LOS QUE HACEMOS DE ESTE BLOG UNA CASA DE LOCOS

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MORGANA

JOTAELE

AGÜELO COCINILLAS

Oficialmente, profesora

Escritora

Casada y madre de familia

Me gusta leer, escribir y el rock and roll

Toco la guitarra

Hago dameros

Me gusta Patán

Odio la política y los programas del corazón

Oficialmente, abogado

Seductor

No sabe, no contesta

Me gustan las mujeres

Toco lo que me dejan

Hago el amor

Me gusta Betty Boop

Odio a Belén Esteban y a María Antonia Iglesias

Oficialmente, jubilado

Naturalista

Viudito y disponible

Me gusta observar la naturaleza humana

Ya no toco nada

Hago disecciones

Me gusta doña Urraca

Odio la caza, la pesca y los toros.

LIBROS LEÍDOS INVIERNO 2013

J.K. ROWLING: Una vacante imprevista
NOELIA AMARILLO: "¿Suave como la seda?
LENA VALENTI: "Amos y mazmorras"

viernes, 23 de octubre de 2009

HASTA SEPTIEMBRE







1
Como todos los años, Pedro fue a buscar las notas la mañana del 23 de junio. Como todos los años, llevaba un nudo en el estómago. Pero la diferencia esta vez era que el nudo había crecido alarmantemente, como un embarazo psicológico. El niño aplicado de antaño se había convertido en un adolescente rebelde de dieciséis años, y aunque había apretado lo suyo en el último mes, mucho se temía que no iba a pasar limpio. Y eso suponía un verano de condenación, porque sus padres eran tremendamente estrictos con el tema de las notas.
Sus peores temores se confirmaron cuando le entregaron el boletín: cuatro asignaturas para septiembre. Dos eran una chorrada, pensó Pedro con desprecio: informática y música, eso se sacaba con la gorra… pero las otras dos eran lengua y matemáticas, cosa que podía comprometer y mucho su titulación en septiembre. Y lo haría, porque Pedro no había tocado un libro en todo el año de ambas asignaturas, y no tenía la menor intención de hacerlo en verano, tenía planes mucho más atractivos, como, por ejemplo, dedicarse a su reciente novia, Laura, la más guapa y deseada del colegio.
Notas en mano, Pedro se dirigió a casa de su amigo Julián, lo que se dice un verdadero crack de la informática, que en un periquete le proporcionó un boletín falsificado por el módico precio de cien euros, como llevaba haciendo todo el curso. A Pedro no le importó invertir todos sus ahorros en el ingenio, las notas que figuraban en el nuevo boletín eran tan buenas que sus padres y abuelos lo cubrirían literalmente de billetes de veinte. Esa noche podría llevar a Laura a todas las atracciones de la verbena de San Juan. Como aún le sobraba algo de sus ahorros, hizo una parada en casa de su amigo Eloy para comprarle veinte euros de hachís con vistas a fumárselo con su novia esa noche, a ver si había suerte y con la fumada conseguía rendirla de una maldita vez. Laura era muy mona, sí, pero tremendamente tradicional para algunas cosas.
-¡Qué maravilla de notas, hijo! Ven que te bese –exclamó su madre cuando le enseñó el boletín. Durante diez minutos, Pedro tuvo que soportar besos, caricias y carantoñas. Pero todo valía con tal de que su madre le aflojara algo. Entre el padre y ella consiguió cien euros. Pedro sonrió satisfecho: había recuperado su inversión.
Pasó la tarde recaudando por las casas de tíos, abuelos y padrinos y, cuando llegó la noche, fue a buscar a Laura y se fueron juntos a la verbena.
-¿Te han montado mucha bulla? –preguntó Laura, que sí sabía las verdaderas notas de Pedro.
-Qué va… no te preocupes y vamos a divertirnos.
