Mariquita estaba preocupada porque no se sabía el Credo.
Había intentado memorizarlo toda la tarde, casi hasta provocarle lágrimas, pero no había manera. Al pasar de “creador de los cielos y la tierra”, era como si le pasaran por los ojos un velo muy espeso y se le olvidaba todo. O lo mezclaba con la Salve. Había sido capaz de aprenderse los Sacramentos, los Mandamientos de la Santa Madre Iglesia, el Padrenuestro y prácticamente se sabía toda la liturgia de la misa, pero con el Credo no podía. Intentó ponerle música, pero nada; hacer un dibujito al final de cada verso, y tampoco. Ya no sabía qué hacer. Y mañana se lo iban a preguntar, seguro, porque el cura de la catequesis era muy estricto para eso.
Su madre asomó la cabeza y la vio sentada en la cama como los indios, con el cuello forzado.
-Mari… déjalo ya, hija. Tenemos que ir a probar el vestido.
Mariquita se levantó de un brinco. Por lo menos el día tendría algo agradable, el vestido de la comunión era precioso, seguro que iba a ser el más bonito de toda la ceremonia. Parecía una novia con él, y su abuelita le decía que tenía que estar muy contenta porque iba a casarse con Dios. Mariquita no entendía muy bien aquello de casarse con Dios, pero bueno.
Además, le habían prometido una fiesta estupenda después, hasta iba a venir una empresa de animación con payasos y todo. Su abuelita le iba a regalar un ordenador, la verdad es que iba a tener un montón de regalos. ¡Ay! A cambio sólo tenía que aprenderse el Credo, no era para tanto.
La modista ajustó alfileres a la cintura de Mariquita y le dijo a su madre:
-Esta niña está adelgazando, Lola. Mira: medio centímetro desde la última prueba.
-Es que está nerviosa con el tema de la comunión. –Respondió la madre, mirando a su pequeña novia con arrobo.
Para ser sinceros, hay que decir que la pobre Mariquita no entendía nada. ¿Qué era eso de “Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo”? ¿Por qué Dios era una paloma y dos personas? ¿Qué quería decir lo de “Renuncias a Satanás y todas sus tentaciones”? Pues claro que renunciaba, Satanás era malo, todo el mundo lo sabía.
Había otras cosas que se escapaban a su entendimiento, pero no se atrevía a preguntar. A Mariquita le parecía que la vida en el cielo tenía que ser muy aburrida. ¿Qué hacían en todo el día? Allí no había tele, ni juegos de ordenador, ni nada… ¿Se dedicarían a mirarse unos a otros? Tampoco comían, al parecer, y a Mariquita le encantaba la tortilla de patata que hacía su abuela, y los dulces y helados. Además, si uno se moría… ¿Se quedaba para siempre anclado en la edad con la que había muerto? Si era así, Mariquita no quería morirse de vieja, porque iba a estar muy fea.
La prueba del vestido terminó y fueron a comprar los zapatos. Su madre eligió unos muy bonitos de charol blanco. Su abuela le había comprado el rosario y el devocionario. Su tía, los recordatorios. Pero Mariquita no las tenía todas consigo, tenía miedo de hacerlo todo mal el día en cuestión. Y eso que iba a hacer la comunión con catorce niños más, y seguro que el tonto de Hugo, de 3º C, se equivocaba porque siempre estaba pensando en otra cosa y el Padre Miguel le reñía cada dos por tres.
Mariquita intentó memorizar el Credo hasta la una de la madrugada a la luz de la linterna, porque se suponía que a las diez de la noche tenía que estar durmiendo. Acabó quedándose dormida con la linterna encendida y se le gastó la pila. En el colegio estuvo todo el día nerviosa pensando en la catequesis de las cinco y casi no atendió a las conversaciones del patio. Su amiga Lara también se había probado el vestido el día anterior y estaba presumiendo de lo bonito que era y de lo preciosa que iba a ser su fiesta.
Fátima, que era musulmana y no hacía la comunión, estaba celosa y le dijo a Lara, con esa voz repelente de las niñas que repiten como loros lo que oyen a sus madres:
-¿Y con qué van a pagar tus padres la fiesta? Porque le oí decir a mi madre que tu padre está en el paro y no tiene un duro.
