LOS QUE HACEMOS DE ESTE BLOG UNA CASA DE LOCOS

LOS QUE HACEMOS DE ESTE BLOG UNA CASA DE LOCOS

MORGANA

JOTAELE

AGÜELO COCINILLAS

Oficialmente, profesora

Escritora

Casada y madre de familia

Me gusta leer, escribir y el rock and roll

Toco la guitarra

Hago dameros

Me gusta Patán

Odio la política y los programas del corazón

Oficialmente, abogado

Seductor

No sabe, no contesta

Me gustan las mujeres

Toco lo que me dejan

Hago el amor

Me gusta Betty Boop

Odio a Belén Esteban y a María Antonia Iglesias

Oficialmente, jubilado

Naturalista

Viudito y disponible

Me gusta observar la naturaleza humana

Ya no toco nada

Hago disecciones

Me gusta doña Urraca

Odio la caza, la pesca y los toros.

LIBROS LEÍDOS INVIERNO 2013

J.K. ROWLING: Una vacante imprevista
NOELIA AMARILLO: "¿Suave como la seda?
LENA VALENTI: "Amos y mazmorras"

martes, 13 de diciembre de 2011

COMIENDO POR LA CORUÑA: O CABO**

CLASIFICACIÓN:

*****Pásate todo el mes ahorrando para ir
****  Espera a que te invite tu churri
***    No está mal, pero cocina mejor tu madre
**     Píllate algo en el kebab de debajo de casa
*       Coge fama y échate a dormir: aprende a cocinar, coño

Plaza Orense, 2, 15004 A Coruña
881 92 74 71 

No es que cocinen mal, no. Todo lo contrario. El problema que tiene O Cabo, al que debo calificar como tapería a falta de clasificaciones, es que su relación calidad-precio me parece francamente abusiva. Que por un plato de carpaccio, un calamar (grande, eso sí) y cuatro vinos me cobren 50 euros me parece una tomadura de pelo. Todo muy rico, eso sí. La materia prima es excelente y cuanto menos la manipulen, mejor. Es preferible pedir platos poco elaborados, como mariscos al vapor o pescados a la plancha, que tostas, pongo por caso. Cada copa de Ribera del Duero cuesta la friolera de 3 eurazos y, además, las llenan poco. El personal es muy amable, pero o no dan abasto o gestionan mal su tiempo, pues como el recinto (pequeño) esté un poco lleno tardan en atender más de lo recomendable. Tampoco tienen carta, cosa que a algún tiquismiquis pondrá los nervios de punta. Cantan los platos a viva voz y tienen una pizarra complementaria. En resumen: no te preparan para el clavazo. Y como colofón, si no cenas allí no te sirven café. Creo que bajar un poco los precios de los vinos ayudaría. A mí no me van a volver a ver el pelo en mucho tiempo, desde luego.


CINCO MESES. SEIS KILÓMETROS. UN CAMBIO DE CASA

Bueno, pues tenía que ser. Después de cinco meses creo que esta pequeña y sana afición merece un espacio propio, aunque este sea un blog multitemático. Lo que no quiero es que se vuelva monotemático, precisamente. Si os queréis seguir partiendo el culo de risa con mis patéticos avances, a partir de ahora podéis hacerlo aquí. Seréis bienvenidos.

domingo, 13 de noviembre de 2011

CUATRO MESES. EMPIEZAN LOS PROBLEMAS

Algún iluminado de las muchas páginas de atletismo que consulto en la red dijo que pasados los tres primeros meses eso del running se volvía algo guay y maravilloso. Bien, era mentira. Es mentira. Cochinísima, vamos. Me había quedado yo hace cuatro semanas pensando que todo el monte era orégano o, incluso, orgasmo, y de repente, plof. La desilusión.
Porque estaba yo muy contenta porque no tenía agujetas más que en algunas partes del tronco y al día siguiente se me pasaban, así que nunca pensé que de repente podían empezar a dolerme las piernas de una forma espantosa. Concretamente, las espinillas. Un dolor horroroso y lacerante que comenzaba a los cinco o diez minutos de empezar a correr y que me obligaba a ceder hasta la caminata. ¡Un horror! Justo ahora que me disponía a ir ya cinco días a la semana, tres de carrera y dos de series para mejorar un poco la velocidad. Entré en pánico. ¿Por qué ese dolor? ¿Por qué ahora? ¿No se supone que a estas alturas mis músculos tienen que estar ya acostumbrados al ejercicio? 
En las mismas páginas donde el alumbrao anunciaba que a partir de los tres meses eso de correr es la hostia, encontré que una lesión frecuente en el corredor de fondo es la periostitis tibial, que no es más que la inflamación de toda la musculatura que rodea la tibia. Y se puede cronificar si se sigue entrenando sin hacerle caso. Imposible obviarla, el dolor es bastante insoportable.
Menos mal que tengo recursos, porque lo último que me apetecía era arribar en el puerto del traumatólogo y salir de allí con una receta para un par de cajas de antiinflamatorios de última generación que me horadaran el estómago. Pregunté a un amigo profe de Educación Fisica y me dijo que probablemente era de las zapatillas, sí, de esas que me autorregalé hace dos meses y que, aunque no fueron carísimas, tampoco me salieron baratas. Como no es plan comprarse unas nuevas, me aconsejó ponerles unas plantillas de descarga (taloneras) y unos ejercicios específicos de calentamiento y estiramiento al empezar y acabar. Mano de santo. Por fin he podido correr esta semana 35 minutos seguidos sin el menor dolor por primera vez en este mes. Además, me dijo que probablemente sea pronadora (piso con la parte interior del pie) y que lo tuviera en cuenta al comprar las siguientes zapas, dentro de unos seis o siete meses.
Más desgracias. ¿Han oído hablar del test de Cooper? Cooper era un alumbrao que inventó una prueba para los aviadores norteamericanos, para poder hacer grupos de entrenamiento según su resistencia. La idea se basa en correr durante doce minutos seguidos y medir la distancia recorrida. Hay unas tablas en las que, según la edad y el sexo, te dice qué tal es tu forma física. Ya sabía que la mía no era de echar cohetes precisamente. En los doce putos minutos sólo soy capaz de recorrer kilómetro y medio. Hombre, estoy en el límite entre lo normal y lo penoso. Podía ser peor. Lo ideal es hacerlo en una pista cubierta y no al aire libre con el viento en contra (o a favor). Porque esa es otra: hemos enlazado un temporal con otro y yo, como buena mula que soy, he seguido saliendo a correr. Uno de los días llegué calada hasta los huesos, me pilló lluvia torrencial con viento racheado. La parte buena es que tenía todo el paseo para mí sola.
Total, que a sólo seis semanas de la maldita San Silvestre (7,700 km) estoy haciendo cuatro kilómetros y poco en treinta y cinco minutos. A ver qué diantre hago este mes. Los sabrán dentro de cuatro semanas. Hasta la próxima.

