LOS QUE HACEMOS DE ESTE BLOG UNA CASA DE LOCOS

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MORGANA

JOTAELE

AGÜELO COCINILLAS

Oficialmente, profesora

Escritora

Casada y madre de familia

Me gusta leer, escribir y el rock and roll

Toco la guitarra

Hago dameros

Me gusta Patán

Odio la política y los programas del corazón

Oficialmente, abogado

Seductor

No sabe, no contesta

Me gustan las mujeres

Toco lo que me dejan

Hago el amor

Me gusta Betty Boop

Odio a Belén Esteban y a María Antonia Iglesias

Oficialmente, jubilado

Naturalista

Viudito y disponible

Me gusta observar la naturaleza humana

Ya no toco nada

Hago disecciones

Me gusta doña Urraca

Odio la caza, la pesca y los toros.

LIBROS LEÍDOS INVIERNO 2013

J.K. ROWLING: Una vacante imprevista
NOELIA AMARILLO: "¿Suave como la seda?
LENA VALENTI: "Amos y mazmorras"

domingo, 16 de enero de 2011

PAPÁ NOEL III: EL ENEMIGO EN CASA



Curioso y significativo: la que suele ser la última entrada del año de este blog va a ser la primera. Sólo es una muestra más de lo caótica que ha sido mi vida últimamente. Como todos los años, Nicolás y Mercedes regresan con sus aventuras y peripecias navideñas. Ésta es la tercera y penúltima entrega. Como siempre, dada su longitud sólo os pongo aquí el principio y el resto os lo linkeo para descarga directa y gratuita en mi página de safecreative. Espero que os guste y feliz año nuevo a todos.

Safe Creative #1101168271703

PAPÁ NOEL III: EL ENEMIGO EN CASA

15 DE DICIEMBRE

Mercedes salió a la gélida mañana pertrechándose en la bufanda de forro polar. El termómetro del porche marcaba seis grados bajo cero. La atmósfera estaba limpia, aún había multitud de estrellas en el cielo despejado. Mercedes se detuvo un momento a mirarlas y exaló un suspiro enorme. El frío se le metió en los huesos como un puñal, así que se dirigió hacia las cuadras a paso rápido. De repente, una figura pequeña surgió de las sombras.

-Buen día, doñita. Es un decir. Qué frío hace.

Mercedes pegó un respingo.

-¡Emerson! ¡Qué susto me has dado! ¿Siempre tienes que aparecer como un fantasma?

Normalmente, Mercedes sentía un cariño infinito hacia su capataz peruano, pero esta vez la vista del pequeño y moreno Emerson le crispó los nervios. En realidad, desde hacía diez días todo le crispaba los nervios. El capataz no se inmutó.

-Doñita, está usted muy nerviosa –dijo con voz tranquila -¿Le preocupa la vaca?

No; a Mercedes no le preocupaba la vaca, precisamente.

-Ahora vendrá el veterinario. No se preocupe, tendrá un parto estupendo. Pero algo me dice que no es la vaca ¿verdad?

-Emerson, déjame en paz, anda…

El capataz había notado ya unos días antes el cambio de humor de su jefa. No había sido el único. La madre había estado zahiriéndola aquella mañana, después de que Mercedes derramara todo el café en la mesa de desayuno.

-Estás tonta –le dijo –No sé qué te pasa últimamente, estás más atontada que de costumbre.

Por toda respuesta, Mercedes encendió un cigarrillo.

-Y hazme el favor de no fumar aquí. Sabes que no lo soporto.

Mercedes se puso de pie. Los ojos le echaban chispas.

-Y yo no te soporto a ti, madre. Sabes muy bien que podía estar cómodamente en mi biblioteca en vez de ocuparme de esta mierda de granja. Para empezar, aún me quedarían dos horas y media más de sueño. ¡Así que deja de darme órdenes!

La madre tembló de ira. No conocía a su hija.

-Eres una completa maleducada, Mercedes.

-¡Déjame en paz! –Mercedes salió dando un portazo.

Volvió a la realidad. El frío ayudaba a ello.