Lara le sacó la lengua y le dijo:
-Tonta, la paga el cerdito.
Entonces Fátima se enfadó porque nombrar el cerdo a los musulmanes está mal visto y empezaron a pegarse. La maestra de cuarto las separó y castigaron a Fátima cuando preguntaron a los niños el motivo de la discusión. Y de paso, informaron a Lara de que lo que había querido decir era “crédito” y no “cerdito”, aunque ninguno de los niños sabía qué significaba eso.
Por la tarde, Mariquita empezó la catequesis muerta de miedo. Antes de que le tocara el turno tuvo que ir al baño a vomitar por los nervios, pero consiguió decir el Credo todo de corrido sin equivocarse y se sintió muy orgullosa de sí misma.
Aquella noche Mariquita estaba viendo las noticias con su familia durante la cena y vio cómo en una aldea del Amazonas una tribu intentaba enterrar viva a una niña porque tenía una discapacidad. Por fortuna, su hermano la había salvado. Entonces Mariquita no lo soportó más y preguntó:
-Abuela… Si Dios es bueno ¿por qué permite que pasen estas cosas?
La cucharada de sopa que estaba a punto de meterse la abuela en la boca se quedó en mitad de su trayectoria. Se tomó su tiempo para contestar.
-Porque es la voluntad de Dios, queridita.
-Sí, pero… -Mariquita quería saber, necesitaba saber. -¿Por qué Dios quiere que nos pasen cosas malas, como que se muriera el abuelo o que el papá de Lara no tenga trabajo? No lo entiendo, abuela.
Intervino la madre:
-Mariquita, has acabado de cenar ¿verdad? Pues despídete de todos y vete a la cama.
Mariquita obedeció e intentó no pensar más en ello. Nunca le daban una respuesta satisfactoria cuando preguntaba algo así.
Ya en la cama, Mariquita empezó a darle vueltas a otra cosa que le preocupaba: ese día el Padre Miguel les había dicho que la semana que viene se tendrían que confesar para hacer la Primera Comunión la siguiente. Cuando explicó el proceso, Mariquita sintió angustia, porque aparte de que le daba vergüenza hablar a través de una cortina con alguien con quien no tenía confianza, no sabía qué decir. Ella pensaba que no había hecho nunca nada malo, bueno, una vez se le pinchó la rueda de la bicicleta porque pisó un cristal sin darse cuenta y dijo que ya se la había encontrado así, eso era una pequeña mentira, pero aparte de eso… todo el mundo decía que era muy buena. ¿Se iba a tener que inventar pecados que no había cometido? Eso era mentir y era pecado.
Llegó el día de la confesión, y Mariquita seguía sin saber qué iba a decir. Se acercó al confesionario temblando y con un nudo en el estómago. Después del “Ave María Purísima” de rigor se quedó callada, así que el Padre Miguel decidió echarle un cable.
-¿Haces los deberes, Mariquita?
-Claro. –Contestó ella. –Todas las tardes.
-¿Obedeces a papá y mamá?
-Sí.
-¿Te llevas bien con tus amigos?
-Sí, a veces discuto un poco con Lara, pero sí.
Tras el “Ego te absolvo…” Mariquita volvió transfigurada por el alivio. Se juró a sí misma, desde la madurez de sus nueve años, que jamás volvería a pasar por aquello.
Por fin llegó el día de la comunión, el día que su abuela había dicho que iba a ser el más importante de su vida. Mariquita estaba muy guapa y muy nerviosa, y se colocó en su sitio en el presbiterio, con sus catorce compañeros. De vez en cuando sonreía a sus padres y a su abuela, que estaban en la primera fila. No se enteró de nada hasta que empezó la ceremonia de la comunión en sí. El cura, que no era el Padre Miguel sino otro mucho más importante, hizo la pregunta:
-¿Renunciáis a Satanás…?