jueves, 27 de octubre de 2011

TOKIO BLUES*** Y OTRAS LECTURAS DE OCTUBRE

Afortunadamente, voy retomando poco a poco mi afición a la lectura. Tenía Tokio Blues apalancado en el fondo de mi ipad desde hace un año. Me hice con él picada por la curiosidad, puesto que estaba siendo todo un boom y, por qué no decirlo, con bastantes suspicacias, como siempre que algo es un gran éxito. Además, acababa de leer "De qué hablo cuando hablo de correr", del mismo autor, y me pareció que una persona que corre ultramaratones (100 km) no podía estar muy bien de la azotea. Así que lo empecé cogiéndolo con pinzas, como se suele decir.
Si me preguntan si me ha gustado, mi respuesta es no. Si me preguntan si aconsejo su lectura, decididamente contesto que sí. ¿Contradicción? En absoluto. Que no me haya gustado no quiere decir que no valore su calidad. Precisamente la valoro por lo deprimente de la historia en un mundo editorial en el que parece que todo son aventuras, espías, conjuraciones y finales felices. Tokio Blues desarrolla la historia de un joven universitario en sus primeros años de estudiante en Tokio con el suicidio como hilo conductor. Es una novela de sentimientos. Sin cursilerías. ¿Por qué no me ha gustado? Porque no sabía a dónde quería ir a para Murakami, en algunos momentos me aburrió soberanamente, pero por lo menos se nos muestra cómo el protagonista aprende de sus experiencias de la vida y tiene un ritmo cadencioso que se agradece dentro de tanta trepidación. Es posible que si lo releo dentro de un tiempo mi opinión sea mucho más positiva. Desde luego, de los cuatro libros de esta reseña es el de mayor calidad literaria.


Leí El jardín olvidado**** , de la australiana Kate Morton, por encargo. Sí, leo por encargo, fíjense. En este caso, mi jefa de biblioteca, que estaba entusiasmada con "La casa de Riverton", de la misma autora y me pidió si podía leer El jardín... por si el contenido no era adecuado para los chicos del instituto. Me enganchó enseguida. Una niña inglesa aparece abandonada en un trasatlántico en un puerto de Australia y es adoptada por una familia de allí. Años después se intentará resolver el misterio de su identidad. Para ello, la autora maneja dos escenarios: Australia e Inglaterra, y varios ejes temporales que van desde finales del siglo XIX hasta la actualidad. ¡Y sin hacerse un lío! El libro desprende un tufillo a lo Jane Austen o Charles Dickens en los episodios correspondientes a la Inglaterra victoriana y tiene la intriga asegurada, aunque muchos de los elementos del desenlace son previsibles. Literariamente no es gran cosa, pero entretiene con creces (algún día se me quemó la cena). "La casa de Riverton" queda pendiente para Noviembre.

Con El contrato *** les ruego encarecidamente que no hagan lo que hice yo. Forma parte de una saga protagonizada por el mismo poli y nuevo héroe nórdico: el finlandés Jonna Linna. Y es el segundo. Lean primero El Hipnotista.  En este caso, leí El Contrato por consejo de mi hermana. Mejor dicho, lo devoré. Una mujer aparece muerta en un barco. Está totalmente seca, pero sus pulmones demuestran que ha muerto ahogada. A partir de ahí, toda una maraña de corruptelas e intrigas al más puro estilo sueco que, por lo menos, no deja indiferente. Mucha acción, mucha sangre y muchos muertos. ¡Me rechifló!

Volviendo a Lars Kepler, seudónimo bajo el que se esconde un matrimonio de escritores sueco, no necesité más de tres segundos para empezar El hipnotista *** nada más haber acabado "El Contrato". Me dejó un poco perpleja: un niño de quince años mata a toda su familia y hay que recurrir a un hipnotista para descubrir la verdad. Me dejó perpleja, digo, porque sabiendo ya a las pocas páginas quién era el asesino me intrigaba qué carajo iba a hacer Kepler para mantener entretenido al personal durante el resto de la novela. Como pueden imaginar, los avatares del hipnotista son la clave de la historia. Mucha acción, pero no tanta como en "El contrato", lo cual hace que en algún momento canse. Y también muertos a gogó, como buena novela nórdica. Espero que disfruten con estas recomendaciones. Hasta el mes que viene.


lunes, 10 de octubre de 2011

TRES MESES. CINCO KILÓMETROS. UN OBJETIVO.

Como cada cuatro semanas, posteo mis logros en el mundo del running. El día que haya fracasos espero postear también. Lo bueno de estar iniciándose es que nunca se va para atrás. Al contrario, estoy mejorando tanto que a veces me paso y al día siguiente lo pago.

Cuando empecé en esta historia, hace ya doce semanas, me marqué un objetivo: correr media hora seguida tres días por semana. Y un plazo: diciembre. Tengo muchos amigos que corren y todos me dijeron lo mismo: "harás la media hora antes de lo que crees, y después querrás algo más fuerte y te marcarás otro objetivo. Ya te veremos en la carrera tal o cual". "Ni de coña", contestaba yo. Pues miren por dónde, ellos tenían razón. Hace ya quince días que corro veinte minutos seguidos, y casi podría correr la media hora si me lo propusiera. De hecho, esta última semana he corrido entre cuarenta y sesenta minutos en series de veinte. Repito lo que digo siempre: si me lo dicen hace tres meses, no me lo creo. El sábado me envalentoné y me tiré una sesión de una hora, pero lo pagué con creces: por la noche estaba totalmente agotada.

Como veo que en medio mes el objetivo inicial estará cumplido, hace ya algún tiempo que me marqué otro más ambicioso: correr los ocho kilómetros de la San Silvestre de La Coruña el día 31 de diciembre. Sé que podré hacerlo si nada se tuerce (un esguince, un infarto...) pero también soy consciente de que llegaré de las últimas: soy incapaz de hacer un kilómetro en menos de nueve minutos y no quiero obsesionarme con la velocidad, puesto que todavía estoy haciendo fondo. Lo cual quiere decir que esos ocho kilómetros me llevarán casi hora y media y me moriré de vergüenza. Por otro lado pienso que hace dos meses y medio me moría de vergüenza cada vez que salía a correr y que ahora me la trae al pairo, así que... me quedan otras doce semanas para prepararme, a ver qué pasa. Tiene tela la cosa: hace un tiempo no era capaz de correr más de un minuto seguido y ahora me ando preocupando por las marcas.

Por lo demás, todo sigue siendo perfecto: mis músculos siguen endureciéndose; mi ansiedad, bajando; mi apetito, de lobo; no engordo, duermo como un bebé y (casi) siempre estoy de buen humor. Lo único que me pone de malas es pensar por qué coño no me dediqué a esto antes.

Una cosa que me hace el ejercicio todavía más placentero es la compañía de mi ipod y la lista de reproducción que uso para correr. Como se imaginarán, el rock and roll es mi principal apoyo. A veces tengo que tener cuidado: me sale una air guitar en mitad de la sesión, o me dejo llevar por el ritmo, acelero y se me dispara el pulsómetro. Entre las joyas que uso para entrenarme, están las siguientes:

AC/DC: shoot to thrill
QUEEN: Tie your mother down
JOE SARTRIANI: Surfin´with the alien
BRIAN ADAMS: you gonna win
JET: Cold hard bitch
AEROSMITH: Rag doll
BLUR: Boys and girls
METALLICA: Whiskey in the jar
BEATLES: Bad boy
TOTO: White sister.