-Emerson ¿Te ocupas tú del asunto del veterinario? Tengo que ir a los invernaderos a ver cómo va el tema de la partida de repollos. Hoy vienen a buscarlos.

-Descuide, doña. Yo me hago cargo –Emerson sonrió.

Mercedes se alejó a toda prisa de los establos y, al llegar a la esquina del edificio, giró abruptamente en dirección opuesta a los invernaderos. Necesitaba estar sola y llorar. Sentía crujir la hierba escarchada bajo sus pies mientras se dirigía a la vieja cabaña, último reducto de su infancia. Su tío Manolo, hermano de su padre, se la había construido durante un verano. Empujó la puerta con dificultad, estaba hinchada por los muchos inviernos a la intemperie, y se sentó en un tocón.

“Estúpida, imbécil” se dijo a sí misma mientras sacaba el tabaco del bolsillo del plumífero. “Hoy es quince, seguro que aparece hoy.”

Encendió el cigarrillo con manos temblorosas y su escasa autoconfianza se desmoronó al apagar la llama del mechero.

“No… la misión empezaría hoy. Ya me tenía que haber llamado para decirme dónde nos reuníamos. Está claro que no volveré a verle”. Y se echó a llorar.

Tras quince minutos de desahogo, se secó las lágrimas de un manotazo. Seis y media. Tenía que ir a ver si había llegado el veterinario. Por el camino, siguió autotorturándose.

“Seguro que no quiere saber nada de mí, interferir en mi vida… querrá que me asiente de una vez sin estar pendiente de él. Eso, si no…” se estremeció.

Una niebla ligera ascendía de la hierba húmeda, dando a todo un aspecto fantasmagórico. Entonces, en lontananza, divisó una figura rasgando el jirón gris. La reconoció al momento. Aligeró el paso, cada vez iba más rápido. La figura no varió el suyo. Mercedes empezó a correr, a sentir calor, sudaba debajo del plumífero.

-¡Boss, querido Boss! ¡Ya creí que me habíais olvidado! –y se arrojó en sus brazos llorando.

***

El Boss dejó que Mercedes se desahogara a gusto. No la había perdido de vista durante el último año y sabía que no había sido fácil para ella.

-¿Dónde está Nicolás? ¿Dónde? –Balbuceó Mercedes soltándose del abrazo.

-Uf. Está con tu madre –contestó el Boss.

A Mercedes ni siquiera se le pasó por la cabeza preguntar qué habían ido a hacer allí. Sólo quería ver a Nicolás. Se dirigió hacia la casa a zancadas, seguida por el Boss. Fue secándose las lágrimas con la bufanda por el camino. También intentó tranquilizarse. Dejaría que ellos llevaran el ritmo de la conversación.

-Espera un momento, Mercedes –el Boss la cogió por un brazo y la obligó a parar –Sé que has tenido un año duro, durísimo…

Mercedes sintió miedo.

-¿Nicolás sabe algo? –preguntó con voz temblona.

-No –contestó él –No le he dicho absolutamente nada. Lo dejo a tu criterio. Siempre te he considerado una persona sensata y sé que elegirás lo más conveniente. Siento por lo que has pasado.

-Gracias –musitó ella –Supongo que no podemos saludarnos con demasiada efusión. ¿Qué bola le habéis contado a mi madre para justificar vuestra presencia aquí?

El Boss se echó a reír.

-Ya lo verás. Algo gordo, para que colabore. No te preocupes, todo saldrá a pedir de boca.

Mercedes lo dudaba bastante, estando su madre por el medio. Sin embargo, decidió confiar en él. Habían llegado a la casa.

-¿Estoy bien? –preguntó Mercedes con timidez antes de empujar el portón de roble.

-Estás guapísima –respondió el Boss poniendo los ojos en blanco.

Se oían voces procedentes de la cocina. Mercedes guió al Boss a través del largo pasillo. Suspiró varias veces antes de entrar y, armándose de valor, hizo acto de presencia en la estancia.

-Ah, ya están aquí –dijo la madre.

Nicolás se acercó a ella con los ojos brillantes. Mercedes permaneció petrificada, esperando que moviera ficha. Le temblaban las piernas. Se clavó las uñas en las palmas de las manos para refrenar las ganas de abrazarlo.

