LOS QUE HACEMOS DE ESTE BLOG UNA CASA DE LOCOS

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MORGANA

JOTAELE

AGÜELO COCINILLAS

Oficialmente, profesora

Escritora

Casada y madre de familia

Me gusta leer, escribir y el rock and roll

Toco la guitarra

Hago dameros

Me gusta Patán

Odio la política y los programas del corazón

Oficialmente, abogado

Seductor

No sabe, no contesta

Me gustan las mujeres

Toco lo que me dejan

Hago el amor

Me gusta Betty Boop

Odio a Belén Esteban y a María Antonia Iglesias

Oficialmente, jubilado

Naturalista

Viudito y disponible

Me gusta observar la naturaleza humana

Ya no toco nada

Hago disecciones

Me gusta doña Urraca

Odio la caza, la pesca y los toros.

LIBROS LEÍDOS INVIERNO 2013

J.K. ROWLING: Una vacante imprevista
NOELIA AMARILLO: "¿Suave como la seda?
LENA VALENTI: "Amos y mazmorras"

martes, 2 de diciembre de 2008

CUENTO DE NAVIDAD. Por Morgana


EL PAPÁ NOEL

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15 DE DICIEMBRE
Las nueve de la mañana en una ciudad media, es igual a las nueve de la mañana en cualquier ciudad media: gente corriendo atropelladamente camino del trabajo, niños medio dormidos y agobiados bajo el peso del mochilón que van a regañadientes al colegio, coches pitando…
Entre la marabunta de personas que se mueve por la calle, Mercedes no destaca; el problema es que en petit comité, tampoco. Su figura alta y delgada no dice nada, a pesar de sobresalir entre el resto de las cabezas que cruzan la calle. Lleva el pelo negro en un moño muy tirante, camina rápido gracias a sus zapatos planos de cordones, y sostiene un portafolios de cuero en la mano.
Mercedes Díaz Mareque se dirigía a su trabajo en la Biblioteca Municipal, de la que era directora, en aquella mañana gris, como gris era su traje chaqueta de falda por debajo de la rodilla, como gris era su vida. Penetró en el edificio justo cuando el reloj de la iglesia cercana daba la última campanada de las nueve y se dirigió a su despacho. Lo primero que vio al llegar le desagradó. La auxiliar nueva, María, llevaba uno de sus conjuntos “absolutamente improcedentes en aquel lugar de trabajo”, es decir: minifalda y blusa escotada.
-María –llamó Mercedes con voz clara y cortante.
-Ah, buenos días –María se giró nerviosa. -¿Desea que le traiga algo?
-No, María, muchas gracias. –Mercedes se sentó detrás de la gran mesa. -¿No tiene frío con esa ropa tan fresca?
María se echó a reír
-Pues la verdad es que no, aquí la calefacción funciona muy bien –replicó con un tono que a Mercedes le pareció descarado.
-Bueno, bueno –templó la otra –Pues nada, si no tiene frío…
-Ahora, si no le parece correcto…
-No, no. ¡Claro que no! Este es un país libre… ¿Me puede traer los últimos catálogos? –Mercedes se afanó más de lo debido en encender su ordenador.
-Ahora mismo. –Y la voluptuosa minifalda desapareció de sus ojos.
Mercedes tiene treinta y cinco años. Aparenta por lo menos cuarenta y ocho. No se maquilla, usa gafas enormes de concha, pasadas de moda, peina moño y su imagen es, en resumen, la de la típica bibliotecaria, sólo que en una época en que ya no hay estereotipos profesionales. Es el resultado de un matrimonio sin amor entre dos cuarentones de un pueblo, que se casaron para unir tierras. En el pueblo nunca pudieron entender cómo la madre de Mercedes había llegado a quedarse embarazada, dado el caso omiso que le hacía su marido, y lo avanzado de su edad. La niña supo desde muy pequeña lo que era el despego familiar, pues, en cuanto pudieron, sus padres la mandaron a internados y residencias de monjas en la ciudad, de los que sólo salía en vacaciones para ir al pueblo, donde le esperaba mucho trabajo. Mercedes sabía ordeñar vacas, sembrar, recolectar y un montón de cosas más que no quería recordar. A su madre no le gustaba que estuviese ociosa.
Realmente, sus padres nunca le habían mostrado afecto, había sido criada en una disciplina muy rígida, tanto en los internados como en su casa. Cuando empezó la universidad, sus padres le compraron un piso en la ciudad en el que empezó a vivir cuando acabó la carrera, para preparar las oposiciones a bibliotecas, que sacó con el número uno. Lo único que había hecho en su vida era estudiar, primero porque el sentido del deber y la disciplina eran consustanciales en ella, segundo, porque cierto orgullo que se le enroscaba en el corazón como una serpiente le decía que debía mantenerse a sí misma, y no deber nada a sus padres, aunque la casa donde vivía fuera de ellos.
A las diez y media; Mercedes se dio un paseo por la biblioteca para ver si había mucha gente y sí, estaba llena de estudiantes. Era época de exámenes y la paz y silencio de aquel lugar invitaban al estudio. Inmediatamente, le dio un vuelco el corazón.
Reconoció enseguida la corbata roja del hombre que estaba en el mostrador pidiendo un libro. Llevaba un mes viniendo casi todos los días, cuando no era por libros, era por material audiovisual. Era alto, de unos cuarenta años, ni demasiado guapo ni demasiado feo y, a juzgar por las risitas de María, que lo estaba atendiendo, muy simpático. Y a Mercedes le fastidiaba ver a la minifaldera coqueteando con él, con la biblioteca abarrotada de gente. Parecía que estaban en el bar. Se dirigió a ellos intentando disimular su furia.
-¿Algún problema? –Preguntó plantándose ante ellos, mirando a uno y a otro y congelándole a María la sonrisa en la boca.
El hombre sonrió.
-No, qué va… supongo que estábamos haciendo algo de ruido ¿eh? Lo siento –puso cara de niño arrepentido y juntó las manos en señal de rezo. –Le preguntaba a la señorita por un DVD, simplemente.
-¿Qué título buscaba? –se interesó Mercedes ablandando un poco el tono.
-Una película de Frank Cappa –contestó él –Seguramente la conozca, se llama “Qué bello es vivir”, va de un señor que se suicida en Nochebuena…
-Bueno –Cortó Mercedes dirigiéndose a María. –María, mire en el ordenador, por favor.
María salió corriendo a toda la velocidad que le permitían sus tacones, buscó la película, la encontró, se la dio al hombre y se despidió contrita. Mercedes entró en su despacho fastidiada, se sentó en la mesa y se levantó para ir al baño.
No era la primera vez que notaba que estaban hablando de ella a escondidas, le había pasado docenas de veces. La gente a veces no tiene nada mejor que hacer que hablar de otros que no se lo merecen, simplemente porque no tienen nada interesante en sus vidas, pero sin embargo, lo hacen. A punto de entrar en el baño, una voz llena de veneno la frenó, y no pudo evitar quedarse escuchando. Era María, contando a las otras auxiliares el incidente con el hombre de la corbata roja.
-Y la muy guarra –Qué mal sonaba aquella voz, dios mío –se acercó porque vio que el tío me estaba tirando los tejos, y le dio tremendo ataque de celos, porque me tiene una envidia… cómo no me va a tener envidia, digo yo, con esa pinta de monja que se gasta…
-Espera un momento, María –la interrumpió Gloria. –Yo tampoco creo que fuera por eso, chica. Con la biblioteca llena hasta los topes no puedes estar ligando con los usuarios, hija…
-Déjame en paz, hombre –contestó la furiosa María. –Te digo que me tiene enfilada desde el primer día que entré aquí, si hasta hoy insinuó que no vengo vestida adecuadamente al trabajo. Anda, como para venir como ella, joder. Menuda vieja insoportable, amargada, solterona…
Mercedes no lo pudo soportar más, dio media vuelta, pasó por el despacho, cogió su abrigo y su bolso y salió a la calle a tomar café, a respirar aire puro, a alejarse de aquella serpiente de coral… las palabras seguían retumbando en su cerebro: vieja insoportable, amargada, solterona…; vieja insportable, amargada, solterona…; vieja insoportable, amargada, solterona…
Mercedes sale todos los días a tomar café a una cafetería muy pequeña y cutre que hay cerca del trabajo. El resto del personal va a una grande y sofisticada que está en la acera de enfrente. A Mercedes no le gusta ir con las auxiliares, no tiene nada en común con ellas: Rita está casada y con dos hijos; Cristina, divorciada y feliz; Gloria es soltera, alegre y encantadora, quizá es con quien Mercedes se siente más cómoda. En cuanto a María, bueno… si pudiese, Mercedes no la volvería a ver en la vida. “Vieja insoportable, amargada, solterona…”.
