LOS QUE HACEMOS DE ESTE BLOG UNA CASA DE LOCOS

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MORGANA

JOTAELE

AGÜELO COCINILLAS

Oficialmente, profesora

Escritora

Casada y madre de familia

Me gusta leer, escribir y el rock and roll

Toco la guitarra

Hago dameros

Me gusta Patán

Odio la política y los programas del corazón

Oficialmente, abogado

Seductor

No sabe, no contesta

Me gustan las mujeres

Toco lo que me dejan

Hago el amor

Me gusta Betty Boop

Odio a Belén Esteban y a María Antonia Iglesias

Oficialmente, jubilado

Naturalista

Viudito y disponible

Me gusta observar la naturaleza humana

Ya no toco nada

Hago disecciones

Me gusta doña Urraca

Odio la caza, la pesca y los toros.

LIBROS LEÍDOS INVIERNO 2013

J.K. ROWLING: Una vacante imprevista
NOELIA AMARILLO: "¿Suave como la seda?
LENA VALENTI: "Amos y mazmorras"

martes, 13 de noviembre de 2012

NOVELA PARA PORNO-MAMÁS: LAS CLAVES

Parece ser que hay un subgénero nuevo dentro de la narrativa actual: la novela para porno-mamás. Se refiere ésta a novela erótica escrita por y para mujeres del tramo de edad comprendido entre los treinta y pico y los cincuenta años. Por supuesto, tengo mucho que decir sobre el término, que me parece una completa soplapollez y más después de haberme ¿solazado? con alguno de los títulos que supuestamente pertenecen a tal género. Disiento por todos los lados. Sí estoy de acuerdo en que es literatura para mujeres, ningún tío aguantaría sin dormirse más de veinte páginas, aunque conozco a alguno que ha leído algún título. ¿Pero el tramo de edad? Para empezar, los protagonistas de estas historietas no llegan a los treinta años. En fin, que oí hablar de tal engendro en un programa de radio con motivo de la publicación en España de la terrorífica "Cincuenta sombras de Grey" y, picada por la curiosidad (y sólo por la curiosidad, no me gusta el porno), allá me lié la manta a la cabeza, dispuesta a enfrascarme en tan magna obra que hace que sea leída con una sola mano por cientos de miles de americanas. Como habrán supuesto, la otra no la usan para acunar al niño. Y, como siempre, la cosa me olió sospechosamente a best-seller barato y me aproximé de uñas. No en vano, no puedo confiar en que el porno venido de un país donde la sodomía es delito incluso dentro del matrimonio en algunos estados sea porno de verdad.

Mi sexto sentido no me defraudó. La trilogía Grey es como su nombre: gris. O quizá color marrón caca, puesto que es una de las mayores mierdas que me he echado al coleto, y eso que creí que después de Federico Moccia nada podía ser peor. Pero aún así, me tragué la trilogía. Y no contenta con ello, cuando Sylvia Day publicó los dos primeros volúmenes de la trilogía Crossfire, también me los cepillé (en el buen sentido de la palabra, por supuesto). Y por hacer un análisis comparativo y no desmerecer el producto patrio, cuando Megan Maxwell sacó a la venta el primer volumen de su tríada: "Pídeme lo que quieras", también me lo embaulé. Y tengo que decir, ya hablando en el plano puramente filológico y profesional, que sí, que estamos ante un nuevo género cuyas patéticas claves paso a desvelar. Aunque ya adelanto desde ahora que el producto Maxwell es bastante superior a los otros dos.
1º: Ambiente de lujo. Tanto en la trilogía Grey como en la Crossfire los protagonistas masculinos son archimillonarios como solo se puede serlo en los IUESEI (USA), antes de los treinta años. Ambiente al que arrastran enseguida a la deslumbrada protagonista femenina, que ya de follar, por lo menos que sea con un millonario. Christian Grey es el peor de todos, tan sumamente despilfarrador que utiliza un helicóptero para llevar a cenar a su chica (que jamás volverá a comprar en H&M, por cierto). Gideon Cross, el machaca de la trilogía Crossfire, lleva a su novia a todos los locales de copas de su propiedad para que nadie ose ponerle una mano encima. El prota de nuestra novela patria, Eric Zimmermman, es jefazo de empresa pero no alardea tanto, caray. Y eso lo hace más humano, a pesar de que los alemanes últimamente no tienen muy buena prensa en nuestro país. Evidentemente, estos señoritos no viajan en turista, ni duermen en pensiones, ni comen en tascas inmundas. Prepárense para el lujo y el glamour.

