LOS QUE HACEMOS DE ESTE BLOG UNA CASA DE LOCOS

LOS QUE HACEMOS DE ESTE BLOG UNA CASA DE LOCOS

MORGANA

JOTAELE

AGÜELO COCINILLAS

Oficialmente, profesora

Escritora

Casada y madre de familia

Me gusta leer, escribir y el rock and roll

Toco la guitarra

Hago dameros

Me gusta Patán

Odio la política y los programas del corazón

Oficialmente, abogado

Seductor

No sabe, no contesta

Me gustan las mujeres

Toco lo que me dejan

Hago el amor

Me gusta Betty Boop

Odio a Belén Esteban y a María Antonia Iglesias

Oficialmente, jubilado

Naturalista

Viudito y disponible

Me gusta observar la naturaleza humana

Ya no toco nada

Hago disecciones

Me gusta doña Urraca

Odio la caza, la pesca y los toros.

LIBROS LEÍDOS INVIERNO 2013

J.K. ROWLING: Una vacante imprevista
NOELIA AMARILLO: "¿Suave como la seda?
LENA VALENTI: "Amos y mazmorras"

viernes, 23 de abril de 2010

LA MUÑECA ROTA



Como todos los años, he organizado en el foro de cocina un "amigo invisible" en el que nos regalamos libros y flores. El cuento que os presento lo escribí ex profeso para regalar a mi amiga invisible, aunque a ciegas, porque lo empecé bastante antes de saber quién era. Al final, me tocó enviárselo a Cantabrona y creo que le ha gustado mucho.
En fin, que como lo escribí para el día del libro lo comparto con vosotros, y como es muy largo, os pongo aquí un extracto y el resto lo podéis descargar gratis en este enlace:


Espero que os guste. Feliz día del libro a todos.


LA MUÑECA ROTA

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1

-Desde luego, cada día estás más suspirón, cari.

Rubén alzó la vista del crucigrama y miró a su mujer, que sonreía con condescendencia. Y pensó: “Tú que sabrás, alma cándida”.

Rubén Furelos López. Cuarenta años. Metro ochenta; ochenta kilos. Todo el pelo, afortunadamente, aunque con entradas ya más que evidentes y algunas canas entreverando el castaño. Ojos marrones. Guapo en su juventud, interesante en la madurez. Licenciado en Historia del Arte. Funcionario del Museo de Arte Provincial, sección de arte clásico. Casado. Cuatro hijos.

Ni se había dado cuenta de lo mucho que suspiraba últimamente. No se autoanalizaba porque le daba miedo. Sabía que estaba enfermo, sabía el nombre de la enfermedad. Sabía que tenía hastío y nostalgia. Lo sabía porque hacía más crucigramas que nunca y porque todas las noches, antes de dormirse, lo único que le hacía sentirse bien era recordar el mejor verano de su vida, el verano de 1987.

-Estoy cansado, Teté. Hay mucho trabajo últimamente. Ando negro con el tema de la serie de Tauromaquia de Goya…

Teté se encogió de hombros y salió de la sala diciendo que se le quemaba la cena. No soportaba a su marido cuando hablaba de trabajo, se aburría muchísimo.

Teresa Martínez Fontán. Cuarenta años. Metro sesenta y cinco. Cincuenta kilos a base de pasar hambre. Media melena rubia artificial. Ojos marrones. Bronceado de cabina. Pechos de silicona. Maquillaje impecable. Estudios interrumpidos en cuarto de Medicina, cuando un preservativo defectuoso cambió su vida. Ama de casa. Casada. Cuatro hijos.

En cuanto su mujer salió de la estancia, Rubén soltó el crucigrama que usaba de parapeto y se entregó a sus pensamientos acomodándose en la butaca. Él nunca había sido un nostálgico ni un romántico, así que no era capaz de comprender lo que le estaba pasando. Tras dieciocho años de matrimonio, la vida familiar se le hacía insoportable y aborrecible. No sabía cuándo había empezado este sentimiento hostil. Se había ido infiltrando de forma insidiosa, probablemente. Y la revelación final se había producido a raíz de la operación.