En fin, dentro de cuatro semanas les sigo contando. Desde aquí animo a todo el mundo a dedicar un tiempo a la semana al running. Si yo pude, puede cualquiera. Hasta dentro de cuatro semanas, amigos.

jueves, 6 de octubre de 2011

STEVE JOBS: IN MEMORIAM

Foto propiedad de Fata Morgana
Escribo esta entrada-homenaje, como no podía ser de otra manera, desde mi Macbook de 14 pulgadas. Al final, Jobs no pudo ganar la batalla final contra el cáncer de páncreas que padecía desde hacía años. Se va un revolucionario de la tecnología, y me gustaría recordar, desde este humilde blog, cuándo empezó mi romance con la manzana.

Como casi todo el mundo que nunca ha tenido un producto Mac, en su momento no le di la menor importancia: sí, muy monos, pero carísimos. No entendía esa diferencia de precio. Como tampoco controlaba ni jota de informática (ni controlo, cada vez menos desde que uso Mac), tampoco comprendía aquellas entusiastas explicaciones de los que manejaban autocad en un Macintosh a principios de los años 90. Me parecía una cosa así como tener un Mercedes: sería la hostia, sí, pero los seat Ibiza cumplían el mismo cometido.

Así las cosas, desde que en 1991 tuve mi primer PC hasta que el primer producto manzanil entró en mi humilde morada pasaron 10 años. Lo primero fue un ipod de 20 gigas al que no hice mucho caso, puesto que no era para mí. Lo heredé cuatro años después y poco más duró el pobre. Para entonces, ya tenía un powerbook G4 de 13 pulgadas al que todavía doy uso. Sus 80 gigas de capacidad se me quedaron pequeños. ¡Y pensar que empecé con un 286 que tenía 30 megas de capacidad! El bueno del G4 petó el disco duro y en apple fueron capaces de recuperarlo entero y verdadero. No sé si habrían sido capaces de hacer lo mismo con un PC.

Eso es una de las cosas que diferencia a Mac de los demás. A veces la gente me llama: ¿Me compro un Mac? Yo contesto: ¿Tienes la pasta? Sí. Ni lo dudes, respondo. Mac tiene sólo un pequeño problema: después de seis meses usándolo, no sabrás usar un pc. Su unión de intuición, diseño, versatilidad y minimalismo harán que no quieras ya otra cosa. Mientras el resto del mundo tenía que instalar drivers en sus periféricos, los macinteros ya funcionábamos sin ellos. Mientras los pecés usaban el Nero para grabar un cd, nosotros arrastrábamos los archivos directamente al disco y pulsábamos "grabar". Gracias, Steve Jobs.

También tiene otros inconvenientes: los respuestos son caros, las baterías no bajan de 90 pavos (y se vician, pero no tanto como un pc), otro tanto cuesta un cable de alimentación. Los gadgets, ipods y similares, vienen pelados. La ipad trae un cable de alimentación que no llega ni al metro de largo, a la mínima le pegas tirones. El mando a distancia de la segunda generación de ipods no sirve para la tercera, el cargador del ipod no sirve para la ipad, el cargador del iphone del coche no sirve para la ipad tampoco, y unas cuantas pequeñeces más. Pero todos sus productos son tan cómodos y versátiles que te acabas olvidando. El catálogo es para volverse loco, pero, como pueden ver en la foto, yo sigo con mi ipod de toda la vida, que compré hace seis años, y he despreciado touchs y shuffles porque la capacidad para almacenar la música que yo quiero es escasa. Y puedo salir de viaje olvidándome las bragas (con perdón) pero el ipod siempre va en la maleta.

En fin, que nada de esto habría tenido lugar si Steve Jobs no hubiera tenido la deferencia de compartir con el resto del mundo su sabiduría imaginativa. Recuerdo la presentación de la ipad1 en Estados Unidos, que descargué de youtube. Cuando acabé de visualizarla me recorrían el cuerpo sudores fríos. Ya no era sólo el producto, sino la manera de venderlo. No veía llegar el mes de mayo para hacerme con una. Está superamortizada, menos a la playa la llevo a todas partes. Hace un año que no compro un libro.   He regalado todos mis libros entre mis amigos, cosa que les ha hecho muy felices. Tengo sitio en las estanterías para mi colección de libros de rock and roll y mis cómics, para eso sí que no admito la versión electrónica. Y es lo único que llevo al trabajo: ni libros, ni apuntes, ni nada.  Todos mis cuentos, relatos y novelas los he escrito desde un Mac. Desde un Mac abrí este blog. Te echaré de menos, Steve Jobs.

martes, 4 de octubre de 2011

COMIENDO POR LA CORUÑA: EL MONO PACO ***

Foto por gentileza de "El Mono Paco"


CLASIFICACIÓN:

*****Pásate todo el mes ahorrando para ir
****  Espera a que te invite tu churri
***    No está mal, pero cocina mejor tu madre
**     Píllate algo en el kebab de debajo de casa
*       Coge fama y échate a dormir: aprende a cocinar, coño
Rúa Mercado, 4, 15001 La Coruña 

PRECIO POR PERSONA: Salmorejo, Carpaccio de buey, Tosta de jamón de guijuelo y tomate. Coulant con helado. Vino. 15 euros.



El mono Paco es una pequeña vinoteca situada a las puertas del casco viejo de La Coruña, en una zona donde predomina una clientela juvenil, y juvenil es su propuesta gastronómica, aunque no exenta de cierta sofisticación: ensaladas, tostas y bocadillos (no en el sentido literal y prosaico de la palabra) conforman el grueso de una carta que se completa con unos cuantos platos y raciones de cocina, como el solomillo ibérico, las croquetas o el pulpo a la plancha. Tiene una excelente relación calidad-precio. El carpaccio es de los mejores que he probado, a pesar de que lleva apio (lo odio, pero no se le nota). Lo conozco porque entré por casualidad un día para tomar una caña y hacer tiempo, pues cenaba en el local de al lado (ya lo reseñaré también) y llegaba un poco pronto. Me fijé en la carta y me llevé una tarjeta con intención de reservar la próxima vez. He cenado allí dos veces y me ha gustado. Me parece una opción de lo más correcta para una cena informal, en plan tapeo. Tiene una pequeña terraza para las pocas veces que las noches coruñesas invitan a disfrutar del aire libre (y para los fumadores). Además, hacen mojitos y otros cócteles bastante ricos. Si pasáis por La Coruña y queréis cenar bien y por poco precio, no olvidéis este simpático local.


lunes, 26 de septiembre de 2011

COMIENDO POR SANTIAGO: VAOVÁ GASTRO ****


CLASIFICACIÓN:

*****Pásate todo el mes ahorrando para ir
****  Espera a que te invite tu churri
***    No está mal, pero cocina mejor tu madre
**     Píllate algo en el kebab de debajo de casa
*       Coge fama y échate a dormir: aprende a cocinar, coño


A veces soy un poco sibarita, qué carajo. ¿O es que sólo los ricos se han de permitir lujos? Este fin de semana me he perdido por Santiago de Compostela. Suelo ir con cierta frecuencia, pero esta vez lo hice con premeditación, alevosía y nocturnidad: conocer el Vaova gastro, el recién inaugurado hermano mayor de la  exitosa coctelería Vaova Bar.