-Hola, Mercedes. Cuánto tiempo –Nicolás le tendió la mano. Ella se la estrechó con flojedad. Le daba la impresión de que todo era un sueño.

-¿Qué tal, Nicolás? –consiguió articular al final. El montaje teatral no le estaba gustando en absoluto. Sentía los ojos de Nicolás por todo su cuerpo y, lo que era peor, también los de su madre. Esperaba que fuera lo que fuese que se habían inventado aquellos dos para justificar la presencia en su casa preguntando por ella, fuese convincente.

-Mercedes les hará café –dijo la madre con voz contundente –Siéntense, por favor.

Mercedes empezó a trastear con la cafetera, sin dejar de sentir los ojos de su madre posados en su espalda. Se hizo un silencio incómodo. La madre lo rasgó con un tono de voz metálico que no auguraba nada bueno.

-Vaya, vaya, Mercedes… Así que trabajas de espía. No sabía yo nada de ese pluriempleo, fíjate…

A Mercedes casi le cayó al suelo por segunda vez aquella mañana la cafetera italiana. ¿Espía? ¿Qué diantre habían inventado aquellos dos? Se giró para intentar contestar algo plausible, pero el Boss se le adelantó.

-Verá, señora… No sé si Nicolás le habrá contado lo valiosa que es su hija para nuestras misiones. Créame, el gobierno le estará eternamente agradecido por su colaboración, además de que le pagaremos unos honorarios más que generosos.

La madre relajó el gesto.

-Llámeme Dorinda, por favor –le contestó al Boss –Lo que me cuesta entender es cómo puede Mercedes ayudarles a ustedes, fíjense… ¡Si ni siquiera sabe manejar la cafetera con soltura!

Nicolás empezó a notar cómo le hervía la sangre. ¡Maldita mujer, llamando torpe a su perfecta y eficiente Mercedes! La miró con rabia, pensando cómo de semejante miniatura podían haber salido los ciento setenta y cinco centímetros en los que se había convertido la esbelta Mercedes. Doña Dorinda Mareque permanecía sentada muy tiesa, con el pelo gris recogido en un moño tirante. Iba enteramente vestida de negro, se suponía que de luto por su marido, aunque en realidad lo era por pura comodidad y falta de coquetería. Así mataba dos pájaros de un tiro. Su espalda estaba curvada y su rostro surcado de arrugas, lo que revelaba una vida dura dedicada al campo, al igual que sus manos callosas. Miraba a sus interlocutores de modo inquisitivo y desafiante, y eso hacía que todo el mundo la respetara, a pesar de su apariencia pequeña y frágil.

-Pues créame, en las misiones es la eficiencia personificada –contestó Nicolás con tonillo impertinente.

Dorinda lo ignoró y siguió dirigiéndose al Boss. Estaba claro que, de los dos, era su favorito.

-No recuerdo su nombre, señor…

-No se lo había dicho, perdone. Me llamo Cristóbal; Cristóbal Pérez.

Mercedes puso el café en la mesa. Repartió tazas, platos y cucharillas y sirvió el reconfortante líquido.

-Gracias –le dijo Nicolás con un tono cargado de intención.

-¿Y ocupa usted un puesto muy importante en el gobierno? –estaba preguntando Dorinda.

-En seguridad nacional, el máximo – Contestó el Boss. Y comenzó a desenredar la madeja de embustes que había tejido para convencer a la suspicaz Dorinda. Mercedes los había ayudado en otra misión cuando trabajaba en la biblioteca, ni más ni menos que un ladrón de guante blanco buscado por toda la Interpol que había robado varios cuadros y unos cuantos manuscritos de museos y bibliotecas. Mercedes había desenmascarado al ladrón porque su comportamiento en la biblioteca resultaba sospechoso. Efectivamente, el tipo andaba detrás de un millonarísimo “Libro de horas” que se custodiaba allí. Desde entonces, el Departamento (se guardó bien de decir cuál) contaba con la colaboración del valioso cerebro de Mercedes de vez en cuando.