-Cari, no puedo más… regálamela por mi cumpleaños, anda –Había rogado Teté con tono ronroneante.

-Pero a mí me gustan así, Teté –había farfullado él.

-Cari, hombre, si ahora todo el mundo se lo hace…

No, Rubén no era lo suficientemente comprensivo como para entender que su mujer quisiera arreglarse los pechos después de cuatro hijos. Y sí, era cierto que su delantera dejaba bastante que desear, no tenía demasiado y tanta lactancia había hecho estragos. Al final se puso tan pesada que pidió un crédito y le regaló la maldita operación. Pero la muy puñetera le había mentido, había dicho que sólo sería un arreglo y lo que había hecho era ponerse un par de melones espeluznantes que se daban de bofetadas con el resto de su minúsculo cuerpo. Todos sus amigos se habían dado cuenta del “arreglito”, la mayoría ni siquiera disimulaba para mirárselas. A Rubén le daba vergüenza y evitaba tocarlas. En realidad, evitaba tocar a su mujer desde hacía tiempo.

En honor a la verdad, Rubén se merecía un premio por haber sido fiel durante tantos años, teniendo en cuenta que se había casado por obligación. Llevaba seis meses saliendo con Teté cuando se quedó embarazada. Lógicamente, cumplió y se casó con ella. Por aquella época era como ahora: mona, delgadita y aburrida. Se habían conocido en el colegio mayor y Rubén no tenía muy claro cómo se había ido dejando enredar. Salía con ella porque no tenía nada mejor que hacer y siempre estaba dispuesta a acostarse con él. El embarazo había sentado como un mazazo en la familia, sobre todo en la de Teté, que era cursi hasta decir basta. Los padres de Rubén se lo habían tomado mejor. Sabían que esas cosas sucedían de vez en cuando. De hecho, habían sido sus padres los que más los habían ayudado mientras Rubén acababa la carrera, y eso que no les sobraba el dinero. Para rematarla, a poco de nacer Sofía una increíblemente fértil Teté quedó embarazada de nuevo. Ni soñar con retomar la carrera de Medicina, desde luego.

No es que no la quisiera, reflexionó Rubén. Cuando se casó con ella le gustaba mucho, era una compañera tranquila y discreta, una buena madre y llevaba la casa con habilidad. Le había dado dos hijos más y era lógico que, tras dieciocho años de entrega maternal, se la recompensara con unas tetas nuevas si era lo que quería.

-Cari, está la cena –una impecable Teté avisó desde el quicio de la puerta.

Rubén observó a su camada mientras cenaba con parsimonia. No tenía apetito. Una chica y tres chicos. Sofía, dieciocho años, un encanto. Estudiosa y responsable. David, diecisiete años, menos estudioso y menos responsable. Los gemelos Sergio y Rubén, doce años. Insoportables. Cinco bocas para alimentar con un solo sueldo. Cinco para vestir. Afortunadamente, la herencia del abuelo hacía un año había aflojado bastante el dogal. El anciano le había legado su piso, y una discreta cantidad de dinero que había sido empleado en hacer la reforma y en dar la entrada para pagar los dos espantos que colgaban desafiantemente del tórax de Teté. Observó que Sofía tampoco era capaz de mirar directamente los pechos de su madre.

-David ¿Al final estás saliendo con La Gamba o no estás saliendo con La Gamba? –preguntó el descarado Sergio al hermano mayor, que le soltó una colleja con toda naturalidad.

-Cállate, esqueje. ¿A ti qué te importa? –contestó el aludido airadamente.

-David, no pegues a tu hermano –intervino la madre –Cari… ¿Estás bien?

Rubén había palidecido de repente. Obvió a su mujer y se dirigió al descarado.

-¿Cómo has dicho?

El pequeño tragó saliva.

-Llllla ggggamba –balbuceó.

-¿Cómo que La Gamba? –insistió el padre.