Vaová gastro responde a un nuevo concepto de maridaje: tapas de alta cocina+cócteles. Para los que ya estamos un poco hartos de tanta vinoteca es una idea estupenda. Situado en el casco antiguo de Santiago, en la rúa Nova, dispone de cuatro ambientes bien diferenciados: el bar, nada más entrar. Al fondo y bajando la escalera, el comedor, dispuesto en mesas altas con taburetes. Más allá, un lounge para tomar una copa sentado tranquilamente, presidido por una original vidriera, y lo mejor: la zona Premium, arriba, una especie de bar inglés con una preciosa decoración donde sirven los cócteles más deliciosos. En realidad, los cócteles los sirven en todo el local. La decoración y el iluminado del local son muy agradables y relajantes.

Para una fanática de la ginebra como yo, imagínense: maridé mi cena con un Tom Collins al aroma de jengibre exquisito. La comida acompañaba. Tomamos provolone servido sobre oblea, muy rico. Minihamburguesas de ternera deliciosas: el pan que las acompañaba eran arepas, una idea de lo más original. Langostinos en tempura, buenos ejemplares, nada de gambilla disfrazada con mucho rebozado, también muy ricos. La carta no es muy extensa, pero sí original e imaginativa.
zona Premium del Vaova Gastro

Estupendas las salsas de acompañamiento, sobre todo la de los langostinos. También nos agasajaron con una tapita de caballa marinada con aguacate. Esa es otra, los camareros atentísimos y todo el tiempo pendientes de nosotros. El local a las diez y media de la noche estaba ya abarrotado. 

Y no pedimos más porque no nos cabía, ni siquiera pudimos llegar al postre. Las raciones son grandes. Tras un café aromático y cargado, nos dirigimos a la zona Premium a disfrutar de un gin-tonic. Disponen de una carta con más de sesenta ginebras, así que lo mejor es dejarse aconsejar por los expertos que, en función de tus gustos (ginebra más o menos aromática, etc) elaborará una copa a tu medida. La coctelería por supuesto dispone de todos los artilugios necesarios para hacer una copa espectacular: maquinita de nitrógeno líquido, picadora de hielo y toda la pesca. Advierto que no es un local para trasegar copas como un cosaco: es para sentarse a charlar tranquilamente mientras sorbes tu bebida con calma, paladeándola, disfrutándola como la obra de arte que es, porque la coctelería es un arte como otro cualquiera.

Como asequible, diré que los cócteles, como en todas las coctelerías, pues baratos no son, caramba. Pero también he de decir que he tomado mojitos y caipiriñas en locales cutrísimos por los que me han cobrado casi lo mismo. Comer sí me pareció que tenía una relación calidad-precio excelente. 

En fin, que le deseo lo mejor a este local recién inaugurado. Estoy segura de que así será. La próxima vez que vaya a Santiago me dejaré caer por allí fijo. Mientras tanto, me entretengo viendo estas fotillos. Hasta la próxima.












jueves, 15 de septiembre de 2011

DOS MESES. TRES KILÓMETROS. UN PREMIO

Estoy monotemática, lo sé. Como todo principiante entusiasta y compulsivo. Mi mente sólo piensa en poner un pie delante de otro y devorar metros. No es la primera vez que me da un ataque de euforia de éstos. Me pasó cuando retomé la guitarra. Me pasó cuando empecé a escribir (sigo haciendo ambas cosas), pero nunca pensé que me pasaría con el rollo del footing, por la sencilla razón, como ya expliqué en la entrada anterior, de que ni en mi mejor o peor sueño se me ocurrió jamás que yo, que siempre he tenido como deportes base la barra fija y otras actividades igual de sanas, me pudiera dedicar a tales menesteres.
Cosas más raras suceden en el mundo, y si no que se lo digan a algún que otro tránsfugo político, otrora de izquierdas y hoy de derechas, y una vez instalado esto del running en mi vida, pues no me queda otra que seguir corriendo, porque después de dos meses no estoy dispuesta a dar marcha atrás y a desandar metafóricamente lo andado. He logrado algunas cosillas y estoy contenta. Han acabado las vacaciones y ya tengo una rutina de salir tres veces por semana, dos de ellas a primerita hora de la mañana, con la fresca. Ya corro treinta minutos, en tres series de diez. ¡Sin asfixiarme! ¡Sin agotarme! Tres kilómetros en total. 
No todo el monte es orégano, por supuesto. Ahora sí tengo agujetas. Cualquiera diría que me están clavando diez mil alfileres en el culo. Y un hambre desaforada, sobre todo de hidratos de carbono. Y después de comer me quedo frita un rato, yo que odio dormir la siesta. Son daños colaterales y se aguantan perfectamente. Como llevo ocho semanas de entrenamiento y aún no me he muerto, ahora tengo menos miedo a que me estalle la patata, y estoy tan enganchada que los días que descanso me pongo de mala leche. Para rematar mi entusiasmo, tampoco he engordado a pesar de que me meto unos desayunos de padre y muy señor mío, tengo la piel como el culo de un bebé de tanto liberar toxinas y no suelo llegar cansada al final del día, como me pasaba antes. Vaya, que por ahora lo bueno supera a lo malo, y como celebración de mis dos meses, me he autorregalado unas zapas nuevas: mis primeras zapatillas de running, específicas para correr, con amortiguación y toda la pesca. Y me hace muuuucha ilusión. Y me gusta compartirlo.