Subieron a todas las atracciones y se unieron al botellón más cercano. Uno de los de su clase comentó que algunos profesores andaban por ahí divirtiéndose en la verbena. Otro dijo que no sabía que los profesores conocieran el significado de la palabra diversión y todos se rieron. Pedro se sintió aburrido y propuso a Laura dar una vuelta para fumar un canuto con tranquilidad. Ella aceptó y se dirigieron a un sitio oscuro, un poco a desmano de la pista que llevaba al campo de la feria.
Pedro sacó una china y se dispuso a quemarla, pero entre que soplaba viento fuerte y que no dejaba de ir y venir gente, acabó perdiendo la paciencia.
-Mira, vete un rato con tus amigas y ya te iré a buscar cuando esté hecho –propuso a Laura –Buscaré un sitio más tranquilo y con menos viento. Liaré cinco o seis y ya tenemos para toda la noche.
Laura estuvo de acuerdo y se perdió en el bullicio de la fiesta. Pedro echó a andar sin rumbo fijo durante un buen rato, hasta que llegó a un claro donde ¡por fin! estaba completamente solo. Se sentó en una piedra de las que marcan los lindes y se dispuso a completar su trabajo, cuando unas risitas lo interrumpieron. Venían de no muy lejos, hacia la izquierda.
Orientándose gracias a la débil luz de la luna, Pedro se acercó sigilosamente al lugar de donde procedían las risas y su sorpresa fue mayúscula.
Una pareja reía y se abrazaba sentada en el bocal de un pozo de piedra, única construcción en aquel claro. La luna los iluminó. Entonces Pedro no tuvo la menor duda de quiénes se trataban: eran el profesor de lengua y la profesora de matemáticas. Distinguió sus cabezas rubias juntas. Pedro solía decir: “son tan guapos como hijos de puta”.
Pedro se resguardó en una zona oscura y esperó acontecimientos.
-Estoy muy contenta, este año ha suspendido muy poca gente –decía ella.
-Sí, yo también he cargado a muy pocos –contestó él –Sólo a los que realmente se lo merecían. Pedro, por ejemplo: no ha hecho nada en todo el curso. Espero que se pase todo el verano hincando codos.
-¡Pues si vieras lo majo y estudioso que era hace unos años! Se ha estropeado completamente, qué pena –continuó la profesora.
-En fin, olvidémonos de ellos y concentrémonos en nosotros –le dijo él con una voz cargada de insinuaciones.
Pedro notó cómo la sangre empezaba a hervirle desde su escondite. Ni por un momento pensó que si sus notas habían sido nefastas todo era culpa suya por no estudiar. Y se cegó, fue como si una mano gigantesca le hubiese arrebatado el cerebro de repente. Aprovechó un apasionado beso de la pareja para abandonar su escondite, dirigirse a ellos, cogerles los pies y arrojarlos al pozo. Todo ello le llevó menos de un minuto.
Se oyeron unos gritos y un chapoteo. Pedro esperó, aguardó a escuchar síntomas de lucha, peticiones de socorro. Pero no oyó nada. Sólo el silencio.
Pedro esperó unos minutos y, dándose por satisfecho, se marchó a encontrarse con su novia.
-Cúanto has tardado –le recriminó ésta en cuanto lo vio.
-Tuve… tuve que irme bastante lejos, tenía miedo de que pasaran mis padres o mis tíos en cualquier momento –balbuceó Pedro.
-Vamos a mi casa, Pedro. Mis padres no están –respondió Laura echándole los brazos al cuello.
En cuanto Laura lo abrazó, Pedro sintió que una náusea gigantesca lo invadía, crecía en su interior y subía por su esófago. Tanto tiempo esperando y ahora que se lo ponían en bandeja de plata, tenía ganas de vomitar. ¡Pero si casi no había bebido!
Pedro se sintió por un momento al borde de la muerte y vomitó escandalosamente lo que le parecieron litros de algo verde y pegajoso encima de su novia, que al instante tuvo aspecto de moco gigante. Laura empezó a chillar como una loca, la gente se acercó a ver que pasaba y Pedro, muerto de vergüenza, aprovechó para escabullirse. Se dio cuenta de que, para él, la fiesta había terminado.