Entró en la cafetería, se sentó en la barra y no pidió nada, ya que la camarera ya sabía lo que tomaba todos los días y puso con diligencia delante de ella un café y un donuts. Mientras revolvía el azúcar se quedó pensando en los cuatro adjetivos. “Vieja. Bueno, vieja no soy. Tengo treinta y cinco años, no se puede decir que sea vieja, aunque lo parezca. Insoportable. Pues tampoco, creo yo. Lo único que pido es que la gente sea formal en el trabajo y que no vaya vestida como una fulana. No pido más. Amargada…¿Cómo no estarlo?...”
La verdad es que si Mercedes estaba amargada, no le faltaban motivos. Ese último año le habían pasado dos cosas desagradables, la primera, su amiga Rebeca, la única que tenía, con la que iba de viaje, porque una de sus grandes pasiones, si no la única, era viajar, se había enamorado como una loca y se había casado. Eso había sido en junio. Le sentó tan mal que no fue capaz de ir a la boda.
Lo de antes había sido peor. En enero, su padre había muerto.
No era la muerte de su padre en sí lo que la había trastocado, porque, al fin y al cabo, casi no habían tenido relación. Eran las circunstancias en las que se había producido. Gumersindo Díaz tuvo un derrame cerebral el 7 de enero, y, llamada su hija a la cabecera de su cama, tuvo un momento de lucidez, momento que aprovechó para decirle que siempre la había querido, que se mantuvo distante porque su madre lo había obligado, al igual que no le dejaba mostrale afecto, para que la niña no se volviera una consentida y una mimada, decía. Que iba cada dos por tres al colegio a verla desde lejos, y que lo perdonara por haber sido un cobarde toda su vida y no enfrentarse a su madre. Tras obtener el perdón de Mercedes, entró en coma y murió a las pocas horas.
Tras las pertinentes honras fúnebres, Mercedes se quedó a solas con su madre y le dijo:
-Mírame bien, madre, mírame porque es la última vez. No quiero volver a verte jamás en mi vida.
Y, dando media vuelta, se marchó. Hasta el día de hoy no había vuelto a saber de su madre, ni quería.
-Vaya, qué casualidad.
Mercedes pegó un respingo que le hizo salir de su ensimismamiento, y miró hacia la voz que le hablaba. Era el hombre de la corbata roja.
-Pues sí, qué casualidad. –Contestó muy envarada.
-Verá, me alegro de verla. –Prosiguió el hombre. –Me quedó mal cuerpo por el follón que estábamos montando su ayudante y yo en la biblioteca…
Mercedes se relajó.
-No se preocupe, lo que pasa es que estos días está muy llena por los estudiantes de las facultades, están en plenos parciales y, claro… necesitan silencio.
El hombre se quedó pensativo y al final dijo:
-Mi nombre es Nicolás, Nicolás Martínez. –Y le extendió la mano cordialmente.
-Encantada, yo soy Mercedes Díaz. –Y le estrechó la mano con cierta flojedad. Al soltarse miró el reloj. –Tengo que marcharme.
-Permítame que la invite al café, por favor. –Dijo él. –En desagravio.
-Oh, ya está pagado. Pago todos los del mes por adelantado, así no tengo que andar pendiente de traer dinero.
Nicolás se echó a reír
-¿Y si un día no viene? ¿Si se pone enferma, o algo?
-Le queda de propina a Carla, que buena falta le hace –Repuso Mercedes señalando con la cabeza a la afanosa camarera. –De todos modos, nunca estoy enferma.
Salieron juntos a la calle. Nicolás le ofreció la mano nuevamente.
-Bueno, pues hasta pronto.
-Hasta pronto –contestó ella estrechándole la mano, esta vez con un poco más de fuerza.
Y cada uno siguió su camino.
Al pasar junto al centro comercial un Papá Noel le cortó el paso. Tenía una campana en la mano y un saco enorme en la otra.
-Jojojojo, toma, guapa. Un caramelo.
-Creo que ya no estoy en edad ¿eh? –Mercedes habló con acritud, pero de repente los cuatro adjetivos volvieron a su cabeza: vieja insoportable, amargada, solterona… e intentó sonreír mientras cogía el caramelo que le tendía el Papá Noel. –Gracias.
-Gracias a ti, guapa. Que pases un buen día.
La vieja insoportable, amargada y solterona apretó el paso, pues ya llegaba tarde al trabajo.
16 DE DICIEMBRE
Hasta el día siguiente no se volvió a acordar del dichoso caramelo, que permanecía en su bolso en revuelta confusión con un montón de cosas más. El día había sido idéntico al anterior, pero sin bronca con María ni café con Nicolás. ¡Con Nicolás! Menudas confianzas se tomaba, que ya lo llamaba por su nombre… prefería seguir pensando en él como el hombre de la corbata roja.
Su relación con el sexo opuesto había sido prácticamente nula. Durante la adolescencia se lo habían prohibido terminantemente. Como no era atractiva, ningún chico se había fijado en ella, tampoco importaba porque les tenía terror, alguna vez oía hablar a sus compañeras de clase y no entendía cómo podían perder la cabeza por seres tan primitivos como aquéllos. En la universidad iba a clase con chicos, claro, pero le daba tanta vergüenza hablar con ellos, que el contacto se había limitado a intercambios de apuntes y cosas así. Ya de adulta, durante sus viajes con Rebeca había conocido a algunos, pero sólo se acercaban a ella para poder relacionarse con Rebeca, aunque como ella ya lo sabía, no se sentía agobiada y pudo mejorar un poco su torpeza social. Así fue capaz de darle la mano a Nicolás el día anterior…
Pensando en todo esto dieron las tres y salió del trabajo con hambre. Entonces se acordó del caramelo, rebuscó en el bolso y lo encontró. Lo desenvolvió con ansiedad y entonces se fijó en el papel… qué raro, tenía letras por dentro… leyó con dificultad las pequeñas letras:
VALE POR UN PEINADO GRATIS EN LA PELUQUERÍA “RIZOS DE ORO” DEL CENTRO COMERCIAL.
Caray, un peinado gratis… ¿cuánto tiempo hacía que no iba a la peluquería? Se había acostumbrado al maldito moño y ya no se cortaba el pelo. ¿Y si iba? ¿Y si iba ahora mismo? Total, no tenía nada mejor que hacer.
Así que se acercó al centro comercial, tomó un sandwich en una cafetería y después entró en la peluquería. Tras lavarle el pelo, la peluquera le preguntó cómo lo quería y ella no supo qué contestar. La peluquera vio el cielo abierto:
-¿Me deja a mí? La dejaré guapísima
-Está bien, pero que no me vea ridícula, por favor.
Una hora después Mercedes salía otra vez del centro comercial con el pelo a la altura de la nuca, decapado y bien cortado. Con los diez centímetros de pelo que le habían cortado se había dejado también los diez años más que aparentaba en el suelo de la peluquería.
Nada más salir, se encontró al Papá Noel, con su saco y su campana, que se acercaba a ella diciendo:
Caramba, guapa, veo que te tocó el vale de la peluquería, qué suerte. ¿Un caramelo?
Mercedes no tuvo fuerzas para oponerse y cogió el que le tendía, dando las gracias. Enseguida lo desenvolvió e intentó ver si el envoltorio decía algo; sí, había unas letras, pero ¡tan pequeñas!. Mercedes se bajó las gafas hasta la punta de la nariz, para ver por encima de ellas. Tan absorta iba en la operación que tropezó con un viandante. El topetazo fue importante y casi se cayó al suelo.
-Oh, perdón, perdón. –dijo, confusa.
-No pasa nada… ¿está usted bien? –Era Nicolás, el hombre de la corbata roja, con quien había tropezado.
-Usted… vaya, qué casualidad, qué tontería, iba leyendo el papel del caramelo…-Se disculpó ella.
-Espere un momento, se le han caído las gafas –Nicolás se agachó y las recogió del suelo. –Vaya por dios, están rotas, rotísimas.
Mercedes se quedó mirándolo como una boba, todavía con el papel del caramelo en la mano.
-Oh, no, no puedo estar sin gafas, no veo nada… -de repente se fijó en el maldito papel del caramelo y pudo leerlo:
VALE POR UNA VISITA A LA ÓPTICA “LA LENTILLA FELIZ”.
No se lo podía creer, se echó a reír. Nicolás le preguntó la causa.
-Pues nada, que en el caramelo que me dio el Papá Noel de allí hay un vale para la óptica, qué oportuno –Mercedes no podía disimular su contento.
-¿Papá Noel? ¿Qué Papá Noel? –preguntó Nicolás mirando a su alrededor. –Yo no veo a nadie.
Efectivamente, Papá Noel no estaba en su puesto.