Mariquita tenía una congoja muy grande y un nudo en el estómago, no sabía lo que le pasaba. Cuando todos contestaron a coro: “sí, renunciamos” Mariquita no se unió a la contestación y sólo se escuchó su sollozo. Todo el mundo se quedó perplejo mirando para ella.
-Niña ¿Qué te pasa? –Preguntó el sacerdote con tono algo duro. -¿No quieres recibir a Dios?
Mariquita casi no podía hablar, pero sacó fuerzas de algún sitio y contestó:
-Dios es malo.
Un murmullo de desaprobación recorrió las nave en toda su extensión. Sus compañeros miraron a Mariquita con cara de miedo, menos Hugo, que se moría de risa.
-Pero ¿qué dices niña? ¿Cómo va a ser malo? –Dijo el sacerdote.
-Sí lo es. –Contestó Mariquita llorando. –Deja que muera la gente y que pasen cosas muy malas. Y para hacer la comunión hay que aprenderse de memoria cosas muy raras que no entiendo y no sé para qué sirven y contar los pecados y me da vergüenza.
-¿Entonces no quieres hacer la comunión? –Volvió a preguntar el cura.
La madre de Mariquita ya se había acercado al presbiterio y le rogó al cura que la dejara hablar con su hija.
-Mari… ¿No quieres hacer la comunión? ¿Después de haber gastado tanto dinero en este vestido tan bonito y en la fiesta? ¿No quieres la fiesta y los regalos? Mira que si no haces la comunión no habrá regalos.
Claro que Mariquita quería la fiesta y los regalos, pero no podía hacer algo que no entendía y que le parecía tan raro.
-Mamá, si Dios fuera bueno… pero no lo es. La gente se muere y el papá de Lara no tiene trabajo y sus papás han pedido un cerdito para la comunión.
Ahora la desaprobación del auditorio se convirtió en carcajadas, y los padres de Lara y la propia Lara se ruborizaron.
Intervino el padre. La cara del cura era un poema, estaba furioso.
-Mariquita, hija. Si no quieres hacerlo no pasa nada, daremos la comida de la fiesta a los pobres y el vestido se corta y se tiñe de otro color ¿vale? ¿Lo quieres azul o rosa?
-Rosa… -Murmuró la acongojada niña sonriendo un poco.
-Y por los regalos no te preocupes. –Continuó el padre. –Si sigues siendo buena y sacando buenas notas yo te compraré el mejor ordenador, pero no quiero que hagas la comunión si no estás convencida. ¿De acuerdo? -Y le tendió la mano.
Mariquita ya iba a dársela cuando el cura rugió, enfadadísimo.
-¡Pecadora! ¡Irás al infierno!
Mariquita retrocedió asustadísima, entonces su padre agarró al cura por la casulla y le dijo:
-Vuelva a decirle a mi hija una cosa así y le pegaré un puñetazo que le pondré la nariz en la nuca. ¿Qué manera es ésa de asustar a una pobre chiquilla? ¿Y ustedes predican la bondad y la caridad? Anda ya. –Se volvió hacia su hija.
-Mariquita, cariño, no hagas caso de lo que dice este señor, porque el infierno no existe, y si existiera las niñas buenas como tú no van a él, te lo digo yo que soy tu padre y no te miento nunca. ¿Verdad que no te miento nunca?
La niña sonrió nuevamente, ahora con más ganas.
El padre tomó a su mujer del brazo y a su hija de la mano, y los tres bajaron las escaleras del altar con toda la dignidad del mundo. Al pasar por la primera fila, se dieron cuenta de que la abuela ya no estaba.
-¿Y tu madre? –Preguntó el padre a su mujer.
-Se habrá marchado abochornadísima, supongo. –Contestó la madre airada. –Qué vergüenza, con la ilusión que le hacía a la pobre mujer la comunión de la niña, ahora no podrá salir de casa en meses.
-Pues si le hacía ilusión que la hubiese hecho ella, en vez de manipular a la pobre niña con gilipolleces. Ya os dije que esto me parecía una solemne estupidez.
Mariquita salió de la iglesia con la sensación de haberse sacado un gran peso de encima.
FIN
¡Qué trauma! ¿no?
ResponderEliminarBssss
Cloti