2º: Protas masculinos que no son de este mundo. Por varios motivos, el primero ya indicado más arriba, lo de estar podridos de pelas y tal. Por si esto fuera poco, además de estar buenísimos sin opción a discusión, están dotadísimos y saben cómo usar tal sobredotación. Y tienen un aguante digno de estudio médico. El punto flaco: les va el mal rollito por traumas infantiles variados: al Grey le mola el sado y al Zimmermann le gusta mirar y el sexo en grupo. Cross es más normalito. Todos tienen en común un exageradísimo afán de posesividad y unos celos patológicos. Grey llega a coger a su pareja por los bajos y decirle: "Esto es mío ¿entiendes?" Y la otra imbécil va y se derrite. Viva la liberación de la mujer, sí señor. Otra cosa chunga: eligen a sus parejas por capricho puro y duro.

3º: Protas femeninas normalitas e incluso pardillas. La de Grey, Anastasia Steele, es tan idiota que deberían regalar un muñeco con su efigie para darle de hostias mientras lees. Por si fuera poco, es virgen, pobrecilla, y tiene que ir a caer directamente en las fauces del lobo feroz Grey. Eva Trammell, la novieta de Cross, tiene lo suyo: fue violada de niña y su compañero de piso es un modelo gay con ninfomanía compulsiva, pero aún así no puede remediar sentirse deslumbrada ante la grandeza (tómenselo como quieran) de lo que se le avecina. Judith, nuestra prota patria, es una oficinista normal y corriente, incluso entrañable. Ah, todas tienen su propio admirador plasta y odiado por el prota. Por cierto... si lo que han querido es que las lectoras nos veamos identificadas con las protas por si algún día nos sucede algo así, que vayan poniéndoles unos diez-quince años encima a todas, si es que realmente este género es para marujas cuarentonas. ¿Me van entendiendo ustedes? Además, el absoluto desfase entre lo grandioso de los protas masculinos (millonarios, guapísimos, superdotados, expertos en el kamasutra) y lo normalucho de las femeninas (mileuristas, monillas, delgaduchas y adictas al misionero) me parece un completo agravio comparativo, aparte de predisponer a las protas a la estupidez mental.
4º: Trama compuesta por un sencillo hilo argumental: chico encuentra chica+los polvos subsiguientes+rupturas y reconciliaciones. Las rupturas siempre vienen motivadas por celos y malentendidos, puesto que la única relación que parece unir a los protagonistas es el bailar el mambo horizontal y, fuera de eso, la comunicación es más bien escasa, dando lugar a no pocos enredos, como he dicho antes.
5º: Por qué lo llaman sexo cuando quieren decir amor. No nos engañemos, me lo podrán pintar de verde (nunca mejor dicho), pero estas novelas no son pornográficas y casi ni siquiera eróticas. Son unas pasteladas románticas dignas de Corín Tellado. "Cincuenta sombras..." es especialmente cursi y ñoña, todo el santo día con el te quiero y el te amo a cuestas. Un verdadero coñazo, de verdad. Para vomitar. Nuevamente, Maxwell sale ganadora en este ítem. Es la menos pastelona de todas.
6º Mucho, mucho, mucho sexo. Pero vamos a ver... el sexo es una cosa limitada, sobre todo entre dos. Leídos tres o cuatro polvos, leídos todos. Por eso el porno es tan sumamente aburrido, no hay de dónde sacar... ¡y menos para una trilogía! Así que las tres autoras han optado por meter algún detalle morboso a su historia. En el caso de Grey, su adicción al sado, que se queda bastante en agua de borrajas. Sí, tiene una habitación secreta con fustas y esas cosas, pero cuatro azotillos y unas bolas chinas no convierten a nadie en amo y/o sumiso, sorry. Claro que las yanquis flipan con todo, así que les habrá parecido el colmo de la depravación. En el caso de Cross ni siquiera eso, todo muy normalito y muy pasional, eso sí, pero a cambio la historia no-sexual de los protagonistas es más interesante que la de los Grey. Un apunte: el tema de sexo anal se soslaya bastante en ambas trilogías. ¿Recuerdan lo que les dije un poco más arriba sobre la prohibición de tales prácticas en algunos estados americanos? Pecado, pecado.
Mucho más arriesgada es la apuesta de Maxwell en su novela, tanto por el tema morboso elegido (el voyeurismo y el sexo en grupo) como por su tratamiento, su fuerza descriptiva y su osadía. Bien por ella, si tiene que ser porno, que lo sea hasta el fondo (y créanme, nuevamente no es un juego de palabras).
7º Final feliz, of course. Bueno, en el caso de Sylvia Day y Megan Maxwell aún faltan entregas, así que está por ver. Mucho me temo que en ambas será aquello de "fueron felices y comieron perdices". Pobre porno-mamá, qué difícil se le va a hacer volver a su vida de siempre después de tanta trepidación.
En fin, supongo que mi postura (sigo sin estar de broma) en este tema es clara: en caso de que decidan pasar por la terrible experiencia de leer algo así, la mejor es "Pídeme lo que quieras" sin lugar a dudas. Con el precio que valen las otras dos créanme, si quieren emoción sexual, cómprense algún juguetillo erótico. Yo me vuelvo a mis asesinatos sanguinarios, son muchísimo más divertidos.