-Bah, habrá ido a tomar un café. –contestó Mercedes. –Bueno, pues voy a ir a arreglar las gafas a “la lentilla feliz”, entonces. Qué nombre más horroroso, por cierto.
-Espere un segundo –Dijo Nicolás –y perdone si me meto donde nadie me llama… ¿Por qué no se hace unas gafas nuevas? Mire éstas, están rotas por el puente, no creo que tengan arreglo…
Mercedes se lo pensó
-Sí, es verdad. Ya va siendo hora de que cambie de gafas.
-¿Puedo ir con usted?
Mercedes se quedó muda.
-¿Qué? ¿Cómo? ¿Conmigo? ¿A la óptica? –farfullaba en vez de hablar, ya.
-Bueno, creo que le vendrá bien una opinión, estooooo, objetiva. Venga, cuatro ojos opinan más que dos. Además no ve ni torta de lejos, necesitará un lazarillo que la acompañe hasta allí.
Y sin más que añadir, la cogió por el codo y se encaminó con ella a la óptica. No sólo opinó, opinó y se metió al óptico en el bolsillo y eligió las gafas más bonitas de la tienda e incluso consiguió que el óptico regalara a Mercedes unas lentillas. Ella no se lo creía. Resultó que Nicolás había hecho la mili en la ciudad de donde era el óptico, y el buen señor estaba rechiflado con él compartiendo recuerdos. Llegada la hora de pagar, enseñó el vale y el óptico dijo que ya estaba todo pagado, el vale daba derecho a unas gafas gratis y las lentillas eran cortesía de la casa… pero tendría que esperar un par de horas por las gafas, para hacer los cristales.
-¿Las va a coger hoy, Mercedes? Cójalas hoy, mujer, así mañana ya puede ir al trabajo con las gafas nuevas.
Dedidió que sí, que las cogería hoy, y entonces Nicolás propuso ir a tomar un café para entretener la espera. No se pudo negar. La llevó a un café bonito y pequeño que había cerca. Se sentaron, pidieron y Nicolás inició la charla.
-¿No le gusta la Navidad? –le espetó a bocajarro.
A ella casi le cayó el café. Le había leído el pensamiento.
-¿Qué?
-Perdón, preguntaba si no le gusta la Navidad. Espero que mi pregunta no le ofenda…
Ella meditó la respuesta.
-No, no me gusta. Nunca me ha gustado. No creo que sea un bicho raro por eso.-Se encogió de hombros.
-Por supuesto que no lo es. Hay mucha gente a la que no le gusta la Navidad, cada vez más… es que hay mucha gente sola, y esas fechas… ¿Usted también está sola? Perdone el atrevimiento, quizá me estoy metiendo en donde no me llaman…
Si a ella le afectó no lo demostró.
-Si, estoy sola. No me importa, pasaré la Nochebuena viendo alguna película, y el día de Navidad me iré a dar un buen paseo por el campo. No pasa nada.
Nicolás suspiró.
-Yo también estoy solo. Supongo que tendré que asumirlo como el adulto que soy… -De repente cambió de tema. –Le gusta mucho su trabajo ¿verdad?
En ese tema sí que sabía ella desenvolverse. Contestó con rapidez:
-Si, me gusta bastante. Los libros son mi pasión. Aunque en realidad soy paleógrafa e investigo por mi cuenta un poco –se rió suavemente. – Tengo algún trabajillo publicado y todo.
-¿En serio? ¿Paleógrafa? –se mostró sorprendido -¿Sabe usted desentrañar esas grafías medievales tan complicadas? ¡Qué interesante!
Mercedes se enfrascó un buen rato a hablar de su tema favorito, mientras él escuchaba con aparente interés. Las dos horas pasaron rápidamente, así que pagaron y fueron a buscar las gafas. Mercedes se las probó encantada, le quedaban estupendamente. Nicolás se despidió en la calle, diciéndole que estaba mucho mejor con su nueva imagen, y ella se dispuso a irse a casa, después de un día tan emocionante. Pasó por delante de Papá Noel, que no pudo remediar hacerle un comentario:
-Jojojojo, guapa. ¿También el vale de la óptica? Tienes la suerte de cara. Toma, hoy no tengo caramelos. Un globito.
Mercedes sonrió y cogió el globo. Se lo regaló al primer niño que vio por la calle.
17 DE DICIEMBRE
Mercedes no tendría por qué salir al espacio de préstamo y lectura de la biblioteca, pero le gusta hacerlo. Todas las mañanas necesita pasearse y ver que todo está en orden, como si fuese un puzzle terminado. No vigila demasiado a los auxiliares ni a los facultativos, cada uno sabe lo que tiene que hacer, ella misma había sido facultativa hasta enero, cuando le ofrecieron el cargo de directora. El director anterior se había jubilado, así que Mercedes pasó a ser la superiora de los que hasta entonces habían sido sus compañeros.
Compañeros que, por cierto, se habían quedado boquiabiertos cuando la habían visto entrar aquella mañana con su peinado y gafas nuevos. Ella ni se acordaba, así que puso cara de extrañeza cuando vio que la miraban, y se le ocurrió preguntar ingenuamente:
-¿Qué pasa? ¿Tengo la cara manchada o algo? –y automáticamente se pasó la mano por la cara con aprensión, y se topó con las gafas nuevas, y cayó en la cuenta, echándose a reír. Era raro verla reír ¡Y tan agradable…!
-Chica, estás estupenda, estupenda –Le decía Gloria con admiración. Pero… ¿cuándo? ¿dónde? ¿cómo?...
Arriesgándose a que la tomaran por loca, Mercedes contó la historia del Papá Noel y los caramelos. Cuando iba contando lo de las gafas ya todos los auxiliares la rodeaban, escuchando expectantes…
-Hija –interrumpió Cristina, plañidera. –Pues mira que me he llevado yo caramelos del dichoso Papá Noel, y lo único que ponía el envoltorio era “Feliz Navidad”. Vaya suerte tienes.
-Bueno, mejor que nos pongamos a trabajar –contestó Mercedes. –A punto están de llegar los universitarios energúmenos.
Y cada mochuelo se fue a su olivo.
A las once, cuando se disponía a salir al café, María llamó a la puerta del despacho:
-Pase, María. ¿Qué desea? –Mercedes intentó parecer amable. Se preguntaba por qué trataba de usted a aquella chica, cuando tuteaba a todos los demás, que a su vez la tuteaban a ella.
-Verá, hay alguien que pregunta por usted. –Dijo María intentando no mirarla mucho, porque estaba realmente alucinada con el nuevo aspecto de “la bruja”.
Mercedes sintió un dolor en el estómago. ¿Sería Nicolás?
La otra pareció leerle el pensamiento:
-Es una mujer… dice que es amiga suya…
-Hágala pasar, por favor. Y gracias por el recado.
María se retiró para dejar pasar a Rebeca, una Rebeca en evidente estado de buena esperanza, una Rebeca que parecía feliz y satisfecha, una Rebeca que nada más verla gritó y se echó en sus brazos. Mercedes le devolvió el abrazo de todo corazón.
-Querida, qué bien te veo y qué guapa estás –Le dijo Rebeca en cuanto se separó de ella. Es que quería unos videos sobre embarazo y parto, y ya que estaba aquí, quise pasar a saludarte… has cambiado, estás mucho mejor…
Mercedes casi ni se atrevía a mirarla a la cara.
-¿No estás, no estás enfadada conmigo por no haber ido a tu boda? –preguntó con un hilillo de voz.
-Confieso que estuve muy cabreada un par de meses, pero ya se me ha pasado. Me puse en tu lugar y lo entendí, de veras. Y estoy muy feliz, y no quiero que nadie esté triste. Voy a tener una niña… -murmuró con timidez acariciándose el vientre.
Mercedes se sintió emocionada y le apretó la mano.
-Me alegro muchísimo por ti, querida. Estaba claro que tú eres luz y yo sombra, y que mi destino es estar sola, y no me importa… Vamos a tomar algo y me cuentas ¿vale? y a la vuelta te daré en préstamo indefinido todos los videos de embarazadas que haya en mis fondos.
Y salieron a la calle cogidas del brazo, pasando por delante del Papá Noel, que repartía caramelos a diestro y siniestro. En cuanto las vio se dirigió a ellas.
-Feliz Navidad, guapísimas. ¿Caramelito? –ofreció -¿Tú puedes tomar? –le preguntó a Rebeca con respeto.
Rebeca sí podía y cogió uno también. Se alejaron hacia la cafetería.
Por primera vez en su vida laboral, Mercedes llamó al trabajo para decir “que se iba a retrasar un poco”. Charlaron durante una hora, de la nueva vida de Rebeca, de la vieja vida de Mercedes. Rebeca dijo de pronto:
-Merche, ese pelo nuevo y esas gafas nuevas no pueden ir con esa ropa vieja. Por la tarde nos vamos tú y yo de compritas. Ni se te ocurra ponerme caras ni caretos, porque no admito un no por respuesta, y ya que yo no me puedo comprar ropa normal, dado que voy camino de ponerme como un globo, por lo menos disfrutaré de ver cómo le queda a mi amiga.