-Es una de primero de bachillerato, papá –explicó la sensata Sofía –Le llaman La Gamba –fulminó a David con la mirada –porque dicen que de ella se aprovecha todo menos la cabeza. Sois unos machistas asquerosos…

Rubén se levantó.

-No quiero cenar más. Tengo que ir al baño… es urgente.

Y salió del comedor, dejando a la familia absolutamente perpleja.

2

-¿Me quieres decir qué te pasa, Rubén? –interrogó Teté metiéndose en la cama –David ya está en edad de salir con chicas, no sé por qué te pones así, levantándote de la mesa en mitad de la cena…

-Nada, me repatean ciertas cosas, nada más -Rubén no sabía cómo dar una explicación lógica –Además, me pegó un apretón, mujer. Tenía que levantarme.

-Estás muy raro últimamente, Rubén –Teté apagó la luz.

Rubén besó a su mujer en la mejilla y se dio la vuelta en la cama.

-Tengo mucho sueño. Hasta mañana.

Por supuesto, no podía dormir. La Gamba… hacía tanto tiempo que no se acordaba de ella… el molesto recuerdo acudía de vez en cuando a incordiar. Ni siquiera era capaz de recordar su nombre… ¿Lucía? ¿Elena?

Si de algo no podía estar orgulloso en esta vida, desde luego era de su bochornoso comportamiento con La Gamba. Rubén se excusaba a sí mismo frecuentemente pensando que eran “cosas de chavales”, pero con los años, el asunto había adquirido una dimensión exagerada: cada vez se acordaba más de ello, sobre todo desde que Sofía había entrado en la adolescencia. Sólo de pensar que su hija pudiera toparse con alguien capaz de hacerle algo así, se le revolvían las tripas, y además, cuando lo recordaba, su complejo de culpabilidad aumentaba de forma alarmante y cada vez encontraba menos argumentos para excusar su proceder. Hasta que llegó un momento que no encontró ninguno.

A los dieciocho años, Rubén tenía bastante éxito con las chicas, para qué decir lo contrario. Y era fanfarrón. Le gustaba alardear delante de sus amigos. En dos años había tenido sus más y sus menos con casi todas las deseadas del instituto. Los amigos lo envidiaban. Entonces, un día le propusieron un reto.

-¿A que no tienes huevos de montártelo con La Gamba? –preguntó uno carcajeándose. Los amigos corearon la idea.

Rubén sintió escalofríos. La Gamba era la cerebrito de la clase, tan inteligente como fea. Quizá no exactamente fea, no tenía nariz de bruja u ojos de besugo, pero sí vulgar, tímida, cohibida y nada deseable. La típica de gafas de culo de vaso, aparato en los dientes, hortera vistiendo y desprovista de todo atractivo y éxito social. La chica gris en la que nadie se fijaba nunca. La llamaban La Gamba porque en clase de Educación Física el primer año habían descubierto que tenía un cuerpazo, quizá el mejor del instituto. Pero como siempre lo llevaba escondido bajo prendas informes y horrorosas…

Rubén se envalentonó.

-¿Qué te juegas? –desafió.

-Cinco talegos, tío –contestó el otro. Pero hasta el final ¿eh? Nada de cuatro morreos mal dados y media mano.

Y así quedó la apuesta concertada. El resto de los amigos también apostó, e incluso varias de las chicas. Si perdían, al menos se harían unas risas viendo cómo Rubén seducía a la infeliz chica.

Utilizó la tan manida excusa de necesitar ayuda urgente en los estudios para acercarse a ella. Estaban a mediados de mayo y los exámenes finales de COU, y después la tan temida selectividad, acechaban. Ella se quedó desconcertada al principio: no entendía cómo alguien como él podía querer algo de alguien como ella. Sin embargo, prometió ayudarle y empezaron a estudiar juntos todas las tardes.