2
Fue la humedad en la cama lo que despertó a Pedro a la mañana siguiente. Contempló atónito las sábanas mojadas. ¡Pero si él no se hacía pis en la cama desde que era un bebé! Cogió las sábanas y las tiró en la cesta de la ropa sucia del baño. A pesar de todo, seguía teniendo la vegija a reventar, así que aprovechó el viaje.
Sofocó un grito cuando vio que la orina estaba teñida de sangre. En ese momento, su madre llamó a la puerta:
-Hijo, Laura al teléfono.
Menos mal, creía que después de lo del día anterior no iba a querer saber más de él. Se puso al teléfono y escuchó las torpes excusas de Laura para comunicarle que a partir de entonces les iba a resultar dificilísimo verse. Pedro supo leer entre líneas: Laura lo estaba despachando. En cierto modo, lo entendió; él también habría despachado a una novia si lo hubiera cubierto de vómitos verdes.
A partir de entonces, todo fue mal. Laura empezó a salir con Jose, el hasta entonces mejor amigo de Pedro. A Pedro le daba ganas de vomitar verlos tan acaramelados y enamorados. La verdad es que ya no sabía si era eso lo que le daba náuseas, porque desde la famosa noche de San Juan vomitaba todos los días, incluso varias veces. También orinaba sangre todas las mañanas y se hacía pis en la cama. Entonces adquirió el convencimiento de que iba a morir. No sabía cuándo ni cómo, pero decidió enclaustrarse en casa a esperar el momento.
-No sé qué haces metido en casa todo el día con el buen tiempo que hace –refunfuñaba su madre –Sal y diviértete, vete a la playa con tus amigos.
-No me apetece –dijo Pedro con voz lúgubre –Prefiero quedarme a estudiar… ir adelantando para el año que viene.
La madre salió del cuarto de su hijo a punto de reventar de orgullo. ¡Con las notazas que había sacado y quería estudiar para el año que viene…! Tenía que contárselo a todas sus amigas.
Si Pedro estaba arrepentido de lo que había hecho, imposible saberlo. Nunca le daba tiempo a pensar en ello. Cuando no estaba vomitando se estaba cambiando de ropa, pues su vejiga se había convertido en una especie de manguera que soltaba chorro sin avisar. Los primeros días anduvo ojo avizor a ver si la prensa decía algo. Efectivamente, los periódicos y la televisión se hicieron eco de la misteriosa desaparición de ambos profesores. Se denunció el hecho y la policía, la guardia civil e incluso los vecinos estaban haciendo batidas por los montes buscándolos. Cada vez cobraba más fuerza la teoría de que habían huido juntos por algún motivo, aunque nadie sabía con certeza si mantenían algún tipo de relación. Pedro rezaba para que el tiempo se mantuviera lluvioso y el pozo no se secase, pues en ese caso el hedor de los cuerpos llamaría la atención.
Durante su encierro autoimpuesto, Pedro intentaba entrar en internet y mantener lo que le quedaba de su ya patética vida social por lo menos entrando en tuenti y en algún chat, ya que allí no sería evidente si vomitaba o se meaba. Pero, curiosamente, internet también le falló, de tal manera que sólo tenía acceso a las páginas de noticias y a las de información, enciclopedias, etc. Se estaba volviendo loco, esperando la muerte mientras se meaba y echaba la pota continuamente, se dijo a sí mismo.
Otro horror más se vino a sumar a los ya conocidos: unos días después, Pedro se despertó por la mañana con la cama mojada, como siempre, y además con el cuerpo cubierto de unos escarabajos asquerosos y negros. Esta vez sí chilló con todas sus fuerzas y su madre acudió al punto.
-Eso es alguna invasión de bichos, cariño –explicó –Anda, si te has hecho pis y todo del susto.
Pedro sólo gritó aquella mañana; cuando a la siguiente el fenómeno insecto se repitió, ya lo tenía asumido. Sabía de sobra que no era más que otra señal de que el momento de su fin se acercaba. ¡Pero no podía seguir pensando en ello sin volverse loco! De un manotazo, en un rapto de desesperación, tiró todos los libros del estante superior del armario y uno de ellos le cayó en la cabeza. Era el libro de matemáticas.
Pedro pensó que en algo tenía que ocupar su tiempo para no enloquecer y cogió el libro, abrió una página de ejercicios y se puso a hacer problemas. No le parecieron tan difíciles como durante el curso y, por lo menos, pasó la mañana con cierta tranquilidad. Después de comer, y tras vomitar y mearse por encima como de costumbre, decidió probar con un poco de lengua en vez de con los números y consiguió estar toda la tarde analizando poemas renacentistas sin hacerse pis ni una sola vez.
La situación fue mejorando en los días siguientes hasta casi normalizarse. Tanto, que un día Pedro quedó con sus amigos para ir a dar una vuelta, pero nada más llegar se meó y tuvo que volverse antes de que nadie se diera cuenta. Así que decidió enclaustrarse otra vez y no salir nunca jamás hasta que le llegase la muerte. Y como no sabía en qué gastar su tiempo, retomó el estudio.