 

miércoles, 31 de octubre de 2012

INDISCRECIÓN, Charles Bulow****

epubgratis.me
Dirán ustedes que hacía mucho que no reseñaba ningún libro. Contesto yo que total, para la mierda que he estado leyendo últimamente y para hacer, como siempre, críticas negativas, como que no me apetecía, y eso que algunas me lo han puesto a huevo y me temo que serán indirecta y negativamente citadas en la reseña que hago de la excelente ópera prima de Charles Dubow, "Indiscreción". La leí por pura casualidad, tengo un par de páginas donde aparecen las novedades y la empecé, lo confieso, con muy poca fe. Como siempre suelo hacer, pasé de leer el argumento, no me gusta que me adelanten lo que va a suceder, pero las palabras de presentación que la acompañaban ("La novela más tórrida del otoño, en la línea de "Cincuenta sombras de Grey") no me auguraban nada bueno. Aún así, decidí darle una oportunidad, y no me arrepiento.
Pero vamos a ver... ¿cómo puede alguien no distinguir una lata de foie gras de supermercado de un bloc de foie de tienda de delicatessen? Comparar el engendro de "Cincuenta sombras..." (me pareció tan mala que ni la he reseñado, como verán) con esta novela es un pecado mortal. El libro de Dubow presenta un tema manido: la infidelidad. Precisamente lo cotidiano, lo aburrido, lo más visto que el tebeo es lo que le da la calidad literaria. ¿Qué lector empedernido no habrá leído cien mil historias de cuernos, desde "Madame Bovary" hasta cualquier otra que se le ocurra? Pero los cuernos y su tratamiento siempre son rentables. 
En fin, vayamos por partes. La trama es la siguiente: Un escritor con un matrimonio perfecto se ve seducido por una chica bastante más joven que él. La novela va desgranando todas las partes del drama:   la tentación y su lucha contra ella, el descubrimiento de la infidelidad, la reacción de los implicados... todo ello teniendo como narrador al mejor amigo del matrimonio, que intenta plasmar de la forma más fiel posible todos los puntos de vista, incluido el suyo. Primera originalidad: el narrador y su perspectivismo múltiple. Bien por Dubow, parece que hoy en día nadie se acuerda de hacer un mínimo desarrollo de las técnicas narrativas.
El segundo logro, en mi modesta opinión, es el costumbrismo que aparece en la novela. Costumbrismo pijo, vale, pero realista y creíble: cuarentones adinerados con casa en los Hamptons y piso en Nueva York. Y, sobre todo, impecable análisis psicológico de los personajes: sus deseos, sus torturas íntimas, su sufrimiento y su forma de padecerlo, presentado por varias vías: conversaciones, cartas, opiniones, análisis de las reacciones... Y un tempo narrativo lento: la acción transcurre en un año, repartido en las estaciones, de verano a verano. Leerla es como volver a casa, estoy harta de tanto ritmo trepidante y tanta acción rápida. El desenlace puede intuirse, pero ya cuando es prácticamente inminente. Y hay un nosequé de justicia poética que me ha encantado.