lunes, 5 de septiembre de 2011

NUEVAS ADICCIONES, BUENOS PROPÓSITOS

Hola a todos. Espero que hayan pasado un buen verano. Pueden suponer que el mío, dado lo poco que he asomado por aquí, ha estado a tope. Tengo tantas reseñas de restaurantes que hacer que, para cuando me ponga, ya me habré olvidado de lo que he comido en cada uno. Pero las vacaciones se han terminado y hay que volver a la triste realidad.
Una de las señales de que estamos en período de "Renacimiento" y buenos propósitos es la cantidad de colecciones que anuncian por la tele: desde abanicos hasta kazas de la II Guerra Mundial, cursos de inglés, de ganchillo, de macramé, de yoga. Porque en la vida del ser humano del primer mundo hay dos puntos de inflexión anuales que le hacen replantearse todo y autoprometerse que va a estudiar chino, hacer spinning, tocar el clarinete o cualquier otra cosa que exija esfuerzo y dedicación: el mes de septiembre y el mes de enero. Por supuesto, los buenos deseos quedan aparcados tan rápido como llegaron, en cuanto la rutina invernal se vuelve a instalar en nuestras vidas. Y yo, como soy animalito de llevar la contraria, pues intento cumplir mis buenos deseos en vacaciones, y así al llegar septiembre ya tengo mi propósito en cuestión instalado en mi rutina y, con suerte, ya estoy enganchada.
Pues eso me ha pasado este año: me he enganchado al running, es decir, a poner un pie delante de otro a cierta velocidad. Si me lo llegan a decir hace dos meses no me lo creo ni jarta vino. ¿Yo correr? Anda ya. Y eso que tengo un buen ejemplo en casa, puesto que el señor que vive conmigo es corredor desde hace un montón de años, y estaba acostumbrada a verlo salir con las calzas y las zapatillas casi todos los días del año, con una mezcla de envidia y pereza. Nunca pensé que algún día sería yo la que saliera de tal guisa, pero así es. Una tarde de mediados de julio estaba tirada al sol (al poco que ha habido) y se me encendió una bombilla. No podía estar todo el verano como una foca sin mover un músculo con la cantidad de energía negativa que había acumulado durante el año. El estrés me estaba matando, la ansiedad me consumía, arrastraba un año muy malo. Y con todo en contra: 45 años, fumadora, sin equipo, sin zapatillas siquiera porque me las había dejado en Pontevedra, me di un par de vueltas por el jardín de casa hasta que empecé a ver enanos verdes.
Al ver que no me moría en el intento (2 minutos corriendo, quizá) pensé que había que hacer un plan de acción y me dirigí a San Google en busca del gurú, me daba igual cuál, sólo necesitaba algo motivador. Y lo encontré. Desde entonces, http://www.elsentidodelavida.net/como-empezar-a-correr ha sido mi guía, sobre todo porque cada vez que leo el post me parto de  risa, eso si las agujetas me lo permiten. Por supuesto, no es la única página que consulto. Tengo varios programas de iniciación que combinan correr y andar y que hacen que esto, lejos de ser un sufrimiento, sea una de las actividades más divertidas a las que me he dedicado en la vida.
Un par de semanas después, y ya con las zapatillas rescatadas, decidí que a lo mejor la cosa iba en serio y que había que dedicar una mañana al equipamiento. Me dirigí a San Decathlon. Si ya me gustaba el sitio antes de hacer deporte, imagínense ahora. Compré cuatro cosillas: un par de camisetas, un par de mallas, calcetines y dos sujes que son un antídoto contra la lujuria pero que cumplen perfectamente su cometido. Completé con un chubasquero de travesía y un brazalete para el ipod, que correr con música es más divertido. Sin embargo, no me hice con lo principal: el pulsómetro. Y créanme que, superada la cuarentena, puede uno correr en pelota picada si quiere, pero no sin pulsómetro. Mi chico me prestó el suyo galantemente y me salvó la vida, porque una vez hecha la famosa ecuación de los 226 no puedo pasar de las 150 ppm sin riesgo de palmarla. Es lo único que me importa: la patata. El resto lo tengo nuevecito, nunca había hecho deporte de impacto así que no arrastro lesiones, salvo mi maldita artrosis de cervicales, pero la patata es primordial, y así, manteniéndome entre las 120 y las 150 pulsaciones, saliendo a correr/andar a días alternos y sumando minutos, han transcurrido las últimas siete semanas de mi vida. Empecé haciendo series de 30 segundos y corriendo dos minutos y medio en total, según rezaba el plan que me había descargado de internet. Hoy he corrido 23 minutos en series de 5 y 6 minutos. A alguien que corra habitualmente le parecerá una mierda, pero para mí es una verdadera proeza.
Lo bueno de alternar carrera con andar e ir subiendo los tiempos que corres es que nunca llegas destrozado a casa. Es más, nunca he tenido agujetas en las extremidades inferiores, como esperaba. El horror ha sido en la parte superior, sobre todo toda la musculatura implicada en la respiración, supongo que por falta de uso. Y en las cervicales, por el movimiento de los hombros al correr. Como contrapartida, diré que, aparte de no haber engordado en todo el verano a pesar de haberme pasado siete pueblos comiendo y bebiendo, ya empiezo a ver definición muscular en la zona abdominal. Y eso que yo no me enganché a esta historia por el tema físico, sino por los beneficios psicológicos. Y sé que, en cuanto lleguen los rigores otoñales, no habrá lluvia o viento que me detengan. Ya verán. Les seguiré contando.

lunes, 27 de junio de 2011

RESTAURANTE "TIRA DO CORDEL": TIRA DA CARTEIRA ****

CLASIFICACIÓN:


*****Pásate todo el mes ahorrando para ir
****  Espera a que te invite tu churri
***    No está mal, pero cocina mejor tu madre
**     Píllate algo en el kebab de debajo de casa
*       Coge fama y échate a dormir: aprende a cocinar, coño


Praia de San Roque
15155 Fisterra
(A Coruña)
PRECIO POR PERSONA: 40 EUROS: Zamburiñas al horno, Lubina a la brasa, postre, pan, vino y café.


http://www.tiradocordel.com/
Siento inaugurar mi sección de Restaurantes de forma tan negativa, pero la vida es así. He comido allí este fin de semana, no era la primera vez que lo hacía, y, por desgracia, veo que su forma de concebir la restauración no ha cambiado en absoluto: trato familiar, abuso de confianza, local cutre e incómodo, pero precios de restaurante de tres tenedores. No puede ser. Si pagas precios de calidad te tienen que dar calidad en todo, no puedes llegar con reserva y que te hagan esperar llamándote por tu nombre como en la lista del médico, entre otras cosas. El "Tira do cordel" es un restaurante familiar, antaño una tasca de playa, que cogió fama por el excelente producto que ofrecía, amplió su local de forma caótica y se subió a la parra con los precios, porque lo que le van a cobrar por ir con su pareja y sin pedir marisco va a rondar los 40-50 euros tranquilamente. Multipliquen por dos y pensarán, como lo hice yo, que para abonar cien napos hay sitios mucho mejores, donde el camarero te cuelga el abrigo y te retira la silla para que te sientes. Donde te dan cubiertos para servirte, por ejemplo. Ya no entraré en detalles, como por ejemplo que estábamos en plena ola de calor a 32 grados y no había ni un miserable ventilador, o que el dueño se paseaba por todas las mesas con los faldones de la camisa por fuera del pantalón. ¡Y que después te cobren 27 euros por una lubina, por muy refresquísima que sea!
Ese es el plato estrella de la casa: la lubina a la brasa, que sirven ya desespinada y bañada en un sofrito de ajos. Está deliciosa y la primera vez se les puede perdonar aunque sólo sea por eso. Sólo lubina: ni una miserable ensalada, ni una triste patata de acompañamiento. Sólo la he tomado así allí, no conozco otro sitio donde la preparen de esa manera. De esta forma preparan también la dorada, pero para mi gusto no está tan rica. Lubina que les servirán con bastante retraso, pues suelen tener el comedor abarrotado y coger más reservas de las que se pueden permitir, de ahí la espera al llegar sin tener en dónde tomarse un miserable vino: fuera está el paseo marítimo y dentro aprovechan todas las mesas, hasta las del bar, para dar comidas. El marisco, aunque no lo pedimos esta vez, correcto. El percebe suele ser bastante bueno. Los postres son caseros y totalmente exentos de sofisticación, además de caros: flan, tarta de queso, tarta de manzana y arroz con leche. La tarta de manzana estaba francamente buena. Lo peor, el servicio. Quince mil camareros pululando a tu alrededor y siempre tienes la desagradable sensación de estar desantendido, ya que el dueño parece no fiarse de nadie y es multitarea: él recibe a los clientes, él los llama y los lleva a la mesa, él coge los pedidos, todo ello acompañado de una pachorra infinita. Y mientras, unos cuantos camareros pasmando o haciendo que hacen. Resumiendo: sí, cocinan bien, pero por lo que clavan hay otros sitios infinitamente mejores. Y no sólo de lubina vive el hombre. Si a usted lo invitan a comer allí, diga que sí, por supuesto, pero no se le ocurra invitar a nadie sin consultar antes otras opciones si lo que quiere es quedar bien con alguien, o por lo menos no lo haga un fin de semana de verano.