Rubén se volvió a girar en la cama. Teté ya se había dormido. ¡Qué fácil había sido, Dios mío! Pobre chica: hija única y huérfana de madre desde los ocho años, el padre se había vuelto a casar recientemente. Así era tan fea y desgarbada, no tenía una mujer en casa para asesorarla. Tampoco tenía muchas amigas, y las que tenía eran todas tan feas y vulgares como ella. Había sido facilísimo: cuatro halagos, un “me gustaría salir contigo”, tres semanas dando paseos cogidos de la mano ante el choteo de todo el instituto, invitación a la verbena de San Juan en la playa y último acto detrás de una duna. Después, telón: rehuír sus llamadas, escaparle, no estar nunca en casa, volvérsela a encontrar el día de las notas de la selectividad y ver cómo la pobre se enteraba de todo al verle cobrar el dinero de la apuesta entre el cachondeo generalizado de sus amigos. Cien mil pesetas en total, una fortuna. Fue tan cobarde que ni siquiera fue capaz de girarse para ver cómo ella se alejaba llorando y muerta de vergüenza, entre las risas y los comentarios jocosos y humillantes de todos los compañeros. La Gamba había sacado un nueve en la selectividad, por lo menos le quedaba ese consuelo, había sacado bastante mejor nota que él. Por su parte, él se había comprado un Seat Panda de tercera mano hecho polvo y se había sacado el carné de conducir con el dinero de la apuesta. Verano del 87, el mejor de su vida.

Rubén se levantó al baño con cierta ansiedad. ¿Otra vez ganas de mear? ¿Empezaría a estar mal de la próstata? Evitó mirarse al espejo mientras se lavaba las manos, porque en ese instante estaba sintiendo mucho asco hacia sí mismo, y se volvió a acostar.

Nunca había vuelto a saber de ella, jamás. Y eso que vivían en una ciudad pequeña. Ni una mención a su nombre. Tampoco durante la carrera. Probablemente se había ido a estudiar fuera. Fue como si se la hubiera tragado la tierra. Y a veces, el recuerdo llegaba como un fogonazo incómodo a su cerebro, haciéndole chiribitas. Y esa noche su hijo se lo había actualizado como si una bala de cañón le hubiera atravesado de un plumazo la masa encefálica.

A las dos de la mañana volvió a levantarse para tomarse un Lexatín, en vista de que no cogía el sueño naturalmente. Y se durmió, con un sueño agitado y culpable, pensando que si ella alguna vez se acordaba de él, sería para llamarle de todo menos bonito.

jueves, 22 de abril de 2010

EL PLACER DE LEER, EL PLACER DE ESCRIBIR


Mañana se celebra el día del libro, una de las pocas celebraciones que me gusta festejar a lo largo del año, y lo hago por todo lo alto. Hoy ya me ha caído un libro de regalo de mi amiga invisible internetera y mañana me caerá otro en el trabajo.

Porque la que suscribe, antaño lectora empedernida, ya no lee. O, por lo menos, lo hace mucho menos que antes. He pasado de leer unos 30 libros de media al año a leer como mucho 10 a trancas y barrancas. ¿Y eso por qué? Porque escribo, y si escribo, no puedo leer.

Parece un sinsentido ¿verdad? Que yo sepa, los pintores no dejan de ver otros cuadros porque pintan, ni los músicos dejan de escuchar la música de otros. Pues yo no puedo leer, tengo un miedo cerval a que algo de lo que lea se filtre insidiosamente en algo que esté escribiendo. De hecho, tengo pendiente la revisión de las obras de Luis Landero, uno de mis escritores favoritos, y no me atrevo a empezar, porque sé que, inevitablemente, me quedaré con algo. En este caso, me temo que con lo relativo a sus personajes. Es magistral caracterizándolos.

Y, sin embargo, no puedo vivir sin leer. Cuando era niña y ya no tan niña me encantaba estar enferma, eso significaba pasar una semana entera en la cama leyendo a mis anchas, a libro por día. De los cuentos de hadas pasé a Enid Blyton, de ella pasé a Agatha Christie, y de ahí a todo un universo literario que me ha acompañado en los últimos 39 años y que me ha permitido viajar en el tiempo y en el espacio, enamorarme, desenamorarme, asesinar, ser asesinada, ser espía, ama de casa, oficinista, templario, poli bueno, poli malo, narcotraficante, cardenal camarlengo, periodista, condenado a muerte, soldado confederado, huerfanito, monja e incluso puta sin moverme de mi sillón.