3
A finales de agosto Pedro seguía vivito y coleando. No se sabía nada de los profesores y él casi estaba curado de sus extraños males. Como los exámenes se aproximaban, se aventuró a presentarse, a ver si había suerte y su vejiga y su estómago se comportaban decentemente. Total, no tenía ya nada que perder. Llamó a un amigo que le informó de las fechas: serían el uno de septiembre.
La noche del 31 de agosto Pedro se acostó con la conciencia tranquila. Quizá moriría, sí, pero se sabía las cuatro asignaturas de repapilla, llevaba dos meses sin salir, ya no consumía alcohol ni drogas, se había vuelto un buen chico.
Entonces se dio cuenta de la terrible verdad. Había matado a dos personas. Y sin motivo, porque la culpa de sus supensos, ahora que llevaba las asignaturas bien preparadas, sólo había sido suya. No podría vivir con aquel remordimiento. Decidió que haría los exámenes y después… después lo más digno era el suicidio. Pero ya lo pensaría cuando acabase las pruebas.
Hacía calor aquella noche y Pedro durmió con la ventana abierta. Su sueño fue agitado y a las tres de la mañana se despertó notando otra vez humedad. Se tocó el pijama y vio que estaba seco, qué raro. Encendió la luz de la mesilla y notó que todo el suelo estaba mojado. Levantó la vista hacia la pared y entonces los vio. Exhaló un grito ahogado y se retrepó en la cama, cubriendo su cuerpo con la almohada a modo de protección.
Los que antaño habían sido sus bellos profesores permanecían de pie tranquilamente, mirándolo con sus cuencas vacías. No eran más que esqueletos con una piel muy fina adherida, los cabellos blancos y estropajosos y la ropa hecha jirones. Pedro los observaba fascinado y aterrorizado a la vez. Entonces un ruido horrible procedente de la ventana abierta le hizo mirar en esa dirección: miles de escarabajos estaban entrando en la habitación. La profesora de matemáticas extendió sus huesudas manos hacia él, y Pedro entendió perfectamente la orden.
-Está bien… estoy preparado.

4
La débil luz de la mañana despertó a Pedro a las siete. Se quedó perplejo. No sabía que los muertos dormían.
A continuación, un hedor repulsivo inundó la habitación. Pedro comprendió enseguida lo que había pasado y todavía alucinó más. Tampoco habría imaginado que los muertos se orinaban y otras cosas peores.
Abrió los ojos del todo y observó los contornos. Seguía en su habitación. Alargó la mano y cogió el abrecartas en forma de sapo que tenía desde niño. Se pinchó la mano y le dolió. Eso quería decir que estaba vivo, pensó.
Intentó levantarse y algo, un peso muerto, se le cayó del pecho. Horrorizado, comprobó que se trataba de un diccionario y una calculadora. No eran suyos.
Entonces recordó que era la mañana de los exámenes y decidió empezar a funcionar: ya pensaría en todo eso después. Se dirigió penosamente a la ducha y, además de asearse, lavó las sábanas y el pijama. Aireó la habitación e hizo la cama. Ni rastro de escarabajos.
Tras desayunar y dejar una nota diciendo que había ido a dar un paseo, se dirigió al colegio. Estuvo mucho rato en la puerta pensando quién demonios se encargaría de hacer y corregir los exámenes de lengua y matemáticas. No tenía ni idea de cómo se hacía en esos casos. También estaba preocupado por si se hacía pis o tenía náuseas durante las pruebas.
Sonó el timbre y Pedro se dirigió al aula correspondiente. Aprovechó los últimos minutos para repasar para el examen de matemáticas. Un taconeo en el pasillo le informó de que alguien venía a examinar.
-Pedro… ¿te encuentras bien? –Era la profesora de matemáticas quien se dirigía a él sacudiéndolo por los hombros. Ella… con su melena dorada y su sonrisa radiante. ¿Cómo había logrado salir de aquel pozo?
-Sí, profesora. Por mí podemos empezar.
El examen comenzó y Pedro se quedó atónito al leer el planteamiento del primer problema:
-Si el diámetro del bocal de un pozo es de 1 m…
¿Estaba de broma? Demasiada casualidad. Pedro la miró de soslayo y le pareció que ella le sonreía.
El examen constaba de diez problemas y absolutamente todos versaban sobre pozos, ya fuesen de trigonometría, de geometría o de ecuaciones de segundo grado.
Al entregar el examen, que por cierto le había salido bastante bien, Pedro no sabía si hablar con la profesora o no, pero ella se le adelantó.
-¿Qué tal el verano, Pedro?
-Este…bue… bien, profesora. Es… tudiando, ya ve. ¿Y el… suyo?
La profesora le guiñó un ojo.
-En fin… algo pasadillo por agua, qué le vamos a hacer.
Pedro se dirigió al siguiente examen completamente anonadado.
A última hora, hizo el examen de lengua. Ya no le sorprendió ver al profesor de siempre al frente de la prueba, ni le hizo el menor efecto ver que todas las preguntas del cuestionario tenían algo referente a un pozo, ya fuese decir su significado, descomponerlo en monemas, o hablar sobre la metáfora del pozo en la obra de Federico García Lorca.
Tampoco le llamó la atención que el profesor se interesase por sus vacaciones cuando entregó el examen.
-Bien, profesor. Estudiando mucho. ¿Y usted?
-Bueno… no han sido lo que yo me esperaba. Las podría calificar de… desconcertantes, sí.
-Verá, es que como dijeron que había usted desaparecido, pues…
-Oh, eso –el profesor hizo un gesto como para quitar importancia al asunto –Pero tú y yo sabemos que no fue así ¿Verdad?
Pedro no supo qué contestar y se alejó. El profesor se despidió con la mano.
-Adiós, Pedro.
-Adiós, profe.