viernes, 17 de junio de 2011

INDIGNADO


Ya lo sé, ya lo sé... ustedes esperaban una entrada del venerable Abuelo Cocinillas, pero entre que el viejales se pasa la vida mirando por el microscopio, hasta olvidándose de comer, y que actualidad manda, me ha tocado a mí. Lo siento, amigos. Tendrán que soportarme unos minutos.
Mi mujer se ha marchado de casa, y no, ni se ha liado con ningún efebo (o efeba, ya que, por si no lo saben, otrora le daba a los dos bandos) ni es tampoco porque yo le haya decorado la cabeza. Tampoco me ha abandonado. Mi mujer es bella, sofisticada y diseñadora de modas de éxito. El otro día llegué a casa, agotado tras una larga jornada laboral, y me la encuentro ataviada con unos vaqueros zarrapastrosos, una sudadera gris como con lamparones y unas zapatillas raídas. Llevaba un petate.
-Menos mal que has llegado -me espetó -Me largo. Tendrás que ocuparte de la niña.
Tras unos minutos de perplejidad, logré articular, o, más bien, balbucear:
-Pero... Si esta vez no he hecho nada, Roberta.
-No seas capullín -contestó -Me voy al campamento de los indignados -Y me dio un beso largo de esos que da ella cuando me quiere convencer de algo, cosa inútil, por otro lado, puesto que me convencería igualmente, pero bueno... no pude evitar indignarme yo, de todas formas.
-¿Cuánto tiempo vas a estar fuera? -inquirí.
-El que haga falta -Y salió con su petate al hombro, toda llena de razón.
Supuse que sería un calentón de los suyos y que no aguantaría más de una noche, pero... ¡qué va! El tercer día, viendo que la cosa iba para largo, tuve ya que tirar de padres y suegros para ayudarme con mi hija. Ella siguió yendo a trabajar, venía a casa a ducharse y arreglarse a primera hora de la mañana, adoptando su sofisticado aspecto habitual. A la hora de comer volvía a disfrazarse de zarriosa y se marchaba al campamento.
La vi tan entusiasmada y monotemática, tan imbuida del espíritu de los indignados, que empecé a sentir el aguijonazo de los celos.
-¿Y dónde duermes? -preguntaba yo.
-En una tienda de campaña, claro -contestaba ella con fastidio.
-¿Sola?
-No seas imbécil, José Luis. Es un campamento protesta, no un hotel de cinco estrellas.
Asentí avergonzado. Pero respuesta tan contundente no hizo más que exacerbar mi desconfianza. Así que decidí pasarme por allí para ver por mí mismo si tenía motivos para no estar tranquilo. Allí se reúnen demasiados mozalbetes de buen ver bajo la capa de roña de sus atuendos hippies.
El primer día la excusa para presentarme allí fue llevar a Roberta unos bocadillos para la cena. Aparecí con el uniforme de picapleitos: traje y corbata. No me disgustó comprobar que había varios trajeados entre los indignados. Y algún abuelete. Encontré a mi mujer tocando la guitarra (ni siquiera tenía idea de que sabe hacerlo) y entonando una canción de Aute, mientras una panda de adolescentes la miraban embobados. Interrumpí tan memorable actuación para darle los bocatas, pero ella me dijo:
-Dáselos a Sergio, él se ocupa de la intendencia.
-Pero si son para ti.
-Nones. Aquí lo compartimos todo.
Y siguió tocando y cantando. Me fui para casa bastante preocupado, así que al día siguiente tuve la precaución de vestirme de sport y aparecer con una olla de lentejas estofadas. Afortunadamente, sé cocinar. Ni siquiera me acerqué a Roberta, fui directamente al tal Sergio (25 años, rasta, ojos azules, alto, peligrosísimo) y le hice entrega del condumio.
-Gracias, tío -me dio unas palmaditas en la espalda -Tu mujer está por allá, ayudando a hacer pancartas. Una gran tía Roberta, tienes mucha suerte.
El tercer día, de chándal, llevé una olla de macarrones a la boloñesa. Fue la propia Roberta la que me salió al encuentro.
-Oye, que me dijo Sergio que estuviste ayer, cómo no me avisaste, hombre... hace dos días que no coincidimos en casa.
Estaba tan guapa con el pelo trenzado y la camiseta manchada de pintura que no pude evitar cogerla por la cintura y susurrarle:
-No habrá por ahí alguna tienda de campaña vacía ¿no?
Ella se soltó muy enfadada:
-¿Pero qué te has creído? No se puede frivolizar con estos temas. Un poco de abstinencia no te vendrá mal -Y se alejó, visiblemente mosqueada. Más me mosqueé yo, que la conozco y sé que no aguanta más de dos días sin actualizar sus partes bajas.
Los días siguientes apenas me habló en casa, así que una tarde me personé en el campamento, la cogí por un brazo y la llevé a un rincón, casi contra su voluntad.
-Eh, suéltame -chilló.
-Roberta, sé razonable. Necesito hablar contigo. Esto es ridículo. Vuelve a casa, por favor.
Ella se calmó, encendió un cigarrillo y se quedó pensativa durante unos minutos.
-¿Sabes lo que más me jode de todo esto? -preguntó. Me encogí de hombros, a saber por dónde iba a salir -Que no me has preguntado por qué.
-¿Cómo?
-Te revienta que esté haciendo esto, pero no me has preguntado el motivo.
-Es que no lo entiendo. ¿Qué tienes que protestar tú? Todo te va bien en la vida, tu negocio va de fábula, puesto que se nutre de la gente que no sufre la crisis. Tienes todo lo que deseas. ¿Por qué deberías estar aquí pasando calamidades, protestando por algo que ni te va ni te viene?
Ella se encogió de hombros.
-¿Ves? Sabía que no lo entenderías. Es cierto que llevamos una vida burguesa. Bien: ¿porque nos va bien a nosotros no nos podemos solidarizar con la gente que lo está pasando mal?
No supe qué contestar.
-Hay algo que se llama solidaridad, Jose. Y ya no es sólo por eso. Tenemos una hija. Éste no es el mundo que quiero para ella. Precisamente somos nosotros los que podemos cambiar las cosas, no apoltronarnos en nuestro estatus burgués, mirando para otro lado y fingiendo que no pasa nada. ¿Comprendes? ¿O es que te crees que me apetece mucho dormir con siete personas más sobre un suelo duro?
Me sentí sumamente avergonzado. Mi mujer casi siempre tiene razón, sólo que no es sutil para exponer sus argumentos.
-Tengo que irme, hay que organizar cosas para mañana -Me besó apasionadamente y desapareció en un tenderete lleno de chicas jóvenes.
Bueno, y aquí estoy, haciendo mi petate y el de mi hija. Ella se va a dormir a casa de los abuelos, yo me uno a los indignados. Hemos quedado en turnarnos para estar en el campamento, así podremos estar más tiempo con la niña. Aquí estoy, a mis cincuenta, protestando por un futuro mejor. ¿Quién lo iba a pensar?

Foto por cortesía de periodicosespana.com

jueves, 26 de mayo de 2011

SOY UN MACARRA, SOY UN HORTERA...