Creo que a partir de ahora haré un esfuerzo por combinar ambas actividades, porque si no, mi vida no va a estar completa. Leer sólo lo que uno mismo escribe es muy aburrido, siempre sabe lo que va a suceder y el final de las historias.

Feliz día del libro, blogueros.

jueves, 15 de abril de 2010

EL GIGOLÓ, clase de Historia Natural del Abuelo Cocinillas


Queridísimos amigos, tengo que anunciar la enorme satisfacción que tengo al verme de nuevo entre vosotros para daros una nueva clase de Historia Natural después de tanto tiempo. Ya tengo una edad, y no puedo prodigarme todo lo que me gustaría.

Se avecinan cambios en este pequeño rincón cibernético donde habita mi nieta y, aunque ella me obliga a guardar silencio al respecto bajo amenaza de no dejarme ir a los bailes del IMSERSO, quiero adelantarme, como buen científico, para ir acostumbrándome y hoy hablaré de EL GIGOLÓ.

EL gigoló, conocido también en el ámbito científico como IOSELUIS FORNICATUS COMPULSIVUS fue un espécimen frecuentísimo en otros tiempos. Ahora no es que esté en peligro de extinción, es sólo que ejerce su ministerio de forma más sibilina e imperceptible. Ergo: es más peligroso.

Sus atributos físicos suelen ser notables, especialmente de cintura para abajo. Presentan una tendencia natural a la coquetería y cierta compulsión por mantener la belleza y la juventud, manifestada en forma de suscripciones al gimnasio y presencia de potingues varios en sus cuartos de baño.

Tienden a vivir más tiempo si se les restringe la salida al exterior, ya que, aunque éste es su hábitat de caza, con los años suelen recurrir a la ingesta de la pastilla azul para poder culminar dicho ejercicio con éxito. Ergo: cuanto menos cace, más vivirá pero probablemente con peor calidad de vida al no poder practicar su afición favorita.

Su dieta es poco variada en cuanto al género y mucho en cuanto a la forma, al estar constituida esencialmente por féminas de todas las condiciones. Presentan una fuerte tendencia a comer fuera del hogar en cenas y diversos festejos en los que cercan y dan caza a su víctima. No suelen tener problemas de metabolización: todo cuanto ingieren va encaminado a la producción de esperma.

El olfato y el oído del gigoló son excelentes, pero no tanto como su vista, acostumbrada a distinguir en las situaciones más difíciles e inverosímiles glándulas mamarias, nalgas y piernas femeninas que respondan a sus diversos gustos.

En cuanto a la madurez sexual, el gigoló no la alcanza jamás, aunque he de decir que es de las especies que lo intenta con más denuedo. De hecho, su versatilidad y habilidad en este campo son proverbiales y supera con creces en número de coitos a otros individuos de especies similares.

El hábitat del gigoló es diverso aunque previsible: pueden encontrarse en abundancia en bares, pubs, discotecas y restaurantes, así como en gimnasios, playas, piscinas, oficinas e incluso en la red. Especialmente peligrosos son los oficinistas, ya que la víctima tiene harto difícil escapar de su acoso sin que peligre su puesto de trabajo. Suele marcar el territorio ante otros congéneres cuando está en compañía de una o varias hembras, pero dado su indiscutible encanto personal, los posibles rivales renuncian a la lucha la mayoría de las veces.

El gigoló es un caso increíble en la naturaleza, llegando a aprovechar sus características en su propio beneficio para lucrarse económicamente. En cualquier caso, todos las aprovechan para sus ratos de ocio.