-No me habías contado nada, hija –Dorinda se dirigió a Mercedes, que se sentaba junto a Nicolás muy tiesa también. El Papá Noel le cogía la mano por debajo de la mesa, a falta de algo mejor.

-Por aquella época no nos hablábamos, mamá –contestó la aludida con insolencia.

-Sirve a los señores un trozo de ese bizcocho de nata tan rico que hiciste ayer –contestó la madre soslayando el tema. A continuación, se dirigió al Boss en tono confidencial –Mercedes cocina de maravilla.

-Oh, Dios mío –murmuró Mercedes muy bajito –Las tornas han cambiado, ahora me está haciendo propaganda…

-Por no hablar de cómo lleva la granja. Bueno, Cristóbal, tendrá usted ocasión de comprobarlo en primera persona, porque mientras dure su… ¿misión, la ha llamado? se alojará aquí, por supuesto…

-Y a mí que me vayan dando –susurró Nicolás a Mercedes.

El Boss ensayó su sonrisa desarmante.

-Cuánto lo siento, Dorinda, créame… Yo no puedo quedarme, estaré yendo y viniendo… pero mi lugarteniente Nicolás sí necesita un lugar dónde alojarse, y acepta su invitación encantado. ¿Verdad, Nicolás?

Nicolás se atragantó con el trozo de bizcocho que estaba comiendo y bebió precipitadamente un sorbo de café.

-¿Qué? Oh, sí, por supuesto. Muchísimas gracias por su hospitalidad.

El Boss sonrió a los tres rostros que lo observaban con ganas de fulminarlo. La maniobra había salido perfectamente. Conociendo a doña Dorinda, las posibilidades de que Mercedes y Nicolás pudieran compartir sus noches estando bajo el mismo techo se reducían al mínimo.

***

-Mataré al Boss. Menuda jugarreta nos ha hecho –masculló Nicolás francamente contrariado.

Estaba sentado en el tocón de la cabaña, con Mercedes sobre sus rodillas. Por lo menos el Boss había tenido la gentileza de dejarles media hora de asueto para que se saludaran como era debido.

-Mi idea era coger un hotel a algunos kilómetros de aquí y que tú te escaparas por las noches –continuó Nicolás, aspirando el aroma del pelo de ella.

-Mi madre se despierta con el vuelo de un mosquito –se lamentó Mercedes -Ya tendríamos que dejarnos ver, deben de andar preguntándose dónde estamos. ¡Maldita sea, Nicolás! ¿De todos los casos navideños teníais que elegir justo uno aquí? ¿De entre todo el globo? ¡Ya es casualidad!

Se pusieron de pie y salieron de la cabaña muertos de frío. Eran las ocho de la mañana y estaba empezando a amanecer. Un mastín enorme les salió al encuentro. Nicolás se asustó.

-Es Rocky –explicó Mercedes –No hace nada –Y le acarició la cabeza.

Nicolás volvió al tema.

-Mira, cuando el Boss me lo comentó me pareció malísima intención por su parte… hasta que me contó los detalles. Es un código rojo en toda regla. Lo demás puede esperar.

Mercedes se paró en mitad del camino hacia las cuadras. Iba a ver si la vaca había parido por fin.

-Oye, oye, oye… Esto no tendrá nada que ver conmigo ¿eh? No tengo con quién arreglarme ya, estoy a bien con todo el mundo.

La expresión de Nicolás se endureció hasta extremos inimaginables.

-Ya no se trata de arreglar a nadie con nadie. Estamos hablando de algo muy grave. Estamos hablando de evitar una muerte.

Mercedes abrió la boca como una tonta. Nicolás le ahorró hacer la pregunta.

-Mercedes… quieren matar al alcalde.

***

El todoterreno frenó en seco a dos metros de la orilla del río. Habían decidido reunirse lejos de ojos y oídos indiscretos para ultimar los detalles. La vaca había parido un ternero precioso, los huevos y los repollos habían sido recogidos por los proovedores y todo parecía funcionar bien. Mercedes podía concentrarse en la misión, siempre que no la distrajera Nicolás, claro.

-Veo que sigues conduciendo como una loca –dijo Nicolás soltándose el cinturón de seguridad.