... voy a toda hostia por la carretera. Eso decía una canción de los años 80, creo recordar que era del inefable grupo gijonés "Los Ilegales". Bien, ahora ya no se puede ser ni macarra, ni hortera, ni pisarle a toda leche. Miren que juré no decir ni pío sobre la ley del 110, pero últimamente he tenido experiencias tan surrealistas con el tema que no lo puedo remediar. No me disgustaba conducir, ni tampoco soy una loca de la velocidad, pero si el estado de la calzada y del coche me permitían correr, lo hacía. ¿Para qué ir a 120 en un tramo de treinta kilómetros de autopista, completamente sola, una bonita mañana de marzo, si puedo ir a 150? Es mi coche, es mi gasolina, no hago daño a nadie, déjenme en paz, hombre... Entra en vigor lo que yo llamo la ley del caracol y me prometo a mí misma no pasar de 130, pensando en mi bolsillo más que otra cosa. Jamás me han puesto una multa por exceso de velocidad y mantengo todos mis puntos. Para la DGT soy virgen y pienso seguir siéndolo... si me dejan.

A mí que no me vengan con historias: ya lo dije en la entrada anterior... que no me vendan el rollo con la excusa de que es por mi bien, que es por mi seguridad y para ahorrarme combustible. Yo gano mi pasta (cada vez menos)  y me la gasto en lo que me sale de los huevos kinder. Me gusta que llamen a las cosas por su nombre y éste es feo: afán recaudatorio. Este monstruo tiene tres cabezas: el radar fijo, el radar móvil y el coche camuflado. El primero no tiene ciencia, es fácil de esquivar teniendo cuidado porque, como su nombre indica, está siempre en el mismo sitio. El segundo es más jodido, pero yo, que hago mucha autopista, sé de sobra los sitios donde pueden ponerlos sin ser vistos y no son muchos, así que hay que estar atento en ciertos puntos. Y el tercero... ¡ay el tercero! Quién sería el maldito cabrón que lo inventó. Me refiero a ese coche que se pone delante de ti y de repente, como demoníaca discoteca, ilumina su parte de atrás con un letrero de neón que dice "pare" o algo así.

Primera experiencia surrealista: domingo, once de la mañana. Autopista AP-9 dirección La Coruña. Llegando a Santiago, adelantamos a un coche (no conducía yo) a 115 por hora. De repente, la trasera del coche que llevábamos delante se ilumina con el puto "pare". El conductor no sabe qué hacer, pues iba bien... intermitente a la derecha esperando instrucciones, sesos devanándose pensando qué habrá hecho mal, mano de picoleto que sale por la ventanilla y nos indica que lo adelantemos. Adelantamos a 110 justos. La copiloto, o sea, yo, mira el coche y ve en su interior a cuatro picoletos de no más de veinte años, descojonándose de risa. La copiloto, o sea yo, se caga en todos los muertos de los picoletos y en los picoletos también por no haber pillado la matrícula. ¿No es para denunciar? A eso se le llama abuso de poder, como poco.

Segunda experiencia surrealista: viernes, diez de la mañana. Autopista AP-9 dirección La Coruña. Pasado Santiago empieza el glorioso tramo de 30-40 km donde se le puede pisar: es una cuesta muy tendida con apenas tráfico. Conduce quien suscribe. Voy sola, hace buen día y en mi CD suena Highway Star de Deep Purple. Se me va el pie, le piso, disfruto... hasta que en lontananza veo un coche gris circulando anormalmente despacio, completamente solo. Aminoro, me acerco y veo que es un Citroën C5. Guardo la distancia de seguridad, por si las moscas. Cambio el CD por la radio. Examino el coche de delante: conductor y copiloto, pues se ven dos cabezas. Nos pasa un Mercedes, me mosqueo y decido adelantar. Entonces los miro y veo dos inequívocas camisas verdes de manga corta y dos todavía menos inequívocos bigotes. ¿Por qué siempre llevan bigote? Regreso al carril derecho e inmediatamente me adelantan ellos en una maniobra larguísima donde forman una cola de la hostia con otros vehículos que los alcanzan durante el adelantamiento. Regresan al carril derecho metiéndoseme a cuchillo (¿Y la distancia de seguridad?) y obligándome a frenar.

A partir de entonces el viaje se convierte en una pesadilla en la que el Citroën C5, a modo de perro pastor, va haciendo volver al buen camino a toda oveja motorizada que cometa la osadía de descarriarse. Emplea para ello sucios métodos: circula entre los dos carriles alegremente, se pega al vehículo de delante de tal forma que si ellos fueran otros los multarían seguro, adelantan pegándose a todo el mundo y se vuelven al carril forzando la maniobra... todo un ejemplo de conducción segura, vaya. Algunos tardan en darse cuenta de que son ellos, pero al final caen de la burra. Por dos veces  los picoletos están a punto de provocar una colisión múltiple. ¡Y así sesenta kilómetros!

Tercera experiencia surrealista. Datos previos:  a base de contarle a todo dios las dos anteriores, me entero de algunas cosas interesantes a la par que espeluznantes, entre otras, que cualquier coche puede ser un camuflado, incluso un audi o un alfa romeo, puesto que ahora usan los vehículos que la policía confisca a los narcos, y aquí hay mucho narco, ya se sabe. Así que: viernes, nueve de la noche. AP-9 de mis pecados, dirección La Coruña. Agravante: agotada como una burra. Empiezo a emparanoiarme con todo coche que me encuentro por el camino, que va solo y despacio. Uno lleva una pegatina de Bob Esponja en la parte de atrás, pero me da por pensar que a lo mejor los muy hijos de puta se camuflan de honrado padre de familia para despistar. En otro se ven dos melenas rubias, pero pienso que también pueden ser dos picoletas con la regla u ovulando y, por tanto, con muchas ganas de tocar las pelotas al personal. Un tercero lleva tres ocupantes a bordo, pero recuerdo el día de los cuatro picoletos escojonándome y me pienso dos veces el adelantamiento. El cuarto es el colmo de la paranoia: Ford Focus tuneado con cristales tintados completamente solo en el kilómetro 50. Va a 105. No me lo puedo creer. Tras dudar lo adelanto y me veo a un pobre veinteañero, aspirante a macarra y hortera, aferrando el volante como quien hace un esfuerzo muy grande por no correr más de lo debido y tan acojonado como yo. Me mira aviesamente con expresión de terror. Todos tenemos miedo. Todos desconfiamos de todos. Odio conducir.

Conclusiones:
He tenido que dejar de escuchar rock and roll en el coche, pues me incitaba a correr. Ahora escucho a Richard Clayderman y a ese asesino de la música llamado Kenny G.

Tengo una tendinitis perpetua en la pierna derecha. Sí, en la del acelerador.

Cualquier día me doy una hostia intentando adivinar quién va dentro del coche de delante. Mis ojos son como los de un camaleón: antes llevaba uno en la carretera y otro en el cuentakilómetros. Tendré que habilitar un tercero. ¿El del culo, quizá? Sería el más apropiado para la DGT. No se merecen otra cosa.

Me está como dios por tacaña. ¿Por qué no pediría de extra el limitador de velocidad?

Ojalá los cuatro picoletos tengan una enfermedad de transmisión sexual que les haga caer la picha a trozos y se la tengan que amputar. Por ejemplo.