Tras largos años de investigación, la comunidad científica está claramente dividida: los investigadores creen que se debería proceder a su exterminio total o, por lo menos, a su reclusión perpetua, mientras que las investigadoras opinan que cada mujer debería tener uno en casa a su disposición para sus ratos de esparcimiento.

martes, 13 de abril de 2010

PAPÁ: UN RECUERDO, UN HOMENAJE



No soy muy llorona en la vida real, lo cual no me gusta porque creo que el llanto cumple una función de desahogo importante, pero sí lo soy cuando escribo. Lloro cuando me enfrento a escenas emotivas o cuando tengo que matar a algún personaje al que tengo cariño. También lloro cuando acabo una obra, sobre todo al poner la palabra “Fin”. Pero hay que hacerlo.

Hoy sé que voy a llorar al escribir esto. Ya estoy notando un nudo de congoja en el tórax. Pero hay que hacerlo.

14 de abril. Pocos pestañearán siquiera ante la fecha. Alguno dirá: “Sí, es el día que se instauró la II República en España”. Y poco más. Para mí el 14 de abril es una fecha para recordar. Este año, hará veintisiete que murió mi padre.

Fíjense en que he dicho una fecha para recordar, no una fecha triste. Hace mucho tiempo que decidí borrar de mi memoria los últimos horribles seis meses de la vida de mi padre para centrarme sólo en los recuerdos buenos. Yo tenía 17 años, él, 65. Nunca pudo disfrutar de su ansiada jubilación, tres paquetes de tabaco al día y una mierda de enfermedad se lo impidieron.

Mi padre me enseñó muchas cosas, entre ellas, a tocar la guitarra. Aún recuerdo aquellas interminables tardes ensayando horrorosas canciones de tuna. Yo hacía el acompañamiento, y he acabado tocando mejor que él. Creo que eso me inclinó hacia el rock and roll definitivamente. Otras, simplemente, las heredé, como su peculiar sentido del humor, la necesidad de comerme la vida a bocados y a disfrutarla hasta el límite y ciertas inclinaciones artísticas. Él escribía un poco, sentencias y pensamientos sueltos en sus recetas médicas. Las guardo como oro en paño en una caja y jamás se las enseñaré a nadie. Pero en lo que era realmente un fiera era en el modelado de esculturas y en hacer maquetas de barcos. Tenía hábiles manos de cirujano que yo, por desgracia, no he heredado. Era capaz de tirarse cinco horas seguidas trebejando en sus bustos o en su barcos y apuntaba cuántas horas le había llevado cada obra. Porque mi padre era metódico y ordenado, cosa que tampoco he heredado. Me enseñó también a divertirme haciendo crucigramas y dameros, a amar el campo y a respetar la naturaleza, a apreciar los paseos interminables de las tardes de verano y las tertulias al aire libre en las cálidas noches del mes de Julio, a las reuniones en invierno frente a la chimenea asando castañas, a cazar grillos para después devolverles la libertad, a cien mil pequeñas cosas que conforman la tela de araña de los recuerdos de la infancia. Y todas ellas son aficiones que mantengo a día de hoy.












A veces me pregunto si estaría orgulloso de mí hoy en día. Puesto que me dejó a medio hacer, si no puede verme no sabrá en qué se ha convertido la adolescente rebelde y desafiante con la que discutía a todas horas. Por mi parte, sólo puedo decir que lo eché terriblemente de menos el día que acabé la carrera, el día que me convertí en funcionaria, el día que me casé y el día que nació mi hijo. Supongo que sí he conseguido colmar todas sus expectativas sobre mí en la vida: tengo un trabajo, tengo una familia y soy todo lo feliz que puedo ser.

Y esto es todo, sólo quería dejar un recuerdo por escrito, un homenaje. Me sigo acordando de él todos los días, de lo bueno, de los buenos ratos, de las risas que nos hacíamos. A veces, me acuerdo hasta el dolor.