Hacía demasiado frío para bajar del coche, pero el Boss insistió en pasear por el bosque.

-No querrás que alguien te vea y diga que la hija de la Dorinda estaba en el coche con dos hombres…

Mercedes asintió. No, no quería en absoluto.

-Así que quieren matar a Lorenzo. Ya me imagino quién es…

Por supuesto, sólo podía ser una persona: el antiguo alcalde y ahora jefe de la oposición. El asqueroso David, el cerdo de David, el ricachón del pueblo, último bastión de los caciques.

-David Molero tiene ideas raras y perversas rondando por su cabeza –intervino el Boss.

-Por supuesto. David Molero sólo tiene ideas raras y perversas en su cerebro. No da para más –Mercedes escupió las palabras.

Había mentido antes al decir que ya no tenía nadie con quién arreglarse. Odiaba a David Molero todo lo que un corazón generoso como el suyo era capaz de odiar. Lo odiaba desde aquel día de verano de sus diecisiete años en que el matón de David la acorraló en una cuadra abandonada con lo que ella imaginó eran pérfidas intenciones. La fue llevando hasta dejarla pegada a la fría pared de madera, a pesar de la época estival. Pegó su cuerpo al de Mercedes y, acercando la boca a su oreja, susurró unas palabras que nunca olvidaría:

-Coño, la Mercedes. La hija de la Dorinda. ¿Sabes qué pienso de ti? –al mismo tiempo, le manoseó los pechos torpemente –Eres demasiado fea para que te meta mano. No te hagas ilusiones –Y la soltó bruscamente, se alejó a carcajadas, subió a su moto reluciente con el tubo de escape trucado y se marchó petardeando, dejándola llorosa y temblorosa. Mercedes se dejó resbalar por la pared hasta quedar en cuclillas mucho rato. Lloró como nunca en su vida. No sabía muy bien si era por el miedo a ser ultrajada o por el desprecio de no ser merecedora de ello. Perdió la noción del tiempo, llegó tarde a casa y su madre la castigó. Aborreció a los hombres a raíz de aquella experiencia, hasta que llegó Nicolás. Sí, Mercedes odiaba a David.

-Sólo de pensar que tengo que tratar con ese sujeto me dan ganas de vomitar –expresó en voz alta.

Las tornas habían cambiado a raíz de la vuelta al pueblo de Mercedes el año anterior. David Molero ya no la miraba con desprecio, sino con absoluta lujuria. Le gustaban los retos y había que reconocer que la hija de la Dorinda se había puesto hecha un bombón. Y ella lo odiaba, cosa que a él le excitaba más todavía. El hecho de estar casado y ser padre de tres criaturas parecía no importar demasiado. Todo el pueblo sabía que David Molero era el propietario de dos de los tres bares de carretera del pueblo, así que se podía sospechar que la fidelidad no era su fuerte. Marián, su mujer, odiaba a Mercedes porque sabía que su marido la rondaba. Mercedes despreciaba a Marián por aguantar al lado de semejante especimen sólo porque tenía dinero y posición.

-No es tanto tratar con David, que de eso ya me encargaré yo, como de vigilar a Lorenzo –dijo Nicolás con tono de fastidio. Tono que a Mercedes no se le pasó por alto –De todos modos, tenéis una relación bastante estrecha ¿me equivoco?

Mercedes parpadeó. ¿Eran los celos los que hablaban por boca de Nicolás?

-Hombre, Nicolás. Estamos en la misma corporación municipal, soy su concejala de cultura. Evidentemente, tenemos que tener un contacto estrecho, digo yo –intentó que su voz sonara con aplomo, pero le temblaban las rodillas. ¿Nicolás sospecharía algo?