Y después de quedar para la tarde, Mercedes se reincorporó a su trabajo muy contenta, como hacía meses que no lo estaba. Hasta la noche no cayó en la cuenta de que Rebeca no había vuelto con ella a la biblioteca a buscar los vídeos.
18 DE DICIEMBRE
El armario de Mercedes es un prodigio de orden. No tiene mucha ropa, y la que tiene está clasificada por colores. Tampoco usa muchos, bueno, usaba, porque Rebeca le ha obligado a actualizarse un poco, y ahora entre tanto marrón, gris y negro sobresale algo de rojo, verde y azul.
Mercedes desayuna en el salón viendo el primer telediario de la mañana, un café con leche y un croasán. Y después, atención, enciende un cigarrillo negro. Es el único vicio que tiene, un cigarrillo después de cada comida. Y nunca fuma en público. Su madre la descubrió fumando en la cuadra de la casa a los diecisiete años y le dio tal sarta de bofetadas que le dejó un ojo morado y no pudo salir a la calle en una semana. Así que aprendió la lección. Hoy en día fuma en privado para no engancharse, evidentemente. Como todas las facetas de su vida, lo del tabaco también lo tiene muy controlado.
Esa mañana le tocaba cambiar de bolso y estaba vaciando el contenido del negro para pasarlo al marrón, cuando vio el caramelo del día anterior sin abrir. Eran las ocho y media de la mañana, acababa de desayunar y le apetecía cero tomarse un caramelo, pero la curiosidad pudo más y lo desenvolvió, tirando el caramelo al cenicero con la colilla de ducados. Cuando leyó el contenido del envoltorio se tuvo que sentar.
Esta vez no eran ni peluquerías, ni gafas, ni nada. El mensaje decía:
HAZ TODO LO QUE TE DIGA REBECA.
No le hizo gracia, no le hizo ni puñetera gracia… ¿Quién podía haber puesto aquello allí? Porque estaba claro que tenía que haber sido a propósito… ¿la propia Rebeca? ¿y cuándo? ¡Si habían estado juntas todo el tiempo!
Pensando en esto, se fue a trabajar cabizbaja y preocupada, tan ensimismada que ni se dio cuenta cuando Nicolás se puso a su lado, ajustando su paso al de ella.
-Buenos días –Saludó Nicolás con su agradable voz.
Mercedes pegó un salto, del susto que se llevó.
-¡Nicolás! ¡Qué susto me ha dado, hombre!
Él se dio cuenta de que algo iba mal
-¿Va todo bien? La noto preocupada y nerviosa.
Mercedes se metió la mano en el bolsillo del chaquetón nuevo y extrajo el papelito del caramelo. Se lo tendió.
-No, nada va bien. Mire esto. Alguien me está gastando una broma pesada o algo así.
Y explicó a Nicolás las circunstancias en que se había producido la entrega del caramelo y el extraño mensaje que contenía.
Nicolás se guardó el papel sin ni siquiera mirarlo, cogió a Mercedes por los hombros y le dijo:
-Váyase a trabajar tranquila y olvídese de esto. Yo me ocupo. ¿Entiende? Nos veremos a las once en el café ése donde usted tiene cuenta para todo el mes ¿De acuerdo?
Mercedes abrió la boca para protestar, pero un gesto de él con las cejas la hizo callar. Claudicó.
-De acuerdo –Suspiró.
Y, apretando el paso, se metió en la Biblioteca Municipal.
La mañana se le pasó lenta y horrible, tanto que ni siquiera se asomó a la sala de lectura, como tenía por costumbre. Le parecía que una gran amenaza se cernía sobre ella, que alguien la vigilaba y sabía todo sobre su vida, se sentía angustiada y sola, muy sola. Por primera vez en mucho tiempo se sintió desamparada, como los primeros años de internado, cuando se quedaba dormida a fuerza de llorar.
Por fin llegaron las once, y salió a toda la velocidad que le permitieron sus piernas a ver a Nicolás. Por pura aprensión cambió de acera, para no encontrarse con el Papá Noel, aunque excusaba haberlo hecho, porque no estaba.
Cuando llegó a la cafetería, Nicolás ya estaba sentado y sonreía.
-Siéntese, Mercedes. Y no se preocupe, le va a hacer gracia, al final.
-¿Gracia? –contestó ella con acritud. No me hace ninguna. ¿Qué noticias hay? –preguntó, desafiante.
Nicolás le dedicó una de sus francas y radiantes sonrisas:
-Bueno, la noticia que hay es que no le han graduado muy bien las gafas, creo, mire:
Y le enseñó el infausto papelillo del caramelo, que ponía:
PAZ A TODOS EN EL BAR TRIBECA
Mercedes se quedó perpleja. El bar Tribeca estaba en la esquina del centro comercial.
-Pero… ¿entonces? ¿Es que he leído mal?
-Pues eso parece, hija mía. Y menos mal que se me ocurrió leer el papelito antes de ir a dar una paliza al pobre Papá Noel. Aún me dio a mí un caramelo al pasar por allí, y sólo decía “Feliz Navidad”. –concluyó Nicolás muy regocijado.
Mercedes ya no sabía qué creer. Sí, podía ser que con las prisas y la letra tan pequeña hubiese leído mal. Podía ser.
Hablaron un rato más, y después cada uno se fue a sus quehaceres. Al pasar junto a Papá Noel, éste le ofreció un caramelo a Mercedes, que esta vez no aceptó. Estaba tranquila, pero no tenía ganas de más caramelos.
No lo habría estado tanto si hubiera sabido que dos días antes, su amiga Rebeca había desenvuelto un caramelo al ir al centro comercial a comprar ropa para su bebé, que decía:
HAZ LAS PACES CON MERCEDES. MERECE UNA OPORTUNIDAD.
19 DE DICIEMBRE
Los sábados Mercedes no suele cambiar demasiado sus costumbres. Se levanta a las nueve y se va a correr un rato. Cuando vuelve coge el periódico y croasanes calentitos, y sube a desayunar y a fumarse el pitillo sagrado. Después se ducha y va al mercado a hacer la compra de la semana. Le gusta ir por los puestos del pescado y regatear. También le gusta cocinar, su madre le había enseñado durante las vacaciones, desde que había cumplido los doce años, “para que estés preparada para cuando te cases, aunque con esa cara…”. Los fines de semana cocina y congela para toda la semana.
Estaba discutiendo con una de las placeras el precio de unos calamares, cuando apareció Nicolás.
-Buenos días, Mercedes. ¿Haciendo la compra?
Ella lo miró con desconfianza. ¿Es que aquél hombre estaba EN TODAS PARTES?
-Pues sí –y observó que él también llevaba bolsas. –Y usted también, por lo que veo.
-Claro, es el único día que puedo. ¿Qué va a hacer de comida, si no es mucha indiscreción?
Mercedes sonrió, ante el ataque de marujería del hombre de la corbata roja.
-Pues calamares en su tinta, probablemente. –Y miró hacia la pescantina –Eso si Carmen me pide un precio razonable por ellos, claro.
Enseguida Nicolás se enfrascó en un tira y afloja con la pescadora, consiguiendo un precio más que razonable por los calamares. Cogió las bolsas de Mercedes y salieron a la calle.
-Gracias –dijo ella. –No sé cómo lo ha hecho, de verdad. Estoy en deuda con usted.
-No hay de qué –Nicolás la miró fijamente. –Podría devolverme el favor, si quiere, claro.
-¿Yooo? –Su corazón empezó a galopar -¿Cómo?
-Invitándome a comer esos calamares tan deliciosos. –Contestó él con tranquilidad.
Mercedes casi se desmayó.
-¿En mi casa? –preguntó a duras penas.
-Hombre, no vamos a comer en la calle, digo yo. Estamos en diciembre, jaja.
Mercedes mantuvo un breve debate consigo misma y tomó una decisión. ¿Qué tenía que perder? Si intentaba propasarse lo echaría a patadas, y fuera… ¿o no? ¿Y por qué iba a intentar propasarse? No se había insinuado en absoluto. ¿Tenía la casa ordenada? Sí. Se decidió.
-De acuerdo. Vamos entonces, porque aún lleva un rato hacerlos.
Pasaron un día delicioso. Nicolás alabó la decoración minimalista de su casa, hizo de pinche de cocina, además de bajar a comprar un vino estupendo y hacer el café. Alabó sus manos de cocinera, no se horrorizó cuando la vio encender un ducados después de comer, y charló por los codos sobre lo divino y lo humano. Mercedes se sintió comodísima en su compañía, le contó algunos detalles de su vida y, entre unas cosas y otras, dieron las ocho de la tarde.
-Tengo que irme, he pasado un día estupendo. –Dijo Nicolás levantándose del sofá.
-Yo también –Contestó Mercedes. –Hacía años que no hablaba tanto.
-A lo mejor te estaba haciendo falta. -Ya se tuteaban. –Creo que lo que tienes es falta de comunicación, necesitabas hablar con alguien. Pues ya sabes, mientras esté en la ciudad, puedes hablar conmigo.
Mercedes se sintió acongojada.
-¿Es que te vas?