Por cierto, papá, si puedes leer esto, ya te vale con tu maldito humor negro: sólo a un monárquico convencido como tú se le podía ocurrir ir a morirse el día de la República. Te quiero.

lunes, 12 de abril de 2010

Dame veneno, que quiero morir


Leo esta semana, en uno de esos suplementos dominicales que reparten con el periódico, una entrevista con la gurú de las maquilladoras, Bobbi Brown. En ella, la neoyorquina desvelaba alguno de los secretos de su estupendo aspecto a los cincuenta años, entre ellos no comer azúcares ni harina porque son “como un veneno para el cutis y el cuerpo”, para, a continuación, incurrir en espantosa contradicción diciendo que se inyecta bótox cada dos años. Y yo me pregunto: ¿pero el bótox no es toxina botulínica, ergo, veneno? Es decir, deduzco que el veneno que se ahorra no tomando azúcares (que hasta hoy no se ha demostrado que sean tóxicos) lo gasta a placer en esas horrorosas inyecciones que convierten la cara en bidimensional (que sí se ha demostrado que son un veneno).

¿Hasta dónde vamos a llegar en nuestra carrera de fondo contra el envejecimiento? Cada día salen más productos prometiendo la eterna juventud aparente (por dentro se sigue envejeciendo y cumpliendo años) y mucha gente en contra de las inyecciones aplanadoras los usa, sin saber que se está metiendo el mismo veneno que el bótox. Me refiero, en concreto, a dos engendros llamados baba de caracol y veneno de serpiente. Ambos prometen alisar las arrugas como por arte de magia. Y que no se me mosquee nadie en el patio, estoy hablando del principio activo, no de ninguna marca cosmética.

Intrigada con el tema, pregunté a los profesionales médicos que tengo a mi alrededor, que son unos cuantos. Todos contestaron lo mismo: tanto la baba de caracol (sólo el nombre me da ganas de vomitar) como el veneno de serpiente actúan paralizando los músculos, dando así la sensación de alisamiento, porque es como el organismo reacciona a la introducción de una toxina en el cuerpo. Sanísimo ¿no?

Eso es lo que más gracia me hace: la convivencia de lo natural y lo antinatural en nuestra sociedad. Por un lado, la gente se rasga las vestiduras ante todo lo que sea procesado, procedente de cultivo intensivo o manipulado. “Oh, no” oyes decir a menudo “Yo sólo como productos de cultivo biológico, huevos de corral, pescado de bajura, fruta de temporada…” Lo cual está muy bien, si puedes pagarlo. Y después esas mismas personas cometen la aberración de inyectarse bótox, meterse silicona que revienta y se desparrama por el cuerpo o productos que estimulan el tiroides para adelgazar. ¿Por qué? Porque están buscando lo antinatural, lo que no tiene sentido, lo que no puede ser… porque es antinatural cumplir años y que no se note. En este caso, queridas mías, envejecer es lo natural. Como también lo es hacerlo con dignidad y no acabar pareciendo un payaso bidimensional y envenenado.

martes, 6 de abril de 2010

PREMIOS Y RECUERDOS

Recojo premios esta semana encantada de la vida. Uno de ellos me lo ha dado mi amiga Isita desde su blog Cocinando con Isita. A pesar de que no nos conocemos ni telefónicamente, le tengo un cariño especial a Isita por ser la primera persona que compró un libro mío, aparte de ser una cocinera estupenda y una mujer excepcional. Éste es su premio:



Según las reglas, tendría que otorgárselo a otros doce blogs, pero sólo voy a dárselo a las nuevas adquisiciones, que tienen unos blogs preciosos y tienen que ir llenando las vitrinas:



Pero este premio trae deberes aparejados: hablar sobre los olores que me traen buenos recuerdos. Me hace gracia, porque siempre he creído muchísimo en el poder evocador del olfato. Tanto, que hace unos años volví a usar la colonia Azur de Puig durante una mala época de mi vida porque sólo con olerla me transmitía el estupendo estado de ánimo que tenía cuando la usaba de adolescente. También los olores de los guisos de mi madre, del timbal de atún de mi suegra, o cómo huele La Coruña los días en que la humedad del mar lo inunda todo o los asadores castellanos donde hacen ese cordero tan rico. El olfato es un sentido que a veces despreciamos, pero yo les invito a que hagan la prueba: cojan un aroma que les recuerde a tiempos felices, huélanlo, cierren los ojos y relájense: infalible.