5
Pedro aprobó en septiembre con sobresalientes en todas las asignaturas y sus padres jamás se enteraron de que había suspendido en junio. Aprendió la lección: al año siguiente fue el primero de la promoción. No volvió a plantearse durante un tiempo si lo de la noche de san Juan y todo lo ocurrido ese verano había sido un sueño, real o producto de su imaginación. Decidió llevar una vida tranquila y sencilla y no meterse en líos.
Una tarde se encontró con los profesores de matemáticas y lengua por la calle. Él ya estaba estudiando en otro centro.
-Hola, Pedro –dijeron a la vez. Iban cogidos de la mano.
Pedro los saludó con una mezcla de miedo, respeto y timidez. Ellos hicieron como que no se daban cuenta y charlaron jovialmente. Le contaron que iban a casarse y que se habían comprado un terreno cerca de donde él vivía.
-¿Sabes cuál es? –preguntó el profesor –Ése que está cerca de la explanada donde se hace la fiesta de San Juan… ¿Sabes cuál te digo?
Pedro sintió un estremecimiento y creyó percibir un brillo extraño en las pupilas del profesor.
-Creo que sí sé cuál es –respondió –Pues enhorabuena.
-¿Te gustaría regalarnos algo por la boda? –preguntó la profesora con descaro.
-¿Yo? –la confusión de Pedro llegó a extremos inimaginables –Pues… claro. ¿Algo en especial?
La profesora sonrió.
-Pues mira, ya que lo dices… no nos vendría nada mal una de esas tapaderas de metal para cubrir el pozo… es tan peligroso… pero claro, eso tú ya lo sabes ¿No?
-¿Yo? –Pedro enrojeció -¿Por qué debería yo saberlo?
-Hombre, a los niños siempre se les dice que no se asomen a los sitios peligrosos. Tu mamá te lo habrá dicho de pequeño.
Pedro bajó la mirada y entonces reparó en los pies de la profesora. Llevaba sandalias y en el pie derecho sólo tenía tres dedos.
-¿Qué le ha pasado?
-Oh, nada… una mala caída que tuve hace tiempo. Caí en un sitio de difícil acceso y al intentar salir, me rompí los dedos por varias partes y me los tuvieron que amputar. Una tontería.
Pedro palideció esta vez.
-Cuánto lo siento.
-No me cabe la menor duda, gracias.
-Tengo que irme –Pedro fingió consultar su reloj –Espero verles de nuevo.
-Ten por seguro que así será, querido muchacho –dijo el profesor dándole unas palmaditas en el hombro. A partir de ahora seremos vecinos.
Pedro se alejó consternado. Semejante proximidad le ponía los pelos de punta. Aún así, apuró el paso, iba a llegar tarde a su clase de matemáticas.


FIN

6 comentarios:

  1. A mí también se me pondrían los pelos de punta. Muy bueno, me gustan los relatos donde todo se sugiere y donde la realidad no es la que parece. Enhorabuena.

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  2. Muchas gracias, guapa. Léeselo a tus alumnos para que tomen nota, ajajajajja

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  3. The ring me dejo muy traumatizada, tia...

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  4. buen relato, me gusta

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