En cuanto a la supuesta "torridez" a la que aludía la reseña que leí, yo no la he visto por ninguna parte. Hay escenas de sexo "porque lo exige el guión", creo que sin pretensión de producirle un calentón al lector, las justas, sin llegar ni de lejos al aburrimiento polvoril del bodrio Christian Grey. En fin, que aconsejo su lectura. Y no, afortunadamente, no forma parte de una trilogía.

martes, 11 de septiembre de 2012

CENANDO EN PARÍS (y IV)

La Victoria de Samotracia preside la escalinata del Louvre
Todas las fotos son propiedad de Fata Morgana
Aquí está. Orgullosa, triunfante, perfecta aún sin cabeza. ¿Cómo no iba a acabar esta gran obra de la escultura griega en un país donde rodaron tantas cabezas? La quintaesencia de la técnica del "plegado de paños" era casi el único motivo capaz de hacerme arrastrar mi maltrechísimo culo hasta el supermogollón del Museo del Louvre, palabrita del niño Jesús. Ríanse ustedes de los concursos de camisetas mojadas y recauchutamiento siliconil. Veintisiete años esperando este encuentro...

Mi marido estaba colgado por otra señora: la Gioconda o Mona Lisa, que no se iba de París sin presentarle sus respetos, vaya. Ya le advertí que el cuadro en cuestión era una mierda (de tamaño), que estaba protegido por un cristal más gordo que unas gafas de abuela y que habría unos siete millones de personas en la sala al mismo tiempo que él, pero le dio igual. Recordé que también se hallaban en el museo el cuadro "La libertad guiando al pueblo" de Delacroix y el código de Hammurabi y dije que sí, que íbamos al Louvre. Al final, no vimos ninguna de las dos cosas.

Llegando al Louvre
Acojonadita iba con la cola. Pues no, veinte miserables minutos nada más, una minucia. El acceso al museo, que, como ya comenté, tiene forma de U, se hace a través de la pirámide acristalada del centro. Supongo que ya saben que fue objeto de polémica cuando se inauguró, puesto que se da de soberanas leches con el edificio que alberga el museo.

Debajo de la pirámide, el acceso al museo

Una cola asequible

Bien, el edificio es grandioso. Tiene tres plantas abiertas al público. Cada una de ellas tiene una extensión de un kilómetro, puesto que cada una de las partes de la U mide unos 300 metros. Parece poca distancia, sí, hasta que uno se da cuenta de que lo que quiere ver dista a lo mejor un kilómetro y medio. Todo ello, por supuesto, subiendo y bajando escaleras y tropezando con los siete millones de turistas que habían ido a ver la Gioconda o Mona Lisa.
Y por fin...