-Bueno -contestó él. –Yo vivo bastante lejos de aquí, sólo voy a estar hasta mitad de las Navidades. Verás, la empresa me manda cada año por estas fechas a una ciudad diferente, para la campaña de Navidad. Y este año me han mandado aquí, y el año que viene mandarán a otro, supongo, y a mí a otro sitio.
-¿A qué te dedicas? –Preguntó Mercedes con curiosidad. Hacía tiempo que quería preguntárselo.
-Básicamente, abastecemos a las jugueterías en Navidad. –Contestó Nicolás con una amplia sonrisa.
20 DE DICIEMBRE
Los domingos es el día que Mercedes dedica a ir de excursión, si el tiempo no está muy malo, y aprovecha para mover el coche. Dos cosas chocan con su personalidad ordenada y estoica: su afición al tabaco, aunque controlada, y su amor a la velocidad. Sí, a Mercedes le gusta conducir, y le gusta correr, aunque tampoco es una loca del volante y sólo lo hace cuando hay poco tráfico, de ahí que los domingos salga temprano.
Así que ese domingo se cogió su audi TT a las nueve y media de la mañana con la sana intención de pasear por la playa. Le había costado un ojo de la cara, pero era el único lujo que se había permitido en su vida. Nada de ropa cara, nada de tecnología cara, nada de comida cara, pero sí un coche caro, qué demonios. Lo cuidaba como a las niñas de sus ojos y lo tenía impecable. Era su capricho. Había sacado el carné tardísimo, con veintinueve años, y en la vida hubiera pensado que le iba a gustar tanto conducir. Le relajaba. Su madre creía que era un derroche, y le daba vergüenza que la gente del pueblo la viese llegar en aquel cochazo. Que iban a pensar, decía, que lo había conseguido por medios poco ortodoxos.
Cogió la autopista hacia la costa después de comprar el periódico y el pan. Por pura maldad compraba “El País”, porque en casa de sus padres “aquel periódico de rojos” estaba prohibido, y sólo le estaba permitido leer el ABC. Le esperaban sesenta kilómetros de doble carril sin tráfico ni radares fijos, así que aceleró y metió sexta, dispuesta a aclarar su cabeza en las siguientes veinticuatro horas.
Primero, Nicolás. ¿Qué diantre hacía aquel hombre en su vida? ¿Por qué aparecía siempre como un muñeco de caja de sorpresas? ¿Se estaba enamorando de él? No, creía que no. Quizá a él le gustaba un poco ella, pero tampoco parecía deseoso de tener ningún tipo de relación. Sin embargo, el día anterior ya se habían despedido con un beso en la mejilla, y a ella la proximidad le había acelerado el ritmo cardíaco. Pero eso no quería decir nada. Además se iba a ir pronto, así que mejor no romperse la cabeza y esperar a ver qué pasaba.
Segundo, María. ¿Qué le pasaba a aquella maldita chica con ella? ¿Por qué le tenía manía, si era joven y bonita, y ella, según palabras de la propia María, una “vieja insoportable, amargada y solterona”? No sería porque tuviese miedo de que Mercedes le hiciese sombra, vamos. Y tampoco era la típica jefa extravagante que pedía estupideces a todas horas. Decidió ser un poco más amable y condescendiente con ella.
Tercero, Rebeca. ¿Por qué aparecía así de repente tan amable después de casi seis meses? Para eso tenía fácil respuesta. Rebeca, desde su nueva y feliz vida, se compadecía de ella. Bueno, Mercedes no se sentía especialmente infeliz estos días. No se veía casada y madre de familia, la verdad, aunque sí le hubiese gustado tener a alguien a quien querer y que la quisiera, y no tenía la menor ilusión por morir virgen, pero tampoco se iba a liar con el primero que llegara, así que lo iba retrasando, retrasando, y cada vez se iba haciendo más cómoda y rara. Sí, entendía que le diese pena a Rebeca.
Mercedes pasó toda la mañana paseando por la playa, pensando en su cuarto problema, y, a su juicio, el más gordo: su madre. Teniendo en cuenta las fechas que se aproximaban, no podía evitar acordarse de ella, sabiendo que la mujer pasaría las fiestas completamente sola en la casona del pueblo. Sabía que estaba bien porque le habían llegado durante aquel año varias cartas, que rompió sin abrir en cuanto vio la letra del sobre, y por algunas llamadas que había recibido de ella, según rezaba el identificador de llamadas, aunque colgaba en cuanto Mercedes cogía el aparato. ¿Qué podía hacer? Al fin y al cabo sólo se tenían la una a la otra. Casi se estaba ablandando con el tema, cuando la culebra que dormía enroscada en el fondo de su corazón se despertó, y le recordó que su madre le había dicho a los cinco años que los Reyes Magos no existían, y que no contara con muchos juguetes aquel año, pues eran una pérdida de tiempo.
-Que se pudra en el infierno. –Acabó de pensar en voz alta.
21 DE DICIEMBRE
Todos los años, la biblioteca compra unos décimos de lotería, y el día 22, haya habido suerte o no, el personal en pleno se va a celebrarlo al bar Tribeca al salir del trabajo. Mercedes nunca va, y ese año, por ser jefa, tendrá que hacerlo, pero no le apetece que su presencia coarte el comportamiento de los demás.
También todos los años, el día 24 hacen una pequeña fiesta al mediodía, a la que Mercedes tampoco se queda. El problema es que siempre la ha organizado el director, y hasta esta mañana, Mercedes no se ha dado cuenta de que este año le toca a ella ¡y sólo quedan tres días!.
Por si fuera poco, alguien se encargó de recordárselo nada más llegar.
-Perdona, Mercedes –le dijo Gloria en cuanto la encontró en el pasillo. –Supongo que te acordarás del vino español del 24…
-Supones mal, Gloria. –Le contestó Mercedes con una triste sonrisa. –Me he acordado esta mañana. Me imagino que ya será demasiado tarde.
Gloria miró a Mercedes con una mezcla de lástima y simpatía. Esbozó una sonrisa y dijo:
-Menos mal que el del catering llamó hace quince días y me tomé la libertad de reservarlo… perdóname, Mercedes. Me olvidé por completo de comentártelo, pero va a llamar hoy para confirmar, y eres tú la que tiene que dar el visto bueno.
-Gracias a dios, Gloria, que te acordaste, qué alivio. Ya sabes que no me gustan mucho estas cosas, pero que no me gusten a mí no significa que los demás se tengan que quedar sin fiesta.
-Supongo que este año sí vendrás ¿verdad?
-Qué remedio –Contestó Mercedes con gesto de fastidio. –Supongo que la directora no puede faltar ¿verdad? Qué más quisiera… Me horrorizan todas esas celebraciones, ya lo sabes. De todos modos, muchísimas gracias por arreglarme la papeleta, Gloria. Eres un encanto.
-Mercedes… -Gloria dudó antes de hablar. –Hace muchos años que trabajamos juntas, como unos nueve ¿verdad?
-Nueve son, sí. Al grano, Gloria ¿Qué quieres decirme? Me conoces lo suficiente como para saber que no me gustan los preámbulos.
-Ja, ja. Sí, es cierto. Y eres celosísima de tu vida privada. Pero perdóname que me tome la libertad de decirte que creo que has estado pasando, o aún estás pasando, por un mal momento. Déjame ayudarte, mujer, no lo pases sola.
Mercedes sintió una ternura profundísima hacia su compañera, y le dio unas palmaditas en el hombro.
-Sí, Gloria, he pasado una temporada mala. Y la he pasado sola, sí. Pero ya ha acabado. Haré propósito para el nuevo año de ser más abierta y confiar más en la gente. Lo prometo.
Y se alejó hacia el baño.
Gloria, por su parte, acarició el papelito de caramelo que descansaba en el fondo de su bolsillo y decía: A PAPÁ NOEL LE GUSTA QUE AYUDES A TU JEFE, y se marchó muy contenta a seguir con su trabajo.
Mercedes entró con precaución en el baño, como hacía siempre desde el día de la “vieja insportable…” y se quedó de piedra al ver a María llorando a moco y baba. Sintió que estaba invadiendo su intimidad, pero ya era tarde para recular, así que se acercó a ella y le puso una mano en el hombro, intentando consolarla, procurando que su voz sonara lo más dulce posible.
-María, querida ¿Qué le pasa? ¿Se encuentra mal? ¿Puedo ayudarla?
María levantó la vista y al ver que era la de la bruja la boca que decía palabras de consuelo, reanudó su llanto con más fuerza. Mercedes le dejó llorar a placer, sabía por experiencia que era mejor que se desahogara. Cerró la puerta del baño para que no entrara nadie y esperó. María se fue calmando y comenzó a hablar.
-Es una tontería, Mercedes, pero no soy tan dura como parezco y tambien tengo mi corazoncito. Es que voy a pasar las Navidades sola y eso me entristece muchísimo.