Mamá: a partir de ahora si quieres verme vienes tú, que para eso no conduces. Que le den por saco a la AP-9.



jueves, 19 de mayo de 2011

DEMOCRACIA REAL...YA

Literalmente, DEMOCRACIA significa "gobierno del pueblo", lo cual contesta sí a la pregunta que me llevo haciendo desde hace varios días: ¿qué es exactamente una "democracia real"? ¿significa que ahora no tenemos una democracia? Si nosotros elegimos nuestros representantes en las cámaras, es de suponer que sí tenemos un régimen democrático ¿no es así?

Pero la cosa no es tan sencilla. No entiendo ni jota de política (ni quiero) y siempre me dejo llevar por el sentido común en estos casos. Supongo que no es necesario que les hable del movimiento "Democracia real ya" y de las acciones que está llevando a cabo, a estas alturas hasta las ratas de los alcantarillados saben de qué va la cosa, pero sí me gustaría hacer un poco de hincapié en el nombre que han elegido. ¿Democracia real o democracia ideal? Empiezo a pensar que la democracia es una utopía y que no es en absoluto sinónimo de bienestar o justicia social. Democracia es lo que quiere el pueblo, y si el pueblo quiere (y querrá a este paso) un gobierno de ultraderecha, pues habrá que joderse y acatar su voluntad, en una palabra: ser democrático.

Bien es verdad que uno al votar corre el riesgo de que le crezcan los enanos: los políticos suelen decir diego donde dijeron digo y al final o no cumplen las promesas electorales o les dan una vuelta argumentativa para hacer su santa voluntad a decretazo limpio, por imperativo categórico (lo que más me jode es que me lo disfracen diciendo que es "por nuestro bien". También es verdad que a veces durante una legislatura surgen imprevistos y hay que improvisar sobre la marcha, y que hacer referéndums cada dos por tres para andar consultando lo que se hace cuesta un pastizal. Y por último, no es menos verdad que un partido que tiene la palabra socialista en su nombre se carga todos sus principios, si es que algún día los tuvo, vendiéndose como una puta barata a los bancos, entre otras cosas. Así que entiendo perfectamente que una serie de personas muy cabreadas por no tener trabajo, ni vivienda digna ni lugar donde caerse muertos planten la tienda de campaña por las plazas de España en una manifestación totalmente pacífica. Lo que no entiendo es que intenten prohibirlas ¿Ha vuelto la censura y yo no me he enterado? Ah, sí, dentro de poco los grises estarán en las calles otra vez dando solfa a diestro y siniestro.

Entre las quejas de este movimiento, por lo que he leído, está la polarización política del país: sólo existen el PSOE y el PP y los que no somos ni de uno ni de otro estamos huérfanos de voto. Vivimos en un país de acojonados, ya no me vale el rollo de las dos Españas ni las reminiscencias de la guerra civil ni farrapos de gaita: tenemos miedo a lo nuevo y al cambio. Vivimos en un país de viejos, en su mayoría votantes de la derecha; de pequeños burgueses que no quieren perder su estatus; de trabajadores autónomos hasta las pelotas de pagar impuestos infernales... todo el mundo quiere tener vivienda propia, coche, banda ancha y salir de cena y copas todos los fines de semana. Todos queremos vivir bien sin renunciar a nada. Y eso podrá suceder en una república bananera, pero no en un país que está sumido en la crisis y que va a tener que renunciar a algunas cosas para que se cubran las necesidades mínimas a las que todo ciudadano tiene derecho, para contribuir al bienestar de la mayoría. ¿Creen que los socialistas lo están haciendo mal? Completamente de acuerdo. ¿Creen que Rajoy lo va a hacer mejor? Me meo de risa. A lo mejor tiene suerte y le pasa como a Aznar en la primera legislatura, que la economía mundial mejora y los bancos nos vuelven a poner alfombras rojas en la puerta e irrisiorios tipos de interés. Porque esta no es la primera crisis que pasamos ni será la última, no me quiero ni acordar de los últimos años de la eterna legislatura de Felipe González, pero sí es la primera que se puede postear en las redes sociales y contra eso, afortunadamente, no se puede luchar, que ya nos llega de sobra con el estado policial en que vivimos, que ni que estuviéramos con Franco, coño.
Resumiendo: que yo creo que lo que tiene que ser real, o más bien realista y sobre todo solidario,  es el pueblo, no la democracia. O, por lo menos, sensato. Y que, desde luego, "democracia real" tiene todas mis simpatías, aunque sólo sea por tener los huevos de atreverse a levantar la voz en este país de borregos.
Por cierto, señores del PSOE y del PP: no cuenten con mi voto el domingo... ni nunca.

martes, 29 de marzo de 2011

LA BIBLIOTECA DE LOS MUERTOS *


Clasificación:
***** ¿Qué haces ahí sentado? Corre a comprarlo.
**** Cómpralo, pero no tengas tanta prisa, puedes ir mañana.
*** Pídelo prestado y olvídate de devolverlo.
** Intenta conseguirlo de segunda mano.
* El crucigrama del periódico te está esperando.
Como diría el Doctor House, lo siento mucho muchísimo... crean que a mí no me gusta hacer críticas demoledoras, empezando porque no me gustaría que me las hicieran a mí y ya se sabe... no hagas lo que no quieras que te hagan, pero... ¡No lo puedo remediar! ¡No con este argumento! ¡No con esta historia, que me parece una fantasmada! Porque el señor Glenn Cooper es, con esta novela, digno de codearse con Dan Brown y su "Código da Vinci", precuelas y secuelas, o con Katherine Neville y su ajedrez siniestro. No puedo con las historias irreales, qué le vamos a hacer, por lo menos con este irrealismo, que el realismo mágico del que hacen gala los escritores de allende los mares es otra cosa.  Y como una historia irreal es la columna vertebral de esta novela, pues apaga y vámonos.

Nueva York, 2009. Un asesino en serie despierta de su letargo a un agente del FBI poco ortodoxo que sólo espera el momento de su jubilación. Los asesinatos son desconcertantes, pues no siguen un patrón determinado y sólo tienen en común que la víctima recibe, el día antes de ser asesinada, una postal desde Las Vegas con un ataúd pintado. El bueno del agente, especializado "precisamente" en asesinos en serie, empieza a obsesionarse con éste y no parará hasta descubrir su identidad... sólo que hay unos cuantos siniestros intereses creados en torno al asunto con algunos mandamases que no quieren que todo salga a la luz... No les cuento más porque desvelaría parte de la trama y tampoco es plan.

Si prescindimos del eje central, es decir, de la historia en sí, hay que decir que el señor Cooper no escribe mal (horrorosa traducción aparte). Maneja tres escenarios espacio-temporales al mismo tiempo, lo cual no es fácil: Isla de Wright allá por el año 800, Inglaterra y EE.UU en los años 40 y el eje Nueva York-Las Vegas-Los Ángeles en la actualidad. Sabe cortar cada uno de ellos en el momento adecuado dejando intrigado al lector, pero... aparte de la historia, malísima, los personajes son también bastante penosos. Buenos-buenos y malos-malos, planos, previsibles. Sobre todo, previsibles. Y eso que engancha, pero también enganchaba "El Código da Vinci" y es un truño. En fin, ustedes verán. Yo esta vez aconsejo encarecidamente el crucigrama.