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Foto propiedad de Fata Morgana |
Escribo esta entrada-homenaje, como no podía ser de otra manera, desde mi Macbook de 14 pulgadas. Al final, Jobs no pudo ganar la batalla final contra el cáncer de páncreas que padecía desde hacía años. Se va un revolucionario de la tecnología, y me gustaría recordar, desde este humilde blog, cuándo empezó mi romance con la manzana.
Como casi todo el mundo que nunca ha tenido un producto Mac, en su momento no le di la menor importancia: sí, muy monos, pero carísimos. No entendía esa diferencia de precio. Como tampoco controlaba ni jota de informática (ni controlo, cada vez menos desde que uso Mac), tampoco comprendía aquellas entusiastas explicaciones de los que manejaban autocad en un Macintosh a principios de los años 90. Me parecía una cosa así como tener un Mercedes: sería la hostia, sí, pero los seat Ibiza cumplían el mismo cometido.
Así las cosas, desde que en 1991 tuve mi primer PC hasta que el primer producto manzanil entró en mi humilde morada pasaron 10 años. Lo primero fue un ipod de 20 gigas al que no hice mucho caso, puesto que no era para mí. Lo heredé cuatro años después y poco más duró el pobre. Para entonces, ya tenía un powerbook G4 de 13 pulgadas al que todavía doy uso. Sus 80 gigas de capacidad se me quedaron pequeños. ¡Y pensar que empecé con un 286 que tenía 30 megas de capacidad! El bueno del G4 petó el disco duro y en apple fueron capaces de recuperarlo entero y verdadero. No sé si habrían sido capaces de hacer lo mismo con un PC.
Eso es una de las cosas que diferencia a Mac de los demás. A veces la gente me llama: ¿Me compro un Mac? Yo contesto: ¿Tienes la pasta? Sí. Ni lo dudes, respondo. Mac tiene sólo un pequeño problema: después de seis meses usándolo, no sabrás usar un pc. Su unión de intuición, diseño, versatilidad y minimalismo harán que no quieras ya otra cosa. Mientras el resto del mundo tenía que instalar drivers en sus periféricos, los macinteros ya funcionábamos sin ellos. Mientras los pecés usaban el Nero para grabar un cd, nosotros arrastrábamos los archivos directamente al disco y pulsábamos "grabar". Gracias, Steve Jobs.
También tiene otros inconvenientes: los respuestos son caros, las baterías no bajan de 90 pavos (y se vician, pero no tanto como un pc), otro tanto cuesta un cable de alimentación. Los gadgets, ipods y similares, vienen pelados. La ipad trae un cable de alimentación que no llega ni al metro de largo, a la mínima le pegas tirones. El mando a distancia de la segunda generación de ipods no sirve para la tercera, el cargador del ipod no sirve para la ipad, el cargador del iphone del coche no sirve para la ipad tampoco, y unas cuantas pequeñeces más. Pero todos sus productos son tan cómodos y versátiles que te acabas olvidando. El catálogo es para volverse loco, pero, como pueden ver en la foto, yo sigo con mi ipod de toda la vida, que compré hace seis años, y he despreciado touchs y shuffles porque la capacidad para almacenar la música que yo quiero es escasa. Y puedo salir de viaje olvidándome las bragas (con perdón) pero el ipod siempre va en la maleta.
En fin, que nada de esto habría tenido lugar si Steve Jobs no hubiera tenido la deferencia de compartir con el resto del mundo su sabiduría imaginativa. Recuerdo la presentación de la ipad1 en Estados Unidos, que descargué de youtube. Cuando acabé de visualizarla me recorrían el cuerpo sudores fríos. Ya no era sólo el producto, sino la manera de venderlo. No veía llegar el mes de mayo para hacerme con una. Está superamortizada, menos a la playa la llevo a todas partes. Hace un año que no compro un libro. He regalado todos mis libros entre mis amigos, cosa que les ha hecho muy felices. Tengo sitio en las estanterías para mi colección de libros de rock and roll y mis cómics, para eso sí que no admito la versión electrónica. Y es lo único que llevo al trabajo: ni libros, ni apuntes, ni nada. Todos mis cuentos, relatos y novelas los he escrito desde un Mac. Desde un Mac abrí este blog. Te echaré de menos, Steve Jobs.