...flipándolo con la Vicky
Afortunadamente, yo tuve más suerte. La Victoria de Samotracia está en lo alto de una escalinata sobre un pedestal y pude admirarla en todos sus ángulos. Realmente, lo que a mí me interesaba era la escultura egipcia y griega, lo cual no quiere decir que no me extasiara con unas cuantas pinturas. Les dejo que hagan lo propio, a lo mejor hasta encuentran algún Goya y, por supuesto, que no falte mi Caravaggio:











Y por fin llegamos a la sala donde estaba Miss Gioconda. Lo dicho, cienes y cienes de personas para admirar, por decirlo así, un cuadro enano. Imposible verlo con tal cantidad de gente delante. Como para hacerle un estudio exhaustivo, vaya... Lo siento, pero creo que la Mona Lisa está sobrevalorada, sinceramente.
La Gioconda, casi a tamaño real

Nunca hubo mujer tan fotografiada
Una vez satisfechos nuestros deseos, me dispuse a cumplir otros caprichos. Por ejemplo, ver la Venus de Milo y algunas muestras de arte egipcio:





Pero no todo puede ser perfecto en esta vida, y cuando quisimos ir a ver a Delacroix, un empleado del museo bastante maleducado nos anunció con un sonoro C'est fermé (está cerrado) que nuestro gozo se había ahogado en el pozo. Así que fuimos a consolarnos con más escultura, esta vez barroca. Algún Miguel Angel había en la muestra:






Y con esto dimos por terminada nuestra visita al Louvre, como siempre siendo ya la hora de comer. Y por la tarde, nos pegamos un paseo de los nuestros por los alrededores: Ópera Garnier, Jardines de las Tullerías y Hotel de la Ville (ayuntamiento). Algo flojillo, que de noche nos esperaba barco.

Hôtel de la Ville

Opera Garnier, esta vez de día


Entrada a los jardines de las Tullerías


Soy una ferviente admiradora de los jardines ingleses y su perfección tiralinesca, pero me encanta la vida que tienen los jardines franceses. ¡Si hasta tienen tumbonas, a buenas horas iban a durar aquí!

Bueno, hablaba yo de barco. De bateau, concretamente. Lógicamente, en París pueden hacerse excursiones por el río en los numerosos bateaux turísticos que surcan el Sena. Hay de varios tipos: el batobús, que es como un autobús con paradas fijas, y el Bateau Mouche, además de bateaux donde te dan una cena romántica y todo el rollo. El batobús es comodísimo porque tiene ocho paradas en otros tantos edificios emblemáticos, te bajas donde quieras y al acabar la visita no tienes más que esperar al siguiente batobús y subirte hasta el próximo destino. Pero todo eso preferimos hacerlo andando, masoquista que es una, y cogimos el Bateau Mouche, que hace un recorrido de una hora sin paradas por esos mismos lugares. Lo cogimos al anochecer para poder tomar fotos de la Torre Eiffel iluminada.


El reloj del museo D'Orsay no atrasaba




Notre Dame enseña su parte posterior al Sena

Maravillosa la Concergierie al atardecer









Y por fin llegó el momento: la última cena, las últimas copas y a despedirse. Salíamos al día siguiente por la tarde. Mi marido aún pudo realizar su sueño al día siguiente de hacer footing por las orillas del Sena. Yo estaba tan sumamente escoñada que no pude acompañarlo. ¡Bien que lo sentí! Ahora queda el recuerdo de tan maravilloso viaje y casi cuatrocientas fotos que ya empiezo a visualizar con nostalgia. Nos han quedado cosas por ver, por supuesto. Siempre debe quedar algo pendiente para desear el regreso. Aquí termina la crónica de nuestro viaje. Espero que os haya gustado y diré una vez más, ahora con más razón que nunca, eso de: ¡Au revoir!