-Bueno, yo también. No pasa nada. El problema es el bombardeo publicitario que hace que uno tenga que estar feliz en Navidad por obligación, casi parece un delito no serlo. ¿Verdad?
-Verá, yo sí estoy feliz. Va a ser mejor que se lo cuente, porque al final se va a acabar enterando… estoy embarazada, no tengo pareja y voy a tener el niño.
Mercedes hizo un leve gesto de asentimiento, pero no dijo nada. Dejó que siguiera hablando.
-Mis padres son horriblemente rígidos y anticuados. El otro día se lo dije y se pusieron como fieras, y me dijeron que no querían volver a verme jamás. Pero yo voy a tener ese niño y voy a ser feliz con él.
-Me parece muy bien si es lo que quiere. No deje que nadie dirija su vida –Contestó Mercedes. –Yo haría lo mismo.
-Lo que pasa es que me imagino a mí misma pasando sola la Nochebuena, y, bueno, entre la revolución hormonal que tengo y lo sensiblón de esas fechas… en fin.
Una bombilla se encendió en el cerebro de Mercedes.
-Mire, le voy a hacer una propuesta con toda franqueza. Si le gusta, perfecto, si no, es libre de mandarme a la mierda. –María sonrió, pues nunca se habría imaginado a la seria Mercedes diciendo “mierda”. –Yo también estoy sola, en este caso, al revés que usted, porque soy yo la que no quiero saber nada de mi familia. Cene conmigo, por favor, cocino muy bien y haré una cena de chuparse los dedos. Sé que no hemos sido las mejores amigas, pero se lo propongo de corazón.
María sonrió a través de sus lágrimas. Lo pensó cinco segundos.
-Sí, cenaré con usted, muchísimas gracias. Yo llevaré los turrones.
-Genial. –Repuso Mercedes aplaudiendo. –Pero si vamos a cenar juntas, tutéame por favor. Y ahora sécate las lágrimas y vuelve a la sala, que el cerebrito de quinto de derecho, que es el único que queda estudiando, está preguntando por ti como un loco…
22 DE DICIEMBRE
El día de la lotería siempre es una locura en la biblioteca, como en todos los lugares de trabajo. La gente está más pendiente de la radio y la tele y de cotejar continuamente sus décimos que de sus obligaciones. Por fortuna, ese día no suele haber mucho trasiego de gente.
El único que había aparecido en toda la mañana, aparte del estudiante de quinto de derecho, que ya formaba parte del mobiliario, había sido Nicolás, cómo no. Había preguntado por ella, y, como no había mucho que hacer, salieron a tomar café y donuts. Total, ya había salido el gordo y todos seguían siendo tan pobres como siempre. Por una vez en la vida, fue Mercedes la que inició la conversación.
-Me gustaría proponerte algo, Nicolás.
-Dispara -contestó él, expectante.
-Verás, una compañera de trabajo va a cenar en Nochebuena en mi casa, como tú me habías dicho que también estás solo, pues bueno, yo me preguntaba… me preguntaba si te gustaría venir también.
Los ojos de Nicolás echaron chispas de alegría.
-Por supuesto que iré, chica. Muchísimas gracias. Y voy a llevar un foie riquísimo, que es muy difícil de encontrar, y unas botellas de borgoña que tenía esperando para una buena ocasión.
A Mercedes le pareció que había respondido demasiado pronto, casi como si hubiera adivinado que se lo iba a proponer, y ya tuviera la respuesta preparada, pero decidió no ser suspicaz y alegrarse. La Nochebuena se presentaba con mejores perspectivas de lo que parecía a priori.
Tres horas después, en la copa post-sorteo anual que daba el Tribeca, María se le acercó con cara de preocupación.
-Ay, Mercedes. Tengo que hablar contigo, tengo un problema.
-¿Qué pasa? –contestó la otra, preocupada. -¿Te encuentras mal? ¿El bebé?...
María manoteó en el aire.
-No, mujer, no es nada de eso. Se trata de Fernando y Juan –y con el vaso de refresco señaló hacia los dos facultativos, que charlaban animadamente con el resto del personal.
Mercedes la invitó a seguir hablando con un gesto.
-Pues verás, resulta que están viviendo en mi casa. Sabes que viven juntos…
Mercedes sí lo sabía. Habían entrado en la biblioteca a trabajar el mismo año, se habían enamorado y a los dos meses se habían ido a vivir juntos. Era la única historia de amor que había sucedido en el trabajo, que ella supiera.
-Si, mujer, lo sabía. Soy rancia, pero no tanto. –Soltó una breve carcajada.
-Bueno, pues ayer se les inundó su piso, me llamaron y claro, les hice un hueco, pobres. Les arreglaron la cañería, pero no los desperfectos, no van hasta el 26, por lo menos. Así que van a estar conmigo mientras, y …
-Y no sabes qué hacer con ellos en Nochebuena. -Contestó Mercedes. –Que se vengan.
-Eres un encanto ¿En serio que no te importa?
-En absoluto. También va a venir un amigo mío. Yo misma iré a invitarlos.
Y se alejó, dispuesta a invitar a la parejita gay, con la que en los últimos cinco años sólo había intercambiado algunas frases corteses, aparte de los temas propios del trabajo.
23 DE DICIEMBRE
La casa de Mercedes tiene unos 80 metros cuadrados, más que suficiente para ella. Vive allí desde hace diez años. Cuando aprobó la oposición sus padres la pusieron a su nombre, así que puede decirse que es suya.
En estos años ha hecho algunas reformas, como agrandar el salón comiéndole espacio al dormitorio de invitados. Viendo que sus padres no venían jamás a verla, le pareció del género tonto tener un cuarto de invitados tan grande, así que tiene un salón de veinticinco metros, con una mesa de comedor para seis personas, ampliable a doce.
Y al paso que va, la va a necesitar.
Se corrió por la bilbioteca la voz de que Mercedes había acogido a sus pechos a unos cuantos para cenar en Nochebuena, y Cristina y Gloria no tardaron en apuntarse. Gloria, porque se apuntaba a un bombardeo, y Cristina, porque sus hijos pasaban la Nochebuena con su padre y a ella no le apetecía nada pasarla en casa de sus padres con sus cinco hermanos, cuñados y sobrinos. Y Mercedes dijo que sí, claro. ¿Qué iba a hacer? Sólo faltaría, se andaba quejando de que se sentía sola y ahora la vida le brindaba semejante oportunidad. Y además, todo el mundo llevaría algo, así que ella sólo tenía que asar el pavo.
Aquella mañana, Mercedes contaba los sitios antes de ir a trabajar. “María, Juan, Fernando, Gloria, Cristina, Nicolás y yo. En total, siete, así que añadiré una tabla para que estemos más cómodos”.
Después cayó en la cuenta de que no tenía adornos navideños, ni árbol, ni belén, ni nada. Nunca se habían usado en su casa.
“Bueno, tampoco pasa nada… lo importante es estar todos juntos, digo yo ¿no?”
Así que no compró adornos. Tenía que ir a la carnicería del barrio a buscar el pavo a partir de las cinco. Gloria traería los entrantes, Cristina el champán, Fernando y Juan el primer plato, Nicolás el vino y María los postres, por lo que el plan se ofrecía magnífico. Y ella haría un delicioso pavo relleno de pasas, orejones, manzanas y frutos secos.
La biblioteca estuvo animada aquel día, pues los niños ya estaban de vacaciones y muchos padres habían solicitado préstamos de películas de disney y cuentos variados. Todo el mundo estaba de buen humor, incluso Mercedes. Sus compañeros no daban crédito al cambio operado en la triste y severa directora. Lo comentaron aquella mañana a la hora del café. Fernando y Juan lo achacaban a que debía estar enamorada, Gloria sostenía que era por el cambio de look, Cristina no opinaba porque se estaba poniendo morada de polvorones y tenía la boca llena, y María pensaba que se debía “al espíritu navideño”.
Por una vez, Mercedes habría deseado ir con ellos a tomar café, pero también tenía ganas de ver a Nicolás, y había quedado con él en su cutre-cafetería. Y además, no podía ser infiel a Carla, llevaba muchos años yendo allí.
El Papá Noel del centro comercial se acercó a ella en cuanto la vio.
-Hola, guapa. ¿Cómo te trata la vida?
Mercedes intentó adivinar la fisonomía de aquel personaje, oculta tras la barba, gorro, barriga y demás, y no lo consiguió. Por primera vez lo vio como alguien real, un hombre disfrazado de Papá Noel, y pensó en que también tendría una vida propia, con sus alegrías y sus preocupaciones, que debían de ser muchas, si había aceptado aquel trabajo.
-A mí muy bien ¿y a ti?
-Bueno –contestó él –para ser sincero, tengo ya ganas de sacarme el traje. Mañana es el último día. El 26 ocuparán mi puesto los Reyes Magos.
