Paz. Cada vez que escuchamos esta palabra, no podemos evitar relacionarla con su contraria: guerra.
Guerra: cada vez que escuchamos esta palabra, no podemos evitar sentir cierto malestar y pensar en muertos, y, también, en algo que nos queda muy lejos.
Efectivamente, en un día como el de hoy montones de manifiestos hablarán a favor de la paz y rechazarán la pérdida de vidas humanas que trae consigo la guerra. Nosotros queremos ir un poco más allá. La guerra no sólo significa una pérdida irreparable de seres humanos inocentes, ese no es el único daño colateral que arrastra. Hay también una pérdida no humana, pero también importante: la del patrimonio cultural.
Un país en guerra es un país sin cultura, desde luego mientras dure el conflicto armado y, muchas veces, después. La lucha armada no suele ser quien respete la cultura del territorio donde se desarrolla, para muestra lo que sucedió con los yacimientos arqueológicos de Iraq durante la guerra, que quedaron totalmente destruidos, por poner un ejemplo reciente. Para ir más allá, muchas veces el bando ganador destruye el patrimonio cultural del país, como sucedió en Afganistán cuando fue tomado por los talibanes, que decidieron volar con dinamita las estatuas milenarias de los dioses. Los dirigentes pensaron, con su opinión unilateral, que no hay más cultura que la que ellos quieran imponer: la cultura del burka, la cultura de que las mujeres no son nadie para tener estudios, más allá de los doce años. No valoran lo que no comulga con su ideología sin pensar que los bienes culturales son patrimonio de toda la Humanidad. Además, la destrucción de la cultura de un pueblo es la destrucción de su identidad. En los últimos años, territorios como Los Balcanes, Oriente Medio, América Latina o África han visto cómo sus señas de identidad son aniquilados en sucesivos conflictos armados.
Es labor de los países libres de conflictos denunciar esta situación e intentar repararla. Afortunadamente, hoy en día contamos con iniciativas como Bubisher, un autobús solidario encargado de llevar libros a los niños de una de las poblaciones más castigadas: el Sáhara. A través de Bubisher, los refugiados saharauis tiene el acceso a la cultura que les viene siendo negado desde hace años de conflictos. Hay que curar las heridas del cuerpo, sí, pero también es importante curar las de la mente. Esperemos que sea posible abrir una ventana a la esperanza cultural y que iniciativas como esta prosperen e incluso se multipliquen. Como decía el sabio griego Diógenes Laercio: "La cultura es un adorno en la prosperidad y un refugio en la adversidad". Hagámoslo realidad.
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