes de buen ver bajo la capa de roña de sus atuendos hippies.
El primer día la excusa para presentarme allí fue llevar a Roberta unos bocadillos para la cena. Aparecí con el uniforme de picapleitos: traje y corbata. No me disgustó comprobar que había varios trajeados entre los indignados. Y algún abuelete. Encontré a mi mujer tocando la guitarra (ni siquiera tenía idea de que sabe hacerlo) y entonando una canción de Aute, mientras una panda de adolescentes la miraban embobados. Interrumpí tan memorable actuación para darle los bocatas, pero ella me dijo:
-Dáselos a Sergio, él se ocupa de la intendencia.
-Pero si son para ti.
-Nones. Aquí lo compartimos todo.
Y siguió tocando y cantando. Me fui para casa bastante preocupado, así que al día siguiente tuve la precaución de vestirme de sport y aparecer con una olla de lentejas estofadas. Afortunadamente, sé cocinar. Ni siquiera me acerqué a Roberta, fui directamente al tal Sergio (25 años, rasta, ojos azules, alto, peligrosísimo) y le hice entrega del condumio.
-Gracias, tío -me dio unas palmaditas en la espalda -Tu mujer está por allá, ayudando a hacer pancartas. Una gran tía Roberta, tienes mucha suerte.
El tercer día, de chándal, llevé una olla de macarrones a la boloñesa. Fue la propia Roberta la que me salió al encuentro.
-Oye, que me dijo Sergio que estuviste ayer, cómo no me avisaste, hombre... hace dos días que no coincidimos en casa.
Estaba tan guapa con el pelo trenzado y la camiseta manchada de pintura que no pude evitar cogerla por la cintura y susurrarle:
-No habrá por ahí alguna tienda de campaña vacía ¿no?
Ella se soltó muy enfadada:
-¿Pero qué te has creído? No se puede frivolizar con estos temas. Un poco de abstinencia no te vendrá mal -Y se alejó, visiblemente mosqueada. Más me mosqueé yo, que la conozco y sé que no aguanta más de dos días sin actualizar sus partes bajas.
Los días siguientes apenas me habló en casa, así que una tarde me personé en el campamento, la cogí por un brazo y la llevé a un rincón, casi contra su voluntad.
-Eh, suéltame -chilló.
-Roberta, sé razonable. Necesito hablar contigo. Esto es ridículo. Vuelve a casa, por favor.
Ella se calmó, encendió un cigarrillo y se quedó pensativa durante unos minutos.
-¿Sabes lo que más me jode de todo esto? -preguntó. Me encogí de hombros, a saber por dónde iba a salir -Que no me has preguntado por qué.
-¿Cómo?
-Te revienta que esté haciendo esto, pero no me has preguntado el motivo.
-Es que no lo entiendo. ¿Qué tienes que protestar tú? Todo te va bien en la vida, tu negocio va de fábula, puesto que se nutre de la gente que no sufre la crisis. Tienes todo lo que deseas. ¿Por qué deberías estar aquí pasando calamidades, protestando por algo que ni te va ni te viene?
Ella se encogió de hombros.
-¿Ves? Sabía que no lo entenderías. Es cierto que llevamos una vida burguesa. Bien: ¿porque nos va bien a nosotros no nos podemos solidarizar con la gente que lo está pasando mal?
No supe qué contestar.
-Hay algo que se llama solidaridad, Jose. Y ya no es sólo por eso. Tenemos una hija. Éste no es el mundo que quiero para ella. Precisamente somos nosotros los que podemos cambiar las cosas, no apoltronarnos en nuestro estatus burgués, mirando para otro lado y fingiendo que no pasa nada. ¿Comprendes? ¿O es que te crees que me apetece mucho dormir con siete personas más sobre un suelo duro?
Me sentí sumamente avergonzado. Mi mujer casi siempre tiene razón, sólo que no es sutil para exponer sus argumentos.
-Tengo que irme, hay que organizar cosas para mañana -Me besó apasionadamente y desapareció en un tenderete lleno de chicas jóvenes.
Bueno, y aquí estoy, haciendo mi petate y el de mi hija. Ella se va a dormir a casa de los abuelos, yo me uno a los indignados. Hemos quedado en turnarnos para estar en el campamento, así podremos estar más tiempo con la niña. Aquí estoy, a mis cincuenta, protestando por un futuro mejor. ¿Quién lo iba a pensar?

Foto por cortesía de periodicosespana.com