-¡Oh! ¿Y te quedarás sin trabajo? –Musitó Mercedes con pena.
Él soltó la carcajada.
-No, mujer. Trabajo en una de las tiendas del centro comercial. Volveré a mi aburrido trabajo de dependiente, no te preocupes. Ha sido divertido, me gusta hacer feliz a la gente. Hoy no tengo caramelos ¿Un turroncito?
Mercedes se alejó mordisqueando el trozo de turrón de Jijona que le había entregado Papá Noel, asépticamente envuelto en un plástico sin mensajito.
Nicolás tardó diez minutos en llegar al café. Le dio dos besos de bienvenida y se sentó, encantado de la vida, como siempre.
-Tienes un aspecto estupendo, Mercedes. Se te ve… no sé cómo decirlo, feliz. ¡Qué distinta estás a la primera vez que te vi!
Ella bajó los ojos avergonzada.
-Nunca pensé que estaría tan contenta, de verdad. Mañana tengo seis personas a cenar en mi mesa y me hace ilusión, realmente. Creo que me he negado a mí misma durante bastante tiempo la amistad de otras personas, intentaré cambiar a partir de ahora. Me educaron de forma que nunca confié en nadie, y la única amiga que he tenido es Rebeca. Después se casó y me dolió mucho, me sentí como si me hubiese traicionado. Evidentemente, no tenía razón, Rebeca tiene todo el derecho del mundo a tener una familia.
Nicolás le cogió la mano. Mercedes se crispó, pero no la retiró.
-También tú, Mercedes.
Ella lo miró a los ojos.
-Creo que yo no soy de las que se casan, y esas cosas. Me gusta demasiado la independencia, y estoy entregada a mi trabajo y al estudio. –Contestó con tono ingenuo.
-No me refiero a eso y lo sabes. No sé qué pasa en tu familia, pero intuyo que ahí te queda un fleco suelto en la nueva vida que estás emprendiendo, y eso no te dejará ser feliz.
Esta vez sí que se crispó en serio, y retiró la mano. Pero Nicolás se la volvió a coger, y la retuvo con fuerza mientras seguía hablando.
-Me marcho pasado mañana, Mercedes. No sé si nos volveremos a ver, espero que sí, pero quiero que me prometas una cosa.
-¿Qué? –preguntó ella sin fuerzas.
-Prométeme que lo vas a arreglar, que intentarás que ese fleco no eche a perder tu felicidad. Prométemelo.
Mercedes se levantó, porque ya notaba las lágrimas que le afluían a los ojos.
-Lo siento de verdad, Nicolás. No te lo puedo prometer.
Mercedes se levantó y salió dignamente del bar, dejando a Nicolás francamente desolado.
24 DE DICIEMBRE
El despertador de Mercedes suena de lunes a viernes a las ocho menos cuarto de la mañana, porque a su dueña le gusta arreglarse y arreglar la casa con tiempo antes de ir al trabajo. Se toma sus buenos diez minutos para desperezarse con calma y repasar mentalmente su agenda para ese día.
La mañana del jueves 24 de diciembre, Mercedes apagó el despertador y se estiró todo lo que pudo para desentumecer los músculos, como todos los días. Excepcionalmente, uno de sus brazos tropezó con un obstáculo y al darse la vuelta para ver lo que era, se encontró con Nicolás, que dormía plácidamente a su lado. Entonces despertó por completo y lo recordó todo.
Tras marcharse del bar de aquella manera, se había quedado con mal cuerpo, el dichoso Nicolás le volvía a traer al frente todos sus fantasmas infantiles, por mucho que ella se empeñara en esconderlos. ¿Por qué consentía que aquel hombre, al que sólo conocía desde hacía diez días escasos, hurgase en su vida de aquella manera? Era como un Pepito Grillo molesto y enloquecedor, y en aquel momento le caía francamente mal.
A las tres se fue para casa y se hizo un bocadillo, ni siquiera tenía ganas de comer, el enfado le había quitado el hambre. Se sentía sola y desgraciada. Inexplicablemente, porque nunca lo hacía, se quedó dormida en el sofá, cuando despertó eran las siete de la tarde, se acordó del pavo y salió pitando a buscarlo a la carnicería. Volvió a casa y le hizo los primeros preparativos. Sacó la vajilla que iba a usar al día siguiente y la lavó. Hizo lo mismo con las copas. Leyó su correo electrónico, pedaleó una hora en la bicicleta estática y tomó algo de cena. En ningún momento la abandonó aquella horrible y sobradamente conocida sensación de desamparo. Acababan de dar las once cuando sonó el timbre de la puerta. No le sorprendió demasiado ver a Nicolás en el umbral, con su simpático y agradable aspecto, pidiendo perdón por adelantado con los ojos. Mercedes lo dejó pasar y escuchó sus disculpas. Parecían sinceras. Entonces cogió las manos de Nicolás en señal de perdón, y él la abrazó y la besó en la boca. Mercedes no dudó y dejó salir todos sus instintos reprimidos tanto tiempo: le quitó el abrigo y empezaba a desabrocharle la camisa, cuando oyó:
-¿Estás segura? No puedo prometerte nada, me voy dentro de dos días, no quiero…
-Creo que jamás había estado tan segura de algo. –Contestó ella.
Mientras recordaba la noche anterior, el improvisado amante se había despertado, y tras hacerle algunos arrumacos, le dijo:
-¿Arrepentida?
Mercedes lo miró con cariño.
-No.
-Así me gusta –contestó él. –Asumiendo las consecuencias de tus actos… y de los míos.
-¿Te arrepientes tú, Nicolás?
Él dudó un segundo.
-En fin, mi vida es complicada… -Empezó a decir, pero ella le cortó en seco, como el día que había ido a pedir a la biblioteca “Qué bello es vivir”.
-Mira, Nicolás. No me importa, no quiero saberlo; si estás casado, no me lo digas, si no vamos a volver a vernos, tampoco. Deja que me quede un bonito recuerdo, por favor. Es lo único que quiero ¿vale?
Él fue a decir algo, pero se lo pensó mejor.
-Está bien, querida. Se hará como tú quieres.
El día de Nochebuena suele ser agradable y feliz en todas las empresas y centros de trabajo. Todos echan el cierre antes de la hora habitual, y aprovechan para tomar un piscolabis de felicitación, adelanto de la celebración nocturna.
La biblioteca municipal no fue una excepción. Todo el mundo estaba más o menos contento cuando a la una cerraron para dar paso al catering, tan oportunamente contratado por Gloria, con el vino español. Mercedes causó sensación, le había apetecido arreglarse y llevaba un vestido de punto negro que le quedaba muy bien, y rió a carcajadas cuando María apareció con el mismo vestido, pero en rojo, y un gorrito de Papá Noel. Departió con todos los empleados de la biblioteca, y a ratos se preguntaba si no se darían cuenta de que algo había cambiado en ella, que ya no era la misma de ayer ni volvería a serlo jamás. No se daba cuenta de que sus compañeros habían visto el cambio mucho antes que ella misma.
Mercedes los convocó para cenar a las diez. Se fue para casa canturreando y el Papá Noel, que a las tres aún estaba en la puerta del centro comercial con su campana y su saco, le guiñó un ojo.
-Qué contenta pareces hoy –le comentó.
-Pues sí –contestó ella, hay días buenos y malos, y hoy es uno bueno. Feliz Navidad. –Y súbitamente, se colgó de su cuello y le dio dos besos.
-Jojojojo, ya no volveré a lavarme la cara en mi vida. Feliz Navidad para ti también. –Contestó el Papá Noel, encantado. –Toma un caramelo, el último.
Mercedes lo cogió, lo desenvolvió y se lo metió en la boca. Leyó el papel: MAÑANA PUEDE SER EL PRIMER DÍA DEL RESTO DE TU VIDA.
-Muy bonito –Murmuró. -Feliz Navidad. Y se marchó a su casa.
A las seis Nicolás apareció por allí, cargado con seis botellas de vino y un block de foie enorme.
-Lo traigo ahora porque no sé si podré llegar a tiempo –Le dijo al llegar. –Tenemos problemas de abastecimiento en algunas jugueterías de la ciudad de al lado, pero te prometo que haré todo lo posible por llegar a las diez. –Le dio un beso rápido y se fue.
Mercedes se quedó algo triste, pero como ya tenía mucho que hacer para tener todo preparado para la cena, pronto se olvidó del tema. Asó el pavo, preparó las guarniciones, puso la mesa, se duchó y se arregló, estrenó las lentillas, cosa que le llevó bastante tiempo, y entre una cosa y otra dieron las nueve y media, y empezó a llegar la gente. En segundos, su cocina se convirtió en una locura, todos sacando comida de bolsas, calentando, emplatando… A las diez en punto se sentaron a la mesa, sin Nicolás.