Lorenzo Bermúdez había sido durante años el único hombre que a Mercedes le resultaba soportable. Cuando eran niños ella lo ayudaba durante el verano a quitar los cepos y trampas de los cazadores furtivos. Lorenzo tenía una conciencia claramente ecologista y amaba a los animales. Después se marchó del pueblo durante mucho tiempo y, casualmente, regresó cuando Mercedes hizo lo propio, el año anterior. Sus padres habían muerto y había vuelto para ocuparse de su granja, que también había entrado en la subvención del cultivo biológico. Es decir: eran rivales, pero al mismo tiempo eran amigos y colegas. Cuando Lorenzo, harto de los tejemanejes de David en el Ayuntamiento, dijo a Mercedes que quería presentarse a las elecciones y que la quería en su equipo, ella aceptó. Llevaba un programa impecable y ambicioso, y ganó. Todo el pueblo lo quería menos David y sus adláteres. Imposible no quererlo, a una presencia física agradable y simpática unía un carácter encantador, con indudable don de gentes. Y, además, permanecía soltero.

***

-¡Por encima de mi cadáver! –bufó doña Dorinda cruzando los brazos bajo su generoso pecho.

El plan había quedado trazado por la mañana en sus rasgos esenciales, pero quedaba un fleco. ¿Cómo justificar la presencia de Nicolás en el pueblo? Mercedes y él serían vistos juntos infinidad de veces y las murmuraciones se dispararían. Así que el Boss propuso hacer pasar a Nicolás por novio de Mercedes, lo cual no era del todo mentira.

-¿Usted se imagina los cotilleos que habría en el pueblo al saber que alojo al novio de mi niña bajo el mismo techo que ella? ¡Eso no es una casa decente! –gruñó la anciana.

-Pues no sé qué otra cosa podemos hacer –murmuró el Boss. Ya se imaginaba que doña Dorinda se negaría.

-Podemos decir que viene a ver la granja para comprarla. Eso sería más creíble y respetable. Y no hundiría la reputación de mi niña de por vida –sugirió la madre.

Mercedes esbozó media sonrisa. Si a los treinta y siete años tenía que cuidar de su reputación…

-Y usted –continuó doña Dorinda dirigiéndose a Nicolás –sepa que lo tolero en mi casa porque la paz mundial corre peligro, que si no… es usted demasiado guapo y no me gusta cómo mira a mi Mercedes. Dormirá en el cuarto que está al final del pasillo, y le advierto que me despierto hasta con el roer de una polilla… -Nicolás ahogó una carcajada al escuchar lo de la paz mundial. Lo del pasillo y la polilla ya no le gustó tanto.

-Descuide, señora. No tengo el menor interés en su hija y no le tocaré un pelo de la ropa –al oír esto, el Boss empezó a toser aparatosamente.

-¡Por supuesto! –contestó la mujer –Mi hija es un espejo de virtud y no toleraría que usted le pusiera la mano encima ¿Verdad, Mercedes? –Mercedes fingió afanarse en coger los platos del aparador para poner la mesa –Y, además, es demasiado buena para usted, como podrá comprobar estos días.


7 comentarios:

  1. Ya por este relato, se me ha dado por ver "la leyenda de Santa Claus". Aunque no es muy del estilo. La idea de un "santa" asi...
    Buen relato.

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  2. Gracias, DDmx. Siempre eres mi visitante más tempranero, jeje. En este mismo blog tienes las dos entregas anteriores, necesarias para entender esta tercera. Bss

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  3. Ya las había leído, hombre precavido vale... bueno, algo valdrá.

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  4. ¿No las leerías en libro electrónico por casualidad, DDmx? jajaja. Bsss

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  5. Pues igual metí la pata. Pense que este era la primera parte: http://susikiu.blogspot.com/2008/12/cuento-de-navidad-por-morgana.html

    y este la segunda: http://susikiu.blogspot.com/2009/12/cuento-de-navidad-la-vuelta-al-cole-de.html

    Si no es así ¿como consigo las primeras partes?

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  6. ésas son, hombre... con el comentario me refería a tu aversión por los inventos de Satanás, jaja (como el libro electrónico). De todos modos, pinchando en el enlace de safecreative tienes acceso a todo lo que tengo en descarga gratuita. En el de bubok hay los de pago y alguno gratis también:

    http://www.safecreative.org/user/Morgana
    http://morgana.bubok.com/

    bsss

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  7. UPS, acabo de ver que el que tiene aversión a los e-books no eres tú, sino Redacción. Sorry, DDmx. Bss

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