La cena fue un éxito, todo estaba riquísimo y corría el vino con generosidad. Juan y Fernando se revelaron como dos chicos ocurrentes y divertidísimos, Gloria estaba en su salsa, Cristina hizo reír a todos imitando a su ex-marido y María estaba tranquila y feliz. Mercedes miraba el reloj de vez en cuando, y una de las veces que se levantó para ir a la cocina vio que tenía un mensaje en el móvil. Nicolás decía que los camiones de juguetes iban a tardar un buen rato, pues habían tenido problemas por la nieve, y que llegaría bastante tarde, pero que llegaría, que no se preocupase.
Y Mercedes decidió no preocuparse. Tras la cena, recogieron todo y Juan, guiñando un ojo a Mercedes, sacó un Pictionary.
-Lo he cogido de la biblioteca, jefa. Pero no te preocupes, el lunes lo devuelvo.
Mercedes se echó a reír y le dijo que se dejara de majaderías y que le explicara cómo se jugaba a aquello, que ella no sabía.
Durante el juego bebieron champán, en medio de risas y algazara. De repente, Gloria dijo:
-¿Y qué vais a hacer mañana?
Todos se quedaron callados. No tenían plan, excepto Cristina, que comía con sus hijos y sus padres.
-Como ha sobrado muchísima comida –continuó Gloria –propongo seguir la juerga mañana en mi casa, no tengo un salón tan grande como éste, pero nos acomodaremos por el suelo si hace falta.
Todos aplaudieron la idea, menos Mercedes, que tenía pensado pasar todo el tiempo posible con Nicolás hasta que se marchara. Les dijo que probablemente no iría, que tenía otros planes, y nadie insistió.
Jugaron varias partidas, pero la parejita gay las ganó todas, se veía que tenían el juego dominado. A la una sus invitados se despidieron, tras haber recogido todo. Se deshicieron en elogios con ella, repitiendo una y otra vez lo bien que lo habían pasado, y lamentándose de que Nicolás no hubiera podido venir.
Mercedes los acompañó a todos hasta la puerta, hubo besos, abrazos y promesas de amistad eterna. Por fin se fueron y Mercedes se volvió al salón, dispuesta a esperar a Nicolás despierta, aunque le diesen las cinco de la mañana.
Al llegar al salón, se quedó petrificada.
Sobre el blanco sofá reposaban, como si hubiesen estado allí toda la vida, el saco y la campana de Papá Noel.
25 DE DICIEMBRE
A las seis de la mañana, Mercedes dio por concluido el trabajo, el arduo y doloroso trabajo.
Cinco horas antes, cuando había sido capaz de reaccionar, apartó la campana y, sentándose en el sofá, desparramó el contenido del saco sobre la mesa de centro. Un montón increíble de caramelos conformaban el contenido.
Mercedes se enfadó. ¿Caramelos? ¿Ni una nota? ¿Ni una explicación? ¿Nada?
Porque Mercedes había comprendido todo en cuanto vio el saco y la campana. Porque no era casualidad que se llamara Nicolás, porque no era casualidad que trabajase en una empresa de juguetes, porque no era casualidad que nunca los viese juntos, no lo era, no lo era… y aquellos mensajes en los caramelos…
¡Los caramelos! Mercedes se mesó los cabellos desesperada y miró hacia los caramelos. ¿Cuántos habría? ¿Trescientos? ¿Iba a tener que desenvolver trescientos caramelos? Aquello era una broma pesada.
Como persona cerebral que era, Mercedes se levantó, se puso el pijama y las zapatillas, se quitó las lentillas y el maquillaje, y volvió al salón dispuesta a poner manos a la obra. Abrió el primer caramelo, y leyó el mensaje del envoltorio. Se puso furiosa, primero, porque no era un mensaje completo, entendió que tendría que desenvolver los trescientos para componer el texto, y segundo, y eso sí que era una broma pesadísima de Nicolás, porque estaban escritos con grafía gótica.
Rememoró la tarde en que casi le había dado una conferencia sobre la paleografía y lo mucho que le apasionaba, qué guapa habría estado calladita. Mientras se maldecía a sí misma, y a él de paso, las manos trabajaban a velocidad vertiginosa desenvolviendo. Tuvo otra idea: habilitó el cubo de la basura para los caramelos y la caja de las botellas de vino para los caramelos sin abrir, dejando la mesa despejada para los papeles desplegados con el mensaje. Cuatro horas después le dolían las manos de desenvolver caramelos. Por suerte, Nicolás se había apiadado de ella y cada papelillo iba numerado del uno al trescientos, así que, una vez desenvueltos, fue fácil ordenarlos en la mesa de centro. Entonces Mercedes fue a buscar la cámara, hizo varias fotos al tapete de caramelos y las descargó en el ordenador. Acto seguido, pasó el texto gótico por el programa de transcripción e imprimió el resultado. Eran las cinco y media de la mañana. Se fue a la cocina, se hizo un chocolate, encendió un cigarrillo y se tiró en el sofá, dispuesta a enfrentarse a lo que fuera.
La carta decía así:
“Querida Mercedes:
No he dudado ni por un momento que serías capaz de descifrar este pequeño acertijo que te mando. No pienses mal de mí, lo hice para que estuvieras un poco entretenida y llevaras mejor el hecho de que, como comprenderás, no volveremos a vernos. Evidentemente, nunca tuve intención de ir a cenar a tu casa, a estas alturas ya sabrás que ésta es la única noche del año que tengo trabajo a destajo, y una vez terminado, tengo que volverme a mis regiones polares, por desgracia.
Y digo por desgracia, porque, de todas las misiones que he emprendido en mi larguísima vida, ésta ha sido la que más me ha costado acabar. Nunca pensé que me enamoraría de uno de mis “casos navideños”, como yo los llamo. Ha sido la primera vez y juro por lo más sagrado que será la última. Por fortuna, tu recuerdo me acompañará siempre y espero que a ti el mío.
Tuve miedo al principio, cuando te ofrecí el primer caramelo y dudaste, pensé que lo ibas a rechazar. Por fortuna no lo hiciste, pero casi se tuercen las cosas con aquel dichoso mensaje de Rebeca que te asustó tanto. Menos mal que te tragaste el cuento de que habías leído mal. Llegué a pensar que me habías descubierto.
De todos modos, no considero la misión cumplida todavía, querida. Quise que me hicieras una promesa en firme y no lo conseguí. Dejo a tu criterio que la hagas efectiva y, si eres la gran persona que yo sospecho, la cumplirás, porque dentro de ti ya no hay espacio para el odio y el rencor. Creo que si de algo te has dado cuenta en estos diez días, es de que el amor es el motor que mueve este viejo y antipático mundo en el que vives. No dejes que el motor se pare, por favor.
Tengo que marcharme ya, queridísima. Me duele hasta extremos indescriptibles despedirme de ti. Eres una persona maravillosa, recuérdalo siempre; incluso en los momentos más negros, que los tendrás, sabes que aunque no me veas, estaré contigo siempre velando por ti.
Te quiere:
Nicolás”
Mercedes dejó caer la carta mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas. Estaba agotada, pero se sentía bien y en paz consigo misma. Se levantó de un brinco y fue a su bolso, cogió el papel del caramelo que el Papá Noel, o Nicolás, le había dado aquella misma tarde, y lo releyó:
MAÑANA PUEDE SER EL PRIMER DÍA DEL RESTO DE TU VIDA.
Mañana… y se lo había dado ayer, o sea, que ese mañana se refería a hoy… entonces lo vio clarísimo.
Se encaminó a zancadas hacia el dormitorio e hizo una maleta, metiendo prendas de mucho abrigo. Después entró en la cocina y dejó el café haciéndose mientras se duchaba. Se dio una ducha larguísima, por lo menos estuvo media hora. Cuando se sintió renovada, cerró el grifo, se puso un albornoz, y miró la hora. Eran las siete y media de la mañana.
Ella ya estaría despierta, se levantaba muy temprano para ordeñar a las vacas… Cogió el teléfono, marcó, esperó… un tono, dos, tres, cuatro…
-¿Mamá? Soy yo, Mercedes. Tenemos que hablar. ¿Puedo ir a comer contigo?
FIN

3 comentarios:

  1. Te ha quedado muy bien, el año que viene con maleta roja , jajja,
    Besosss Xammaxla

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  2. Pos mira, al final me has sorprendido, como siempre.
    Plaf, plaf, plaf, plaf.
    Bsssssssssssss
    Cloti

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  3. Me ha encantado, ya lo sabes. Ahora tienes que escribir la segunda parte en la que se nos explique por qué la madre era tan bruja.

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